University
of
California,
Santa Cruz
Repasando los numerosos estudios que se han venido publicando tras la celebración de los Congresos Internacionales “Max Aub y El laberinto español” (1993) y “Max Aub, testigo del siglo XX” (2003), se advierte una evolución muy significativa de la crítica aubiana. De una manera general, puede apuntarse que, por lo que respecta a la selección de géneros, ha ido decayendo el interés por la obra teatral del autor y por la narrativa centrada en la Guerra civil; y que, aunque la crítica ha continuado ocupándose de las novelas no incluidas en el Laberinto mágico así como de los escritos poéticos, ensayísticos y periodísticos, se observa un creciente interés por el estudio de sus diarios, su narrativa breve o sus trabajos cinematográficos. Lenta mutación de las preferencias de los críticos de la extensa obra de Aub que, sin duda, ha supuesto unas nuevas valoraciones generales del autor. De ser considerado uno de los más grandes narradores de la contienda civil y uno de los escritores que con más ahínco enfrentó los cambios estéticos, la problemática de la ética y el compromiso y la del “yo” y las máscaras, ha pasado a ser además un distinguido representante de la conciencia exílica, de la memoria y la tradición como forma de resistencia cultural y de la crítica al entramado de la Guerra fría.
A la estela de esta fluida marea de interpretaciones de la obra de Aub, creo que es destacable el contraste de pareceres que en estos últimos años han entablado dos críticos respecto a la relación que el autor mantuvo con el poder hegemónico del nacionalismo mexicano. Y, en mi opinión, lo es porque no sólo profundiza en la relación que Aub mantuvo con México, sino que además ofrece una de las claves para explicar la mayor parte de la obra del autor: la de estar determinada, incluso por encima de la Guerra civil, por haber sido escrita por un exiliado político.
Según Sebaastian Faber,
la postura
que Aub mantuvo hacia la política del Partido Revolucionario
Institucional fue ambivalente:
Aub’s
case shows, once more, how twentieth-century intellectuals are forced
to strike
a careful balance between criticism and support of the political
systems on
whose institution they depend” ( 2002: 250) .
Opinión que
no comparte
James Valender:
De este modo, en el
prólogo de la Poesía mexicana (1950-1960),
el
lector no debe esperar encontrar esa ortodoxia marxista que Sebastiaan
Faber
insiste en exigirle a Aub. La crítica al régimen, si la
hay, se
hace de manera suave, insinuándose apenas en ocasionales
guiños
irónicos (2005: 255).
Atendiendo a las opiniones que
Aub
apuntó en el prólogo de Poesía
mexicana (1950-1960) sobre el tema del mestizaje, el de la
revolución y el de la
independencia o dependencia de los intelectuales mexicanos
respecto al
estado, mi intención es demostrar en las páginas que
siguen que
la relación que sostuvo Aub con México ni fue de
sumisión,
complacencia o ambivalencia, ni de identificación o
empatía, sino
que respondió a la que, naturalmente, mantiene un exiliado
político con la tierra que lo acoge. Un exiliado político
que, en
todo momento, creyó en la viabilidad y racionalidad de sus
posicionamientos y en la utilidad de las estrategias que le ayudaban a
mantenerse en su pensamiento exílico.
El principal obstáculo al que se tiene que enfrentar el
exiliado político es el generado por la disputa interior entre
el
sentido de permanencia cultural y política hacia el país
del que
ha sido expulsado y la necesaria adaptación a la tierra que le
ha dado
cobijo. Por encima del dolor del desplazamiento físico, del
juego de
lealtades o deslealtades, de las rupturas o uniones con los lazos
institucionales, o más allá de los naturales impulsos de
agradecimiento
y comprensión hacia la nación de acogida, en el caso del
exiliado
político siempre vence el sentido de permanencia. Es decir, la
creencia
de que, pese a la expulsión, se continúa formando parte
de una
nación con la que se quiere mantener una relación de
derechos y
deberes; de un país ya lejano al que, sin embargo, se
está unido
por unos lazos inmanentes que son los que hacen que el exiliado luche
por
cambiar las circunstancias políticas del país del que ha
tenido
que huir. Esta actitud, esta terca pelea por pertenecer a la
política y
la cultura del país perdido, será el verdadero motor de
la
mayoría de sus comportamientos y acciones. Tanto es así
que
sólo podría romper dichos lazos de permanencia con el
país
perdido creando otra nueva pertenencia en el país de acogida que
automáticamente
le impediría vivir y sentir como un verdadero exiliado
político.
