Fabulando el presente:

La normalización de los discursos de desvío

y el thriller folletinesco en  los medios argentinos de comunicación

 

Hugo Hortiguera

Griffith University, Australia

 

[Homero] concebía el poder de los dioses de tal manera que todo lo que ocurría en la llanura situada frente a Troya era sólo un reflejo de las diversas conspiraciones del Olimpo. La teoría conspiracional de la sociedad es justamente una variante de este teísmo, de una creencia en dioses cuyos caprichos y deseos gobiernan todo. Proviene de la supresión de Dios, para luego preguntar: «¿Quién está en su lugar?». Su lugar lo ocupan entonces diversos hombres y grupos poderosos, grupos de presión siniestros que son los responsables de haber planeado la Gran Depresión y todos los males que sufrimos...
Umberto Eco, “El s
índrome del complot.”

 

1.      Introducción

Durante la última década del siglo XX, el  discurso cultural que se difundió en la Argentina estuvo marcado por un modelo preocupado por las apariencias y el engaño, por el disfraz y las abiertas transgresiones (Masiello). Particularmente relevantes parecen ser la tensión visible entre el eje ficción/realidad  y el nuevo lenguaje que el estado comienza a manifestar, una estrategia que, surgiendo de las entrañas mismas del campo político, será ya duplicado ya resistido por los otros actores sociales durante los años del neoliberalismo (ver Hortiguera, “De la investigación periodística al ‘potin’”). El espacio de la cultura sufrirá así, en especial bajo la presidencia del Dr. Carlos Menem, una inversión paradójica de signos caracterizada por su falta de límites, por su inestabilidad de significados, por un violento encuentro de registros (Ver Armony y Arias).

El concepto de “transgresión” resulta interesante destacarlo aquí para analizar cómo Menem se apropia de las críticas a su estilo “excesivo” de hacer política, hasta terminar transformándolo en una característica positiva de su mandato. “Soy un transgresor”, reiterará con orgullo en diversas entrevistas o declaraciones de la época, sin analizar en demasía las verdaderas y graves implicancias de su afirmación. Este concepto, señala Vázquez, atravesará toda la década de los ‘90 y, en tanto ayudará a definir la naturaleza ideológica y moral del presidente, se extenderá hacia otros terrenos.

El (ab)uso del gesto y la pose será, sin duda, uno de los elementos que más ayudará al Dr. Menem a mantener su presencia mediática, inaugurando lo que para muchos podría ser una abierta cooptación de lo visual con fines políticos (Sarlo). En este proceso pareciera percibirse un curioso desplazamiento de la palabra política, los razonamientos y las argumentaciones hacia los márgenes. Así, los rostros de los políticos y sus acciones (muchas veces insólitas) pasarán a ocupar el centro de la escena -entendida aquí como “lugar de mostración pública”-. Con frecuencia, los referentes políticos terminarán representando el papel de actores humorísticos en sketches televisivos, de jugadores deportivos en absurdas competencias o, en algún caso extremo, de monologuistas en teatro de revistas.(1) Se inaugura así un fenómeno de espectacularización de lo político que se manifestará con singularidad durante todos los ‘90, y que traerá consigo “modificaciones serias que se dan tanto en el nivel del discurso como en los cambios que se experimentan al pasar del predominio de la cultura letrada a la cultura audiovisual” (Quevedo 206).

Partiendo de una aproximación semiótico-social, en este artículo nos proponemos analizar cómo trabajaron algunos medios sobre vastos sectores de la opinión pública en una sociedad fragmentada y en crisis como lo ha sido la Argentina de los últimos 12 años.(2) Si coincidimos con Carrol (362) en que la comunicación de masas es uno de los medios principales por los cuales se transmite ideología, deberíamos preguntarnos: ¿Qué tipo de reelaboraciones han intentado hacer los medios de las representaciones sociales? ¿Cómo han influido en sectores de la sociedad y en los individuos? (Martini 151) Gracias a ciertas prácticas de “emocionalismo irracional” (la expresión pertenece a Lipovetsky) ¿se puede decir que han ayudado a degradar el espacio público democrático? (Lipovetsky, Metamorfosis de la cultura liberal 101 y Fernández Pedemonte 114). ¿Cómo se aprovecharon de estas prácticas para crear un reordenamiento de las relaciones sociales y de su visión de mundo?(3)

En el desarrollo de nuestro trabajo, tomaremos como ejemplo algunos casos particulares tratados por los medios argentinos de comunicación en el lapso descripto (en particular, los periódicos Clarín, La Nación, Página/12 y programas televisivos nacionales). Este período coincide con el surgimiento, afirmación y decadencia del llamado “modelo menemista” (que se extiende, inclusive, más allá del gobierno del Dr. Menem), entendido aquí no exclusivamente como modelo económico sino como “una forma estética que lleva implícita una cierta conciencia moral y una sensibilidad particular” (Vázquez 13).

2. El montaje de las palabras

 Es ya casi un lugar común afirmar que la vaguedad, la trivialización y los tonos sentimentales y emocionales de los discursos de Menem fueron proverbiales. Se recordará que las promesas de la “revolución productiva” y el “salariazo” nunca fueron explicitadas con precisión, y que la población las aceptó con “fuertes dosis de emoción y misticismo” (Arias 3). El poder cuasi hipnótico de sus apariciones públicas y el uso de la pose –siempre muy bien escenificadas- le sirvió al entonces presidente para convencer (o seducir, podríamos decir junto con Armony) a la población con frases impactantes sobre las virtudes del libre juego del mercado y los efectos negativos de la interferencia del estado.(4)

En este sentido, la concentración de los medios en manos de grandes grupos económicos y financieros muy allegados al gobierno influirán notablemente en la homogeneización de la opinión pública y en la pérdida de pluralidad de voces e interpretaciones dentro del sistema informativo y comunicativo argentino. La desregulación de las telecomunicaciones, llevada a cabo en la primera presidencia de Menem, implicó, en los hechos, la expansión e influencia de unos pocos grupos económicos a otras áreas prohibidas bajo la antigua legislación, diversificando y monopolizando sus actividades de radio y televisión –en todos sus formatos- tanto en la capital como en el interior. Más tarde, otros ámbitos se fueron añadiendo a los multimedia que fueron surgiendo en este período: productoras de TV, radio y cine; agencias de publicidad; casas editoriales y grabadoras de música; telefonía móvil; y hasta fondos de inversión, fenómeno todo que terminó por conformar verdaderos oligopolios que ayudarían al entonces presidente a arraigar el consenso neoliberal en la sociedad (para más detalles ver Castro y Petraglia).(5)

Como lo observa Sergio Tagle, estos nuevos grupos mediáticos se transformarían en “arte y parte” del modelo implementado por Menem. Los nuevos conglomerados y el gobierno se apoyaban mutuamente y, de alguna forma, podríamos decir que co-gobernaban. Se produjo así una cadena de influencias que continuamente propagaba opiniones favorables hacia las privatizaciones y al concepto de mercado como regulador de todas las relaciones sociales.

