Fabulando el presente:
La
normalización de los discursos de desvío
y el thriller folletinesco
en los medios argentinos de
comunicación
Griffith
University, Australia
[Homero] concebía el poder de los dioses de tal manera
que todo lo
que ocurría en la llanura situada frente a Troya era sólo
un
reflejo de las diversas conspiraciones del Olimpo. La teoría
conspiracional de la sociedad es justamente una variante de este
teísmo,
de una creencia en dioses cuyos caprichos y deseos
gobiernan todo. Proviene de la supresión de Dios, para luego
preguntar:
«¿Quién está en su lugar?». Su lugar lo ocupan entonces diversos
hombres y grupos poderosos, grupos de presión siniestros que son
los
responsables de haber planeado la Gran Depresión y todos los
males que
sufrimos...
Umberto Eco, “El síndrome del
complot.”
1.
Introducción
Durante
la última década del siglo
XX, el discurso cultural que se
difundió en la Argentina estuvo marcado por un modelo preocupado
por las
apariencias y el engaño, por el disfraz y las abiertas
transgresiones
(Masiello). Particularmente relevantes parecen ser la tensión
visible
entre el eje ficción/realidad
y el nuevo lenguaje que el estado comienza a manifestar, una
estrategia
que, surgiendo de las entrañas mismas del campo político,
será ya duplicado ya resistido por los otros actores sociales
durante
los años del neoliberalismo (ver Hortiguera, “De la
investigación periodística al ‘potin’”). El espacio de la cultura sufrirá
así, en especial bajo la presidencia del Dr. Carlos Menem, una
inversión paradójica de signos caracterizada por su falta
de
límites, por su inestabilidad de significados, por un violento
encuentro
de registros (Ver Armony y Arias).
El
concepto de
“transgresión” resulta interesante destacarlo aquí
para analizar cómo Menem se apropia de las críticas a su
estilo
“excesivo” de hacer política, hasta terminar
transformándolo en una característica positiva de su
mandato.
“Soy un transgresor”, reiterará con orgullo en diversas
entrevistas o declaraciones de la época, sin analizar en
demasía
las verdaderas y graves implicancias de su afirmación. Este
concepto,
señala Vázquez, atravesará toda la década
de los
‘90 y, en tanto ayudará a definir la naturaleza
ideológica
y moral del presidente, se extenderá hacia otros terrenos.
El (ab)uso del gesto y la pose será, sin duda, uno de
los
elementos que más ayudará al Dr. Menem a mantener su
presencia
mediática, inaugurando lo que para muchos podría ser una
abierta
cooptación de lo visual con fines políticos (Sarlo). En
este proceso
pareciera percibirse un curioso desplazamiento de la palabra
política,
los razonamientos y las argumentaciones hacia los márgenes.
Así,
los rostros de los políticos y sus acciones (muchas veces
insólitas) pasarán a ocupar el centro de la escena
-entendida
aquí como “lugar de mostración pública”-. Con
frecuencia, los referentes políticos terminarán
representando el
papel de actores humorísticos en sketches televisivos,
de
jugadores deportivos en absurdas competencias o, en algún caso
extremo,
de monologuistas en teatro de revistas.(1) Se
inaugura así un
fenómeno de espectacularización de lo político que
se
manifestará con singularidad durante todos los ‘90, y que
traerá consigo “modificaciones serias que se dan tanto en el
nivel
del discurso como en los cambios que se experimentan al pasar del
predominio de
la cultura letrada a la cultura audiovisual” (Quevedo 206).
Partiendo de una
aproximación
semiótico-social, en este artículo nos proponemos
analizar
cómo trabajaron algunos medios sobre vastos sectores de la
opinión pública en una sociedad fragmentada y en crisis
como lo
ha sido la Argentina de los últimos 12 años.(2)
Si
coincidimos con Carrol (362) en que la comunicación de masas es
uno de
los medios principales por los cuales se transmite ideología,
deberíamos preguntarnos: ¿Qué tipo de
reelaboraciones han
intentado hacer los medios de las representaciones sociales?
¿Cómo han influido en sectores de la sociedad y en los
individuos? (Martini 151) Gracias a ciertas prácticas de
“emocionalismo irracional” (la expresión pertenece a
Lipovetsky) ¿se puede decir que han ayudado a degradar el
espacio
público democrático? (Lipovetsky, Metamorfosis de la
cultura
liberal 101 y Fernández Pedemonte 114). ¿Cómo
se
aprovecharon de estas prácticas para crear un reordenamiento de
las
relaciones sociales y de su visión de mundo?(3)
En el desarrollo de
nuestro trabajo, tomaremos como
ejemplo algunos casos particulares tratados por los medios argentinos
de
comunicación en el lapso descripto (en particular, los
periódicos
Clarín, La Nación, Página/12 y programas
televisivos nacionales). Este período coincide con el
surgimiento,
afirmación y decadencia del llamado “modelo menemista” (que
se extiende, inclusive, más allá del gobierno del Dr.
Menem),
entendido aquí no exclusivamente como modelo económico
sino como
“una forma estética que lleva implícita una cierta
conciencia moral y una sensibilidad particular” (Vázquez 13).
2. El montaje de las
palabras
Es
ya casi un lugar común afirmar
que la vaguedad, la trivialización y los tonos sentimentales y
emocionales de los discursos de Menem fueron proverbiales. Se
recordará
que las promesas de la “revolución productiva” y el
“salariazo” nunca fueron explicitadas con precisión, y que
la población las aceptó con “fuertes dosis de
emoción y misticismo” (Arias 3). El poder cuasi hipnótico
de sus apariciones públicas y el uso de la pose –siempre muy
bien
escenificadas- le sirvió al entonces presidente para convencer
(o
seducir, podríamos decir junto con Armony) a la población
con
frases impactantes sobre las virtudes del libre juego del mercado y los
efectos
negativos de la interferencia del estado.(4)
En este sentido, la
concentración de los medios en manos de grandes grupos
económicos
y financieros muy allegados al gobierno influirán notablemente
en
la homogeneización de la opinión pública y en la
pérdida de pluralidad de voces e interpretaciones dentro del
sistema
informativo y comunicativo argentino. La desregulación de las
telecomunicaciones, llevada a cabo en la primera presidencia de Menem,
implicó, en los hechos, la expansión e influencia de unos
pocos
grupos económicos a otras áreas prohibidas bajo la
antigua
legislación, diversificando y monopolizando sus actividades de
radio y
televisión –en todos sus formatos- tanto en la capital como en
el
interior. Más tarde, otros ámbitos se fueron
añadiendo a
los multimedia que fueron surgiendo en este período: productoras
de TV,
radio y cine; agencias de publicidad; casas editoriales y grabadoras de
música; telefonía móvil; y hasta fondos de
inversión, fenómeno todo que terminó por conformar
verdaderos oligopolios que ayudarían al entonces presidente a
arraigar
el consenso neoliberal en la sociedad (para más detalles ver
Castro y
Petraglia).(5)
Como
lo observa Sergio Tagle,
estos nuevos grupos
mediáticos se transformarían en “arte y parte”
del modelo implementado por Menem. Los nuevos conglomerados y el
gobierno se
apoyaban mutuamente y, de alguna forma, podríamos decir que
co-gobernaban. Se produjo así una cadena de influencias que
continuamente propagaba opiniones favorables hacia las privatizaciones
y al
concepto de mercado como regulador de todas las relaciones sociales.