Caso del que, evidentemente, Aub estuvo muy lejos.
La Captatio
benevolentiae de un exiliado político
En 1960, cuando la editorial
Aguilar
publicó Poesía mexicana
(1950-1960), Aub ya llevaba exiliado en México dieciocho
años
y, como escribe en sus Diarios,
hacía cuatro que se le había reconocido la
ciudadanía
mexicana por naturalización:
¿Qué soy? ¿Alemán, francés, español, mexicano? ¿Qué soy? Nada. ¿De quién la culpa? ¿Cómo culparme? Y, sin embargo, latente, esa punzadura, ese veredicto: culpable (…) Si fueses poeta, novelista, lo que fuera, serías español, mexicano, francés o alemán. Como no lo eres no eres nada, nada, nada…” ¿De qué te quejas? –Siempre se es a medias, –No: siempre fuiste a medias, y ésa es la muerte. (Mexicano desde hoy… Mangas verdes)” (1998: 273).
Durante catorce años,
Aub
había estado inmerso en la gran disputa interior del exiliado
político. Por una parte era consciente de que la carta de
ciudadanía mexicana no era suficiente para sentirse identificado
con
México; por otra, la frustración de ver la ausencia de
recepción que sufría su obra tanto en España como
en
México todavía le impedía admitir la
inevitabilidad de sus
lazos de permanencia con España.
Como puede
leerse en sus Diarios, será
años después, en 1967, cuando Aub llegue a entender y a
admitir
este desdoblamiento: “Escritor español y ciudadano mexicano:
quede
así, sin contar que es cierto” (1998: 392). O lo que es lo
mismo: únicamente
tras sentirse escritor español pudo Aub considerarse ciudadano
mexicano.
El prólogo a Poesía mexicana, escrito pues por un exiliado político que “siente ser a medias”, se inicia con una nota a pie de página:
No intento en estas notas, hablar de la poesía mexicana en sí, sino de cómo y por qué es como es y no de otra manera, de 1950 a 1960. Busco y doy algunas explicaciones primarias acerca de las condiciones sociales y políticas que la determinan, que ojalá sean tomadas por lo que son: mínima prueba de interés y amor (1960: 11).
Si creemos lo que se advierte en esta nota a pie de página, el propósito de Aub es no opinar sobre la poesía mexicana en sí. Sin embargo, si continuamos leyendo el prólogo vemos que Aub sí que opina. Así, por ejemplo, percibe en la poesía mexicana un “pasado esplendor verbal y arquitectónico, hecho para esconder lo verdadero, donde la hojarasca y el perifollo quedaron por verdad en mil ocasiones” (1960: 13-14).
Por lo que respecta al análisis de las condiciones políticas y sociales que conformaban la poesía mexicana de la década de los años cincuenta, única meta del prólogo según se indica en la nota a pie de página, la estrategia que sigue Aub no es la de preparar al lector para la contradicción apuntada, sino que intenta amortiguar y endulzar las futuras críticas que con seguridad los intelectuales mexicanos realizarán al leer el prólogo. Análisis, no se olvide, de un “ser a medias” que aun sintiendo “interés y amor” por la tierra de acogida, no iba a dejar de criticar velada y sutilmente las condiciones políticas y sociales del país que lo acogió siempre y cuando ello no dañara su sentido de permanencia a la tierra perdida.
De guisa
tal que esta nota a pie de página que inicia el prólogo
viene a
ser una
Captatio benevolentiae con una doble finalidad.