En una palabra, los medios bajo Menem legitimaron cada nuevo paso tomado por su administración, al publicar, emitir y consolidar la historia de la ineficiencia del estado y la eficacia del mercado para administrar la cosa pública. Estos grupos mediáticos, directos beneficiarios de las privatizaciones, apoyaron el control gubernamental sobre los sindicatos, las restricciones de la nueva flexibilización laboral y la rutina de Menem de evitar el Parlamento al recurrir a sus famosos decretos “de necesidad y urgencia”. Al mismo tiempo, desalentaron cualquier crítica al modelo menemista como una mentalidad anclada en el pasado, mientras difundían y fomentaban, en todo momento, la inclinación al derroche y al despilfarro como valor aspiracional y meta de los argentinos

Llevados por este fenómeno de un discurso que se vendía, sin embargo, como “modelo racional” (“pura ficción matemática”, lo llamará Bourdieu más tarde),  los medios argentinos de fines del siglo XX promovieron un dispendio sin límites, mediante una estética desmedida que jugaba con presentar la realidad como espectáculo permanente, en donde lo azaroso e imprevisto se daba cita como su isotopía.(6) En esta narrativa confluían el culto seductor de las apariencias, el sensacionalismo, el entretenimiento y la noticia ligera, fenómenos que buscaban uniformar las opiniones y gustos de vastos sectores de la opinión pública, en una sociedad que empezaba a mostrar, paradójicamente, rápidos signos de fragmentación cultural y social.

Estas nuevas prácticas se conformarán en los límites borrosos de dos macrogéneros básicos: la ficción y la realidad (Farré 52). Si en los ‘80, como observa Manovich (142), la estética predominante de los medios todavía mantenía una distinción entre estos elementos, con bordes más definidos, no ocurrirá lo mismo en los ‘90. En efecto, se producirá una transformación fundamental de la visión de la historia como desarrollo lineal, surgida, si se recuerda, de una idea newtoniana del mundo en donde el espacio y el tiempo eran equivalentes (Ciamberlani 123).

Dentro de aquel paradigma todavía presente en los ‘80, en donde la narrativa era considerada entonces el modelo para comprender la historia y también el presente, la separación entre ficción y realidad era algo considerado natural (Ciamberlani 122-123). Con la pérdida del sentido narrativo tradicional, el marco temporal que organizaba la realidad se desleirá, dando lugar a una estructura discursiva en red, mucho más compleja, que aniquilará la linealidad tradicional. Ya no será sobre la base de una distinción plena, sino en la bruma, en las fronteras inciertas, en el entrecruzamiento simultáneo de estos dos espacios, en donde los medios sentarán los cimientos de una estética “híper”, exagerada y rumbosa, que se encargará de crear “realidades ficticias” (Kellner [16] hablará de “pseudo-realidades”), de la misma forma en que pareciera hacerlo el discurso político (Manovich 145).(7)

El montaje entre realidad y ficción será, sin duda, uno de los procesos claves para entender la particular manipulación ideológica de estos años, por cuanto en él, mediante ciertos procedimientos de composición, se hará visible la instancia de mostración, en su doble deseo de simplificación y dramatización.(8) Y en esta amalgama compositiva, la idea de entretenimiento (muchas veces zumbón) será pivotal como fórmula de máxima eficacia para conquistar audiencias (Kellner 16). Se privilegiará así una práctica discursiva en donde se conjugarán, por un lado, elementos fácilmente reconocibles y extraídos de la propia realidad con estructuras narrativas particulares que, por otro lado, desplazarán la argumentación y la información en temas de interés público (Ford 248 y Morais 20).(9) En este cruce se hará evidente, en muchas ocasiones, la creación de un mundo “espectáculo”, que privilegiará el principio de “hacer sentir”, relacionado con una idea de seducir, fascinar y atraer la atención del público, en desmedro del “hacer saber”, de dar a conocer o informar al ciudadano (Lipovetsky, “The Contribution of Mass Media” 134).(10)

3. El thriller folletinesco

Ahora bien, sin duda, como señala Charaudeau (85), este principio de fascinación no debería prevalecer ni ocupar un espacio excesivo hasta el punto de terminar menoscabando la información, con el riesgo de hacerle perder al medio su propia legitimidad y credibilidad. La instancia mediática, entonces, debería circular siempre por una frontera sutil y delgada entre información y seducción.(11) No obstante, en los ‘90, un entretenimiento jaranero, muchas veces con referencias a otros medios, irá ganándole espacios cada vez más significativos al discurso informativo, poniendo en crisis, además, el concepto de verdad.

Así, influidos por su obsesión por el marketing y una encarnizada competencia entre distintos grupos económicos, los medios de comunicación irán contaminando el ámbito de la información con toda una serie de efectos ficcionales que, con su acento en resortes emocionales, explicarán los acontecimientos sociales mediante dispositivos propios de cierta ficción artística (ver Ford, y Charaudeau 91).(12) De esta forma, gracias a operaciones de selección y fragmentación, dramatización y serialización (Martini y Luchessi 161), con su correspondiente suspenso, se terminará presentando la cosa pública, los problemas del estado y su sociedad, cada vez más con tintes de thriller folletinesco.

Con su recurrencia a una estructura serial, el thriller folletinesco parece armarse alrededor de una trama secreta (que en Argentina toma casi siempre la forma de complot) atravesada por el exceso. En aquél se cruzan, en el nivel temático, la pasión, la ambición y una inteligencia desmedidas que llevan a cometer actos delictivos o criminales. Se agrega, además, toda una serie de situaciones narrativas recicladas de otros “textos” previos (lo que Eco [Travels 200] identificara como “arquetipos intertextuales”), extraídas ya del discurso fílmico, ya del literario o televisivo, y que, por muy trilladas y conocidas, producen en el receptor una intensa emoción, seguida por un sentimiento impreciso de déjà vu.

En este sentido, la repetición se transformará en marca de reconocimiento y goce de un repertorio muy concreto de fórmulas culturales muy arraigadas y conocidas por la audiencia. Estas articularán, por un lado, “prácticas de construcción de realidades alternativas” al tiempo que intentarán (de)mostrar, por otro, un cierto juego de la política nacional (Piglia). De esta manera, la ficción entrará en la política –invirtiendo la reiterada frase de Piglia- y la constituirá con todos sus recursos.

Lo significativo de este formato es que el momento clave de la revelación de todos los conflictos jamás se produce, y se pospone siempre para un “más adelante” que nunca llega. En este sentido, podríamos definirlo como un “mecanismo histérico” que apunta siempre a provocar una cierta exaltación y ansiedad social que ve, con preocupación, cómo el orden perdido nunca se restablece. En efecto, si, como anota Aluizio Trinta (111), el melodrama más representativo promueve patrones socialmente deseables de conducta tanto individual como colectiva, en donde se desenmascara y castiga al malo y se recompensa al bueno, en el thriller folletinesco argentino esto queda demostrado como un mito: los malos siempre escapan los castigos de la justicia y si algún orden logra establecerse será siempre inestable, provisorio y esquivo. Semejante actitud terminará por incorporar un permanente descreimiento en las instituciones del estado y, muchas veces, una justificación de la justicia por mano propia.

