El
teatro de la escritura :Apariciones de Margo Glantz
UNT-CONICET
Escribo. Escribo que escribo.
Mentalmente me veo escribir
que escribo
y también puedo verme ver que escribo.
viéndome que escribía...
El grafógrafo, Salvador Elizondo.
Escribir
es un encantamiento. Sobre todo
cuando
tengo la revelación, cuando sé cómo nombrarla
Apariciones, Margo Glantz.
Margo
Glantz apuesta a una literatura que, en
curiosas ficciones, trabaja
continuidades y fracturas con una mirada descentrada que busca
poner en
diálogo tradiciones desde un espacio de mujer. El imaginario
literario y
cultural de la nación moderna mexicana destacó,
a lo largo del siglo
XX, la virilidad como factor
determinante. Glantz construye un
lugar de mujer donde el cuerpo
femenino hace bulto, se niega a ser
transparente. La
ficción histórica y
el gesto genealógico le permiten inscribir narrativas
distintas.
En su obra se reconoce la presencia
magistral de figuras como Alfonso
Reyes. Invención
y erudición
sustentan densos itinerarios que no eluden la historia
al armar la arqueología de un
imaginario, que explora restos escriturarios y
los usa como material creativo,
insertándolos en nuevos sistemas significativos. Margo Glantz sostiene una fuerte relación con
las instituciones centrales de la cultura mexicana: la Universidad
Autónoma de México, la Academia Mexicana de la Lengua y
el
claustro de Sor Juana Inés de la Cruz. Su actuación
dentro del
campo intelectual ha recibido un amplio reconocimiento debido a su
tarea
filológica y crítica, en la que, de modo magistral y a
veces
discutido, ha definido momentos de la historia literaria. Podemos
adscribirla a
lo que, en su análisis de la narrativa mexicana, denominó
literatura de la “escritura” por oposición a la literatura
de la onda en una particular versión de la antigua
polémica entre
artepurismo y realismo.
Glantz suma el conocimiento de la tradición
clásica
occidental y su trabajo con la
tradición novohispana
a una formación en las
escuelas teóricas francesas de la segunda mitad de siglo.
Trabaja con
los fantasmas de la cultura nacional y plantea su propia “nación
intelectual” otorgando un gran peso a la experiencia cultural y a la
memoria literaria, al mismo tiempo que a una política de
género. Apariciones,
uno de los libros más frecuentados por la crítica, la
consagra
como escritora erótica, en
contraste con su imagen académica (1).
Su
elaboración
refiere a una generación que
empezó a
escribir a
finales de los años 50 donde encontramos nombres como Sergio
Pitol,
Salvador Elizondo, Inés Arredondo, de alguna manera
también
Carlos Fuentes (2).
La estructura de Apariciones
supone un cuidadoso entrelazamiento de fragmentos,
ciento veintiocho párrafos que le
confieren una respiración entrecortada. El imaginario textual
está poblado por fantasmas de
textos y personajes y se vincula al intersticio entre literatura
e
historiografía literaria (3). En
la fabulación se representa
explícita e implícitamente, el
proceso de escritura. Los
componentes del libro se engarzan
de modo laberíntico,
en trenzado barroco. Como en todo relato especular, abundan las mises en abyme. La
narración pone el acento en
la sexualidad entrando, sin pudores, en la intimidad de los cuerpos en
estrecho
trato con los textos. Glantz considera que “la escritura y la
sexualidad
se ejercen siempre en espacios privados y por ello mismo susceptibles
de
violación, espacios secretos, sí, espacios donde se corre
un
riesgo mortal “ (1997: 26).
Los personajes
femeninos son figuras de borrosos
contornos, que se mueven casi como en glissando de naipes,
imprimen sus señas de
identidad en el cuerpo otro. El goce,
de manera obsesiva, se refiere al Otro masculino humano o
divino,
siempre distante y masculino La actividad de la escritura es
exclusivamente
femenina y está unida a los sentidos, en particular a la mirada:
“Escribo
de nuevo, gozo y la escribo”, reitera la protagonista narradora
atrapada
entre las “voces” de las monjas y los juegos sexuales de la mujer.