En una palabra, los medios
bajo Menem legitimaron cada
nuevo paso tomado por su administración, al publicar, emitir y
consolidar la historia de la ineficiencia del estado y la eficacia del
mercado
para administrar la cosa pública. Estos grupos
mediáticos,
directos beneficiarios de las privatizaciones, apoyaron el control
gubernamental sobre los sindicatos, las restricciones de la nueva
flexibilización laboral y la rutina de Menem de evitar el
Parlamento al
recurrir a sus famosos decretos “de necesidad y urgencia”. Al mismo
tiempo, desalentaron cualquier crítica al modelo menemista como
una
mentalidad anclada en el pasado, mientras difundían y
fomentaban, en
todo momento, la inclinación al derroche y al despilfarro como
valor
aspiracional y meta de los argentinos
Llevados por este fenómeno de un discurso que se
vendía,
sin embargo, como “modelo racional” (“pura ficción
matemática”, lo llamará Bourdieu más tarde), los medios argentinos de fines del siglo
XX promovieron un dispendio sin límites, mediante una
estética
desmedida que jugaba con presentar la realidad como espectáculo
permanente, en donde lo azaroso e imprevisto se daba cita como su
isotopía.(6) En esta narrativa
confluían el culto seductor
de las apariencias, el sensacionalismo, el entretenimiento y la noticia
ligera,
fenómenos que buscaban uniformar las opiniones y gustos de
vastos
sectores de la opinión pública, en una sociedad que
empezaba a
mostrar, paradójicamente, rápidos signos de
fragmentación
cultural y social.
Estas nuevas prácticas se conformarán en los límites borrosos de dos macrogéneros básicos: la ficción y la realidad (Farré 52). Si en los ‘80, como observa Manovich (142), la estética predominante de los medios todavía mantenía una distinción entre estos elementos, con bordes más definidos, no ocurrirá lo mismo en los ‘90. En efecto, se producirá una transformación fundamental de la visión de la historia como desarrollo lineal, surgida, si se recuerda, de una idea newtoniana del mundo en donde el espacio y el tiempo eran equivalentes (Ciamberlani 123).
Dentro
de aquel paradigma todavía presente en los ‘80,
en donde la narrativa era considerada entonces el modelo para
comprender la
historia y también el presente, la separación entre
ficción y realidad era algo considerado natural (Ciamberlani
122-123).
Con la pérdida del sentido narrativo tradicional, el marco
temporal que
organizaba la realidad se desleirá, dando lugar a una estructura
discursiva en red, mucho más compleja, que aniquilará la
linealidad tradicional. Ya no
será sobre la base de una distinción plena, sino
en la bruma, en las fronteras inciertas, en el entrecruzamiento
simultáneo
de estos dos espacios, en donde los medios sentarán los
cimientos de una
estética “híper”, exagerada y rumbosa, que se
encargará de crear “realidades ficticias” (Kellner [16]
hablará de “pseudo-realidades”), de la misma forma en que
pareciera hacerlo el discurso político (Manovich 145).(7)
El montaje entre realidad y ficción
será, sin duda, uno de los procesos claves para entender la
particular
manipulación ideológica de estos años, por cuanto
en
él, mediante ciertos procedimientos de composición, se
hará visible la instancia de mostración, en su doble
deseo de
simplificación y dramatización.(8)
Y en esta amalgama
compositiva, la idea de entretenimiento (muchas veces zumbón)
será pivotal como fórmula de
máxima eficacia para conquistar audiencias (Kellner 16). Se
privilegiará así una práctica discursiva en donde
se
conjugarán, por un lado, elementos fácilmente
reconocibles y
extraídos de la propia realidad con estructuras narrativas
particulares
que, por otro lado, desplazarán la argumentación y la
información en temas de interés público (Ford 248
y Morais
20).(9) En este cruce se hará evidente,
en muchas ocasiones, la creación de un mundo
“espectáculo”, que privilegiará el principio de
“hacer sentir”, relacionado con una idea de seducir, fascinar y
atraer la atención del público, en desmedro del “hacer
saber”, de dar a conocer o informar al ciudadano (Lipovetsky, “The
Contribution of Mass Media” 134).(10)
3. El thriller folletinesco
Ahora bien, sin duda, como señala Charaudeau (85), este principio de
fascinación no debería prevalecer ni ocupar un espacio
excesivo
hasta el punto de terminar menoscabando la información, con el
riesgo de
hacerle perder al medio su propia legitimidad y credibilidad. La
instancia mediática,
entonces, debería circular siempre por una frontera sutil y
delgada
entre información y seducción.(11)
No obstante, en los
‘90, un entretenimiento jaranero, muchas veces con referencias a otros
medios, irá
ganándole espacios cada vez más significativos al
discurso
informativo, poniendo en crisis, además, el concepto de verdad.
Así, influidos por su obsesión
por el marketing y una encarnizada competencia entre distintos grupos
económicos, los medios de comunicación irán
contaminando
el ámbito de la información con toda una serie de efectos
ficcionales que, con su acento en resortes emocionales,
explicarán los
acontecimientos sociales mediante dispositivos propios de cierta
ficción
artística (ver Ford, y Charaudeau 91).(12) De esta
forma, gracias a operaciones de
selección
y fragmentación, dramatización y serialización (Martini
y Luchessi 161), con su correspondiente suspenso, se terminará
presentando la cosa pública, los problemas del estado y su sociedad, cada vez más con tintes de thriller folletinesco.
Con su recurrencia a una estructura serial, el thriller folletinesco
parece armarse alrededor de una trama secreta (que en Argentina toma
casi
siempre la forma de complot) atravesada por el exceso. En aquél
se
cruzan, en el nivel temático, la pasión, la
ambición y una
inteligencia desmedidas que llevan a cometer actos delictivos o
criminales. Se
agrega, además, toda una serie de situaciones narrativas
recicladas de
otros “textos” previos (lo que Eco [Travels 200]
identificara como “arquetipos intertextuales”), extraídas ya
del discurso fílmico, ya del literario o televisivo, y que, por
muy
trilladas y conocidas, producen en el receptor una intensa
emoción,
seguida por un sentimiento impreciso de déjà vu.
En este sentido, la repetición se transformará en marca de reconocimiento y goce de un repertorio muy concreto de fórmulas culturales muy arraigadas y conocidas por la audiencia. Estas articularán, por un lado, “prácticas de construcción de realidades alternativas” al tiempo que intentarán (de)mostrar, por otro, un cierto juego de la política nacional (Piglia). De esta manera, la ficción entrará en la política –invirtiendo la reiterada frase de Piglia- y la constituirá con todos sus recursos.
Lo significativo de este formato es que el momento clave de
la
revelación de todos los conflictos jamás se produce, y se
pospone
siempre para un “más adelante” que nunca llega. En este
sentido, podríamos definirlo como un “mecanismo
histérico” que apunta siempre a provocar una cierta
exaltación
y ansiedad social que ve, con preocupación, cómo el orden
perdido
nunca se restablece. En efecto, si, como anota Aluizio Trinta (111), el
melodrama más representativo promueve patrones socialmente
deseables de
conducta tanto individual como colectiva, en donde se desenmascara y
castiga al
malo y se recompensa al bueno, en el thriller folletinesco
argentino
esto queda demostrado como un mito: los malos siempre escapan los
castigos de
la justicia y si algún orden logra establecerse será
siempre
inestable, provisorio y esquivo. Semejante actitud terminará por
incorporar un permanente descreimiento en las instituciones del estado
y,
muchas veces, una justificación de la justicia por mano propia.
