Mauricio Rugendas: pintor y viajero de nuestra América
 
 

Cristina Guiñazú
Lehman College, CUNY

Susana Haydu
Yale Unversity


Rugendas es un historiador más que un paisajista; sus cuadros son verdaderos documentos.

Domingo Faustino Sarmiento

La América hispana atrajo a lo largo del siglo XIX numerosos viajeros europeos seducidos por los relatos de los primeros románticos. El mito del buen salvaje unido al imaginario paisajístico creado por Humboldt, Schiller y Chateaubriand despertó la curiosidad de numerosos escritores y pintores. Los relatos de viaje proliferaron y tuvieron un gran éxito de público en Europa y en América. Sin embargo, son menos conocidos los pintores que recorrieron el continente y dejaron cuadros asombrosos para la sensibilidad europea. Debret en Brasil, Vidal y Pellegrini en Argentina, Gay y Graham en Chile, Mark en Colombia, Linati y Nebel en México constituyen un grupo influyente de pintores viajeros que dejaron documentadas sus impresiones y vivencias.

Uno de los pintores más importantes del período, el alemán Mauricio Rugendas (1802-1852), seguidor de Humboldt se dedicó al arte costumbrista representando escenas detalladas del medio social y físico de los países que visitó. Rugendas es uno de los iniciadores de la pintura romántica en América donde dominaba hasta ese entonces el arte neoclásico. Sus paisajes, personajes y escenas de la vida cotidiana contribuyeron a ampliar la idea de este continente en Europa y, también por medio de las reproducciones de litografías, influyeron en la concepción que los americanos tuvieron de sí mismos.

Rugendas viajó a América por primera vez en 1821, con una expedición científica al Brasil en la que participó como grabador y dibujante. Allí permaneció cinco años. Interesado por la geografía y por las escenas típicas de pueblo, sus dibujos representan detalles botánicos y relatan las costumbres indias. Esos dibujos se caracterizan también por una minuciosidad cientificista que facilita los estudios comparados.

Su segundo viaje se inicia en 1831. Salió de Europa hacia Haití desde donde pasó a México. Durante su estadía en este país trabajó intensamente; se conocen alrededor de dos mil obras sobre temas variados: trajes típicos, flora, fauna y pueblos indígenas. Desde allí, es desterrado a Chile por ocultar a dos fugitivos conspiradores contra el general Anastasio Bustamante.

En 1834 llega a Valparaíso. Durante su estadía en Chile que duró once años desarrolló ampliamente su arte en acuarelas, dibujos y pinturas al óleo que documentan en detalle la vida del país por esos años. Desde allí realizó viajes a Perú, Bolivia, Uruguay y Argentina confirmando su interés por una amplia gama de temas y escenas muy características de cada región. Para entender bien el cuadro social y costumbrista hay que recordar la influencia de Alexander von Humboldt cuya autoridad le permitió a Rugendas incorporar la geografía a la situación social representada.

En 1847 regresa a Augsburgo. El rey Luis I de Baviera compra su archivo de más de tres mil obras. Aún así muere en 1858, casi desconocido en su patria y célebre en América. La mayoría de sus obras se encuentran en los museos de Alemania.

Comentamos aquí algunas de sus obras.
 Rugendas fija en sus pinturas los lugares que más lo atrajeron. Hay que señalar sobre todo la cordillera de los Andes que atravesó en 1838 por el paso de Uspallata junto a su amigo, el pintor Krause. Casucha de las Cuevas, uno de los trabajos más expresivos realizados en la cordillera es un estudio sobre cartulina que muestra las más altas cumbres nevadas de los Andes. Utiliza una amplia gama de tonos distribuidos en capas horizontales que pasan de los rojizos de la tierra a una franja más clara que acentúa la perspectiva del valle y que contrasta con los tonos grises azulados de las montañas para ascender finalmente al celeste del cielo. La utilización de diferentes planos logra crear una perspectiva de profundidad y de altura. El pintor ha conseguido dar una impresión general de grandeza que se nos impone; es de notar que lo ha obtenido colocando la diminuta figura de un gaucho ante esa inmensidad. Además, la impresión de movimiento provoca una sensación de vértigo que lo convierte, como bien dice Bonifacio del Carril, en un precursor de Van Gogh. Esta pintura que responde al gusto romántico de la época es un comentario admirativo sobre el poderío y la belleza del espéctaculo andino.
Dentro de las pinturas costumbristas queremos llamar la atención sobre las siguientes.