Así, esta práctica impondrá el tono a la comunidad argentina de los ‘90, conformará sus ideas e inaugurará una nueva época caracterizada por un presente continuo de artificios y desórdenes que escapa a cualquier explicación racional (Martín-Barbero y Grey).(13) Este modelo jugará con las apariencias y los simulacros, pondrá en relación de contigüidad la superficialidad de lo visible y público con la esfera de los sentimientos y persistirá con los cruzamientos entre ficción y el nuevo lenguaje del estado. Como bien señala Guy Debord en su descripción de la sociedad del espectáculo (28), sus argumentos se impondrán mediante un montaje de efectos, por expresiones tautológicas, repetitivas, por sorpresas arbitrarias que parecieran no dejar tiempo para la reflexión. En una palabra, este cambio de paradigma terminará presentando los problemas del estado con tintes melodramático-policiales, desdibujando una y otra vez la línea entre entretenimiento e información (Fried 157), mientras promete un desenlace que parece estar a la vuelta de la esquina, pero que siempre termina escabulléndose.

El thriller folletinesco, en una palabra, se permitirá describir la realidad argentina contemporánea en términos de falta (entendida como violación o transgresión de las normas, pero también como carencia o privación –de orden-), de desequilibrio permanente, de caos y desmesura. Como tal, se opondrá, paradójicamente, al supuesto orden racional que el neoliberalismo decía intentar restablecer en la sociedad. Lo insólito y lo inaudito –que corresponde a estrategias discursivas de dramatización, según Chareaudau (106)- parecieran ser así dos términos que describirán una realidad nacional atravesada por la confusión, la imprevisibilidad y el fraude. El universo argentino, entonces, será impredecible en forma sistemática y cuasi patológica, mundo extraño en donde todo lo inesperado puede ocurrir y en donde fallan –y faltan- las leyes racionales que intentan domesticar su recurrente exotismo.

4. El desorden remoto

Esta descripción que venimos haciendo pareciera agudizarse en particular a partir de la segunda parte de los ‘90, a medida que los conglomerados mediáticos y los capitales extranjeros se afianzan en el país y el menemismo, entendido ahora como modelo económico-político, se consolida y choca con los efectos de la globalización. Pronto, la expansión cada vez más poderosa de las empresas privadas de comunicación y las crecientes inversiones de capitales extranjeros en el medio (para mayores detalles ver Castro y Petraglia) enfrentarán una serie de crisis económicas sucesivas: el “efecto tequila” de diciembre de 1994  -con la crisis de los mercados mexicanos-, la debacle asiática de 1997 y el default ruso de 1998, hechos todos que traerán aparejados una retracción del mercado nacional y una reducción considerable del consumo.(14)

Sin embargo, pese a estas crisis, la tendencia de inversionistas extranjeros en los medios de comunicación argentinos no se detendrá. Al fin de cuentas, el menemismo, en su afán por “entrar en el (primer) mundo”, había desarticulado los controles del estado, y terminado por conformar un vacío que se les aparecía a estos capitales como territorio virgen, listo para ser explotado comercialmente. En efecto, se recordará que en 1997 el City Corp Equity Investment (CEI) hará su aparición en el ámbito mediático argentino, comprando -en sociedad con Telefónica Internacional (de España)- parte del paquete accionario del grupo Atlántida Comunicaciones (que incluía Editorial Atlántida, Radio Continental y Telefé [Canal 11]). Algo similar ocurrirá con Prime Television (de Australia), CEI y un grupo de empresarios locales respecto de Canal 9 de la capital y otros canales del interior. La misma historia se repetirá con emisoras de televisión por cable (Cf. Schettini 68). Así, se buscará explotar el espacio mediático y sujetarlo a los sistemas de “disciplinamiento” y globalización de los capitales internacionales, redefiniendo de esta forma el mapa político-económico de la Argentina de fin de siglo.

Por otra parte, con el fin de incrementar un lectorado cada vez más empobrecido por las políticas impuestas, e influidos notablemente por la presencia de estas empresas extranjeras en su directorio, los medios de comunicación escrita comenzarán a acentuar su seducción para reconquistar una audiencia nacional esquiva. Y lo harán mediante lecturas de fuerte impacto y tradición en el imaginario internacional. Recurrirán cada vez más a controles discursivos que, apelando al reduccionismo de cierto “macondismo” nacional (Ford 36) (visión euro-norteamericana acerca de América Latina similar al “orientalismo” de Edward Said), buscarán una espectacularización y dramatización de contenidos con el fin de producir el mayor efecto, incrementar las ventas y legitimar su naciente poder en la nueva sociedad (García Canclini, Ideología, cultura y poder 29), pero siempre dentro de los límites de un esquema narrativo fuertemente codificado y de probado éxito en el pasado.(15)

En una palabra, el “desorden remoto” y los “excesos no racionalizables” (García Canclini, La globalización 91) que el discurso extracontinental había asignado tradicionalmente como lectura definitoria de estas tierras servía otra vez, en los ’90, para reconfigurar (económica y socialmente) la esfera pública. Y si la anarquía, la desorganización y el caos aparecían como elementos constituyentes de nuestra geografía, el reordenamiento, la “puesta en caja” de la sociedad y sus recursos, sólo podía lograrse gracias a fuerzas externas que pudieran encorsetar y contener su “exótica exuberancia” (es interesante estudiar cómo, durante esos años, el concepto de “privatizaciones” de las empresas públicas –que quedarán casi siempre en manos extranjeras- se venderá como auténtica panacea que traería la dicha y el beneficio a todos los habitantes de la nación). En una palabra, se reiteraba una vez más una práctica que parecía evocar un fenómeno que podía remontarse al siglo XIX: una visión extranjera definía a priori los motivos que fijarían la “especificidad” argentina, mientras se proponía como el único discurso capaz de tener los instrumentos necesarios para rectificar semejante “falla”, semejante “desproporción” (para un interesantísimo desarrollo de estas ideas en la literatura nacional, ver Prieto).(16)  

Y esto no era una novedad en el espacio argentino. Como bien observa Prieto, remontándose al siglo XIX, las implicancias ideológicas de los relatos de los primeros viajeros (ingleses) en la región coadyuvaron, en su momento, a crear una cierta colonización figurativa del imperio británico en estas tierras e influyeron en la conformación de un imaginario territorial y social, al emplazar una serie de tópicos, imágenes y formas de narrar que marcarán –como una grilla- para siempre la cultura argentina (Cf. Torre 533 y Prieto). En los ’90, mientras tanto, estos (capitales) “viajeros” que acompañaban al discurso menemista reaparecerán con una práctica similar: inyectar y reciclar otra vez la idea de una falla en el territorio nacional, un sobrante, un excedente, que debe ser enmendado, corregido, reparado.