Así, esta
práctica
impondrá el tono a la comunidad argentina de los ‘90,
conformará sus ideas e inaugurará una nueva época
caracterizada por un presente continuo de artificios y
desórdenes que
escapa a cualquier explicación racional (Martín-Barbero
y Grey).(13) Este
modelo jugará con las apariencias y los simulacros,
pondrá en
relación de contigüidad la superficialidad de lo visible y
público con la esfera de los sentimientos y persistirá
con los
cruzamientos entre ficción y el nuevo lenguaje del estado. Como
bien
señala Guy Debord en su descripción de la sociedad del
espectáculo
(28), sus argumentos se impondrán mediante un montaje de
efectos, por
expresiones tautológicas, repetitivas, por sorpresas arbitrarias
que
parecieran no dejar tiempo para la reflexión. En una palabra,
este
cambio de paradigma terminará presentando los problemas del
estado con
tintes melodramático-policiales, desdibujando una y otra vez la
línea entre entretenimiento e información (Fried 157),
mientras
promete un desenlace que parece estar a la vuelta de la esquina, pero
que
siempre termina escabulléndose.
El thriller folletinesco, en una
palabra, se permitirá describir la realidad argentina
contemporánea en términos de falta (entendida como
violación o transgresión de las normas, pero
también como
carencia o privación –de orden-), de desequilibrio permanente,
de
caos y desmesura. Como tal, se opondrá, paradójicamente,
al
supuesto orden racional que el neoliberalismo decía intentar
restablecer
en la sociedad. Lo insólito y lo inaudito –que corresponde a
estrategias discursivas de dramatización, según
Chareaudau (106)-
parecieran ser así dos términos que describirán
una
realidad nacional atravesada por la confusión, la
imprevisibilidad y el
fraude. El universo argentino, entonces, será impredecible en
forma
sistemática y cuasi patológica, mundo extraño en
donde
todo lo inesperado puede ocurrir y en donde fallan –y faltan- las leyes
racionales que intentan domesticar su recurrente exotismo.
4. El desorden remoto
Esta descripción que venimos haciendo pareciera
agudizarse en particular a partir de la segunda parte de los ‘90, a
medida que los conglomerados mediáticos y los capitales
extranjeros se
afianzan en el país y el menemismo, entendido ahora como modelo
económico-político, se consolida y choca con los efectos
de la
globalización. Pronto, la expansión cada vez más
poderosa
de las empresas privadas de comunicación y las crecientes
inversiones de
capitales extranjeros en el medio (para mayores detalles ver Castro y
Petraglia) enfrentarán una serie de crisis económicas
sucesivas:
el “efecto tequila” de diciembre de 1994 -con
la crisis de los mercados
mexicanos-, la debacle asiática de 1997 y el default
ruso de
1998, hechos todos que traerán aparejados una retracción
del
mercado nacional y una reducción considerable del consumo.(14)
Sin embargo, pese a estas crisis, la tendencia de
inversionistas
extranjeros en los medios de comunicación argentinos no se
detendrá. Al fin de cuentas, el menemismo, en su afán por
“entrar en el (primer) mundo”, había desarticulado los
controles del estado, y terminado por conformar un vacío que se
les
aparecía a estos capitales como territorio
virgen, listo para ser explotado comercialmente. En efecto, se
recordará que en 1997 el City Corp
Equity Investment (CEI) hará su aparición en el
ámbito
mediático argentino, comprando -en sociedad con Telefónica
Internacional (de España)- parte del
paquete accionario del grupo Atlántida
Comunicaciones (que incluía Editorial
Atlántida, Radio Continental
y Telefé [Canal 11]). Algo
similar ocurrirá con Prime Television (de
Australia),
CEI y un grupo de empresarios locales respecto de Canal
9 de la capital y otros canales del interior. La misma
historia se repetirá con emisoras de televisión por cable
(Cf.
Schettini 68). Así, se buscará explotar el espacio
mediático y sujetarlo a los sistemas de “disciplinamiento” y
globalización de los capitales internacionales, redefiniendo de
esta
forma el mapa político-económico de la Argentina de fin
de siglo.
Por otra parte, con el fin de incrementar un lectorado cada
vez
más empobrecido por las políticas impuestas, e influidos
notablemente por la presencia de estas empresas extranjeras en su
directorio,
los medios de comunicación escrita comenzarán a acentuar
su
seducción para reconquistar una audiencia nacional esquiva. Y lo
harán mediante lecturas de fuerte impacto y tradición en
el
imaginario internacional. Recurrirán cada vez más a
controles
discursivos que, apelando al reduccionismo de cierto “macondismo”
nacional (Ford 36) (visión euro-norteamericana acerca de
América
Latina similar al “orientalismo” de Edward Said), buscarán
una espectacularización y dramatización de contenidos con
el fin
de producir el mayor efecto, incrementar las ventas y legitimar su
naciente
poder en la nueva sociedad (García Canclini, Ideología,
cultura y poder 29), pero siempre dentro de los límites de
un
esquema narrativo fuertemente codificado y de probado éxito en
el
pasado.(15)
En una palabra, el “desorden remoto” y los “excesos no racionalizables” (García Canclini, La globalización 91) que el discurso extracontinental había asignado tradicionalmente como lectura definitoria de estas tierras servía otra vez, en los ’90, para reconfigurar (económica y socialmente) la esfera pública. Y si la anarquía, la desorganización y el caos aparecían como elementos constituyentes de nuestra geografía, el reordenamiento, la “puesta en caja” de la sociedad y sus recursos, sólo podía lograrse gracias a fuerzas externas que pudieran encorsetar y contener su “exótica exuberancia” (es interesante estudiar cómo, durante esos años, el concepto de “privatizaciones” de las empresas públicas –que quedarán casi siempre en manos extranjeras- se venderá como auténtica panacea que traería la dicha y el beneficio a todos los habitantes de la nación). En una palabra, se reiteraba una vez más una práctica que parecía evocar un fenómeno que podía remontarse al siglo XIX: una visión extranjera definía a priori los motivos que fijarían la “especificidad” argentina, mientras se proponía como el único discurso capaz de tener los instrumentos necesarios para rectificar semejante “falla”, semejante “desproporción” (para un interesantísimo desarrollo de estas ideas en la literatura nacional, ver Prieto).(16)
Y esto
no era una novedad en el espacio argentino. Como bien observa
Prieto, remontándose al siglo XIX, las implicancias
ideológicas
de los relatos de los primeros viajeros (ingleses) en la región
coadyuvaron, en su momento, a crear una cierta colonización
figurativa
del imperio británico en estas tierras e influyeron en la
conformación de un imaginario territorial y social, al emplazar
una serie
de tópicos, imágenes y formas de narrar que
marcarán
–como una grilla- para siempre la cultura argentina (Cf. Torre 533 y
Prieto). En los ’90, mientras tanto, estos (capitales)
“viajeros” que acompañaban al discurso menemista
reaparecerán con una práctica similar: inyectar y
reciclar otra
vez la idea de una falla en el territorio nacional, un sobrante, un
excedente,
que debe ser enmendado, corregido, reparado.
