Los relatos de
viaje de Groussac y
Sarmiento a Estados Unidos
como
construcciones ideológicas
Universidad de Buenos Aires
Somos el río y somos el hombre que se mira
en el
río
J.L.
Borges
Tanto el viaje a EE.UU. de Sarmiento como el de Groussac, casi medio siglo posterior, son en la escritura programas narrativos e ideológicos. Lejos de ser una transparente transposición de sus experiencias, son tramas opacas cuyo resultado, basado en estrategias textuales, está previsto y calculado de antemano. La experiencia de la escritura se impone, así, por sobre la del viaje, utilizando al mismo como condición sine qua non que justifica al relato. Surge, entonces, el pacto ficcional de este género: “Estuve allí, por eso puedo contar lo que vi”. El pretérito, de este modo, revive en el presente transformador de una escritura que lo procesa, afirmando la mirada como artefacto categorizador en un tiempo- el s. XIX - que es aún el de “la razón”. A propósito de esto, como Bauman lo señala, “la visión típicamente moderna del mundo es la que lo considera una totalidad esencialmente ordenada” (12). El “vuelo de pájaro” logra tipificar a estas miradas apropiadoras, pero las mismas se distancian inexorablemente: del éxtasis y la admiración sarmientina, al “de haut en bas” en Groussac. De este modo, resulta explícito que estas miradas son valorativas. Así, “la grandeza que admiraba y a la que aspiraba Sarmiento, al hacerse constante y desproporcionada, se convierte en grandota”. (Viñas: 10)
Me propongo, desde esta perspectiva, leer un discurso a trasluz del otro. Un texto sobrepuesto al otro abre paso al intento de descifrar la abismal imagen de un país que, objeto de dos miradas, se reconfigura duplicado en un juego de contrarios. Más allá de la distancia temporal que los separa, y que enmarca a estos escritos en diferentes contextos políticos e ideológicos (1), me interesa enfocar el tenso juego intertextual que ambas narrativas abren. (Bauman 12)
A partir de allí, una posible pregunta es: ¿Cómo leer esa especie de “sobreimpresión” que estas ficciones de viajes nos muestran articuladas en una trama de reversos?. De este modo el pasaje de un lugar modelo a otro, que es todo lo contrario, es no sólo el resultado de un desfasaje en el tiempo que permite otra escritura, sino, también, como Certau lo señala, la consecuencia de diferentes procesos de apropiación marcados por diversos recorridos, diversas “realizaciones espaciales” de “un lugar”(Capítulo VII).
A partir de lo esbozado me centraré en la relectura de un país mediado por una mirada previa y “pionera”, la de Sarmiento. Un posible desafío para Paul Groussac es el de refundir una lectura fundacional en la historia de nuestras narrativas de viajes y, así, (re) escribirla.
Se trata, entonces, de entablar un diálogo en tensión. Para esto me propongo organizar mi trabajo a partir de ciertas problemáticas encontradas en ambos discursos de viaje, en un juego de vaivenes, a modo de otro nuevo itinerario de lectura y escritura. Estas problemáticas son:
1- Los itinerarios (los
“entre”) que enmarcan o engloban a sus viajes a
Norteamérica. Esto es, de dónde vienen y hacia
dónde se
dirigen luego.
2- Los tópicos que tratan y su consecutivo juego de inversos: la democracia, la moral, la educación, la religión, el arte, etc. Resalto en este punto los conceptos de “progreso” y de “civilización”, cuyas definiciones aparejan una constante lucha configuradora de sentido. A su vez analizaré las interrelaciones que estos conceptos suscitan.
3- El metadiscurso del viaje y las formas de plantear un recorrido.
Ahora bien, antes de adentrarnos en el contenido que apuntalan los temas ya señalados, no puedo escapar del placer que me brinda confrontar los primeros párrafos que disparan el inicio de estos discursos. Sarmiento nos dice primero:
Salgo de los Estados
Unidos(...) en aquel estado de excitación que
causa el
espectáculo de un drama nuevo,(...)sin plan, sin unidad(...) Los
Estados-Unidos son una cosa sin modelo anterior(...)para aprender a
contemplarlo, es preciso antes educar el juicio propio(...), no sin
riesgo
de(...) apasionarse por
él” (290, Subrayados míos)
Groussac,
en cambio, no se anticipa en la escritura
a su “salida”. Su ritmo, más pausado y frío le
permite comenzar “por el principio”, el cual ya nos prepara para
entrar en otro clima. Como una voz
jactanciosa que responde a un auditorio imaginario ansioso por
escuchar, el
relato comienza aseverativamente enfático:
Por
cierto que la entrada, en los Estados Unidos, por Méjico y el
Paso del
Norte, carece de atractivo pintoresco (...) El ‘lanzamiento’ o
booming del extremo sudoeste se presenta tan laborioso como el
casamiento de
una muchacha fea y sin dote, por más que, según sus
tutores,
ofrezca miríficas ‘esperanzas’ para el lejano
porvenir”. (224)
De la
euforia, a la fría
decepción. Falsa espontaneidad de dos emociones construidas de
antemano.
