Repensando a Frida Kahlo en el centenario de su nacimiento

 

Diana Palaversich

University of New South Wales

 

Después de la amputación de su pierna derecha poco antes de su muerte en 1954 Frida Kahlo dibuja en su diario la pierna amputada con alas y escribe debajo de la imagen la frase, “Pies pa’ que los quiero si tengo alas pa’ volar”.

Más de medio siglo después “La Frida Kahlo Corporation”, la misma que en 2005 había lanzado un tequila con el nombre y la imagen de la pintora, anuncia en mayo de 2007 el lanzamiento de cinco modelos de “tenis” de marca Converse en los cuales se reproducen pinturas, firma e imágenes de la pintora. Es altamente irónico pero nada sorprendente que en 2007, en el centenario de su nacimiento, Frida Kahlo parece más presente a lo largo del mundo como una marca registrada, explotada en innumerables objetos de consumo, que como uno de los pintores más originales del Siglo XX. Es también irónico que la misma persona que pasó la gran parte de su vida militando por el Partido Comunista y despotricando en contra del capitalismo hoy en día esté convertida en una mercancía lucrativa, vendida por una corporación capitalista, “La Frida Kahlo Corporation”, encabezada por su propia sobrina, Isolda Pinedo Kahlo, y el empresario venezolano, Carlos Dorado, quienes comparten el derecho exclusivo al uso de la imagen, la firma y el nombre de la pintora. (1)

La excesiva comercialización que se ha estado llevando a cabo en los últimos dos decenios, ha conducido en México a un repudio casi irracional de la artista. En un artículo que conmemora cincuenta años de la muerte de Kahlo, publicado en 1994 en el Artnews, Judd Tully nota con evidente sorpresa la discrepancia entre el elogio internacional de la artista y la aversión que inspira en su país natal, particularmente en los círculos artísticos e intelectuales. Para ilustrar el hecho de que en los primeros años de los 90 en dichos ámbitos ya se percibían señales inequívocas de una creciente irritación con la pintora, Tully cita a Magda Carranza, en aquel entonces la curadora en el Centro Cultural/Arte Contemporáneo en el D.F.: “In Mexico people are sick and tired of Frida. We don’t put Frida at the level of Saint like she is in the US and Europe. She was always the wife of Diego Rivera. It is definitely an American invention and a marketing thing. I honestly think she is overrated.” (128) Los comentarios despreciativos citados por Tully culminan con la observación vitriólica de una artista chicana no identificada cuya opinión discrepa dramáticamente con aquella expresada por la mayoría de las pintoras y escritoras chicanas para las cuales Kahlo, junto con la Malinche, la Llorona y la Virgen de Guadalupe ha representado el prototipo de la identidad femenina chicana: “Frida is a Frankenstein. She should be burried with a stake in her heart” (128). Si Tully hubiese hecho sus entrevistas en el año del centenario del nacimiento de la pintora, las respuestas habrían sido aún más virulentas puesto que la saturación con Kahlo y todo lo vinculado con su figura han llegado, por lo menos en México, a un punto preocupante.

Sin embargo, hay que reconocer que la aversión a Kahlo en México no se debe simplemente al entendible cansancio de todos por la parafernalia mercadotécnica que rodea la marca registrada llamada “Frida”. Como se evidencia en la cita de Carranza, se debe también a la aceptación (in)consciente de los prejuicios machistas --no siempre dominio exclusivo del hombre-- que desconfían de la capacidad artística e intelectual femenina. La disposición negativa hacia Kahlo precede a la comercialización excesiva que repercute adversamente sobre la apreciación del valor artístico de su pintura. A Kahlo, desde hace mucho tiempo, no se le perdona en México su atractivo internacional, el hecho de que sus cuadros, rarísimas veces que han aparecido en las subastas de arte, hayan motivado pujas de precios más altas que los de cualquier otro pintor latinoamericano. (2) Tampoco se le perdona el que, fuera de México, haya logrado opacar la estrella de su marido, quien hoy por hoy y en contradicción con lo dicho por Carranza, es menos conocido como pintor en su propio derecho que como el marido de la Gran Frida.

La reciente celebración del centenario del nacimiento de Kahlo es un momento oportuno para poner en paréntesis, por muy difícil que parezca, tanto el fenómeno comercial como la biografía de la pintora, ampliamente conocidos e investigados, y en su lugar enfatizar el hecho de que la artista fue uno de los pintores --el uso del masculino es deliberado-- más innovadores del siglo XX. Mi propósito aquí es identificar aspectos novedosos de la gramática visual inaugurada por Kahlo en los años 30 y 40 que dieron paso a la representación de una serie de conceptos que apenas desde los años 90 y el auge de la teoría postmoderna adquirieron un adecuado lenguaje teórico manifiesto en la intervención subversiva en la representación de la mujer y el desnudo femenino como la piedra angular de la pintura modernista; la representación del cuerpo enfermo-sintomático-discapacitado; y la práctica de performance y versioning.