En una palabra, la Argentina aparece como lugar cruzado por
el exceso,
la confusión y la mezcla, lugar de una sobreabundancia
mítica y
desordenada que espera ser conquistada y explotada otra vez. En este
sentido,
el discurso de la nueva década retomará algunos de esos
viejos
mitos, y definirá y demarcará el espacio en donde
refundar una
nueva nación que logre productivamente “ajustar” esa
exuberancia que escapa entre los jirones del corsé. “Within the globalised context of neo-colonialism, the
manipulation of armed forces is being replaced gradually by the
manipulation of
market force” (Barton 3).
Esta “lógica del macondismo”, manejada muy sagazmente
por un discurso político-económico que se impuso a todos
los
otros, reinstaló en el imaginario la idea de una estructura
defectuosa y
rezagada que, sólo con la ayuda de capitales externos y
tecnologías importadas, estaría a tiempo de subirse en el
tren de
la postmodernidad y el desarrollo. El exceso, criticable y criticado,
se
transformó en un “sobrante” que podía ser expropiado
y convertido con facilidad en ganancias rápidas por los nuevos
capitales.
El
gesto de muchas de las historias que circularán por estos
años siempre será el mismo: el caos, las vendettas
personales, la corrupción y el delito inundarán el
espacio
argentino. Serán parte integral de su
estructura
de poder y de allí se extenderán al resto de la sociedad.
En este sentido, cada una de las
noticias
publicadas por los diferentes canales mediáticos
conformarán un
discurso de “descomposición social irreversible”, de
ausencia de moralidad que se esparce por doquier.(17)
Por otra parte, la
irresolución de cada uno de estos conflictos destacará no
sólo la fragilidad del edificio social sino también la
incapacidad del estado nacional democrático para manejar y
controlar
esos excesos. Este fenómeno
incrementará,
como decíamos más arriba, el clima de descontento social
y
descreimiento público en las instituciones, instigando, en forma
indirecta, a producir formas de control social –formales o informales-
que terminarán tratando más
con los efectos que con las causas.
En este sentido, debemos
reconocer, como señala
Farré (185), que la percepción del
mundo de una sociedad no es homogénea, y que se acepta, entre
muchos
posibles, un tipo de representación como el más adecuado.
El
predominio de algunos esquemas organizativos por sobre otros
dependerá
de la legitimidad e incidencia que
un grupo particular –social, cultural, económico,
político-
pudiera tener dentro de esa misma comunidad y de cómo
utilizará
ciertos mecanismos de refuerzos y recurrencias para difundirlos y
reiterarlos
en la sociedad (por ejemplo, a través de los medios o la
educación). Si esto es así, ¿cómo se vio
afectada
la manera de representar la realidad, de verla y entenderla a partir
del
desembarco ideológico de estos grupos poderosos en los medios?
¿Cómo se reprodujeron en el discurso nacional esos modos
de
mirarnos y cómo entró en crisis, a su vez, el concepto de
verdad?
(García Canclini, La globalización imaginada 85).
En lo que queda de este
documento, nos detendremos en
ejemplificar las estrategias mediáticas que intentaron reordenar
la
sociedad, ajustándola a esta nueva lógica,
fenómeno
complejo que terminó provocando corrimientos significativos en
la
construcción enunciativa de ciertos géneros discursivos.
5. Estrategias
mediáticas. “¿Qué ves cuando me
ves?”
Una de las estrategias
mediáticas más frecuentes, como
decíamos más arriba, fue la construcción de un
discurso
que explicaba la realidad nacional en términos de “thriller folletinesco”.
Desde esta perspectiva, la confluencia de una temática policial
y la
estructura folletinesca funcionó como mecanismo recurrente y
económico que les permitía a los medios proveer sentido a
su
audiencia siempre dentro de lógicas de reconocimiento accesibles
y muy
acotadas.
Un ejemplo notable de esta
práctica puede verse en el tratamiento
que le dio la prensa a un famoso caso policial, en mayo de 1998. Tomando como referencia el argumento de
una famosa telenovela que había sido exhibida unos meses antes
en canal
9 de Buenos Aires, los medios argentinos pusieron en duda el
suicidio de
uno de los hombres más poderosos de la Argentina, el empresario
Alfredo
Yabrán. Siguiendo los parámetros ficcionales que la
novela
había sugerido –en donde un poderoso empresario asesinaba a un
periodista y luego fraguaba su propio suicidio con el fin de escapar al
castigo-, la instancia mediática terminó fundamentando y
cuestionando su muerte como una puesta en escena montada por el propio
implicado para evadir la justicia.(18)
En otras oportunidades, la
evocación del cine de gángsters sirvió para poder explicar los
conflictos
nacionales. Así, por ejemplo, una nota sobre el caso del
banquero
italiano Michele Sindona aparecida en Página
12, del 24 de mayo de 1998 (“Imágenes italianas,
imágenes argentinas. Cómo funciona la mafia”), y firmada
por Martín Granovsky, permitió asociar los actos de
corrupción vernáculos con ciertos famosos filmes
norteamericanos:
Hay que
agradecer tanta precisión a los italianos. Y por otra parte,
deberían canalizar su amargura contra el cine extranjero. Contra
esos
climas opresivos, de larga duración, sutiles, que aparecen por
ejemplo
en El Padrino. Al final de la parte
III, Al Pacino está sentado en una silla de su jardín
siciliano,
abrigado con una manta en las piernas,
y de pronto se desmorona, cae y muere. La vida queda en el sol
luminoso
de Palermo y en su perrito, que husmea el cuerpo. La estampa
bucólica
del fin de un anciano que muere en su rincón, él
sí de
muerte natural. Pero antes, cuánta violencia. Una imagen casi
argentina.
Y si citamos este pasaje
es porque en él se lexicalizaba en forma rotunda esa
apelación a
la ficción para explicar una situación
político-social
concreta para la que era difícil encontrar términos que
la
describieran. Como nunca, la palabra
“mafia” y las construcciones ficcionales que se armaron alrededor
de ella se apoderaron de los titulares y notas periodísticas,
como una
forma económica y efectista que la prensa encontró para
poder
definir el momento político y relacionar casos lejanos –en el
tiempo y el espacio- dentro de una serie mayor. Así, el
término
adquirirá un valor de “comodín” que terminará
siendo útil para explicar cualquier otra situación
delictiva o
irregular: se hablará así de la mafia empresarial,
política, judicial, y hasta futbolística. Semejante
concepto
será altamente productivo para los medios argentinos, y
funcionará como el “mecanismo del secreto”
típico de las telenovelas, del que ya ha hablado Lucrecia
Escudero en su
momento. La recurrente apelación al concepto de
“mafia” aparecerá como
una estrategia de producción de un efecto: la búsqueda de
un
saber oculto (la agnición o reconocimiento de la
identidad de los
involucrados en la sociedad secreta). Esperando ese momento, el lector
redoblará su fidelidad con el medio, al seguir a diario una
revelación que se promete y se pierde en la serialización.