En una palabra, la Argentina aparece como lugar cruzado por el exceso, la confusión y la mezcla, lugar de una sobreabundancia mítica y desordenada que espera ser conquistada y explotada otra vez. En este sentido, el discurso de la nueva década retomará algunos de esos viejos mitos, y definirá y demarcará el espacio en donde refundar una nueva nación que logre productivamente “ajustar” esa exuberancia que escapa entre los jirones del corsé. “Within the globalised context of neo-colonialism, the manipulation of armed forces is being replaced gradually by the manipulation of market force” (Barton 3).

Esta “lógica del macondismo”, manejada muy sagazmente por un discurso político-económico que se impuso a todos los otros, reinstaló en el imaginario la idea de una estructura defectuosa y rezagada que, sólo con la ayuda de capitales externos y tecnologías importadas, estaría a tiempo de subirse en el tren de la postmodernidad y el desarrollo. El exceso, criticable y criticado, se transformó en un “sobrante” que podía ser expropiado y convertido con facilidad en ganancias rápidas por los nuevos capitales.

El gesto de muchas de las historias que circularán por estos años siempre será el mismo: el caos, las vendettas personales, la corrupción y el delito inundarán el espacio argentino. Serán parte integral de su estructura de poder y de allí se extenderán al resto de la sociedad. En este sentido, cada una de las noticias publicadas por los diferentes canales mediáticos conformarán un discurso de “descomposición social irreversible”, de ausencia de moralidad que se esparce por doquier.(17) Por otra parte, la irresolución de cada uno de estos conflictos destacará no sólo la fragilidad del edificio social sino también la incapacidad del estado nacional democrático para manejar y controlar esos excesos. Este fenómeno incrementará, como decíamos más arriba, el clima de descontento social y descreimiento público en las instituciones, instigando, en forma indirecta, a producir formas de control social –formales o informales- que terminarán tratando más con los efectos que con las causas.

En este sentido, debemos reconocer, como señala Farré (185), que la percepción del mundo de una sociedad no es homogénea, y que se acepta, entre muchos posibles, un tipo de representación como el más adecuado. El predominio de algunos esquemas organizativos por sobre otros dependerá de  la legitimidad e incidencia que un grupo particular –social, cultural, económico, político- pudiera tener dentro de esa misma comunidad y de cómo utilizará ciertos mecanismos de refuerzos y recurrencias para difundirlos y reiterarlos en la sociedad (por ejemplo, a través de los medios o la educación). Si esto es así, ¿cómo se vio afectada la manera de representar la realidad, de verla y entenderla a partir del desembarco ideológico de estos grupos poderosos en los medios? ¿Cómo se reprodujeron en el discurso nacional esos modos de mirarnos y cómo entró en crisis, a su vez, el concepto de verdad? (García Canclini, La globalización imaginada 85).

En lo que queda de este documento, nos detendremos en ejemplificar las estrategias mediáticas que intentaron reordenar la sociedad, ajustándola a esta nueva lógica, fenómeno complejo que terminó provocando corrimientos significativos en la construcción enunciativa de ciertos géneros discursivos. 

5. Estrategias mediáticas. “¿Qué ves cuando me ves?”

Una de las estrategias mediáticas más frecuentes, como decíamos más arriba, fue la construcción de un discurso que explicaba la realidad nacional en términos de “thriller folletinesco”. Desde esta perspectiva, la confluencia de una temática policial y la estructura folletinesca funcionó como mecanismo recurrente y económico que les permitía a los medios proveer sentido a su audiencia siempre dentro de lógicas de reconocimiento accesibles y muy acotadas.

Un ejemplo notable de esta práctica puede verse en el tratamiento que le dio la prensa a un famoso caso policial, en mayo de 1998.  Tomando como referencia el argumento de una famosa telenovela que había sido exhibida unos meses antes en canal 9 de Buenos Aires, los medios argentinos pusieron en duda el suicidio de uno de los hombres más poderosos de la Argentina, el empresario Alfredo Yabrán. Siguiendo los parámetros ficcionales que la novela había sugerido –en donde un poderoso empresario asesinaba a un periodista y luego fraguaba su propio suicidio con el fin de escapar al castigo-, la instancia mediática terminó fundamentando y cuestionando su muerte como una puesta en escena montada por el propio implicado para evadir la justicia.(18)

En otras oportunidades, la evocación del cine de gángsters sirvió para poder explicar los conflictos nacionales. Así, por ejemplo, una nota sobre el caso del banquero italiano Michele Sindona aparecida en Página 12, del 24 de mayo de 1998 (“Imágenes italianas, imágenes argentinas. Cómo funciona la mafia”), y firmada por Martín Granovsky, permitió asociar los actos de corrupción vernáculos con ciertos famosos filmes norteamericanos:

 

Hay que agradecer tanta precisión a los italianos. Y por otra parte, deberían canalizar su amargura contra el cine extranjero. Contra esos climas opresivos, de larga duración, sutiles, que aparecen por ejemplo en El Padrino. Al final de la parte III, Al Pacino está sentado en una silla de su jardín siciliano, abrigado con una manta en las piernas,  y de pronto se desmorona, cae y muere. La vida queda en el sol luminoso de Palermo y en su perrito, que husmea el cuerpo. La estampa bucólica del fin de un anciano que muere en su rincón, él sí de muerte natural. Pero antes, cuánta violencia. Una imagen casi argentina.

 

Y si citamos este pasaje es porque en él se lexicalizaba en forma rotunda esa apelación a la ficción para explicar una situación político-social concreta para la que era difícil encontrar términos que la describieran. Como nunca, la palabra “mafia” y las construcciones ficcionales que se armaron alrededor de ella se apoderaron de los titulares y notas periodísticas, como una forma económica y efectista que la prensa encontró para poder definir el momento político y relacionar casos lejanos –en el tiempo y el espacio- dentro de una serie mayor. Así, el término adquirirá un valor de “comodín” que terminará siendo útil para explicar cualquier otra situación delictiva o irregular: se hablará así de la mafia empresarial, política, judicial, y hasta futbolística. Semejante concepto será altamente productivo para los medios argentinos, y funcionará como el “mecanismo del secreto” típico de las telenovelas, del que ya ha hablado Lucrecia Escudero en su momento. La recurrente apelación al concepto de  “mafia” aparecerá como una estrategia de producción de un efecto: la búsqueda de un saber oculto (la agnición o reconocimiento de la identidad de los involucrados en la sociedad secreta). Esperando ese momento, el lector redoblará su fidelidad con el medio, al seguir a diario una revelación que se promete y se pierde en la serialización. 