Una de sus litografías, La topeadura, representa la costumbre de un juego entre los huasos chilenos. El dibujo capta la fuerza y el movimiento de los caballos en lucha mientras que los jinetes tratan de mantenerse firmes en sus monturas. La atención a los detalles se nota en la ropa de los huasos y en sus rasgos distintivos como los sombreros de copa alta, característicos de la región. Rugendas deliberadamente deja de lado el paisaje para que la mirada del espectador se detenga exclusivamente en la tensión de la escena. Este cuadro es uno de los muchos que el pintor ha dedicado al caballo criollo que se convirtió en uno de sus temas favoritos como lo demuestran dos de los cuadros aquí reproducidos, El rapto de la cautiva y Desembarco en Buenos Aires.

Desembarco en Buenos Aires, óleo sobre tela, representa la llegada de un grupo de viajeros a la costa después de haber dejado su embarcación. Llama la atención el primitivismo de la escena en la que resalta una precaria carreta, guiada por un adolescente, donde van amontonados tres gauchos y una mujer. El gaucho está retratado de frente en la figura de la izquierda y de espaldas en la figura a caballo. Nuevamente el pintor nota los detalles de la vestimenta: el chiripá colorado, las camisas abullonadas, los pantalones amplios, generalmente blancos y la ristra a la cintura sujetando el facón que asoma en la espalda. En el trasfondo se observa la silueta de otra carreta con viajeros que repite la escena mostrando el tráfico de la costa. La acción se desarrolla en medio de una naturaleza agreste, sin edificaciones ni muestras de un puerto. Es de notar la predilección de Rugendas por los caballos que pinta desde distintos ángulos. El cuadro, de 1845, evoca la época de la gobernación de Juan Manuel de Rosas y el movimiento de intercambio con Uruguay. Asimismo, el color rojo, preponderante en las vestimentas, recuerda el requisito del partido federal en llevar ese color como muestra de adhesión a la política rosista.

La plaza mayor de Lima (1843), óleo en tela del que reproducimos aquí sólo una parte es una de las obras maestras del pintor. Muestra el lugar de encuentro obligado tanto de los forasteros como de los limeños que convergían allí para comentar los sucesos del día. Se trata de una escena de gran movimiento y de muchos personajes distintivos de diversas clases sociales. Participan damas de alta alcurnia, acompañadas de sus maridos, hombres elegantes de levita y chistera, tapadas, esclavos, algunos sacerdotes, militares y hombres del pueblo con sus ponchos y sombreros de paja. Discretamente, Rugendas se autorretrata hacia a la izquierda tomando del brazo al joven uniformado en rojo y azul. A la izquierda de Rugendas aparece el vendedor de lotería con alto sombrero de copa beige y que anota en su libreta los números de los billetes. También se destaca la mirada coqueta de la tapada de saya verde que observa al caballero de levita y chistera gris que está más a su derecha. En un detalle que es un verdadero testimonio cultural, Rugendas pinta sobre la arcada de la izquierda, bajo el balcón verde, el afiche que anuncia la función de la ópera Romeo y Julieta de Bellini que representaba la Compañía lírica italiana. Se destacan al fondo del cuadro las fachadas de la catedral y de la capilla del Sagrario que enmarcan la escena.

El rapto de la cautiva (1845), óleo sobre tela, puede ser construido como escena costumbrista de gran violencia. En las pampas argentinas los ataques de los malones eran todavía frecuentes y el temor al rapto de las mujeres producía verdadero terror en el imaginario de la población blanca. Este cuadro, inspirado en el poema de Esteban Echeverría, La cautiva, forma parte de una serie de cuadros y bocetos que Rugendas dedicó a este tema. Entre todos ellos, éste se destaca como obra maestra. Con gran dramatismo representa al indio como un salvaje de gran fuerza física; la tensión del cuerpo sobre la montura en movimiento y el brazo en alto llevando la lanza transmite una violencia contenida. Contrasta con la figura de la cautiva, con las manos atadas y en expresión devota, mirando al cielo, parecida a las mártires representadas en el Renacimiento. El movimiento del caballo, a galope tendido, casi suspendido en el aire, acentúa la furia de la escena.

La expresividad romántica de la pintura está enmarcada por una naturaleza inhóspita y los tonos sombríos del atardecer. Rugendas, amigo de Sarmiento, ilustra su tesis sobre el contraste entre civilización y barbarie.(1) La mujer vestida de blanco, representante de la civilización europea se halla a merced del oscuro indígena que cabalga desnudo sobre el caballo. La imagen muestra dramáticamente el contraste entre los dos mundos.

A Rugendas le interesaron los diferentes tipos de personajes americanos con los que se encontró a lo largo de sus viajes. Así lo demuestra la publicación de Album de trajes chilenos (1838) en Santiago de Chile, en la Imprenta litográfica de J.B. Lebas. Incluye allí El carretero, El arribano, El lacho, El arriero y otros personajes típicos que figuran con sus atavíos característicos. Así El lacho, que se pasea, en su caballo entrabado, elengantemente vestido y que contrasta con los otros personajes con sus útiles y sus ropas de trabajo.

