Review
of El secreto del mal, by
Roberto
Bolaño
No sería del todo justo
decir que
a Roberto Bolaño (Chile 1953-Barcelona 2003) lo
sorprendió la
muerte. Y no solo por la enfermedad crónica que arrastró
durante
mucho tiempo. Para alguien que, como escritor, tuvo un trato anticipado
con la
muerte bajo la forma desplazada del problema del final y de los
límites
del lenguaje, para alguien que exploró las muchas relaciones
posibles
entre literatura y ausencia (los personajes de Bolaño persiguen
la
literatura como un sentido que se les escapa), la muerte no pudo
haberlo tomado
desprevenido. Puede que lo haya encontrado escribiendo, con los ojos
bien
abiertos, pero nunca sorprenderlo.
Casi simultáneamente,
acaban de
publicarse en español dos textos póstumos de Roberto
Bolaño: La universidad desconocida (1) y El
secreto del mal.(2) Los fragmentos de El
secreto del mal son restos narrativos dispersos que la muerte
prematura de Roberto Bolaño dejó abandonados en esa
tierra de
nadie que son los papeles no publicados por un autor. Mientas que La universidad desconocida reúne
textos poéticos de sus años de formación en
Barcelona,
dispuestos por el propio Bolaño para su publicación
(textos
concluidos de un poeta en formación), El secreto
del mal es una reunión de notas, esbozos,
tanteos, comienzos en falso, de escrituras interrumpidas (textos
inconclusos de
un narrador consumado).
Con esos archivos sueltos,
Ignacio
Echeverría –uno de los editores a cargo del prólogo–
hizo algo más que poner una veintena de bonus-tracks
más o menos trabajados a
disposición del lector de los relatos de amor, de locura, de
muerte y
destierro publicados por Bolaño en Llamadas
telefónicas (1997), Putas
asesinas (2001) y El gaucho
insufrible (2003). Sin fetichizar su
material (el
plus de valor que la muerte le agrega a un manuscrito),
Echeverría hace
lo que hacen los críticos –no los glosadores de novedades
culturales, alborotados últimamente por la traducción de Los detectives salvajes al inglés: (3) producirle un problema a
la literatura a
partir de una obra, mirarla bajo una nueva luz, ponerla en perspectiva.
En
lugar de usar la “obra visible” de Bolaño como
parámetro de todo lo que a estos fragmentos le faltan,
Echeverría
invierte la ecuación: después de todo, propone en el
prólogo, el problema de toda la obra de Bolaño fue la inconclusión, de manera que es
difícil, si no
imposible, distinguir de entre esta “obra invisible” cuáles
textos estaban listos para ser publicados y cuáles eran apenas
un
borrador prematuro o un comienzo en falso.
El problema podría
plantearse de
otra manera. Bolaño pone en marcha a partir de un título,
una
anécdota, una palabra. ¿Qué es lo que decide la
duración de un relato? ¿Por qué los textos de El secreto del mal eran el germen de
cuentos y no de novelas? Los editores vuelven a acertar cuando optan
por usar
como título El secreto del mal
–uno de los cuentos de la serie– en lugar
de Nuevos cuentos –el
título de la carpeta de Bolaño, porque se trata siempre
de
historias tramadas como se traman los secretos, donde lo más
importante
o bien no se quiere decir (como en la “teoría del iceberg”
de Hemingway) o bien no se puede decir
porque
está más allá del lenguaje (las epifanías
suburbanas del minimalismo o las
iluminaciones
profanas del surrealismo). “El secreto del mal”, dice el narrador,
“es un cuento inconcluso porque este tipo de historias no tiene un
final”. Podrían seguir, pero se interrumpen –como si el
terror de la página en blanco estuviera al final y no en el
comienzo de
la escritura. Así, que lo principal no esté contado
porque fue
una decisión del escritor, porque el sentido es inefable (un
lugar
común fatigado por Bolaño) o porque Bolaño se
murió
se convierte en un problema secundario: se trata siempre de contraer,
de cifrar
el sentido de la historia sin dar explicaciones, de congelar el final
en una
imagen cargada de ambigüedad que tira del hilo del relato y lo
tensiona
emocionalmente. A diferencia de los sorprendentes cierres de Borges,
que dejan
brillando al texto como una esfera narrativamente pulida y cerrada, sin
resquicios, Bolaño deja siempre un hilo narrativo suelto que
lleva
siempre a una realidad deshilachada.
Como en tantos cuentos de
Cortázar
(Bolaño no deja de acumular referencias y homenajes), el final
es una
puerta entreabierta a lo siniestro, a una totalidad entrevista a la que
solo
puede aludirse –un silencio o un vacío de sentido que amenaza al
poeta, donde resuena la violencia política del “infierno
latinoamericano” y sus provincias mexicana, chilena, colombiana y
argentina. Así, la violencia de un cierre abrupto se conecta con
la
violencia política latente, nunca expuesta directamente –la
“estática del infierno” que el escritor capta, como
presiente V.S. Naipul
en
una visita a Buenos Aires en el año 1972 narrada en “Sabios de Sodoma”. En otro de esos textos sobre la vida
literaria (“Derivas de la pesada”) donde se necesita nombrar la
literatura (sus pasillos, sus agentes, sus guardianes, sus mezquinas
tramas)
para diferenciarse mejor de ella, Bolaño repasa tradiciones de
la
literatura argentina que van de los sueños del fantástico
hasta
las pesadillas “literariamente suicidas, literariamente callejón
sin salida” de autores que en los años setenta intentaron hacer
volar
la literatura en pedazos. A diferencia de Osvaldo Lamborghini
–otro exiliado en Barcelona–
Bolaño nunca dejó de creer y de confiar en ella. “La
literatura es una máquina acorazada” –escribe–.
“No se preocupa de los escritores. A veces ni siquiera se da cuenta de
que éstos están vivos”. Tampoco debería darse
cuenta
de que están muertos.
San
Francisco State University
Notas
(1).
Roberto Bolaño, La
universidad
desconocida (Barcelona: Anagrama, 2007).
(2).
Roberto Bolaño,
El secreto del mal (Barcelona:
Anagrama, 2007).
(3).
Roberto Bolaño,
The Savage
Detectives. Trans. by Natasha Wimmer
(New York: Farrar,
Straus and Giroux,
2007)