En primer lugar, Aub pretende amortiguar las críticas de
aquellos que
pudieran considerar que un refugiado político, por mucha
ciudadanía que hubiera adquirido, no debería opinar sobre
la
poesía mexicana; o la de aquellos otros que tampoco vieran con
buenos
ojos que escribiera sobre el contexto político mexicano que
rodeaba la
poesía que iba a antologar. En segundo lugar, con la nota
quería
mostrar que dichas críticas veladas no eran consecuencia de su
falta de
entendimiento o de interés por lo mexicano sino de su
condición
de exiliado político.
Tal
vez alguien
pueda decir que esta captatio
benevolentiae es sólo invención mía. Que ni existe ni es necesaria si se
tiene en cuenta que es un ciudadano mexicano el que la escribe. Un
ciudadano
agradecido que lo único que quiere es mostrar el respeto hacia
el
país de acogida o, visto desde el punto de vista de Faber, la
ausencia
de espíritu crítico ante el poder hegemónico. Y
tal vez
fuera cierto si se considera al Aub de 1960 más como ciudadano
mexicano que
como exiliado político. Pero no es así. Aunque Aub
todavía
no se consideraba “un escritor español y un ciudadano
mexicano”, en su interior se estaba decantando dicho desdoblamiento en
el
que, como se ha apuntado, la prioridad era ser escritor español,
es
decir, exiliado político. Esta captatio
benevolentiae, tras la que se esconden las futuras críticas
del
prólogo, es ante todo una clara voluntad de marcar la distancia
–
el convencimiento de la no asimilación o integración a
México – con la que iba a tratar el tema de la poesía y
sociedad mexicanas. Las precauciones necesarias que debe adoptar un
escritor
exiliado que quiera continuar siéndolo. Así,
cuando Faber señala que
Aub seems
to possess something of an adoped Mexican nationalism which
does not allow him to admit that the situation in Mexico might be as
bad as in
Spain, even though he seems to be at loss for arguments supporting his
position
(2002: 263),
creo
que no
percibe que los elogios y críticas que Aub hizo al nacionalismo
mexicano
estaban dictados por su antagonismo militante y republicano hacia el
franquismo. Por su falta de interés hacia su integración
en
México, o si se quiere, por la necesidad de concentrar todas sus
fuerzas
críticas en el tema de España.
El mestizaje
Como
ha señalado Valender, el inicio del prólogo de Aub
podría
ser el “informe de gobierno de uno de los presidentes en turno de la
República mexicana” (2005: 253):
México es hoy, gracias
a los
avatares de su historia, un fenómeno único de estabilidad
y
progreso, de libertad y sentido común. Débase, en primer
lugar,
al éxito evidente del mestizaje, prueba concluyente – una vez
más
– de la identidad del hombre (1960: 11).
Frente a los ejemplos de Norte
América, India, China o Argelia, donde la materialización
de lo
híbrido había sido históricamente imposible, Aub
creía que en México lo precortesiano y lo español
habían logrado fusionarse y sobrevivir “con sus odios, sus
relaciones, sus rencores, su amor, haciendo y rehaciendo el país
cada
día” (1960:12). Gracias a que la Revolución había
logrado que el mestizaje tomara el poder, Aub pensaba que
México, hasta
ayer inseguro política, social y económicamente,
había
podido, en la década de los cincuenta, tener fe en sí
mismo. Una
estabilidad, un progreso, una libertad y un sentido común que,
evidentemente, no eran ciertos, pero que Aub parece defender.
Y si Aub exagera al elogiar el
mestizaje
nacionalista en el poder, Valender cree que donde realmente pierde pie
es
cuando trata de reivindicarlo en la poesía mexicana. Era obvio
que el
indigenismo no se había incorporado a la cultura mexicana
impulsándose desde abajo, no había emergido
espontáneamente tras la independencia y la revolución,
sino que
se implantó desde arriba, al llegar al poder el mestizaje. Hecho
que,
como indica Valender, suponía pagar un precio: “el de la
mediación (o probable tergiversación) oficial”. Tratando
de
entrever en la argumentación de Aub una pizca de crítica,
Valender añade:
Por lo visto, Aub veía
justificado
pagar dicho precio, pero, mediante una argumentación claramente
paradójica, también quiso dejar constancia de la
contradicción en que el mestizaje mexicano defendido por
él se
sostenía (1960: 257).