Decir yo supone decir otra / otras en
interminable cadena figuras y nombres (4).
El
desdoblamiento atraviesa todos los órdenes y se convierte en
mecanismo
de funcionamiento: las dos
religiosas -¿madre e hija?
se replican en las dos mujeres-
madre e hija o en la narradora que
se despliega en autora y personaje,
introduciendo la autobiografía.
Todo el tiempo el texto implica
cuerpos disponibles a la mirada y al tacto. Importa menos el dolor que
la
marca, aquello, que va más
allá de la voz y del grito, supone una
"yerra" inaudita e inaudible. Una
figura se
superpone a la otra, la cubre y la complementa, la sustituye y la
revela
haciendo evidente la continuidad entre cuerpo amoroso, cuerpo
místico y
cuerpo escrito: ”Te duplicas, detrás de ti aparece la otra
imagen”; “Cuando la relato, es decir cuando la escribo, alguien
interrumpe”; ”son una la sombra de la otra. Una monja que
transcribe a otra monja”. El
artista asedia a esas criaturas en
el guión imaginario del
proceso de creación.
Lo masculino permanece en un lugar distinto, no posee el mismo estatuto que las apariciones femeninas. Los personajes hombres no intervienen sino mediados por la cita sean obispos, amantes o dioses, convertidos en suplementos de una ceremonia cuya oficiante es la mujer. La posesión amorosa se intensifica gracias al universo de correspondencias que acentúan las sensaciones y a las escenas el encanto del artificio. La música y la pintura pertenecen de modo entrañable al nivel enunciativo en un relato que se desarrolla como una historia de sombras guiadas por la búsqueda: “Una obsesión perpetua, buscar al hombre amado al otro lado del hilo y sentir el grito de Ariadna dentro del vientre” (Glantz: 1996, 100). La libertad de la autora reconoce sus límites en la nota final donde se autoriza en una larga y prestigiosa lista de nombres al mismo tiempo que se inscribe en ella.
Apariciones
se sostiene en la palabra propia
modulada como monólogo o
diálogo entre la narradora y una de sus
“apariciones”, la mujer. La escritora
es la mirona, la que presencia y/o fabula
las acciones de las monjas en el claustro y de la pareja en el
cuarto.
En la narración reverbera la escritura conventual de mujeres
novohispana. Si la narradora
escritora es la voyeuse, el
acto de escribir se convierte en decir y hacer en un universo en el que
los
cuerpos sufren los efectos de la letra. Son cuerpos de mujer que se entregan a rituales sediciosos dignos de
los lienzos de Egon Schielle y las imágenes de Pier Paolo
Pasolini.
Hablando del origen de la
novela Glantz confiesa:
¿Cómo
encontré la estructura? Había trabajado muchísimo
a las
monjas, había trabajado mucho este tema de Sade, por ejemplo, de
Casanova, de Bataille. Los había trabajado enormemente, porque
hay algo
en mi estructura mental, y en la estructura de mis obsesiones que
está
vinculado a esos personajes de una manera integral, digamos, casi
genealógica ... Entonces fui a ver Saló
de Pasolini, una obra que está basada en Sade, en Los
cientochenta días de Sodoma. .. verdaderamente la
película me hizo trizas pero me dio la estructura de mi novela.
Pensé que tenía que ser una novela totalmente ritual;
saliendo de
allí escribí la primera página. (Entrevista de
Sandra
Lorenzano).
La
obscenidad es uno de los núcleos productivos, una obscenidad que
requiere de un sujeto que la vea o
exprese como tal y
que supone una relación entre espíritu y objeto (5).