Es así que cada
edición de los
periódicos será leída como un nuevo
capítulo de una
gran saga, con vueltas de tuerca inesperadas, conexiones imprevistas,
suspenso
y cliffhangers incluidos. Este cambio de paradigma
conformará, como señala Pedemonte (114), discursos que
orillan
peligrosamente el sensacionalismo no tanto por sus alusiones a la
emoción sino por su evidente falta de reflexión,
afectando, como
es de esperar, la calidad informativa de lo publicado.
A esta práctica
se recurrirá siempre que se quiera dar cuenta del acontecer
nacional de
esos años. Así, por ejemplo, Eduardo Van Der Kooy, en Clarín
del 5 de octubre de 1998 titulaba: “La política, bajo historias
de
muertes y conjuras”. En su nota, al recordar casi cinco meses
más
tarde el suicidio de Alfredo Yabrán, el periodista incorporaba
la
suspicacia y conectaba el caso con varias muertes sospechosas ocurridas
en
distintos momentos de la década del ‘90, proponiendo una lectura
de la realidad nacional a lo “John Le Carré”: la reciente de
Marcelo Cattáneo, implicado en el pago de sobornos de IBM para
informatizar 525 sucursales del Banco Nación, quien
habría
aparecido ahorcado en un paraje aislado de la Ciudad Universitaria; la
de
Rodolfo Etchegoyen, director de Aduanas y muerto en 1990 en
circunstancias
confusas; o la de Horacio Estrada, implicado en el tráfico de
armas a
Croacia y Ecuador, quien, según el periodista, se había
pegado
“un tiro, siendo zurdo, con la mano derecha cerca de la sien
izquierda”.
El final del artículo, con sus típicas preguntas de
rigor, no
podía ser más melodramático:
¿Fueron hombres que no
supieron
salir de una encrucijada? ¿Perdieron acaso en un momento el
resguardo
que creyeron tener? ¿Debieron aferrarse al silencio final para
no
colocar en juego intereses superiores? ¿Si así hubiera
sido,
cuál y de quién sería aquel poder siniestro? Al
gobierno y
a la Justicia, más que a nadie, les cabría la
responsabilidad de
desentrañar estas preguntas y evitar que la política
termine
acorralada por juegos de muertes y conjuras.
En
semejante cruce promiscuo, la ficción parecía intentar
“validar o certificar” ciertos aspectos de la realidad (Morley151),
como si solamente ésta pudiera ser explicada por mecanismos
ficcionales,
creando hipótesis posibles pero no necesariamente reales. Se
creaba un
proceso sincrético complejo, una amalgama de estos dos dominios,
dando
lugar a una estética particular que no distinguía bordes
ni
fronteras.
Y este fenómeno se repetirá una y otra vez: en
la muerte
del hijo del presidente Menem (1995); en el caso de la
corrupción en el
senado, escándalo con el que se acusaba a senadores nacionales
de haber
recibido sobornos para aprobar una nueva ley laboral (2000) (y que,
hasta la
fecha en que esto se escribe –junio de 2007-, todavía continuaba
sin resolverse); en el asesinato de María Marta Belsunce en su
casa de
un barrio cerrado en las afueras de Buenos Aires (2002) (de igual
irresolución, pero transformado en “drama de corte” en las
ediciones periodísticas de junio de 2007, durante el juicio al
esposo de
la víctima); en el famoso caso del robo al Banco Río
en la
provincia de Buenos Aires en enero de 2006; o en el mucho más
reciente
caso Dalmasso –de similares características al de Belsunce- de
2006.(19)
Uno de los ejemplos más interesantes del uso de la
ficción
está dado por el uso que Clarín hizo para
describir el
caso Belsunce. En efecto, a partir del 26 de enero de 2003, y por casi
un mes,
publicó una serie de artículos ficcionales firmado por el
escritor Vicente Battista, en donde un matrimonio de clase media,
compuesto por
Rodolfo y Patricia, comentaba las pistas y novedades del caso. Los
artículos en cuestión, titulados “El crimen del country:
la
mira del cazador”, aparecían dos veces por semana
–miércoles
y domingos-, al lado de las noticias que día a día se
conocían del caso. Los personajes de Battista se regodeaban
haciendo lo
que hacían precisamente todos los lectores del periódico:
estipulaban hipótesis, se ponían en la piel del
investigador,
analizaban las pistas y discutían los motivos (siempre en medio
de
alusiones literarias), pero también se permitían pasar
revista a
las reglas del género policial y comparaban el caso Belsunce con
algunos
productos ficcionales clásicos. La ficción se
transformaba en
metarrelato que, puesta literalmente al lado de los artículos
policiales
(hay que ver que estos artículos aparecían al lado de la
crónica, junto con las declaraciones policiales, comentarios de
familiares y allegados y reportajes a los involucrados), examinaba la
noticia,
la parafraseaba y acentuaba las conexiones entre el caso real con los
textos y
autores más sobresalientes del género. Las permanentes
referencias a Agatha Christie no escaparon a los editores de
los
matutinos porteños (Clarín, La Nación,
Página/12),
quienes aprovecharon para lanzar, por esas fechas, secciones enteras en
los
suplementos culturales sobre la novela policial clásica, sus
características y su diferencia con la llamada “serie
negra”.(20)
Sin duda, el recurso de incluir abiertamente
la ficción al lado de las crónicas del caso debe haber
funcionado
muy bien. En efecto, Clarín vuelve a reiterar el mismo
procedimiento el 16 de enero de 2006, para el caso del robo en la
sucursal del Banco
Río. Con el título “Asalto
en Acassuso: La
realidad transformada en ficción: Un guión de TV para el
robo al
banco”, reproduce una nota escrita por Walter Slavich (guionista de los
programas de televisión Mujeres asesinas, Sin
código
y El garante) en donde se contaba, en clave literaria, una
posible
hipótesis de los acontecimientos que rodearon el asalto y un
probable
desenlace. ¿Cómo leer entonces cada noticia del caso que
se
sucede en las siguientes ediciones? ¿Dentro de qué
parámetros colocarse? Un “efecto de contigüidad” con lo
ficcional terminará por empañar cualquier acercamiento a la
noticia, al hecho real.
Mucho más recientemente, en enero de 2007, en el caso
Dalmasso se
recurrirá a un principio de complementariedad (sinergia) similar
al
utilizado en el caso Belsunce. Así, aprovechando el creciente
interés de la audiencia por esta historia, que contenía
extrañas similitudes con aquél –al punto que algunos
titulares parecerían repetirse-, el matutino porteño La
Nación dará un paso más allá.
Además de
las oportunistas evocaciones sobre las novelas policiales
clásicas que
se incluirán –una vez más- en las crónicas del
caso
y los reiterados estudios sobre el género policial que,
coincidentemente, reaparecerán en diversas notas de los
suplementos
culturales, el diario incluirá en su edición de los
días
miércoles una colección literaria con los libros
más
emblemáticos de Agatha Christie. El círculo cerraba de
manera
perfecta.