A la figura del enamorado, que encuentra su “objeto de deseo”, se
opone la de quien se preocupa por proclamar que sabe observar sin
dejarse
engañar, con distancia y frialdad; sin salirse de su juicio. En
la
próxima página, leo la siguiente frase- dardo que no
puedo dejar
de ver como una provocación: “Del Nuevo Méjico (...) no
divisamos sino (...) haces de sarmientos
en el fuego”(225
Subrayado mío). El futuro, entonces, parece haber llegado
hace
rato para este viajero. Para Groussac la utopía sarmientina se
clausura
así, sin más, desde el inicio. Ahora, las promesas de
fecundidad
no son más que ramas secas y alusivas.
Configuraciones de un
triángulo:
América Latina- Estados Unidos- Europa.
viajar supone haber partido
del país y volver a
él”
Sarmiento, “Los
discípulos”,
El
nacional,
25/1/56, OC, XXV.
Vale
mencionar que si Sarmiento viene de Europa
desilusionado para luego iniciar su regreso a Chile, “colonias
españolas” mediante; Groussac, en cambio, llega
“subiendo” por Latinoamérica para luego partir (ansioso)
hacia “su” Europa. Podemos hablar, así, de un recorrido
inverso ya en su encuadre. Ahora bien, no es mi idea detenerme en esos
itinerarios que “enmarcan” sus viajes a Norteamérica, pero
sí analizar las implicaciones de estos “antes” y
“después”, materializados en configuraciones espaciales y
simbólicas, en sus relatos.
Por
otro lado, es significativo mencionar sus diferentes situaciones en el
momento
de la escritura. Sarmiento es un exiliado argentino en Chile, enviado
en
misión especial en 1847 por el ministro Manuel Mont. Groussac,
por su
parte, es un francés que reside en la Argentina y realiza su
viaje en
1883 para conocer en profundidad
las Américas. Con
relación a esto Viñas señala:
si
la mirada de Sarmiento se definía por lo programático de
un
exiliado que criticaba a Rosas y al mismo tiempo diagramaba una
posibilidad
futura de poder, Groussac, por sobre todo, es alguien instalado en esa
cima,
con frecuentes desasosiegos, pero que no deja de insinuar los valores y
el
proyecto propio de los gentlemen del ´80’. (104)
Así,
el primero no oculta sus ansias por aprehender lo que denota como un
modelo a
seguir, esa especie de “tierra prometida” en la que ve como en un
reflejo su ilusión: “la república existe, fuerte,
invencible...”(291). Con relación a esto
me parece más que
ilustrativa la siguiente frase de Sarmiento: “A veces creo que no
debemos
pensar en cosas nuevas, sino buscar dónde ya está
realizada la
idea que nos embarga” (386) Para el segundo, como
afirma
Viñas “es un debate continental lo que le resulta
prioritario” y entabla una confrontación cultural e
ideológica ya ganada de antemano. Se trata de la cultura
francesa y latina contrapuesta a los
(anti) valores
sajones encarnizados, específicamente, en
“Porcópolis”. (104) En ambos casos,
considero que impera un idealismo, un esquema general y preconcebido
que
sólo precisa ser confirmado o contrastado en el país al
cual
visitan, o más bien en la lectura que hacen del mismo.
Sarmiento
dice escribir su viaje al salir de
los EE UU, eso es al descender hacia La Habana. Allí declara:
“un
día llegará para la justicia, la igualdad, el derecho; la
luz se
irradiará hasta nosotros cuando el Sud refleje al Norte.”(219).
Hay un faro, sólo debemos, a modo de un fenómeno
físico,
dejarnos incidir por su luz, transparentarnos para vernos como ellos.
Por otro
lado y citando nuevamente a Viñas el viaje le permite, pasar de
“pionero” a “profeta”, de “aprendiz” a
“tribuno”: “ya no se limita a contemplar desde alguna altura
privilegiada, sino que pretende el descenso sacralizado como
legislador”
(26)
La
siguiente comparación de Sarmiento
aunque esté narrada en una tercera persona general y abarcadora,
nos
deja en claro la posición desde la cual enuncia:
El
sud-americano que acaba de desembarcar de Europa, donde se ha estasiado
admirando los progresos de la industria i el poder del hombre, se
pregunta
atónito al ver aquellas colosales construcciones americanas,
aquellas
facilidades de locomoción, si realmente la Europa esta a la
cabeza de la
civilización del mundo!” (302) (2)
Así, el
país que transcribe obtiene
desde su óptica, preponderancia. Prosigue, entonces, su
retórica
en la que leemos un discurso autorizado: “(...) después de haber
recorrido las primeras naciones del mundo cristiano, estoi convencido
de que
son el unico pueblo culto (...) el ultimo resultado de la
civilización
moderna”(313). Los “saberes” o, más bien
“bagajes” del viajero se despliegan, entonces, para poder seguir
construyendo jerarquías, escalas de valores. Este país
sin
“(...) reyes, ni nobles, ni clases privilegiadas, ni hombres nacidos
para
mandar (...) resultado conforme a las ideas de justicia e igualdad”
(314)
no tiene, ejemplarmente, categorías en sus “wagones”, a
diferencia de Francia o Inglaterra, en cuyas “terceras clases”
sólo faltarían “(...) púas en sus asientos para
mortificar al pobre” (319).