Reinterprentado el desnudo femenino y el cuerpo como espectáculo

Uno de los aportes más notables de Kahlo al arte universal es su intervención radical en la representación tradicional de la mujer, particularmente en cuanto concierne a su dos roles de siempre: la “mujer sexual” encarnada en el desnudo femenino; y la “mujer domesticada” retratada en los tranquilos ámbitos domésticos en los cuales desempeña el rol ‘no-problemático’ de esposa y madre.

En un artículo que examina la ideología que enmarca históricamente el género o la categoría estética llamada el “desnudo femenino” Lynda Nead subraya que

the female nude is not simply one subject among others, one form among many, it is the subject, the form. It is a paradigm of Western high culture with its network of contingent values: civilization, edification, and aesthetic pleasure. The female nude is also a sign of those other, more hidden properties of patriarchal culture, that is, possession, power, and subordination (326).

Se podría decir que Kahlo literalmente arrebata de las manos de los pintores masculinos  dicha categoría visual que, como apunta Neal, da testimonio a la construcción patriarcal de la subjetividad y la sexualidad femenina. Partiendo del predicamento particular de su propio cuerpo y la experiencia personal, la pintora da un paso más, convirtiendo lo privado e íntimo en público y colectivo. Al hacerlo, problematiza la representación idealizada del desnudo femenino y pone énfasis en la facticidad biológica de este cuerpo y la posición que tiene dentro de los discursos sociales y sexuales de la época. Su acercamiento revolucionario a la representación de la mujer en el arte visual fue reconocido por la influyente crítica de arte, Gloria Orenstein, en uno de los primeros artículos analíticos sobre Kahlo, publicado en el prestigioso Feminist Art Journal en 1973: “She addresses herself directly, intimately and viscerally to all women, and was the first woman artist to give aesthetic form to the drama of her biological existence” (3).

Uno de los elementos visuales que brindan el filo radical y dramático a la representación del desnudo es el empleo de la ‘impura sangre femenina’ que permite a la pintora desestabilizar la noción idealizada del “desnudo femenino” como espectáculo voyeurista subordinado al placer masculino. (3) Al representar los cuerpos femeninos mediante los signos de lo abyecto --cuerpos heridos, mutilados, sangrantes, dolientes, cadáveres-- ella sabotea la gratificación del placer visual masculino y obliga al espectador a prestar atención a los tabúes sociales que rodean el cuerpo de la mujer y sus funciones biológicas.

En una serie de pinturas en las cuales la sangre femenina es un símbolo visual recurrente Kahlo ofrece en los años 30 comentarios sobre la maternidad, la sexualidad y la posición social de la mujer, sin precedentes en el arte universal. Se puede decir que ni siquiera a las puertas del siglo XXI existen pinturas capaces de superar el poder de choque y desafío que todavía, a casi 80 años de su creación, poseen cuadros como Mi nacimiento (1932) en cuyo centro aparece la vagina abierta y dilatada de la madre muerta y saliendo del cuerpo la cabeza de Frida Kahlo; o El Hospital Henry Ford (1932) que representa el tópico tabú del aborto que, como el del parto, es normalmente reservado para los espacios más íntimos. Kahlo convierte en públicos dichos actos, representando lo que fue culturalmente ‘no-representable’ en su época: la impura sangre femenina, la maternidad fracasada y la vagina, en cuyo aspecto abierto y penetrable, según lo señalado por Octavio Paz en los 50, yace la base del concepto mexicano de la inferioridad femenina. Al representar la maternidad malograda mediante escenas de parto y aborto, al pintarse a sí misma cigarrillo en mano y acompañada de una muñeca como si fuera su hija siniestra, y al exhibir en su casa un frasco con su propio feto abortado, la artista interviene de una manera radical y subversiva en el concepto sagrado de la maternidad. Se trata de una actitud particularmente audaz en un país católico y conservador como lo fue, y sigue siendo en buena medida, México, donde la definición misma de la mujer todavía está estrechamente ligada a su capacidad biológica de procrear.