Dicha argumentación
paradójica (defender el interés de lo mestizo por lo
indígena sacando a la luz que para ello se había tenido
muy poco
en cuenta a los indígenas) es otra más de las estrategias
del
exiliado político Aub. Tras la captatio
benevolentia de la nota al prólogo, una nueva sutileza
irónica sale a la luz. El Aub exiliado no cree que sea necesario
ni
aconsejable decir de forma directa lo que piensa sobre el asunto de lo
mestizo
en la poesía mexicana pues eso sí que hubiera sido perder
pie.
Decir de manera tajante y sin paradojas que, en la poesía
mexicana, el
componente indigenista había sido impuesto desde arriba, no
hubiera sido
bien visto y además, y esto es lo más importante,
habría
supuesto involucrarse en uno de los grandes tabúes de la
intelectualidad
mexicana. Decirlo en el prólogo a una antología de
poesía
mexicana hubiera sido un riesgo innecesario para un exiliado. Sin
embargo,
escribirlo en su Diario era menos comprometido:
La duplicidad de la sangre en
el mestizo
engendra su dúplica manera de ser. Cuando hablo de sangre no me
refiero
a la sangre, sino a lo que ha venido a ser el país en manos de
los
mestizos. De esa duplicidad, en ella, viven todos: criollos, mestizos y
aborígenes. Mienten por no mentirse, ya que difícilmente
están de acuerdo consigo mismos. No quiero dar a esto un sentido
peyorativo (1998: 156).
Tal vez el ciudadano mexicano
Aub se
hubiera animado a entrar en polémica abierta con el
nacionalismo, pero
el “otro” Aub, el exiliado, prefería escribirlo en su diario
pues la polémica y sus consecuencias habrían supuesto un
arraigamiento
en lo mexicano que de ninguna manera deseaba.
Entre llamamientos a la buena
fe del
lector e ironías solapadas, Aub va sacando a la luz la gran
contradicción de la poesía mexicana que, a partir de la
Revolución , se había resistido a admitir las bases
poéticas de las que brotaba. La gran incoherencia de aquellos
que por un
lado renegaban del Poema del Cid o al
Arcipreste y que por otro sólo
habían sido capaces de imponer los mitos
autóctonos desde
arriba. No se trata de que Aub quisiera conceder importancia central a
los
poetas o poesías españoles, como señala Margaret
Persin
(1996: 618), ni que considerara que la herencia indígena era lo
primordial de esa poesía, sino que su intención era
esbozar lo
que pensaba sobre la influencia del contexto mestizo en dicha
poesía sin
llegar a involucrarse en la polémica entre lo cortesiano y lo
indígena.
La
revolución y los intelectuales
Los requiebros vaporosos que Aub deja caer contra el mestizaje en el poder no sólo se dirigen hacia la relación que se establece con el indigenismo sino que además se encaminan hacia la manera en que la literatura mestiza expresaba la Revolución. Aub creía que la Revolución era el eje alrededor del cual giraban las diferentes generaciones poéticas que publicaron libros durante la década de los años cincuenta. Opinión otra vez paradójica si se tiene en cuenta la siguiente afirmación del antólogo:
Ahora bien no hay literatura revolucionaria mexicana porque la Revolución, aunque no lo fuera el impulso que la provocó, fue agraria; explosión popular, hija de tristísimas condiciones sociales y económicas (1960: 15).
En opinión de Aub, no existe una novela revolucionaria
mexicana sino una novela
de la Revolución, que más que novela es memoria. Y, por lo que atañe a la poesía, la situación es todavía más ajena a lo revolucionario pues ni hay una poesía revolucionaria ni una poesía de la Revolución (1960: 15).