En
consecuencia, la figura triangular se
reacomoda, se “moviliza”, bruscamente contra cierta (pre)
lógica discursiva (la de él mismo, incluso): “La
inmigración europea es allí un elemento de barbarie,
quién
lo creyera!”(343). Pero en esta tierra todo parece tener
solución,
ya que la “base” con la que se cuenta conlleva “fuerzas de
atracción, depuración i pulimiento” (344). Entre
estas fuerzas, Sarmiento alude a “la posta diaria”, “el
juicio por jurados”, “la elección de presidente” y al
“sentimiento religioso”. A su vez, los “puritanos i
peregrinos” actúan como un “dique astringente’.
Y como
broche final, leemos que esta
superioridad se impone como tendencia al resto de la humanidad,
expandiéndose: “Norte- América invade hoy al mundo, no ya
con productos e inventos, sino con injenieros, artífices y
maquinistas
que van a enseñar las artes de producir mucho a poca costa
(...)”(413). De esta manera están quienes dan el
“ejemplo” por un lado y quienes deben aprender por el otro para no
quedar fuera del “progreso”. Llámesele a esto
“evolución histórica” o, más precisamente,
“historicismo”. Refiriéndose a esto, Myers explica a la
“filosofía de la historia” como un instrumento conceptual,
cuyos aspectos generales enumera. Entre ellos está la creencia
en
“leyes generales” que gobiernan el desarrollo histórico, la
aceptación de una teoría del progreso
“providencionalista”, etc. El punto de inflexión,
señala además, con respecto a Sarmiento, es Tocqueville
ya que
representa el pasaje a un proyecto liberal o republicano –
cívico.
(436-440)
Groussac,
por su parte, se encarga de dejar
claro en su discurso que él no tiene nada que aprender
allí en
"Porcópolis" (salvo si lo pensamos por la negativa: qué
no hacer, qué no ser). Y es, justamente, desde esta perspectiva
que vale
la pena analizar algunas comparaciones que establece en su discurso. La
primera
es “superfluamente” paisajística y confronta la aridez del
Nuevo Méjico con “(...) los montes de algarrobos y caldenes que
arrojan una sonrisa triste en nuestras más tétricas
travesías de Catamarca o San Luis.”(226) De este modo los
adjetivos preponderantemente negativos señalan lo de “ellos”
como peor que lo “nuestro” que ya es malo. Pero sabemos cual es el
plato fuerte, la “real” confrontación: “En Europa, las
cosas son más interesantes que los hombres; acaece lo contrario
en este
mundo en formación, mejor dicho, en fabricación.”(242) Y
aquí sucede lo contrario del discurso sarmientino: lo que
está en
construcción, en proceso y, por ende, en movimiento es
peyorativo; se lo
asocia negativamente a un producto de fábrica que, encima,
está
inconcluso. Contradice así la
metáfora positiva en
Sarmiento del movimiento. Pensemos por ejemplo en la movilidad que
permiten los
alabados ferrocarriles, en las travesías de los pioneros y en la
posibilidad de la movilidad social.
En el reverso de esto, existe otra cultura “ya hecha” y convertida
en tradición, fija, inamovible y que se debe conservar. En
ésta
pueden admirarse las “cosas” resultantes ya que en tanto
éstas son “verdadero” arte, reinan en ellas la originalidad
y la complitud. Así, las diferencias van resultando, en su
“esencia”, dicotómicas: “(...) Sus membranas
sensitivas son diferentes de las nuestras; y me convenzo de que la
semejanza es
la base más sólida de la igualdad”(258). El contexto por
el
cual surge la frase es, justamente, sensorial: Groussac siente en su
“epidermis el roce brutal de tanta democracia” cuando observa en un
tren los modales de “un sirviente negro”.
Pero sin la
necesidad de detenernos en las
categorías de pares opuestos que cristaliza el arielismo --cuyo eje, de modo simplista, puede
pensarse como el contraste entre los valores materiales y los
espirituales, sin
olvidar la presencia necesaria de una “élite” intelectual
capaz de dirigir a las “inertes” masas-- podemos retomar esa
división demarcada entre quienes pueden enseñar y quienes
deben
aprender, y hacer mención de la siguiente frase: “Pero no he
venido a tomar ni dar lecciones de urbanidad, sino a estudiar con
atención imparcial- y, si es posible, con indulgencia- la
probable
evolución social del siglo XX (...)”(259). Groussac se presenta
como “un hombre de ciencia”, un sociólogo que viene a
observar y analizar a una sociedad tal como se examina a un organismo,
para
poder dar cuentas que su (im-)probable desarrollo es
“anómalo”. Lástima que la objetividad se le hace
aguas en su estilo, el cual “se acostumbró a
despreciar”(Borges 233).
Y es que,
como mencionamos al comienzo del
trabajo, en ambos discursos de viaje ya está predefinido lo que
se quiere
“ver” para contar; en otras palabras, sus discursos son
ideológicos y previos al viaje.