La escritura procede como una cámara fotográfica,
amplía y despedaza el cuerpo que se
expande y
ocupa el texto. Se trata de
una ficción
somática que explora
una retórica del deseo y
una gramática del sexo, abrevando en los disciplinados rituales
y
códigos de narraciones eróticas y místicas. Una gramática de los cuerpos que
se observa en la tradición hagiográfica donde, como
señala
la misma Glantz, se ”organiza una composición de lugar, un
discurso de virtudes y un repertorio anecdótico mediante el cual
se da
cuenta de momentos singulares en que el cuerpo es el espacio
escenográfico de una erotización” (1981,14).
Las
palabras se materializan al pasar al papel, cuando pierden su
condición
efímera y dejan de “huir ligeras” (6).
Su fuerza
edifica y destruye la carne al transformar la experiencia.
En el libro, como en la cultura, las
poses se convierten en lenguaje,
forman parten de la semiosis. Una
mujer, al sentarse como un hombre,
disloca el orden y, en este fuera de lugar, dice una discordancia, se
sale de
los marcos que están todo el tiempo encerrando a los sujetos. La jinete, la
niña, la
chelista, la escritora, todas llaman la atención sobre la grieta
en la
lectura y en la escritura, la misma que insinúan sus piernas
abiertas,
una grieta deseante y prohibida que amenaza desde su negación.
El cuerpo
animal repite al cuerpo humano: los
perros llaman la atención en el escándalo de sus
escarceos
sexuales, puro instinto, que cumple el ritual sin límites. En el
juego
de apariciones/ desapariciones, se usan
actos como palabras y
palabras como actos. Los objetos y los
lugares también hablan. Como
señala Judith Butler:
La construcción de los
contornos corporales estables descansa sobre sitios fijos de
permeabilidad e
intermedios corporal. La prácticas sexuales en contextos ya sea
homosexuales como heterosexuales,
que abren superficie y orificios a la significación
erótica o cierran otros,
efectivamente rescriben los
límites del cuerpo en nuevas líneas culturales.
Además los
hechos de pasaje que gobiernan los orificios del cuerpo presupone en
una
construcción heterosexual del intercambio, de géneros,
posiciones
y posibilidades erótica. La desregulación de estos
intercambios
rompe con las fronteras que determinen que es un cuerpo. (Butler, 14).
Las
discontinuidades producen nuevos
significados y ponen en crisis las
fijezas. La
construcción metonímica permite y amenaza, al mismo
tiempo, el
encadenamiento entre historias, tiempos y lugares. Las partes, como en Georges Bataille, se autonomizan.
Los pechos ligan a la mujer, la madre,
la monja, la virgen y Cristo. En sorprendente imagen, el dios crucificado se feminiza y sus pechos
entregan leche en vez de sangre. Los pezones son siempre ”granulosos,
obscuros, rojos”. De modo perverso pueden tornarse
ojos y prolongarse en las manos que
escriben.
La sensualidad se expresa y se recibe en
todas las partes del cuerpo, en toda la piel, todos los órganos
y todos
los fluidos. Y esta novela se ocupa de señalar con
precisión los
cinco sentidos en sabores, texturas, vista, oído, las obras de
arte y
sobre todo en el deseo, el placer y la sangre, en que los sentidos se
unen y se
vuelven equivalentes. (Mansour).
Los dedos se deslizan por el
cuerpo o por
el teclado; la escritora se comunica, a través de las yemas en el teclado, con su
sensualidad y la de sus
personajes. Los músicos, al ejecutar los instrumentos
prolongan
mágicamente sus cuerpo en el
piano, el clavecín o el violonchelo. La
narradora personaje se pasa una yema
del huevo por el ojo y, en el
instante, desplaza al cuerpo las
imágenes de la escritura. El ojo de la escritora personaje
actúa
como doble del ojo de Dios. El relato juega con el contrapunto entre
existencias opuestas y
el choque de registros impide una
posición de lectura cómoda. Saca a la luz aquello que debe estar
tapado: “Al deconstruir el lugar común (lo
obsceno) agrede nuestra mirada
entrampada por un voyeurismo institucionalizado (Maier, 36)”.