Pero una vez más, no creyendo conveniente expresar el desinterés que siente hacia esta poesía alejada de la esencia revolucionara, puntualiza:
Por otra parte, la exigüedad de la clase dirigente, resultado de la pobreza del desarrollo económico del país, hace necesario que todas las personas destacadas intelectualmente formen parte – de una manera o de otra – del equipo gubernamental. Algunos poetas, más fieles al servicio público que a su dictamen interior, abandonan totalmente el arte; otros esperan la jubilación para dar lo guardado. De esta manera, quieran o no, toda la literatura mexicana es “comprometida” (1960: 18).
Es decir, lo que en cualquier
otro contexto
hubiera sido un reproche, Aub lo transforma en lección. Que
nadie me
malinterprete – viene a decir –, el hecho de que la poesía
mexicana no sea revolucionaria o no haga memoria de la
revolución no
significa que los poetas y el estado al que sirven dejen de serlo.
Max Aub: paradigma de exilio político
La poesía mexicana
mestiza soslaya lo substancialmente indígena pero, tras
implantar desde arriba la creencia de que tiene en cuenta lo
precortesiano, manifiesta que es indiscutiblemente indígena; la
poesía mexicana mestiza no expresa la revolución pero eso
no significa que sus escritores y el estado de los que emana no sean
revolucionarios y que por lo tanto sea una poesía
revolucionaria. Aub deja entrever las paradojas del nacionalismo
mexicano sin acidez crítica. Lo hace con levedad, con el
distanciamiento adecuado para mantener su conciencia exílica.
Los calificativos con los que regala los oídos del nacionalismo
o las apelaciones solapadas con las que insinúa sus
contradicciones no se deben a que se sintiera parte de la cultura
mexicana, sino al hecho de ir comprendiendo que al final de su vida
sería un ciudadano mexicano y un escritor español o lo
que es lo mismo un exiliado siempre dispuesto a la beligerancia con
España y a la tolerancia reticente hacia el nacionalismo
mexicano.
Hay que empezar por dejar en
claro que la
generación de Max – la del exilio – no entendió
plenamente a México. Se lo propusieron, pero no lo consiguieron.
No es
cosa que pueda reprochárseles. La guerra de España la
tenían metida en las entrañas y el vencimiento de Franco
era una
perspectiva sin la cual nada era concebible. Cuando se acercaban al ser
de México
era para descubrir en él lo español (2005: 68).
Cierto es que sin esa
constante
preocupación por lo español difícilmente hubieran
podido
continuar siendo exiliados, ahora bien, esa preocupación no
tenía
que ser impedimento para entender o dejar de entender lo mexicano. Lo
fue para expresar
las criticas, pero no para comprender la problemática. Lo fue
para
integrarse en la cultura, pero no para analizarla. No cabe duda, por
ejemplo,
que Aub captó los engranajes del mestizaje nacionalista
mexicano, pero
otra cosa es que este hecho le condujera a un enfrentamiento ante
él
semejante al que mostraba ante el franquismo. Sería como esperar
que el
exiliado Aub dejara de serlo. De ahí que su comportamiento ni
fuera el
de un hipócrita ni el de un
posibilista agradecido, sino que, simplemente acabara siendo el de un
ciudadano
mexicano en el laberinto del exilio republicano español.
Bibliografía
Federico
ÁLVAREZ (2005). “Max Aub; Diarios”, en Homenaje a
Max Aub, ed. James Valender y Gabriel Rojo,
México, El colegio de México, 2005, pp. 61-70.
Max AUB (1960). Poesía
mexicana 1950-1960, México, Aguilar, 1960.
___ (1998). Diarios
(1939-1972), Barcelona, Alba,
1998.
Sebastiaan
FABER (2002). Exile and Cultural
Hegemony,
Margaret PERSIN (1996). “La
dialéctica del yo y el otro en dos textos de Max Aub”, en Actas del Congreso Internacional” Max
Aub y el laberinto español”, Valencia, Ayuntamiento de
Valencia, 1996, II, p. 615-623.
James
VALENDER (2005). “Max Aub y su antología de Poesía
mexicana
(1950-1960)”, en Homenaje a Max Aub,
ed. James Valender y Gabriel Rojo, México, El colegio de
México,
2005, pp. 253-280.