En las
siguientes frases se confrontan
claramente sus discursos: Sarmiento afirma: “(...) en las
monarquías europeas se han reunido la decrepitud, las
revoluciones, la
pobreza, la ignorancia, la barbarie y la degradación del mayor
número” (336). Groussac parece responder a esto como en un
diálogo:
(...)
la muchedumbre demócrata de los Estados Unidos ocupa, sin duda,
un nivel
más elevado que el del paisano o proletario europeo; pero siendo
así que (...) es la que aquí representa socialmente (...)
a
nuestra clase media o `burguesía´, no es discutible la
inferioridad de la primera respecto de la segunda, y queda así
evidenciada la conclusión. El ascenso de la mayoría se ha
comprado con el descenso de la minoría, o sea del grupo que
lleva la
enseña de la civilización. (329)
De esta
manera queda en disputa qué
mayoría es la que no se tolera en cada caso, y el deseo de que
exista o
no una minoría selecta y privilegiada en su
diferenciación
estamental. Si para Sarmiento Europa sale perdiendo con su ejemplo en
este
tema, para Groussac es un aspecto resuelto en la que el número
no es lo
importante sino la “calidad” y los valores que estas conllevan.
Otra
comparación interesante que entabla
Groussac es, a su vez, una crítica bastante directa a la burda
imitación. Pero en este caso el que copia no es EE UU, cuya
presunta
falta de originalidad es, para Groussac, una de sus mayores carencias.
Aquí, se trata del “traslado” de la constitución
norteamericana a Latinoamérica, cuyas consecuencias negativas
son,
también, criticadas. Así, lo que “allí”
funciona por ser producto legítimo de esa sociedad,
“aquí” fracasa por exógeno. Analógicamente, lo
artístico fracasa al igual que lo político pero, esta
vez, en
Nueva York, ciudad que por “los gustos, los hábitos, el lujo
importado, el incesante contacto de los viajes y de la
imitación”,
es “más europea que yanqui”. Allí “los mismos
protagonistas, excelentes en París o Londres, abultan sus
efectos para
la exportación, y la Calvé (...) hace una Carmen
francamente
insoportable”.(453)
Finalmente
Groussac, que no puede evitar que
sus “impresiones” se tornen “europeas” decide emprender
su partida para dirigirse a esa “Europa materna” entre cuyos puntos
“(...) media por ahora un Atlántico moral acaso tan hondo como
el
físico (...)” (456) Se trata de “cerrar el
círculo” en el punto que corresponde y (re) confirmar lo que
debe
quedar por fuera. Por su parte, Sarmiento retorna para avanzar
más
allá del punto de partida; con un “plus” de conocimiento
trae consigo el modo de “iluminarnos”.
De este
modo Sarmiento viaja para avanzar en la
“línea recta” del progreso liberal; mientras que Groussac,
descreído del mismo, construye un itinerario que le permite
volver al
lugar, representante de ciertos valores, de cierta tradición,
del cual
nunca deberíamos haber salido. Así, las diferencias de
sus
“entre” quedan claras.
Tópicos
ineludibles, tópicos inversos
Hay
una retórica del andar. El arte de `dar vuelta´ a las
frases tiene
como equivalente un arte de dar vuelta a los recorridos.
M. De Certau.
La
siguiente frase de Groussac puede ser
leída como una crítica directa al discurso de Sarmiento:
“Hace más de un siglo que nos pagamos de frases huecas y
sustantivos sonoros: civilización, progreso, tolerancia
religiosa,
etc” (308). Sabemos sobre el valor y el peso de estos significados
batallados en el discurso sarmientino en general y en su discurso del
viaje,
que tratamos, en particular. Justamente por eso, Groussac se propone
instaurarlos como “vacíos” para poder volverlos a llenar.
Empecemos
por analizar un concepto clave, el de
“civilización”. En primer instancia, Sarmiento discute la
definición de un diccionario y, directamente, reniega de la que
brinda
otro - que, singularmente, es el de la Real Academia Española -:
El
diccionario de Salvá, porque el de la Academia no hace fe hoy,
dice,
definiendo la palabra civilización, que es “aquel
grado de cultura que adquieren pueblos i
personas, cuando de la rudeza material pasan al primor, elegancia i
dulzura de
voces i costumbres propio de jente culta”. Yo llamaría a esto
civilidad; pues las voces mui relamidas, ni las costumbres en extremo
muelles,
representan la perfección moral i física, sino las
fuerzas que el
hombre civilizado desarrolla para someter
a su uso la naturaleza" (301, Subrayado mío)
La
definición propuesta de
“civilización” es, entonces, en un primer acercamiento,
mimética y funcional al pueblo yanqui: pragmática.
Ahora,
veamos los intentos por una definición
por parte de Groussac. Otra vez al revés de Sarmiento,
según
él: “(...) la civilización es ante todo un estado mental
y
una superioridad moral. Puede el vulgo detenerse ante las
manifestaciones
materiales y secundarias”. (321) Como queda en evidencia, los valores
“mentales” y “espirituales” quedan separados de los
materialmente tangibles; de hecho parecen marchar a contramano, a
diferencia de
lo que Sarmiento manifiesta: “Me basta por ahora comprobar que en la
marcha intelectual de la civilización, el contrapeso más
y
más acentuado del oeste ha coincidido con un descenso
proporcionado al
incremento material. Hace cincuenta años – antes que Cincinati o
Chicago existieran como rivales posibles de Boston o Filadelfia- la
tímida
incorporación, la iniciación de los Estados Unidos en el
movimiento intelectual europeo era una esperanza y una
promesa”. (322)
Las
conclusiones decantan por sí solas.