El libro, organizado en esos
mínimos e inacabados cuadros, se arma como totalidad trabada de modo férreo y
poético. La
enunciación, con tono litúrgico, difiere el cierre al
encabalgar
los párrafos. La atención al detalle define estancias en el ritmo: “Dios
está en los detalles” se afirma en el texto. Como en
un juego de espejos fragmentados los
reflejos van y vienen hasta devenir símbolos. Este procedemiento desarticula,
contiene, cita y
organiza, las series que complementan
y alternan fábula amorosa y fábula mística.
El cuarto de la escritura es territorio de mediación entre el observatorio y el confesionario. Desde ese espacio mítico se atisban imágenes y conversaciones en la Nueva España del Siglo XVII y en una ciudad indeterminada en el siglo XX . Como el cuadro del museo los sitios están enmarcados: el escritorio, el dormitorio, el claustro, el convento. Sin embargo este hecho no impide los pasajes. Las desplazamientos de la mujer, la niña y el hombre reverberan en interiores: salas de ópera, conciertos, templos, conventos. La pareja viaja a Pompeya para encontrarse en los ritos del amor etrusco o al Cusco para celebrar el centro del mundo. El “mundo” siempre se transforma en claustro, en el sentido de lugar cerrado.
Apariciones garantiza su lectura a
partir de un conjunto perfectamente equilibrado de “paisajes
culturales”. Una factura que recuerda esas recargadas volutas barrocas
que enhebran fragmentos. Se menciona
un manual de modales para mujeres al mismo tiempo que se
formula un manual de goce y de escritura.
El insistente
cuadro de los jinetes es
metáfora del libro total (7):
Una mujer
prendada de la pintura donde una figura de mujer sentada de costado
está
oculta bajo el cuerpo de hombre.
Estas identidades que se
superponen y contaminan mantienen
una condición espectral. La misma que adquieren todos los
personajes del
libro, hasta la narradora. “Me gusta
el
cuadro, pero sobre todo me gusta la historia de la mujer, me gusta la
historia
de sus desapariciones. Esa capacidad suya, la de estar y no estar al
mismo
tiempo. El don de la ubicuidad, ocupar y desocupar un espacio y estar
siempre
presente aunque escondida, como Cristo, o como la niña” (Glantz:
1996, 20) .
Los segmentos subtitulados presentan diversas caligrafías demandando modos de lectura y escritura diferentes. La letra remite a la importancia de la mano, al aspecto material de la labor del escritor. Los párrafos correspondientes al estudio y el convento están subrayados, separados por el uso de la bastardilla. La “escritora” frente a la máquina de escribir intenta dar forma a su relato acerca de las monjas. Mientras tanto dialoga con la mujer, a quien la niña miran y es el testigo de su vida amorosa. Encuentros y desencuentros que se reproducen hacia el interior de las mismas. Se vuelve una y otra vez sobre los nombres de las monjas, siempre cambiantes y confusos, pero nunca se menciona el nombre de la narradora ( en primera persona) ni el los de los personajes del mundo secular. Sólo se los nombra con sustantivos comunes: la niña, la mujer, el hombre.
Las formas arman
un interminable catálogo de
poses, otorgando un fuerte carácter ritual al texto que
está
lleno de “reglas” para sentarse, hacer el amor, escribir, rezar. La
vestimenta determina una “manera
de ser en el mundo” y adquiere gran importancia. Todos los personajes se definen, en una
medida
importante, por sus ropas: la mujer que escribe utiliza atuendos
serios,
decorosos y elegantes, los cambia todo el tiempo. La mujer y su amante
suelen
estar desnudos y sus cuerpos se cubren con las heridas de la
pasión: arañazos
y rasguños sangrientos que forman hendeduras y arabescos en las
pieles.