Es así que cada edición de los periódicos será leída como un nuevo capítulo de una gran saga, con vueltas de tuerca inesperadas, conexiones imprevistas, suspenso y cliffhangers incluidos. Este cambio de paradigma conformará, como señala Pedemonte (114), discursos que orillan peligrosamente el sensacionalismo no tanto por sus alusiones a la emoción sino por su evidente falta de reflexión, afectando, como es de esperar, la calidad informativa de lo publicado.

A esta práctica se recurrirá siempre que se quiera dar cuenta del acontecer nacional de esos años. Así, por ejemplo, Eduardo Van Der Kooy, en Clarín del 5 de octubre de 1998 titulaba: “La política, bajo historias de muertes y conjuras”. En su nota, al recordar casi cinco meses más tarde el suicidio de Alfredo Yabrán, el periodista incorporaba la suspicacia y conectaba el caso con varias muertes sospechosas ocurridas en distintos momentos de la década del ‘90, proponiendo una lectura de la realidad nacional a lo “John Le Carré”: la reciente de Marcelo Cattáneo, implicado en el pago de sobornos de IBM para informatizar 525 sucursales del Banco Nación, quien habría aparecido ahorcado en un paraje aislado de la Ciudad Universitaria; la de Rodolfo Etchegoyen, director de Aduanas y muerto en 1990 en circunstancias confusas; o la de Horacio Estrada, implicado en el tráfico de armas a Croacia y Ecuador, quien, según el periodista, se había pegado “un tiro, siendo zurdo, con la mano derecha cerca de la sien izquierda”. El final del artículo, con sus típicas preguntas de rigor, no podía ser más melodramático:

 

¿Fueron hombres que no supieron salir de una encrucijada? ¿Perdieron acaso en un momento el resguardo que creyeron tener? ¿Debieron aferrarse al silencio final para no colocar en juego intereses superiores? ¿Si así hubiera sido, cuál y de quién sería aquel poder siniestro? Al gobierno y a la Justicia, más que a nadie, les cabría la responsabilidad de desentrañar estas preguntas y evitar que la política termine acorralada por juegos de muertes y conjuras.

 

En semejante cruce promiscuo, la ficción parecía intentar “validar o certificar” ciertos aspectos de la realidad (Morley151), como si solamente ésta pudiera ser explicada por mecanismos ficcionales, creando hipótesis posibles pero no necesariamente reales. Se creaba un proceso sincrético complejo, una amalgama de estos dos dominios, dando lugar a una estética particular que no distinguía bordes ni fronteras.

Y este fenómeno se repetirá una y otra vez: en la muerte del hijo del presidente Menem (1995); en el caso de la corrupción en el senado, escándalo con el que se acusaba a senadores nacionales de haber recibido sobornos para aprobar una nueva ley laboral (2000) (y que, hasta la fecha en que esto se escribe –junio de 2007-, todavía continuaba sin resolverse); en el asesinato de María Marta Belsunce en su casa de un barrio cerrado en las afueras de Buenos Aires (2002) (de igual irresolución, pero transformado en “drama de corte” en las ediciones periodísticas de junio de 2007, durante el juicio al esposo de la víctima); en el famoso caso del robo al Banco Río en la provincia de Buenos Aires en enero de 2006; o en el mucho más reciente caso Dalmasso –de similares características al de Belsunce- de 2006.(19)

Uno de los ejemplos más interesantes del uso de la ficción está dado por el uso que Clarín hizo para describir el caso Belsunce. En efecto, a partir del 26 de enero de 2003, y por casi un mes, publicó una serie de artículos ficcionales firmado por el escritor Vicente Battista, en donde un matrimonio de clase media, compuesto por Rodolfo y Patricia, comentaba las pistas y novedades del caso. Los artículos en cuestión, titulados “El crimen del country: la mira del cazador”, aparecían dos veces por semana –miércoles y domingos-, al lado de las noticias que día a día se conocían del caso. Los personajes de Battista se regodeaban haciendo lo que hacían precisamente todos los lectores del periódico: estipulaban hipótesis, se ponían en la piel del investigador, analizaban las pistas y discutían los motivos (siempre en medio de alusiones literarias), pero también se permitían pasar revista a las reglas del género policial y comparaban el caso Belsunce con algunos productos ficcionales clásicos. La ficción se transformaba en metarrelato que, puesta literalmente al lado de los artículos policiales (hay que ver que estos artículos aparecían al lado de la crónica, junto con las declaraciones policiales, comentarios de familiares y allegados y reportajes a los involucrados), examinaba la noticia, la parafraseaba y acentuaba las conexiones entre el caso real con los textos y autores más sobresalientes del género. Las permanentes referencias a Agatha Christie no escaparon a los editores de los matutinos porteños (Clarín, La Nación, Página/12), quienes aprovecharon para lanzar, por esas fechas, secciones enteras en los suplementos culturales sobre la novela policial clásica, sus características y su diferencia con la llamada “serie negra”.(20)

Sin duda, el recurso de incluir abiertamente la ficción al lado de las crónicas del caso debe haber funcionado muy bien. En efecto, Clarín vuelve a reiterar el mismo procedimiento el 16 de enero de 2006, para el caso del robo en la sucursal del Banco Río. Con el título “Asalto en Acassuso: La realidad transformada en ficción: Un guión de TV para el robo al banco”, reproduce una nota escrita por Walter Slavich (guionista de los programas de televisión Mujeres asesinas, Sin código y El garante) en donde se contaba, en clave literaria, una posible hipótesis de los acontecimientos que rodearon el asalto y un probable desenlace. ¿Cómo leer entonces cada noticia del caso que se sucede en las siguientes ediciones? ¿Dentro de qué parámetros colocarse? Un “efecto de contigüidad” con lo ficcional terminará por empañar cualquier acercamiento a la noticia, al hecho real.

Mucho más recientemente, en enero de 2007, en el caso Dalmasso se recurrirá a un principio de complementariedad (sinergia) similar al utilizado en el caso Belsunce. Así, aprovechando el creciente interés de la audiencia por esta historia, que contenía extrañas similitudes con aquél –al punto que algunos titulares parecerían repetirse-, el matutino porteño La Nación dará un paso más allá. Además de las oportunistas evocaciones sobre las novelas policiales clásicas que se incluirán –una vez más- en las crónicas del caso y los reiterados estudios sobre el género policial que, coincidentemente, reaparecerán en diversas notas de los suplementos culturales, el diario incluirá en su edición de los días miércoles una colección literaria con los libros más emblemáticos de Agatha Christie. El círculo cerraba de manera perfecta.