Según el discurso de
Groussac las cosas quedan
claras; delimitada y tajantemente esquemáticas. Su mirada
sólo viene
a detallar “clínicamente” el caso estudiado, sus causas y
sus efectos. “Hace cincuenta años”, Sarmiento y su mirada
“apasionada” pudieron haberse equivocado. Ahora no hay lugar para
la duda. Las cosas marchan mal:
“Es que la civilización, lo repito, marcha a impulso de un grupo
selecto que domina la muchedumbre (...) una aristocracia
intelectual”(323-324), cosa que allí parece andar faltando.
Ahora bien,
entrelazado a este concepto
batallado de “civilización” se encuentran otros como el
de “la moral”. En el
discurso de viaje de Sarmiento este término se relaciona con el
sistema
político de gobierno del país que visita: “En Norte
América; el yankee será fatalmente republicano, por la
perfección que adquiere su sentimiento político, que es
ya tan
claro y fijo como la conciencia moral” (333). Pero para discurrir,
específicamente, sobre “el carácter moral de esta
nación” Sarmiento encabeza un apartado con el epígrafe:
“Avaricia i mala fe”. De alguna manera al modo de Groussac
- pero, sabemos, al
revés -, Sarmiento precisa hablar “mal” de este pueblo para
poder seguir hablando “bien”. Desde esta perspectiva comenta que:
“Los Estados-Unidos como gobierno son irreprochables en sus actos
públicos, mientras que los individuos que lo forman adolecen de
vicios
repugnantes” (337). Sin embargo Franklin aparece, luego, en su discurso
portando el lema de lo que representaría un giro moral:
“bienestar
i virtud”, y la balanza se
inclina:
El norteamericano lucha con la
naturaleza, se endurece contra las
dificultades, por llegar al supremo bien que su posición social
le hace
codiciar, bienestar; i si la moral se pone de por medio cuando el iba a
tocar
su bien, ¿qué estraño es que la aparte a un lado
lo
bastante para pasar (...)? (339)
Por otro
lado, “la moral”
también se manifiesta en “jeografía”. Y con esto
alude a “la república (que) empezó a parir territorios
que
se convertían luego en Estados”(342), y a ciertos personajes
activos en esa empresa: el “indian hatter”, los
“squatters”, los “pioners” y, finalmente, los “empresarios
capitalistas”.
Una vez
más todo lo contrario, para
Groussac: “El desplazamiento geográfico es el síntoma de
otra modificación más profunda (...) la
transformación
social de que la reciente exposición de Chicago – el triunfo del
Oeste sobre el Este – ha sido la manifestación más
aguda” (326). Desde esta perspectiva “Su progreso material
(...) equivaldría a un regreso moral; y ello
sería la
confirmación de que la absoluta
democracia nos lleva fatalmente a la universal
mediocridad” (329, Subrayado mío).
Desembocamos,
entonces, en otro concepto clave
que está en juego: el de “democracia”. Si en el discurso de
viaje de Sarmiento, es este sistema el que justifica las posibles
fallas
exonerándolas, en el discurso de Groussac, como observamos en el
párrafo anterior, la democracia es causa de males y no su
justificación.
Es
interesante observar que Sarmiento, en la
sección “Incidentes de viaje”- donde se propone deslizar
ciertas reflexiones –, en el apartado cuyo epígrafe es,
justamente, “Washington”, (re) construye una discusión entre
un tal Mr. Johnson, anti-demócrata y él mismo, que
argumenta en
pos de ésta. Lo que parece
estar en juego queda explicitado en una proposición de su
contrincante:
“Lo que yo propongo es que no vaya Ud. a la América del sur a
proponernos
por modelo de gobierno” (401). Sarmiento, entonces, expone su
argumentación, y la “moral” entra en juego una vez
más para volverse “jeolojía” o síntesis
histórica: “El primer período del ciclo fue la
antropofajía (...) El último es la democracia.”(403). El
presente del tiempo y del lugar que observa es, así, la perfecta
y
acabada culminación y
clausura de la historia. Pero, también, es
proyección
hacia un futuro que no todos los pueblos aún han alcanzado.
Con
relación a la forma de
gobierno, Sarmiento y Groussac respetan y/o admiran al parlamentarismo,
aunque
no dudan en señalar la corrupción política que se
materializa a través del mismo (en Groussac queda reforzada como
casi un
clisé sobre-impreso ya que menciona que ya “todos los
observadores
americanos y extranjeros (la) han comprobado”[373].)
Con
respecto a la “religión”, podemos decir que es otro punto
clave para seguir indagando en este juego de reversos en tensión
o de
(re) lecturas (trans) formadoras de sentido. Para Sarmiento este es uno
de los
puntos en donde su mimetización se vuelve culminante: “No tengo
cuando acabar cuando entro en el campo de la teolojía; me vuelvo
yankee
como usted ve (...) hablo del espíritu de asociación
relijiosa i
filantrópica, que pone en actividad millares de voluntades para
la
consecución de un fin laudable (...)” (352).