6. De cómo el
entretenimiento compite con la
información
Muchas de estas
prácticas colaboraron con un sostenible
incremento en las ventas de la prensa escrita. Confirmado el
éxito de
esta estrategia, los noticiarios de los canales de aire intentaron
retomar esa
senda ficcional, habida cuenta de la competencia que venían
sufriendo
con los canales por cable. En este sentido, el noticiero de Canal 13
fue
quizás uno de los pioneros, cuando, en 1998, hablando de la
crisis
económica, incluyó una encuesta a supuestos “ciudadanos
comunes”, entre los que se insertaban testimonios de los personajes
–léase bien: no de los actores- de la telenovela Gasoleros,
proyectada por ese entonces en el mismo canal.(21)
Pero los juegos no
terminaron sólo allí. Un proceso
similar se reiteró un año más tarde en el mismo
informativo, con la telenovela Campeones
de la vida (Canal 13, 1999), protagonizada por el actor
Osvaldo Laport,
quien encarnaba en la ficción a un boxeador. Cada encuentro
boxístico del personaje de Laport en la telenovela de rigor era
anunciado, comentado y analizado en el informativo como si se tratara
de un
encuentro pugilístico real (Farré
53).(22)
Junto con todas estas
articulaciones, el packaging de la noticia
televisiva fue adquiriendo una relevancia notable, mediante un trabajo
de pre-
y postproducción. Gracias a su particular manera de tratar su
contenido
y por su formato, las noticias empezaron a emparentarse más
abiertamente
con productos ficcionales (Farré 63) y sus referencias se
cruzaban cada
vez más. En su puesta en escena se llegaron a incluir recursos
técnicos-visuales (teatralizaciones o recreaciones),
semántico-narrativos
(uso de diversos planos, difuminaciones, cámaras lentas,
repeticiones, flashbacks o raccontos,
etc.), lingüísticos (predominancia de un uso poético
del
lenguaje), y sonoros (musicalización de las notas), dispositivos
todos
más cercanos a un universo ficcional que a uno informativo (para
un
detallado análisis de todos estos conceptos y prácticas
en los
medios argentinos, véase Farré).
En este contexto, los
programas de entretenimiento
quedaron expuestos a su vez a la competencia con los programas
informativos.
¿Cómo atraer público entonces hacia la
ficción
cuando la misma realidad era contada en clave ficcional y terminaba
“entreteniendo”? Si las noticias adquirían un interés
como ficción, el entretenimiento comenzó a mostrar un
interés creciente por mimetizarse con ciertos esquemas
informativos.
Un ejemplo notable es el
caso del programa de
entretenimientos Fugitivos de Canal 11(2000). La
consigna del
programa era sencilla: dos participantes, empujados por la
promesa de
algún premio, debían desarrollar en el espacio
público una
situación absurda hasta atraer la atención de otros
medios
informativos y lograr que ellos la publicaran o transmitieran como
cierta.
Las situaciones eran
absolutamente disparatadas. En
una oportunidad, dos participantes disfrazados como aves aparecieron
encadenados frente al Congreso de la Nación para reclamar en
contra del
consumo avícola, rodeados a su vez por unos carteles que
apelaban a
salvar a las gallinas (6 de julio de 2000). Con esta broma fueron
engañados periodistas de los informativos de Crónica
TV y Canal
9, medio éste que llegó incluso a desarrollar una
encuesta
callejera alrededor de los encadenados para conocer la reacción
del
público acerca de la “matanza indiscriminada de gallinas”.
En otra ocasión,
otro participante, encadenado
a un poste en la vía pública y acompañado por
carteles y
volantes, se permitió protestar contra la administración
de un
edificio que, aducía, le impedía tener una oveja como
mascota
hogareña (17 de agosto de 2001). Un periodista de Radio Mitre
(del grupo Clarín) llegó a entrevistar a uno de
los
manifestantes. Crónica TV –otra vez- llegó a
titular
en la apertura de sus noticias: “Mi oveja Panchita y yo: el drama del
joven al que no le alquilan casa” (algo similar llegó a hacer Clarín
en su versión online pero la eliminó unas horas
más
tarde al darse cuenta del embuste). CNN en español, en
tanto,
publicó en su sitio de Internet un titular que decía: “Se
encadena a un poste porque no lo dejan vivir con una oveja” (Molero).
Lo interesante en estas
bromas que se reiteraban
semanalmente con singular éxito es que ponían en
evidencia un
doble juego. Por un lado, desnudaban –con mayor o menor logro- la falta
de reflexión y rigor periodístico, que no lograba
plantearse ni
distinguir el engaño abierto. Por otro lado, ponían al
descubierto la forma en que la audiencia y medios argentinos
habían
terminado por asimilar la idea del disparate bárbaro como parte
sustancial de su sociedad. Cada semana, se aceptaba tácitamente
que
todas las piruetas argumentales posibles –por más rocambolescas
o
absurdas que pudieran ser- podían tener lugar dentro del espacio
nacional, sin ponerlas en duda.
En todos estos
ejemplos, la generación de verosimilitud estaba dada por las
competencias del receptor que se ponían en juego. En el caso concreto de estas
bromas
televisivas, surgía a partir de la apelación a la
experiencia y a
la memoria cultural del ciudadano argentino, esto es, recurriendo a
fenómenos reales y reiterados de protesta con los que la
audiencia se
encontraba en la calle todos los días (juntar firmas, cortar
calles,
manifestarse con pancartas en la vía pública), pero
trivializados
a un grado extremo.
En
una palabra, se produjo una dinámica
particular que desnudaba la
extensión de la “transgresión argentina”.
Así, los medios
informativos se apropiaron de discursos y prácticas ficcionales
de larga
tradición. Los incluyeron con exageración como parte
integral de
sus noticias y como forma de atracción y seducción de una
audiencia enfrentada, cada vez más, a las múltiples
posibilidades
de elección del mercado. Mientras tanto, el discurso del
entretenimiento
ejecutó un proceso inverso: en un mercado en donde la
información
resultaba ya casi indistinguible del entretenimiento, tomó
elementos de
esa realidad, los sobredimensionó, siguiendo esquemas
informativos,
hasta hacerlos llegar casi al absurdo, y los incorporó en su
práctica discursiva de forma tal de poder competir con las
nuevas formas
de infotainment. En definitiva, los límites terminaron
absolutamente borroneados.
7. Conclusiones
Realidad y ficción de los medios
se ubicaron así en una zona lábil, en un espacio
inestable que se
transformó en un instrumento poderoso de persuasión. La
verdad de
los hechos estaba siempre más allá, escondida entre las
bambalinas del poder, entre los pliegues de un complot armado que se
reía y escabullía de su audiencia. La credibilidad
quedaba
así en suspenso y la ficción se presentaba como un
instrumento
válido para acercarse a (una supuesta parte de) la verdad. Se
persuadía
estirando y retorciendo los hechos –ya ficcionales, ya reales- para que
“calzaran”, para que entraran,
mixturados, hibridizados, en un terreno ambiguo, en una nueva
lógica, en un ámbito particular de seducción y
manipulación abierta de la representación, signado por
imperativos de mercado. Semejante juego aparecía con dos
preocupaciones
básicas: por un lado, gracias a su serialización, regular
la
atención mediante una amplificación de lo irracional en
el
imaginario colectivo; por otro,
provocar una aceptación de ciertas medidas represivas.