6. De cómo el entretenimiento compite con la información

Muchas de estas prácticas colaboraron con un sostenible incremento en las ventas de la prensa escrita. Confirmado el éxito de esta estrategia, los noticiarios de los canales de aire intentaron retomar esa senda ficcional, habida cuenta de la competencia que venían sufriendo con los canales por cable. En este sentido, el noticiero de Canal 13 fue quizás uno de los pioneros, cuando, en 1998, hablando de la crisis económica, incluyó una encuesta a supuestos “ciudadanos comunes”, entre los que se insertaban testimonios de los personajes –léase bien: no de los actores- de la telenovela Gasoleros, proyectada por ese entonces en el mismo canal.(21)

Pero los juegos no terminaron sólo allí. Un proceso similar se reiteró un año más tarde en el mismo informativo, con la telenovela Campeones de la vida (Canal 13, 1999), protagonizada por el actor Osvaldo Laport, quien encarnaba en la ficción a un boxeador. Cada encuentro boxístico del personaje de Laport en la telenovela de rigor era anunciado, comentado y analizado en el informativo como si se tratara de un encuentro pugilístico real (Farré 53).(22)

Junto con todas estas articulaciones, el packaging de la noticia televisiva fue adquiriendo una relevancia notable, mediante un trabajo de pre- y postproducción. Gracias a su particular manera de tratar su contenido y por su formato, las noticias empezaron a emparentarse más abiertamente con productos ficcionales (Farré 63) y sus referencias se cruzaban cada vez más. En su puesta en escena se llegaron a incluir recursos técnicos-visuales (teatralizaciones o recreaciones), semántico-narrativos (uso de diversos planos, difuminaciones, cámaras lentas, repeticiones,  flashbacks o raccontos, etc.), lingüísticos (predominancia de un uso poético del lenguaje), y sonoros (musicalización de las notas), dispositivos todos más cercanos a un universo ficcional que a uno informativo (para un detallado análisis de todos estos conceptos y prácticas en los medios argentinos, véase Farré).

En este contexto, los programas de entretenimiento quedaron expuestos a su vez a la competencia con los programas informativos. ¿Cómo atraer público entonces hacia la ficción cuando la misma realidad era contada en clave ficcional y terminaba “entreteniendo”? Si las noticias adquirían un interés como ficción, el entretenimiento comenzó a mostrar un interés creciente por mimetizarse con ciertos esquemas informativos.

Un ejemplo notable es el caso del programa de entretenimientos Fugitivos de Canal 11(2000). La consigna del programa era sencilla: dos participantes, empujados por la promesa de algún premio, debían desarrollar en el espacio público una situación absurda hasta atraer la atención de otros medios informativos y lograr que ellos la publicaran o transmitieran como cierta.

Las situaciones eran absolutamente disparatadas. En una oportunidad, dos participantes disfrazados como aves aparecieron encadenados frente al Congreso de la Nación para reclamar en contra del consumo avícola, rodeados a su vez por unos carteles que apelaban a salvar a las gallinas (6 de julio de 2000). Con esta broma fueron engañados periodistas de los informativos de Crónica TV y Canal 9, medio éste que llegó incluso a desarrollar una encuesta callejera alrededor de los encadenados para conocer la reacción del público acerca de la “matanza indiscriminada de gallinas”.

En otra ocasión, otro participante, encadenado a un poste en la vía pública y acompañado por carteles y volantes, se permitió protestar contra la administración de un edificio que, aducía, le impedía tener una oveja como mascota hogareña (17 de agosto de 2001). Un periodista de Radio Mitre (del grupo Clarín) llegó a entrevistar a uno de los manifestantes. Crónica TV –otra vez- llegó a titular en la apertura de sus noticias: “Mi oveja Panchita y yo: el drama del joven al que no le alquilan casa” (algo similar llegó a hacer Clarín en su versión online pero la eliminó unas horas más tarde al darse cuenta del embuste). CNN en español, en tanto, publicó en su sitio de Internet un titular que decía: “Se encadena a un poste porque no lo dejan vivir con una oveja” (Molero).

Lo interesante en estas bromas que se reiteraban semanalmente con singular éxito es que ponían en evidencia un doble juego. Por un lado, desnudaban –con mayor o menor logro- la falta de reflexión y rigor periodístico, que no lograba plantearse ni distinguir el engaño abierto. Por otro lado, ponían al descubierto la forma en que la audiencia y medios argentinos habían terminado por asimilar la idea del disparate bárbaro como parte sustancial de su sociedad. Cada semana, se aceptaba tácitamente que todas las piruetas argumentales posibles –por más rocambolescas o absurdas que pudieran ser- podían tener lugar dentro del espacio nacional, sin ponerlas en duda.

En todos estos ejemplos, la generación de verosimilitud estaba dada por las competencias del receptor que se ponían en juego. En el caso concreto de estas bromas televisivas, surgía a partir de la apelación a la experiencia y a la memoria cultural del ciudadano argentino, esto es, recurriendo a fenómenos reales y reiterados de protesta con los que la audiencia se encontraba en la calle todos los días (juntar firmas, cortar calles, manifestarse con pancartas en la vía pública), pero trivializados a un grado extremo.

En una palabra, se produjo una dinámica particular que desnudaba la extensión de la “transgresión  argentina”. Así, los medios informativos se apropiaron de discursos y prácticas ficcionales de larga tradición. Los incluyeron con exageración como parte integral de sus noticias y como forma de atracción y seducción de una audiencia enfrentada, cada vez más, a las múltiples posibilidades de elección del mercado. Mientras tanto, el discurso del entretenimiento ejecutó un proceso inverso: en un mercado en donde la información resultaba ya casi indistinguible del entretenimiento, tomó elementos de esa realidad, los sobredimensionó, siguiendo esquemas informativos, hasta hacerlos llegar casi al absurdo, y los incorporó en su práctica discursiva de forma tal de poder competir con las nuevas formas de infotainment. En definitiva, los límites terminaron absolutamente borroneados.

7. Conclusiones

Realidad y ficción de los medios se ubicaron así en una zona lábil, en un espacio inestable que se transformó en un instrumento poderoso de persuasión. La verdad de los hechos estaba siempre más allá, escondida entre las bambalinas del poder, entre los pliegues de un complot armado que se reía y escabullía de su audiencia. La credibilidad quedaba así en suspenso y la ficción se presentaba como un instrumento válido para acercarse a (una supuesta parte de) la verdad. Se persuadía estirando y retorciendo los hechos –ya ficcionales, ya reales- para que “calzaran”, para que entraran,  mixturados, hibridizados, en un terreno ambiguo, en una nueva lógica, en un ámbito particular de seducción y manipulación abierta de la representación, signado por imperativos de mercado. Semejante juego aparecía con dos preocupaciones básicas: por un lado, gracias a su serialización, regular la atención mediante una amplificación de lo irracional en el imaginario colectivo; por otro,  provocar una aceptación de ciertas medidas represivas.

Una crisis de confianza se terminó por apropiar del espacio discursivo, en donde el mundo ficticio terminó estableciendo una verdad operatoria con la realidad. Se instauró entonces toda una estrategia puesta al servicio de la producción de “un efecto de verdad” y se le hizo creer al receptor –lector, televidente, radioescucha- que esos recursos ficcionales convocados en su diégesis eran una “hipótesis real”. Y así como el discurso menemista se había vaciado semánticamente, así como las promesas no habían tenido respaldo tangible, y se habían basado en puro emocionalismo, el lenguaje de los medios informativos terminó vaciándose también, provocando una alteración en los modos de “leerlos”. 