La niña usa pantalones azules y blusa blanca, excepcionalmente
un pijama
rojo o un vestido floreado. Sor Lugarda emplea un tosco
hábito por camisa de esparto
con cilicios y cadenas
o exhibe su torso flagelado cubierto por
una piel ensangrentada
“vestida” de heridas. Inclusive la mujer del retrato tiene una falda
roja.
Hay una composición
plástica de las
escenas que remiten tanto a las
estaciones de la pasión con
las escenas del tocador del Marqués de Sade. La
constitución del
sujeto se difiere todo el tiempo, en esta lectura que se susurra desde
lo
privado con una intervención política, que define el
residuo
desde la sexualidad y el género. La escritora detiene, retarda o
avanza
con el texto, lo impregna de sus impulsos como si intentara imprimir el
goce de
su cuerpo. La música tiene una
presencia
constante: Purcell con su “Oda a Santa Cecilia”, Monteverdi con el
lamento de Ariadna, Bach, Mozart, Vivaldi, Strauss. A veces se oyen discos pero hay
conciertos en vivo con instrumentos
-violonchelo, viola da gamba, flauta, trompetas, piano y
clavecín- y
voces, sobre todo soprano, mezzosoprano, contralto y contratenor. En el
baile
tropical los músicos y los
cantantes tienen siempre ropas particulares, negras
o floreadas de muchos colores según
el tipo
de música. Voces, gemidos, chillidos, ruidos, silencio todo tipo
de
sonidos marcan el ritmo del texto tanto como palabras
y plegarias.
La música de
la Oda a Santa Cecilia
de Purcell se alarga en la voz de
los castratti, cuya voz
travestida espeja la idea de dualidad del sujeto. El
Cristo de Piero de la Francesca en
Arezzo se vincula a la escultura de San Francisco.
Creación
y reproducción se vinculan, como
si no existieran separaciones, aún en el caso de relaciones
materno-
filiales. Escribir implica revelación y encantamiento, pertenece
a lo íntimo,
conlleva el goce del cuerpo. La escritora mira y se mira, se encuentra
y se
distancia: “Y la que habla
dentro de mi texto hace una pausa y retoma con más
fuerza... Detengo aquí mi relato,
presta a retomarlo en un momento más propicio” (Glantz: 1996,
17);
“Con modestia coloco las
yemas sobre el teclado, es suave, acogedor, íntimo. La escritura
me
calma, calma la angustia de la espera” (Glantz: 1996, 18). Hay un
sujeto que reclama la
autoría. Anónimo yo dentro del libro, remite a la
signatura,
contrasta el discurso del sujeto
moderno, como yo fracturado pero
consciente del cuerpo y el discurso medieval de las monjas y su intento
de
perderse en el Otro, en esos encuentros donde goce es igual a
padecimiento.
Siempre
querrías estar
muriendo de ese mal, muriendo de ese goce y de ese dolor, de esa saeta
que
penetra en tus entrañas, de esa pena tan sabrosa (Glantz: 1996, 49).
Y siempre,
diariamente, recomienza la búsqueda: busca las flores,
busca las imágenes, busca las espinas. Es el deseo insaciable de
encontrar respuesta a un dolor, el dolor que nace de la pérdida
del
cuerpo, de ese cuerpo divino, sagrado, amado y cotidiano, de ese cuerpo
que se
evade, de ese cuerpo que aparece y desaparece sin dar tregua, de ese
cuerpo que
nunca permanece, cuerpo sangrante a veces mudo (Glantz: 1996, 67).
La
narradora junto a la máquina de escribir, puro
yo sin nombre, reclama la autoría.
Se refiere al
libro como “mi texto”,
“mi relato lleno de voces,
presencias, sueños”.
Las identidades están llenas de incertidumbres ya que, si las
monjas se
separan en un diálogo entre ellas o con Cristo,
la mujer se convierte en un tú
que refleja a la autora. Paradójicamente la presenta en el
capítulo
denominado ”Se acerca” cuya primera frase es “Él es el
hombre” (Glantz: 1996, 18). La relación entre mujeres se torna
incoativa: llama, previene, pregunta. Mientras las identidades
masculinas
tienen un carácter fijo, las femeninas se desdoblan. La
niña es
cómplice de la relación perversa de los
“progenitores”. La mujer puede reproducir gestos de la niña,
se mira en ellas como si fuera un doble. Cuerpo sobre cuerpo, cuerpo
que
encubre al otro, que se disfraza, forzada o voluntariamente, del otro.