Una crisis de confianza se terminó
por apropiar del espacio discursivo, en donde el mundo ficticio
terminó
estableciendo una verdad operatoria con la realidad. Se instauró
entonces toda una estrategia puesta al servicio de la producción
de
“un efecto de verdad” y se le hizo creer al receptor –lector,
televidente, radioescucha- que esos recursos ficcionales convocados en
su
diégesis eran una “hipótesis real”. Y así como
el discurso menemista se había vaciado semánticamente,
así
como las promesas no habían tenido respaldo tangible, y se
habían
basado en puro emocionalismo, el lenguaje de los medios informativos
terminó vaciándose también, provocando una
alteración en los modos de “leerlos”.
Las
historias eran creíbles porque provenían de un corpus
cultural
que la audiencia conocía muy bien y al que había dado
estatus de
verdad. Se provocaba un “placer de lo familiar” apelando con mucha
sagacidad a la memoria cultural argentina, mientras se fomentaba e
impulsaba
una narrativa macro que construía un espacio cruzado por lo
siniestro,
lo azaroso y lo criminal, y que se transformaría en el
imaginario de la
época. La repetición casi seriada de los problemas –cada
caso policial abría una serie que nunca cerraba, sino que, como
en un
folletín “multiplot”, se continuaba en otros-
terminó incorporada en las formas de percepción de la
audiencia.
El thriller folletinesco acabó por reproducir y
normalizar cierta
forma de ver: un imperativo cuasi histérico de crisis infinitas en donde las instituciones y
políticas públicas aparecían como incapaces de
controlarlas. En síntesis, la conformación de un
“discurso
normalizador sobre el desvío”, que, con insistencia, se
reiteraba
en cada edición informativa (o en cada programa de
entretenimiento),
implicó a la postre una visión atemorizante del mundo y
una
aceptación irreflexiva de políticas represivas y de mayor
control. En el contexto de las recientes
elecciones municipales de Buenos Aires (junio de 2007), el
triunfo del
candidato de la derecha, Mauricio Macri, parecería confirmar el
éxito de esta estrategia.
Notas
(1). ¿Quién
podría olvidar las
apariciones de referentes políticos en los sketches de Hola,
Susana, un programa misceláneo dirigido por una vedette
de
teatro de revistas o los juegos deportivos en los que el propio
presidente
Menem participara en los programas televisivos de su amigo Marcelo
Tinelli? Un
ejemplo sintomático de lo que señalamos pueda ser el Dr.
Moisés Ikonicoff, quien terminara, en los primeros meses de
1998, en el
escenario del teatro Astros, como monologuista en la revista de
varieté Corona
al gobierno, Süller al poder. Es este un viraje curioso,
teniendo en
cuenta los antecedentes intelectuales del personaje: “Abogado con
diploma
de honor en la Universidad de Buenos Aires; en Francia, investigador
del
Institutio de Ciencias Económicas Aplicadas, a la orden de
François Perroux; director del Instituto de Estudios de
Desarrollo
Económico Social, dependiente de la Universidad de París
(...);
compañero del mítico Daniel Cohn Bendit, ideólogo
del
utópico Mayo Francés; asesor de Houari Bournedienne;
secretario
de Planificación y en el
ANSSAL; asesor de la cancillería (...)” (Vázquez 129).
(2). “Sabe-se,
hoje, que não existe uma opinião pública, mas
várias, tantas quantos grupos, camadas
sócio-econômicas, e elas
se expressam através das organizações, das
manifestações mais ou menos espontâneas, das
pesquias, das
eleições, etc” (Junqueira, citando a Figuereido). El
término
“semiótica social” ha sido acuñado por M.A.K.Halliday
(2-3), quien, entre otras cosas, señala: “By their everyday acts
of meaning, people act out the social structure, affirming their own
statuses
and roles, and establishing and transmitting the shared systems of
value and of
knowledge. (…) This two fold function of the linguistic system ensures
that, in the microencounters of everyday life where meanings are
exchanged,
language not only serves to facilitate and support other modes of
social action
that constitute its environment, but also actively creates an
environment of
its own, so making possible all the imaginative modes of meaning, from
backyard
gossip to narrative fiction and epic poetry. The context plays a part
in
determining what we say; and what we say plays a part in determining
the
context. As we learn how to mean, we learn to predict each from the
other”.
(3). “Los medios de
comunicación juegan un
papel relevante en la construcción de los imaginarios sociales
ya que,
al producir bienes simbólicos, aportan a la construcción
que esa
sociedad hace de su imaginario. Los imaginarios sociales son las
representaciones (mitos, memorias, ‘arquetipos’, etcétera)
que una determinada sociedad o comunidad tiene de sí misma o de
otras. A
través del imaginario social una comunidad designa su identidad:
elabora
una representación de sí misma, marca la
distribución de
los papeles y los roles sociales; expresa e impone ciertas creencias,
etcétera. Esta identidad colectiva marca un ‘territorio’ y
define las relaciones con los ‘otros’” (Ford
64).
(4). “[…] Menem shaped his candidacy and strengthened an
electoral campaign that was sustained by his own physical presence
exhibited as
a guarantee aboard the menemovil. He offered to the political theater
his body
to be seen and touched as a material incarnation of the message that he
brought
In [an] event at [a] soccer stadium [in 1988], he entered aboard the
menemovil
followed by spotlights--like a true star of popular redemption who
knows how to
manage the aesthetics of pop and rock. In this event, his body became
sublime.
Dressed in fluorescent white and illuminated by a single ray of light,
Menem
moved through the stadium to take his place at the rostrum. In the
processions
of the presidential campaign, the body of Menem circumnavigated a scene
in
constant motion: people could see him arriving; they could see him
passing by;
they could follow him. He was there making his way through the crowd,
slightly
distant, but generating at the same time the illusion of proximity”
(Sarlo, “
(5). Para un
análisis detallado de los mayores grupos económicos que
participaron de las privatizaciones argentinas y sus áreas de
inversión ver Treisman.
(6).
“Neoliberalism
tends on the whole to favour severing the economy from social realities
and
thereby constructing, in reality, an economic system conforming to its
description in pure theory, that is a sort of logical machine that
presents
itself as a chain of constraints regulating economic agents” (Bourdieu.
Edición
electrónica).
(7).
(8). Jugamos
aquí con la plurisemia de la palabra
montaje, entendida no sólo como combinación de partes de
un todo,
sino también como ajuste y coordinacion de los elementos de la
representación en un espectáculo, como aquello que
sólo
aparentemente corresponde a la verdad, y también como collage.
Aníbal Ford hablará también de “sinergia”
–palabreja que comienza a escucharse cada vez más bajo el
reinado
neoliberal-, entendida como un principio de complementariedad por el
cual se
recurre a distintos usos de un mismo producto o a la
“utilización
de los mismos factores de producción para realizar bienes
diferentes” (106). Una de las formas que esta complementariedad adopta
puede ser el merchandising –piénsese en todos los
productos
que una película puede originar: libros, documentales sobre el backstage,
versiones fílmicas abreviadas o del director, juguetes, libros
de
estampas, discos compactos con la banda sonora, etc.-.
(9). “La
confusión entre
ficcionalización y narración es frecuente. Una cosa es
informar
mediante un discurso narrativo. Otra es transformar los acontecimientos
en algo
que podría haber sido inventado o inventarlos. Por otro lado,
puede
haber narrativización sin espectacularización. La
narración es un recurso cognoscitivo igualmente válido
que la
argumentación, tanto en nuestra comunicación cotidiana
oral, como
en la escritural (...). La espectacularización supone una puesta
en escena
mediante recursos teatrales, visuales, auditivos, corporales, etc., que
establece un ‘contrato de lectura’ muy diferente con el
público de los contratos de la narración de la
información
o de la argumentación” (Ford 249).