Groussac,
por su parte, analiza y se vale del fenómeno del mormonismo para
establecer que factores sociales colaboraron en su surgimiento. Estos
serían: “Ausencia de cultura general y de espíritu
crítico (...), la disponibilidad de vastos territorios vacantes
en el
oeste (...) (y) la laxitud del vínculo federal (autonomía
de los
estados)” (283). Reconoce, así, que “La naciente
asociación satisfacía a la par de los dos sentimientos
cardinales
del alma americana: la intensidad de la aspiración religiosa y
la
energía del espíritu positivo y práctico”. La
clara
diferencia es que ni la “asociación”, ni la fe, ni el
trabajo material, representan aquí una virtud; si no más
bien
parches o circunstancias de reemplazo en un lugar carente de los
“verdaderos” valores. Además, la “libertad” de
culto que Sarmiento valora queda ridiculizada en este discurso en el
que el
“Parlamento de las religiones” que acontece en su viaje,
sólo atestigua “(...) o la igual vaciedad de todos los dogmas
oficiales, o su igual legitimidad, - o quizás ambas cosas a la
vez
.” (307)
Metadiscursividad
del relato de viaje. Formas de plantear un
recorrido
El
andar parece pues encontrar una
primera definición como espacio de enunciación
M. De Certau
En este
punto es Groussac el destacado, su figura de viajero – narrador
está hiper-presente en el texto y se muestra más que
reflexiva
para con su itinerario escritural. En principio advierte: “...la mayor
parte de las Impresiones de tanto commis
voyageur de la literatura se
extasían con exceso ante los colosales montones de hierro y
ladrillo
(...) Procuraré emplear otro procedimiento; y, desde luego,
pienso que
me aburriré muy poco en esta proclamada patria del
aburrimiento”(242-243).
Desde esta perspectiva, ostenta una posición superadora. Su
visión no se extraviará en el éxtasis; se
sustentará, a conciencia, en otra manera de ver que conlleva la
distancia necesaria de un “análisis”. Aquí no podemos
dejar de pensar en el modo pasional
y poco distante con el que Sarmiento construye su mirada en su relato.
La
siguiente nota interesante que echa luz sobre la propia escritura dice,
con
respecto a San Francisco: “(...)he visto la ciudad y sus alrededores
(...) materia ya descrita y que corre impresa en las Guías de
viajeros.
Me he convencido de que, en estas notas de viaje, la única
novedad a que
pueda aspirar provendrá de mi reacción personal enfrente
de las
cosas y sobre todo de las gentes” (254-255). Desde esta perspectiva,
sabemos, “la atención imparcial” y la
“indulgencia” a las que el mismo apela en su discurso, sólo
serán artilugios de un prestidigitador que pierde seguido su
compostura
cientificista.
El viaje de
Sarmiento por los EE UU dura sólo seis semanas; es un viaje
acelerado y
eufórico, pasional, aunque premeditado, al igual que su
escritura. No es
casual que Groussac escriba: “(...) voy comprendiendo que en los EE UU,
para ver lo mejor posible es necesario no ceder a la tentación
de verlo
todo en pocos meses”. (255) La continuidad progresiva marcada por el
tiempo verbal de su proposición sugiere tanto una
reflexión
marcada por la experiencia del
viaje “en vivo y en continuo”, como así también
signada por la lectura de un mismo, y a su vez tan otro, viaje.
“Background” de lecturas, experiencia mediada del viaje por otros
viajes y propósitos o metas por los cuales se efectúa el
recorrido se funden en un fluir que es la escritura misma, “una
estructura lingüística que manifiesta sobre el plano
simbólico
(...) la manera fundamental de un hombre de ser en el mundo”. (Certau,
112)
Con
relación a los objetivos del viaje, Groussac tiene muy claro
donde debe
enfocar su análisis: “En este momento de la evolución
sociológica, sobre todo, el grupo humano que se debe estudiar
paciente y
filosóficamente, es Chicago.” (255). En el instante en que la
escritura comienza a decirnos sobre esta ciudad, ésta alude, a
su vez, a
otra escritura: la de su “librito de apuntes”, instancia previa al
relato que leemos. Este, nos dice, contiene “notas instantáneas,
independientes,
y muchas veces contradictoras (...) sin más rasgo común
que la
absoluta despreocupación del estilo y la sinceridad evidente,
casi
diría la exactitud fotográfica de la
impresión”(299). Así, una especie de oximoron va
determinando sus juicios cuya garantía de “verdad” esta dada
por su palabra, sarcásticamente, científica. De este
modo, si su
“librito” “refleja” un “itinerario
heteróclito y desordenado” es porque “el lugar en sí
lo es”: “El apellido ilustre de Armour encabeza dos páginas
cercanas; en la una, como salchichero colosal; en la otra, como
apóstol
de la educación”(301). Así, su escritura se manifiesta
como
un juego de lectura (transcribe leyendo su cuaderno de apuntes
instantáneos); como una estrategia discursiva en pos de un
efecto de
espontaneidad. Sin embargo sus conclusiones no nos serán
escamoteadas y
resultan ser lo suficientemente definidas y categóricas.