La mujer
del cuadro es cubierta por la pintura de un hombre con gesto femenino.
Pero
siempre emerge. Cristo se confunde con la Virgen pero la verdadera
leche mana
de su seno herido. Hay una continuidad entre leche y sangre, goce y
muerte (8).
De la leche y la sangre se desprenden
muchas otras alusiones: la leche remite a los senos de mujer, blancos
en su
redondez y con el pezón rojo, tanto los de la monja con el torso
desnudo, que admirablemente tiene un seno sin pezón, como los de
la
madre en el amor y cuando amamantaba a su hija recién nacida,
los de la
niña que apenas empiezan a crecer y los de la escritora que se
desnuda
el torso para escribir. Pero la maternidad no se da únicamente
entre
madre e hija; hombres y mujeres cuando son amantes cumplen en distintos
momentos esta función: se acarician como madres. Por su parte,
Cristo
cumple una función maternal ante la humanidad puesto que la
amamanta a
través de la llaga que tiene en el costado, y su sangre, ese
líquido espeso encarnado sabroso, sabe a leche y miel”(Mansour).
Glantz considera que
la
religiosidad del martirologio católico tiene
una condición muy plástica.
En un martirio en
donde abundan los colores rojos. Rocío
Silva Santisteban habla de una escritura histérica
que inscribe el propio cuerpo. Señala el exhibicionismo que caracteriza esta “mística de relatar cosas
sucias” Temáticamente Glantz encuentra el placer en el
fraccionamiento y la dispersión.“la voz popular
se intercambia con la voz
religiosa…lírica
… académica”( Glantz: 1996, 272). El cuerpo es
el absoluto
protagonista, en el goce o en el rapto místico.
Espacio de encuentro con uno mismo y con
el otro (el Otro). Las preguntas buscan separar el gozo del cuerpo,
sacarlo de la piel, trasladarlo al
papel donde encontrará el orden de la escritura.
En el
territorio de la literatura
de vive el cuerpo de manera riesgosa, el cuerpo y la letra. Las sentencias marcan
esas pasiones donde los personajes desean
“morir del mismo mal” y que implican su final inevitable:
por ejemplo, “el amor que comienza como lava termina sin
vegetación” o “un corazón que el amor ha tomado no
puede ya disponer de sí mismo”. La frase
clave está formada por tres
palabras de orden cambiante y que provienen de la lírica de
José
Gorostiza: “El sueño es cruel,/ ay, punza, roe, quema, sangra,
duele” (Muerte sin fin,
VIII,
55-56). Y la literatura trabaja con esos sueños y también
punza,
sangra y quema.
Notas
(3).
Tomo
fantasma en los dos primeros sentidos que da el Diccionario de la
Real
Academia Española “Imagen
de un objeto que queda
impresa en la fantasía y, sobre todo, Visión
quimérica como la
que se da en los sueños o en las figuraciones de la
imaginación”.
También aparición está vinculado con la palabra.
La idea
de epifanía o fiestas de las luces supone volver visible un
objeto,
colocar los objetos bajo la luz.
(4).
Leemos
”Empiezo diciendo /Cuando escribo, soy quizá alguien llamada
Lugarda Aldana de Villarroel- o soy Juana de Soto y Guzmán-/ (en
el
mundo)/después sor Lugarda de la Encarnación- o sor
Teresa Juana
de Cristo?- ( en el claustro)” (1996:17) . Hay un movimiento continuo
del
sujeto autobiográfico que interpela al lector continuamente a
través de verbos: ” empiezo diciendo”; “y entonces
digo”; “empiezo a escribir. Escribo...”