(10). “En el
contrato de información el primer
propósito, el de ‘hacer saber’, que se relaciona con la
verdad, que supone que el mundo existe por sí mismo y que puede
informarse acerca de él con seriedad en una escena de
signficación considerada ‘real’. La segunda finalidad, la de
‘hacer sentir’, sería secundaria en un contrato de este tipo
pues, como se relaciona con al seducción, permite suponer, a la
inversa
del propósito anterior, que el mundo sólo es apariencia y
que,
por consiguiente, sólo puede informarse acerca de él por
‘placer’ en un escenario de significación considerado
‘ficcional’” (Charaudeau 86).
(11). “La
información mediática queda presa en sus
contradicciones, la que puede resumirse en la fórmula siguiente:
ser
lo más creíble posible y, al mismo tiempo, atraer al
mayor
número posible de receptores” (Charaudeau 85. Subrayado en
el
original).
(12). Se hace
necesario aquí distinguir los conceptos
de “ficcional” (y “ficcionalización”), de “ficticio”
y
“factual”. Siguiendo a Farré (193-207), por
ficcionalización (o por ficcional) entenderemos –siempre con
diversos grados- la
representación de acciones reales, de sucesos del mundo real, mediante recursos prestados de la
ficción
artística (estrategias
retóricas y estilísticas con las que se presenta la
realidad y
que pueden adoptar diversas formas, según sea en los niveles del
enunciado, de la enunciación o en la situación
comunicativa). Por
ficticio, en tanto, designaremos
“lo no existente” (acciones o personajes inexistentes o que
nunca tuvieron lugar). Y con el tercer término aludiremos a “lo
que es o ha tenido lugar”.
(13). “Se
supone que el espectáculo, al desordenar, deslegitima, mientras
que la
misión del periodismo sería organizar lo real, imponer un
orden
al caos del espectáculo, dotar de legitimidad”
(Martín-Barbero
y Rey. Edición electrónica).
(14). En lo que
se refiere al descenso en la de venta de los periódicos
argentinos, la
Asociación Mundial de Periódicos (WAN) señalaba
que la
Argentina presentaba, para el período 1997-2001, la caída
más pronunciada en todo el mundo, con un retroceso del 35,8%
(Ver Rey
Lennon). Con el nombre de “efecto tequila” se conoce la crisis
económica que se produjo en los países emergentes –entre
ellos, la Argentina- a partir de la devaluación del peso
mexicano en
diciembre de 1994.
(15). “Esta
reducción a lo exótico o lo grotesco sobre los
países o regiones pobres, dependientes, no
es nueva. El imaginario común
o la ideología sobre ellos va pareja a las curiosidades de viejo
circo o de feria, a las
exposiciones internacionales donde se mostraban aborígenes como
seres
infrahumanos. Pero da una vuelta de tuerca en la actualidad, en su
ingreso en
la publicidad o en los diversos géneros de la televisión
verdad,
ambos fenómenos pertenecientes a la globalización de los
mercados. Sin embargo, esta vuelta de tuerca tiene anclajes
históricos
lejanos como las formas en que (o desde donde) en los países
centrales
se vio o construyó peyorativa o exóticamente la figura
del otro,
mirada muchas veces sustentada en teorías o concepciones
filosóficas como sucedió, por ejemplo durante la etapa de
expansión imperialista de la segunda mitad del siglo pasado, con
el
darwinismo social, que ubicaba la cultura de los países
subdesarrollados
o, simplemente, a los pobres de su propia cultura en una escala
inferior de la
evolución” (Ford 36)
(16). La hipótesis de Prieto observa que la literatura nacional se habría originado a partir de un discurso extranjero, el cual habría determinado con anterioridad el imaginario que fijaría la “especificidad” argentina. La elección de ciertos motivos que aparecen recurrentemente en los escritos de estos viajeros, como el gaucho, el matadero, la pampa o el indio, habrían sido “traducidos” y reciclados por los fundadores de la literatura nacional como Alberdi, Echeverría, Mármol o Sarmiento.
(17). Hay
que recordar aquí la particular retroalimentación de
noticias que
se produce entre las ediciones de los periódicos, los programas
matutinos de radio (que las leen y expanden) y los noticiarios que las
retoman
a la noche, hasta reiterarse todo el proceso otra vez al día
siguiente.
(18). En 1997, el
empresario Alfredo
Yabrán, un hombre estrechamente relacionado con el gobierno del
Dr.Carlos Menem y sus políticas privatizadoras, había
sido
acusado de estar involucrado en varios actos de corrupción y de
ser el
instigador del asesinato del fotógrafo de la revista Noticias,
José Luis Cabezas (25 de enero de 1997). Acorralado por las
acusaciones
de la prensa, se suicidó en su estancia de la Provincia de Entre
Ríos el 20 de mayo de 1998. Su participación intelectual
en el
asesinato del fotógrafo nunca fue totalmente aclarada en la
justicia. La
telenovela en cuestión, Ricos y famosos, de Hugo Moser,
en donde
proféticamente se vaticinó el suicidio de Yabrán,
fue
emitida por Canal 9 de Buenos Aires, unos meses antes de la
muerte del
empresario. Para un análisis detallado del caso
Yabrán y su relación con la telenovela, ver Hortiguera, “Imposturas de la
ficción”.
(19). La muerte de Carlos Saúl Menem
(h) en un accidente aéreo el 15 de marzo de 1995
desencadenó una
serie de especulaciones relacionadas con un posible atentado. Para un
análisis detallado de este caso, ver Wiñazki. En lo que
se
refiere al caso de la corrupción en el senado, el seguimiento de
la
prensa durante los meses de junio y
agosto de 2000, y las consecuencias mediáticas y
políticas del
caso, ver Hortiguera, “Seduciendo desde la
frontera”. Para una
descripción del
asalto a la oficina bancaria del Banco Río, en
la provincia de Buenos Aires, el 13 de
enero de 2006, y su cobertura periodística,
ver “Así elogió la
prensa argentina a los ladrones que robaron una sucursal del Banco
Río”. Sobre el tratamiento que dio la prensa al asesinato de
María
Marta García Belsunce, el 27 de octubre de 2002, ver el trabajo
de
Hortiguera, “Productos mediáticos”. Finalmente,
para
detalles sobre el asesinato de Nora Dalmasso y las aristas
sensacionalistas que
le dieron los medios al caso ver “Río Cuarto...”).
(20). El
fenómeno se reitera recientemente con la decisión de un
tribunal
de justicia de sentenciar al esposo de María Marta Belsunce a
cinco
años de prisión por encubrimiento en su asesinato. Al
día
siguiente de la sentencia (12 de julio de 2007), Página/12
no
titubeó en publicar una entrevista al escritor Vicente Battista
en donde
se le pedía al autor un análisis del caso en “clave de
novela policial” (ver Alarcón).
(21). No
está de más recordar que canal 13 pertenece al
grupo que
edita también el periódico Clarín. Es
significativo
entonces que esta práctica se hubiera desarrollado casi
paralelamente en
los dos medios.
(22). Clarín
también retomó esa práctica en sus páginas.
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