Las historias eran creíbles porque provenían de un corpus cultural que la audiencia conocía muy bien y al que había dado estatus de verdad. Se provocaba un “placer de lo familiar” apelando con mucha sagacidad a la memoria cultural argentina, mientras se fomentaba e impulsaba una narrativa macro que construía un espacio cruzado por lo siniestro, lo azaroso y lo criminal, y que se transformaría en el imaginario de la época. La repetición casi seriada de los problemas –cada caso policial abría una serie que nunca cerraba, sino que, como en un folletín “multiplot”, se continuaba en otros- terminó incorporada en las formas de percepción de la audiencia. El thriller folletinesco acabó por reproducir y normalizar cierta forma de ver: un imperativo cuasi histérico de crisis infinitas en donde las instituciones y políticas públicas aparecían como incapaces de controlarlas. En síntesis, la conformación de un “discurso normalizador sobre el desvío”, que, con insistencia, se reiteraba en cada edición informativa (o en cada programa de entretenimiento), implicó a la postre una visión atemorizante del mundo y una aceptación irreflexiva de políticas represivas y de mayor control. En el contexto de las recientes  elecciones municipales de Buenos Aires (junio de 2007), el triunfo del candidato de la derecha, Mauricio Macri, parecería confirmar el éxito de esta estrategia.

 

Notas

 

(1). ¿Quién podría olvidar las apariciones de referentes políticos en los sketches de Hola, Susana, un programa misceláneo dirigido por una vedette de teatro de revistas o los juegos deportivos en los que el propio presidente Menem participara en los programas televisivos de su amigo Marcelo Tinelli? Un ejemplo sintomático de lo que señalamos pueda ser el Dr. Moisés Ikonicoff, quien terminara, en los primeros meses de 1998, en el escenario del teatro Astros, como monologuista en la revista de varieté Corona al gobierno, Süller al poder. Es este un viraje curioso, teniendo en cuenta los antecedentes intelectuales del personaje: “Abogado con diploma de honor en la Universidad de Buenos Aires; en Francia, investigador del Institutio de Ciencias Económicas Aplicadas, a la orden de François Perroux; director del Instituto de Estudios de Desarrollo Económico Social, dependiente de la Universidad de París (...); compañero del mítico Daniel Cohn Bendit, ideólogo del utópico Mayo Francés; asesor de Houari Bournedienne; secretario de Planificación  y en el ANSSAL; asesor de la cancillería (...)” (Vázquez 129).

 

(2). “Sabe-se, hoje, que não existe uma opinião pública, mas várias, tantas quantos grupos, camadas sócio-econômicas, e elas se expressam através das organizações, das manifestações mais ou menos espontâneas, das pesquias, das eleições, etc” (Junqueira, citando a Figuereido). El término “semiótica social” ha sido acuñado por M.A.K.Halliday (2-3), quien, entre otras cosas, señala: “By their everyday acts of meaning, people act out the social structure, affirming their own statuses and roles, and establishing and transmitting the shared systems of value and of knowledge. (…) This two fold function of the linguistic system ensures that, in the microencounters of everyday life where meanings are exchanged, language not only serves to facilitate and support other modes of social action that constitute its environment, but also actively creates an environment of its own, so making possible all the imaginative modes of meaning, from backyard gossip to narrative fiction and epic poetry. The context plays a part in determining what we say; and what we say plays a part in determining the context. As we learn how to mean, we learn to predict each from the other”.

 

(3). “Los medios de comunicación juegan un papel relevante en la construcción de los imaginarios sociales ya que, al producir bienes simbólicos, aportan a la construcción que esa sociedad hace de su imaginario. Los imaginarios sociales son las representaciones (mitos, memorias, ‘arquetipos’, etcétera) que una determinada sociedad o comunidad tiene de sí misma o de otras. A través del imaginario social una comunidad designa su identidad: elabora una representación de sí misma, marca la distribución de los papeles y los roles sociales; expresa e impone ciertas creencias, etcétera. Esta identidad colectiva marca un ‘territorio’ y define las relaciones con los ‘otros’”  (Ford 64).

 

(4). “[…] Menem shaped his candidacy and strengthened an electoral campaign that was sustained by his own physical presence exhibited as a guarantee aboard the menemovil. He offered to the political theater his body to be seen and touched as a material incarnation of the message that he brought In [an] event at [a] soccer stadium [in 1988], he entered aboard the menemovil followed by spotlights--like a true star of popular redemption who knows how to manage the aesthetics of pop and rock. In this event, his body became sublime. Dressed in fluorescent white and illuminated by a single ray of light, Menem moved through the stadium to take his place at the rostrum. In the processions of the presidential campaign, the body of Menem circumnavigated a scene in constant motion: people could see him arriving; they could see him passing by; they could follow him. He was there making his way through the crowd, slightly distant, but generating at the same time the illusion of proximity” (Sarlo, “Argentina under Menem” 34).

 

(5). Para un análisis detallado de los mayores grupos económicos que participaron de las privatizaciones argentinas y sus áreas de inversión ver Treisman.

 

(6). “Neoliberalism tends on the whole to favour severing the economy from social realities and thereby constructing, in reality, an economic system conforming to its description in pure theory, that is a sort of logical machine that presents itself as a chain of constraints regulating economic agents” (Bourdieu. Edición electrónica).

 

(7). Como señala Manovich, esta nueva estética se caracterizará por su “smoothness and continuity. Elements are now blended together, and boundaries erased rather than emphasized” (142).

 

(8). Jugamos aquí con la plurisemia de la palabra montaje, entendida no sólo como combinación de partes de un todo, sino también como ajuste y coordinacion de los elementos de la representación en un espectáculo, como aquello que sólo aparentemente corresponde a la verdad, y también como collage. Aníbal Ford hablará también de “sinergia” –palabreja que comienza a escucharse cada vez más bajo el reinado neoliberal-, entendida como un principio de complementariedad por el cual se recurre a distintos usos de un mismo producto o a la “utilización de los mismos factores de producción para realizar bienes diferentes” (106). Una de las formas que esta complementariedad adopta puede ser el merchandising –piénsese en todos los productos que una película puede originar: libros, documentales sobre el backstage, versiones fílmicas abreviadas o del director, juguetes, libros de estampas, discos compactos con la banda sonora, etc.-.

 

(9). “La confusión entre ficcionalización y narración es frecuente. Una cosa es informar mediante un discurso narrativo. Otra es transformar los acontecimientos en algo que podría haber sido inventado o inventarlos. Por otro lado, puede haber narrativización sin espectacularización. La narración es un recurso cognoscitivo igualmente válido que la argumentación, tanto en nuestra comunicación cotidiana oral, como en la escritural (...). La espectacularización supone una puesta en escena mediante recursos teatrales, visuales, auditivos, corporales, etc., que establece un ‘contrato de lectura’ muy diferente con el público de los contratos de la narración de la información o de la argumentación” (Ford 249).