(5).
“un
hecho puro, un acontecimiento, no puede ser intrínsecamente
obsceno:
sólo pasa a serlo si
cae en las redes de un fabricante de imágenes o un
exhibidor de
espectáculos..un verdadero no
man´ s land entre lo real y lo imaginario”.
La pérdida de distancia organiza
lo obsceno, un exceso de proximidad donde algo está fuera de
juego: la
complejidad del cuerpo, el misterio del ser, la ‘hojarasca’de
las cosas
(Maier, 14)
(6).
Se cita
al famoso Obispo Escalante y Mendoza, obispo de Puebla: “Sólo
así liberará a las palabras de la calamidad que las
incapacita,
su falta de corporeidad ( según afirmaban san Agustín y
san
Bernardo) y el único eficaz
antídoto para detener a las voces”que huyen ligeras”
según explica el sacerdote, es la imprenta con sus moldes, la
mejor manera de persuadir y deleitar a los fieles en reiterada edificación”
(Glantz:1996, 31) .
(7).
En otro momento de
la entrevista realizada por Sandra Lorenzano, Margo
Glantz explica: ” Por otra parte, mi texto tiene también un
origen
pictórico porque hace mucho tiempo pensaba yo ya en esta novela,
a
partir de la historia de una pintura que aparece en el texto pero que
la fui
quitando y quedó en su mínima expresión como
descripción y como conversación entre los personajes y
como
paralelismo con las posiciones rituales de la niña. Se trata de
un
cuadro de un pintor inglés que era caballista; era un pintor a
sueldo de
esos señores de la aristocracia terrateniente inglesa para los
que lo
más importante era tener una casa muy buena, pero sobre todo
buenos
caballos, y tienen que tener retratos de caballos, y manuales de
caballos y
genealogías de caballos y pedigrees de caballos. Este hombre
tenía una esposa muy guapa, pero a la que trataba como caballo y
quería que ella también hiciera el mismo tipo de
ejercicio en el
caballo, que fuera de caza como él, pero a ella le gustaba
más
bailar que andar a caballo. Toda esta historia la fui descubriendo
porque hubo
una exposición de este pintor en la que había un cuadro
que
llamaba la atención porque tenía dos jinetes y uno de los
jinetes
era muy curioso; hicieron una radiografía y debajo del jinete
había una mujer. Esta historia entraba muy bien en la historia
de mis Apariciones” .
(8).
Es
fundamental tener en cuenta modelos de
escritura como la de Yasunari Kawabata tanto en la
concepción del
erotismo como en el juego con las formas. También la lectura
frecuente
de Georges Bataille y Roland
Barthes.
Bibliografía
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Butler, Judith,
(2001): “Lenguaje, poder y las estrategias del desplazamiento” en El
género en disputa. México: Paidós.
Fe, Marina ( comp.).(1999). Otramente: lectura y escritura feminista, México, Fondo de Cultura Económica.
Glantz,
Margo.(1979)
“Erotismo y
poesía” en Georges Bataille, Lo imposible,
México:
Premiá.
------------Sor Juana Inés de la Cruz:¿Hagiografía o Autobiografía? (1995) México: Grijalbo.
----------- Apariciones (1996)
México: Alfaguara.
Lorenzano, Sandra, “De la amorosa inclinación a enredarse en literatura”.Entrevista con Margo Glantz” , abril 1998, Bellas Artes, México.( mimeo)
Mansour, Mónica, Margo Glantz. Apariciones. Página del Proyecto Cervantes.
Maiers, Corinne (2005). Lo obsceno, Buenos Aires: Nueva Visión.
Perilli, Carmen, “Margo Glantz: los mil y un semblantes”, Revista Iberoamericana, Pittsburg, USA, Vol.LXVIII, Nro. 201. Octubre-Diciembre 2002.
Silva Santisteban, Rocío, (2003) “La ética de la gratitud”, La insignia, Chile, 12 de diciembre de 2003.