Groussac, de
todos modos, insiste con la dificultad que conlleva pasar de la
“fotografía” a la “disección”.
Continúa, de este modo, con su retórica engañosa:
Sin embargo
nada más distante que esa imagen para representar a nuestro
viajero.
Viñas, por su cuenta, opta por la denegada por el propio
protagonista y
denomina su visión como la de una “mirada de ventanilla”.
Finalmente,
nos otorga un “examen” de su “paseo” para determinar su
programa como el más “racional” y aprobar, así, su
itinerario. He aquí su explicación:
Es posible que, para un viajero
llegado de
Europa y preocupado de referir (...) su examen comparativo, fuese
preferible el
itinerario más natural; dado mi punto de vista sudamericano,
creo que ha
convenido acometer por el litoral Pacífico el estudio progresivo
de la
región, caminando al oriente, en sentido contrario al que ha
seguido la
civilización (...) La edad cronológica de una comarca
suele ser lo
contrario de su edad sociológica (...) Por lo demás la
imagen
clásica del río que nace en su propio manantial (...) no
es
tampoco aplicable al progreso de América, que no es, en
principio,
más que una simple desviación y derrame del europeo
(...)”
(396)
Esta cita
resulta muy rica y
significativa, ya que entra en tensión con el itinerario
sarmientino
– “un viajero llegado de Europa” y preocupado por entablar
comparaciones, que, además, recorre los EE UU con una
perspectiva
diametralmente opuesta -. El viaje de Sarmiento está, otra vez
más, en las antípodas. Su itinerario es mucho más
veloz y
dura, como ya dijimos, mucho menos, su discurso lejos de construirse
como
racional (más allá de sus detenidas estadísticas
que ponen
dique a sus desbordes) se nos presenta exaltado. A diferencia de
Groussac, no
muestra su discurso alerta alguna por mantener la distancia
característica de un “crítico avisado”. Por el
contrario, el narrador “se nos vuelve yankee” por lo cual manifiesta
que visita a un pueblo al cual “todo debe perdonársele”
(308) Pero el verdadero motivo que desata esa indulgencia en uno y la condena en el otro lo encontramos por un
lado en la ansiada utopía que Sarmiento precisa al proyectar un
modelo
socio-económico, y por el otro en el choque cultural que
desencadena en
Groussac el enfrentamiento entre los valores y la tradición
latina que
defiende, contra un pueblo que se representa encarnando los valores
opuestos.
Sarmiento le comenta al “destinatario” de su carta: “No espere
que dé a Ud. una descripción ordenada de los
Estados-Unidos (...)
Quiero seguir otro camino” (291). Y ese camino no es ni más ni
menos que la escritura misma. Un intento de apropiación
simbólica
que quiere llevarse consigo de
regreso. Groussac hace lo suyo, al fin de cuentas como
señala
Viñas, “toda lectura es un test proyectivo, y la escritura, un
conjuro simbólico” (11)
Conclusión
Desde esta
perspectiva, creo que en ambos casos podemos hablar de una
utopía, de
una utopía a la que se
apuesta en pos de que la representación afecte al estado de
cosas; o,
más bien, a que la “realidad” se vea afectada por su
representación. En fin, en la que se cree por confiar en la
eficacia de
las palabras. Eso sí, Sarmiento es al “futuro” hacia donde
quiere
dirigirse, y para ello actúa sobre su propio presente a
través de
sus discursos; Groussac, en cambio, está “en busca de la
tradición perdida” sobre la cual hay que “volver”. Se
trata de las vicisitudes de un burgués liberal, creyente en el
progreso
y de un pensador con valores aristócratas, reaccionario y
conservador.
Pero en
tanto intelectuales, ambos, por su tiempo, son “legisladores” para
los que “la efectividad del control y la corrección del
conocimiento están estrechamente relacionadas” (Bauman 12).
Correlativamente, en tanto viajeros producen “discursos de
autoridad”, que como observamos, derivan en controversias que,
intertextualmente, se articulan en un juego de tensiones para poder
legitimarse
como las correctas. Los Estados Unidos son en este campo discursivo,
una
herramienta paradigmática de la cual valerse, un objeto de
estudio
“adecuado” y “funcional” sobre el cual se sobreimprimen
discursos ideológicamente antagónicos -“los discursos de
viaje”-.
Consecuentemente,
podemos (re) pensar las diferencias de un discurso, el de Sarmiento,
que se
inserta en los esfuerzos por proyectar una Nación, la propia,
que
aún no existe; frente a otro, el de Groussac, que es parte de la
misma,
ya consolidada. Desde esta perspectiva, podemos también
reflexionar
sobre estos relatos como modos de intervención política,
en los
que refundir un discurso, en el caso de Groussac, no es tarea
secundaria. De
hecho, posee ese trabajo un peso tan fuerte, que ir hacia lo ya
leído y
escrito resulta tan imprescindible como el hecho de viajar.