 

(10). “En el contrato de información el primer propósito, el de ‘hacer saber’, que se relaciona con la verdad, que supone que el mundo existe por sí mismo y que puede informarse acerca de él con seriedad en una escena de signficación considerada ‘real’. La segunda finalidad, la de ‘hacer sentir’, sería secundaria en un contrato de este tipo pues, como se relaciona con al seducción, permite suponer, a la inversa del propósito anterior, que el mundo sólo es apariencia y que, por consiguiente, sólo puede informarse acerca de él por ‘placer’ en un escenario de significación considerado ‘ficcional’” (Charaudeau 86).

 

(11). “La información mediática queda presa en sus contradicciones, la que puede resumirse en la fórmula siguiente: ser lo más creíble posible y, al mismo tiempo, atraer al mayor número posible de receptores” (Charaudeau 85. Subrayado en el original).

 

(12). Se hace necesario aquí distinguir los conceptos de “ficcional” (y “ficcionalización”), de  “ficticio” y “factual”. Siguiendo a Farré (193-207), por ficcionalización (o por ficcional) entenderemos –siempre con diversos grados-  la representación de acciones reales, de sucesos del mundo real,  mediante recursos prestados de la ficción artística  (estrategias retóricas y estilísticas con las que se presenta la realidad y que pueden adoptar diversas formas, según sea en los niveles del enunciado, de la enunciación o en la situación comunicativa). Por ficticio, en tanto, designaremos  “lo no existente” (acciones o personajes inexistentes o que nunca tuvieron lugar). Y con el tercer término aludiremos a “lo que es o ha tenido lugar”.  

 

(13). “Se supone que el espectáculo, al desordenar, deslegitima, mientras que la misión del periodismo sería organizar lo real, imponer un orden al caos del espectáculo, dotar de legitimidad” (Martín-Barbero y Rey. Edición electrónica).

 

(14). En lo que se refiere al descenso en la de venta de los periódicos argentinos, la Asociación Mundial de Periódicos (WAN) señalaba que la Argentina presentaba, para el período 1997-2001, la caída más pronunciada en todo el mundo, con un retroceso del 35,8% (Ver Rey Lennon). Con el nombre de “efecto tequila” se conoce la crisis económica que se produjo en los países emergentes –entre ellos, la Argentina- a partir de la devaluación del peso mexicano en diciembre de 1994.

 

(15). “Esta reducción a lo exótico o lo grotesco sobre los países o regiones pobres, dependientes,  no es nueva. El imaginario común o la ideología sobre ellos va pareja a las curiosidades de viejo circo  o de feria, a las exposiciones internacionales donde se mostraban aborígenes como seres infrahumanos. Pero da una vuelta de tuerca en la actualidad, en su ingreso en la publicidad o en los diversos géneros de la televisión verdad, ambos fenómenos pertenecientes a la globalización de los mercados. Sin embargo, esta vuelta de tuerca tiene anclajes históricos lejanos como las formas en que (o desde donde) en los países centrales se vio o construyó peyorativa o exóticamente la figura del otro, mirada muchas veces sustentada en teorías o concepciones filosóficas como sucedió, por ejemplo durante la etapa de expansión imperialista de la segunda mitad del siglo pasado, con el darwinismo social, que ubicaba la cultura de los países subdesarrollados o, simplemente, a los pobres de su propia cultura en una escala inferior de la evolución” (Ford 36)

 

(16). La hipótesis de Prieto observa que la literatura nacional se habría originado a partir de un discurso extranjero, el cual habría determinado con anterioridad el imaginario que fijaría la “especificidad” argentina. La  elección de ciertos motivos que aparecen recurrentemente en los escritos de estos viajeros, como el gaucho, el matadero, la pampa o el indio, habrían sido “traducidos” y reciclados por los fundadores de la literatura nacional como Alberdi, Echeverría, Mármol o Sarmiento.

 

(17). Hay que recordar aquí la particular retroalimentación de noticias que se produce entre las ediciones de los periódicos, los programas matutinos de radio (que las leen y expanden) y los noticiarios que las retoman a la noche, hasta reiterarse todo el proceso otra vez al día siguiente.

 

(18). En 1997, el empresario Alfredo Yabrán, un hombre estrechamente relacionado con el gobierno del Dr.Carlos Menem y sus políticas privatizadoras, había sido acusado de estar involucrado en varios actos de corrupción y de ser el instigador del asesinato del fotógrafo de la revista Noticias, José Luis Cabezas (25 de enero de 1997). Acorralado por las acusaciones de la prensa, se suicidó en su estancia de la Provincia de Entre Ríos el 20 de mayo de 1998. Su participación intelectual en el asesinato del fotógrafo nunca fue totalmente aclarada en la justicia. La telenovela en cuestión, Ricos y famosos, de Hugo Moser, en donde proféticamente se vaticinó el suicidio de Yabrán, fue emitida por Canal 9 de Buenos Aires, unos meses antes de la muerte del empresario. Para un análisis detallado del caso Yabrán y su relación con la telenovela, ver Hortiguera, “Imposturas de la ficción”.

 

(19). La muerte de Carlos Saúl Menem (h) en un accidente aéreo el 15 de marzo de 1995 desencadenó una serie de especulaciones relacionadas con un posible atentado. Para un análisis detallado de este caso, ver Wiñazki. En lo que se refiere al caso de la corrupción en el senado, el seguimiento de la prensa  durante los meses de junio y agosto de 2000, y las consecuencias mediáticas y políticas del caso, ver Hortiguera, “Seduciendo desde la frontera”. Para una descripción del asalto a la oficina bancaria del Banco Río, en la provincia de Buenos Aires, el 13 de enero de 2006, y su cobertura periodística,  ver “Así elogió la prensa argentina a los ladrones que robaron una sucursal del Banco Río”. Sobre el tratamiento que dio la prensa al asesinato de María Marta García Belsunce, el 27 de octubre de 2002, ver el trabajo de Hortiguera, “Productos mediáticos”. Finalmente, para detalles sobre el asesinato de Nora Dalmasso y las aristas sensacionalistas que le dieron los medios al caso ver “Río Cuarto...”).

 

(20). El fenómeno se reitera recientemente con la decisión de un tribunal de justicia de sentenciar al esposo de María Marta Belsunce a cinco años de prisión por encubrimiento en su asesinato. Al día siguiente de la sentencia (12 de julio de 2007), Página/12 no titubeó en publicar una entrevista al escritor Vicente Battista en donde se le pedía al autor un análisis del caso en “clave de novela policial” (ver Alarcón).

 

(21). No está de más recordar que canal 13 pertenece al grupo que edita también el periódico Clarín. Es significativo entonces que esta práctica se hubiera desarrollado casi paralelamente en los dos medios.

 

(22). Clarín también retomó esa práctica en sus páginas.

 

 

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