México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX.
Pablo Yankelevich, Coordinador. México: INAH-Plaza y Valdés, 2002, 338 p.

(Contribuciones de Bruno Groppo, Friedrich Katz, Ricardo Pérez Montfort, Susana Glusker, Olivia Gall, Ana Rivera Carbó, Denis Rolland, Daniela Gleizer Salzman, Helen Delpar, Daniela Spenser, Diana Anhalt, Gustavo García, Antonio Saborit, Nicolás Sánchez Albornoz, Clara Lida, Dolores Pla, Rafael de España, Ricardo Melgar Bao, Gabriela Díaz Prieto, Pablo Yankelevich, Fanny Blanck-Cerejido y Sandra Lorenzano)  

La memoria obstinada

Descendientes de barcos, aviones o líneas de carretera, prófugos de otros o de sí mismos, los exiliados y sus experiencias del exilio forman un capítulo abierto en la historia de México contemporáneo.

Durante el corto siglo XX, entre las guerras abiertas y sucias, como respuesta a las persecuciones étnicas y políticas que recorrieron palmo a palmo el planeta, México se convirtió en un refugio para miles de personas que vieron en riesgo sus libertades o su propia existencia en diversos países de Europa y América. La obra coordinada por Pablo Yankelevich propone, justamente, comprender la diversidad de las experiencias de estos hombres y mujeres, y reconocer situaciones, grupos y sujetos concretos a partir de la aproximación de diversos especialistas. México, país refugio, como los exilios, se escribe en plural. Pero si la lectura de cada uno de los artículos afirma diferencias nacionales, sociales, políticas o individuales de los exilios en México, la lectura completa permite seguir el camino inverso, descubrir el proceso de integración del país en el movimiento masivo de la población mundial, registrar el aporte del exilio en la cultura, la política y la sociedad mexicana, y descifrar su contribución para la construcción de la imagen internacional de México en la época contemporánea.

Este libro no trata únicamente del exilio republicano español, bien conocido y estudiado por los historiadores, ni sólo del argentino o el chileno, menos estudiados pero también conocidos. México, país refugio los incluye, y concede un lugar central a tales experiencias, pero entre sus páginas se deslizan del mismo modo alemanes, austriacos, franceses, norteamericanos, peruanos, rusos e incluso refugiados proscritos como los judíos. Y allí donde aparecen no lo hacen sólo a la manera de sujetos o experiencias singulares, sino creando redes inmigratorias y complicidades, construyendo sociabilidades e instituciones, activando o desactivando prejuicios étnicos, haciendo suya la historia mexicana y forjando relaciones nuevas con la historia de sus países. A pesar de que “una de las características del exilio —como afirma Clara Lida— es que éste rara vez se historia a sí mismo, aunque abunde en testimonios y memorias”, los coautores de este libro son en su abrumadora mayoría exiliados, inmigrantes o descendientes recientes de estos; comparten de cierta manera la experiencia del destierro, de éxodos prolongados aún después de abierto el incierto camino del retorno. Así desde la historia, la sociología, el sicoanálisis o la crítica literaria, al escribir en plural, se siguen los trazos de una memoria también simbolizada en las novelas de los argentinos Manuel Puig y Tununa Mercado o en los guiones cinematográficos de los norteamericanos Dalton Trumbo y Hugo Butler.

¿En qué país se asentaron estos exilios? En el territorio ambiguo dibujado por la Revolución, donde coexistieron una política internacional orientada hacia la defensa de la paz, la soberanía y el derecho de gentes con un régimen interno excluyente, cuyas promesas de equidad social cedieron el paso a una intolerancia política sólo atemperada por una red de consensos sociales que permitieron al Estado prescindir —hasta cierto punto— de estrategias represivas sistemáticas como las observadas en otras regiones de América. La misma  ambigüedad es evidente si nos preguntamos por el significado de los exilios en el contexto de los movimientos masivos de población en la época contemporánea. Mientras fue pública la solidaridad del gobierno mexicano con los perseguidos por el régimen franquista en España, y luego con los exiliados suramericanos y los refugiados centroamericanos, menos explícitos fueron los candados para evitar la inmigración de los judíos perseguidos por el nazismo. Si en materia de población México es un país de emigrantes económicos, en cuanto a la inmigración se refiere se verificó una política restrictiva y discrecional, algunas veces con un tinte racista, que favoreció básicamente la residencia legal de extranjeros calificados técnica y profesionalmente.