A su
vez, los
contextos de escritura de los viajes, tácitos en cada uno de los
casos,
resultan fundamentales para la cabal comprensión de los relatos
y sus
divergencias. Mientras Sarmiento realiza su viaje expatriado por
enemigo
político del poder instalado por Rosas, patrocinado por el
gobierno de
Chile en pos de un programa utilitario, de una búsqueda guiada
por la
necesidad de llenar un “vacío”, de construir y organizar una
nación “barbarizada” y conducida por un
“déspota”; Groussac, en cambio, director de la Biblioteca
Nacional en Bs. As. y “árbitro” de la cultura en una
sociedad que vive el apogeo de la oligarquía liberal y a cuya
elite
pertenece, emprende su viaje altanero para verificar compartimentos y
clases,
para re-afirmar los valores y la necesidad de un grupo social que
dirija a las
masas.
De
este modo,
mientras el primer escritor en viaje lucha discursivamente por el
cambio, la
ruptura y la reconstrucción hacia el final del Facundo
podemos
leer el programa propuesto: inmigración, libre
navegación,
prensa, educación pública, medidas para favorecer el
comercio,
etc); el segundo aboga por la conservación, la fijeza
relacionada con
los valores “regeneracionistas” desde un clasicismo estetizante. La
(probable) “evolución” social se convierte en dos
definiciones o corroboraciones completamente diferentes según el
caso.
Del
anuncio que
apela al hallazgo y a la profecía en Sarmiento, pasamos a la
verificación de un caso clínico confirmado por Groussac:
allí, en los EE.UU., sólo puede haber
“anomalía”. De las “impresiones” ávidas
por llenar un “vacío”, pasamos, por boca de un ciudadano
francés, a las legitimadamente europeas, una vez más. De
la suma
a la resta. La “civilización” y el “progreso”,
conceptos claves en este juego de contrarios, de lecturas y escrituras,
son
palabras que se llenan para luego vaciarse y volverse a llenar
según el
discurso hegemónico de cada contexto histórico.
Sarmiento,
escritor
romántico, concebía la nación como una entidad
cambiante
cuya naturaleza se definía por lo que podría devenir,
construcción de la que se concebía parte; la pregunta era
cómo construir sujetos republicanos, y una respuesta, entre
otras, era
importar costumbres. La inmigración es un tópico clave de
ese
programa. En los Estados Unidos, Sarmiento observa que el engranaje
democrático permitía “depurar” y “pulir”
a la misma. Pero si en Sarmiento la democracia es un sistema ideal, el
“fin de la historia” que justifica los males, en Groussac es la
causa de los mismos. Las nuevas problemáticas de su época
pasan a
ser inversamente la modernización veloz, el predominio de la
ciudad
frente al campo, la movilidad social, etc. La ambigüedad es que
frente al
proceso de modernización que están llevando, se percibe
lo
indeseable. Hete aquí que la inmigración vuelve, en este
contexto, a ser una cuestión crucial, cuyo peso recae en otras
problemáticas como la emergencia de los trabajadores y los
conflictos
sociales y la participación política.
Hacia
finales del
siglo XIX el pensamiento liberal no es abandonado en el país de
dónde salen los viajeros que nos ocupan, sino más bien,
consolidado; sin embargo en el plano social (no así en el
político ni económico) se apela a una cultura
estética que
permanezca por debajo de los cambios, tal como lo señala Oscar
Terán
con respecto a “El lamento de Cané” (31). Allí
también señala que la tensión sostenida entre
“mercado y virtud”:
(...)habita una
amplia zona discursiva
del espacio intelectual argentino entre fines del siglo XIX y
principios del
XX, y forma parte de las impugnaciones frente a dos de los efectos de
la
modernidad: el factor económico que avanza sobre el amado e
íntimo hábitat tradicional, y la movilidad social
ascendente, que
coloca en manos de los de abajo bienes y estatus hasta hace poco
exclusivos de
la elite. (53)
Finalmente,
un relato de viaje refleja al otro en las
contradicciones que acarrea un programa político y
económico de modernización
que avanza de
modo consecuente. El proyecto liberal que enmarca las convicciones y
valores
que se explicitan en el texto de Sarmiento, cuyo contexto real, en
Argentina,
es la confederación rosista, ya se encuentra culminado y
encuadra al
segundo relato; pero, entre ambos, sin embargo, hay un abismo, se
iluminan para
re fundarse y divergir, como si de ellos decantara una utopía
clausurada.
Notas
(1). A grandes rasgos,
podemos pensar las diferencias que aluden a la
generación del 37 y a la del 80 en Argentina. Pensemos, por
ejemplo, la
diferencia entre lo que significaba proyectar una nación a ser
parte del
momento de su consolidación (con ello el problema de la
inmigración en uno y otro caso, etc)
(2). Esta cita
también podrá ser tenida en cuenta, luego, cuando
focalicemos
sobre la definición del concepto de “civilización” en
sus respectivos discursos de viaje.
Bibliografía
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completas, Discusión, “Paul Groussac” Emecé ,
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Tomo 3.
Dirección del tomo: Noemí Goldman, Sudamericana, 2005,
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Viñas
David, De Sarmiento
a Dios. Viajeros argentinos a USA, Sudamericana, 1998, Bs. As.