También ha pintado numerosos retratos de los personajes de las clases altas que hechos por encargo, le permitían sobrevivir. Gracias a ellos, tenemos hoy una galería de gente prominente. Destacamos por ejemplo, los retratos de Mariquita Sanchez de Mendeville, Carmen Arriagada de Gutike, (2) el general Juan Gregorio de las Heras, el coronel Eduardo Gutike, Domingo de Oro y otros.

Un personaje típico de Lima es el de la tapada. Corresponde este nombre a la vestimenta que llevaban las limeñas para salir a la calle y que llamó poderosamente la atención de todos los extranjeros que llegaban al Perú. Consistía en una saya y en un manto puestos de forma muy particular. Según Flora Tristán, sólo las limeñas eran capaces de plegar la saya de manera apropiada. En cuanto al manto, siempre negro, era plisado con igual cuidado que la saya y tapaba los hombros y la cabeza, dejando sólo un ojo al descubierto. Según Tristán, esta vestimenta daba a las limeñas una gran libertad; podían salir sin ser reconocidas y hasta sus voces parecían diferentes a consecuencia del uso del manto que les tapaba la boca. Podían asistir a los espectáculos, a la corrida de toros, a asambleas públicas, a los bailes, a los paseos, a las iglesias y a hacer visitas, siendo bien vistas por todos. Rugendas, asombrado por esta costumbre, pintó numerosas escenas donde figuran las tapadas.

La tapada, óleo sobre papel muestra la gracia proverbial de la limeña. El evidente contraste de los colores junto al gesto coqueto de las manos, una sujetando graciosamente el manto, la otra un pañuelo de encaje, crea un conjunto que acentúa la sugerente seducción de la figura. Es de notar el gesto provocador de la mujer al adelantar su pie pequeño calzado en chapines finísimos. Igualmente importante es el único ojo que descubre y que insiste sobre el misterio que emana de su figura.

Tapadas en la alameda, óleo sobre papel muestra el lugar más frecuentado de los encuentros entre los limeños. Ubicado a orillas del Rímac y bordeado de álamos tenía un excepcional atractivo para los extranjeros, entre ellos, Rugendas que iba repetidamente a hacer sus bocetos. El pintor ha dejado varios cuadros en los que figuran las tapadas ya sea conversando con sus galanes o sentadas en grupo. En este cuadro llama la atención el énfasis con que muestra a las tapadas en exhibición de sí mismas. Sentadas, en actitud de espera y, enmarcadas por los árboles y las flores que las circundan, ocupan el centro mismo del cuadro. Aunque en este óleo figuran solas, dirigen la mirada hacia el espectador en una actitud de apertura. Los brazos desnudos, los encajes, los tobillos descubiertos de una de ellas confirman el estar a la espectativa de alguna posible aventura. Apenas bocetados en el trasfondo se ven el río y la silueta de la ciudad de Lima. Toda la escenografía está organizada para destacar el artificio del conjunto.

Sin lugar a dudas, y como observó Sarmiento, gran admirador de Rugendas, éste fue un verdadero narrador de las costumbres americanas para los europeos. La visión del extranjero se ha detenido en los detalles novedosos y exóticos dejando un legado que da a conocer las costumbres del siglo pasado en detalles precisos que documentan las diferentes clases sociales con sus vestimentas y utensilios. Su formación de pintor naturalista le ha permitido ilustrar el medio ambiente en que se movían los personajes de modo tal que los cuadros nos llevan a visualizar con mucha mayor precisión los relatos de varios viajeros literarios.

Notas

(1). Rugendas conoció a Sarmiento en Chile durante la estadía de éste como exiliado. El pintor compartía con el argentino ideas avanzadas de educación para la época. Como aquél, sostenía la necesidad de educar a las niñas para mejorar las condiciones sociales.

(2). Carmen Arriagada fue el amor de su vida. Casada con el coronel Gutike, en una relación de infelicidad, Arriagada ha dejado un nutrido epistolario amoroso, uno de los mejores del género, dirigido al pintor.
 
 

Bibliografía

Bonifacio del Carril. Mauricio Rugendas. Buenos Aires: Academia Nacional de Bellas Artes, 1966.

Tomás Lago. Rugendas pintor romantico de Chile. Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, 1960.

Juan Mauricio Rugendas. Album de trajes chilenos. Santiago: Editorial Universitaria, 1970.

---. El Perú romántico del siglo XIX. (Ed. José Flores Araoz) Lima: Carlos Millá Batres, 1975.