El punto de partida del libro se sitúa en la Revolución y su correlato europeo en la Primera Guerra, porque desde entonces el fenómeno de los refugiados se convirtió en un problema masivo por la permanente recomposición política y territorial del Viejo continente. Ante el descrédito del modelo civilizador europeo que le siguió a la Primera Guerra y el esperado protagonismo del Nuevo Mundo en el renacimiento de la modernidad, México revolucionario apareció como pionero en las políticas sociales, cuna de las vanguardias estéticas e intelectuales y referente obligado para el movimiento de la Reforma Universitaria en América Latina. Pero si ya en los años veinte México acogió a un pequeño grupo de exiliados y peregrinos político-culturales norteamericanos, así como a varios líderes del movimiento de la Reforma Universitaria, fue sólo hasta la segunda mitad de los años treinta cuando se constituyó la imagen de México, país refugio dominante en el siglo XX. Esto se debió fundamentalmente a la resonancia de la política internacional del gobierno presidido por Lázaro Cárdenas. En tal sentido el exilio del “gran perseguido” por el totalitarismo soviético, León Trotsky, tiene un significado emblemático, pues a propósito de un hombre sin refugio en todo el orbe el derecho de asilo político fue asociado por primera vez con la soberanía nacional como parte central de la política exterior mexicana. La misma consideración sobre la soberanía nacional, esta vez aunada a la noción de solidaridad entre los pueblos, fue aplicada al muy conocido e igualmente emblemático exilio de los republicanos españoles. Luego, en el contexto del fin de la guerra civil española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, México acogerá también a exiliados procedentes de las zonas ocupadas por las tropas alemanas: germanos y centroeuropeos opositores al régimen totalitario nacionalsocialista, franceses que constituyeron la filial latinoamericana de Francia Libre, así como a muchos intelectuales de diversas nacionalidades evadidos de la vorágine europea.

Bosquejada la imagen del país refugio tras el final de la gran conflagración internacional, nuevos exiliados llegaron a suelo mexicano para consolidarla, primero los prófugos comunistas de la casa de brujas norteamericana, y décadas después las víctimas suramericanas de la misma guerra fría amplificada en todo el continente. Entre los primeros se encontraron disidentes comunistas o socialistas estadounidenses y un notable grupo de escritores cinematográficos exiliados de Hollywood. Entre los segundos, los perseguidos por la feroz represión militar en Argentina y Chile durante los años setenta, quienes crearán diversas organizaciones solidarias o políticas, contribuirán al desarrollo de disciplinas como el sicoanálisis y forjarán una literatura trashumante escrita entre la tentaciones del olvido y la memoria provocadas por el destierro. La épica de la diplomacia exterior mexicana no estaría completa sin la gesta de su embajada en Santiago tras el derrocamiento del gobierno socialista de Chile, sólo comparable con otra protagonizada por los diplomáticos mexicanos en la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra. La gesta de una cede diplomática convertida en un improvisado campo de refugiados cierra simbólicamente estas historias del exilio, aunque no así el destierro, la adaptación y el retorno —cuando es posible— para los exiliados. Terminado así el balance del corto siglo XX en materia de exilios, el libro queda abierto para nuevas experiencias que en nuestro siglo, con su saldo actual de guerras, fantasmas y migraciones masivas, seguro pondrán a prueba la solidez del aprendizaje histórico de México, país refugio.

 Óscar Iván Calvo Isaza, El Colegio de México