La pintora es también irreverente y no convencional en cuanto a la representación de la sexualidad. Su trato de este tópico va a contrapelo de los conceptos patriarcales y heteronormativos de la mujer como un ser cuya sexualidad sólo puede ser concebida y definida en relación al hombre. En Recuerdo de la herida abierta (1938) Kahlo pinta una escena auto-erótica y juguetona: sentada con las piernas abiertas, exhibe una herida sangrienta en su entrepierna, mientras que su mano derecha está escondida debajo de las faldas levantadas, en una posición que alude a la masturbación. La “herida abierta” en la pierna apunta metonímicamente a la vagina como sitio simbólico de la inferioridad o vulnerabilidad femenina, convertido ahora por Kahlo en un sitio de placer y autoerotismo. Dos desnudos en el bosque (1939) contribuye por su parte a reforzar la idea de la sexualidad y el erotismo femenino que no necesitan la presencia del varón.

El tema de la sangre femenina aparece también en otros contextos. Unos cuantos piquetitos (1935) es su cuadro más cruento inspirado en un nota periodística que comenta la muerte violenta de una mujer asesinada por su marido quien la sorprende con un amante. Con este cuadro, pintado en la técnica del exvoto, Kahlo recrea visualmente el texto de la crónica roja e introduce en la historia del arte el tema de la violencia doméstica, es decir, el uso de la fuerza masculina contra la mujer, otro tema silenciado, ‘privado’ y no-representable, que sólo décadas después va a ser denunciado y expuesto a la opinión pública por las feministas. (4) En El suicidio de Dorothy Hale (1938) la pintora rompe otro tabú, la representación del suicidio. A la vez, con esta pintura, subvierte la representación tradicional de la mujer joven y bella --el objeto codiciado del arte universal-- reemplazándola con el cadáver de Hale, desangrándose en el asfalto de una calle en Nueva York. Dicho cuadro, como señala Hayden Herrera, chocó profundamente a la madre de la mujer suicidada como también a la amiga de Hale que lo comisionó.

De hecho, la palabra “choque” es la que mejor describe la recepción de la obra de Kahlo en México de la época donde, como nota el crítico Luís Martín Lozano en el documental Dos Fridas (2003), sus pinturas se consideraban grotescas, chocantes, y vulgares. La recepción negativa en México de las imágenes inquietantes producidas por Kahlo demuestra la resistencia cultural hacia la representación visual y pública de los tópicos íntimos tratados por la artista. Asimismo, comprueba que en la época en que las pintó no existía un lenguaje estético o teórico que permitiese entender cabalmente tanto la gramática visual empleada como la política de género que enmarcaba su obra. Había que esperar a los 70 y 80 para que la teoría feminista del arte hiciera posible interpretar su producción visual mediante un enfoque que trascendiera lo meramente personal; y a los 90 para que las teorías contemporáneas centradas en el cuerpo ayudaran a explicar su intervención radical en la representación del cuerpo enfermo y discapacitado.

El trato de los temas mencionados demuestra que Kahlo manejaba una política de representación femenina más radical que aquella de cualquier otro pintor o pintora de su época, incluyendo también las obras de los surrealistas consideradas como las más innovadoras y revolucionarias de ese período. A través de las imágenes sangrientas y desafiantes la pintora expuso limitaciones del discurso social en torno de la definición de la mujer, trazando así el camino para una representación femenina alternativa. Su estilo --definido por la influencia del arte popular mexicano-- la temática e iconografía han tenido influencia directa e indirecta sobre numerosas artistas de las generaciones posteriores dentro y fuera del mundo hispano.

En cuanto la influencia o la resonancia de Kahlo sobre el arte contemporáneo en el mundo hispano, entre numerosos casos destacaré dos artistas cuya obra ha tenido reconocimiento mundial. Las referencias directas y ecos lejanos y cercanos de Kahlo se notan en una buena parte del trabajo de la pintora y performance artista cubano-americana, Ana Mendieta (1948-1985), cuya vida y muerte enigmática a la edad de 36 años han inspirado, como en el caso de Kahlo, un morbo excesivo que repercutió negativamente sobre la apreciación más cabal de su obra. Su caída, bajo circunstancias sospechosas, del alto piso de un rascacielos neoyorkino de por sí es evocativa del suicidio de Dorothy Hale, de la pintura de Kahlo. En sus series conceptuales tales como “Tree of Life”, “Body traces” o “La tierra”, es notable la influencia de la pintora mexicana sobre las exploraciones de Mendieta en torno del cuerpo femenino, su facticidad, sexualidad, mortalidad y su lazo con la naturaleza. Desnuda y cubierta con sangre, lodo, pintura, u otros materiales ‘untables’, Mendieta devuelve su cuerpo a la naturaleza fusionándose con árboles, agua, tierra; o se entrega a la muerte, acostándose desnuda y cubierta con flores en una tumba prehispánica en Oaxaca. (http://www.frieze.com/images/back/p1285_mendieta.jpg) Este tipo de performance apunta intertextualmente a varias pinturas de Kahlo, en particular Raíces (1943), El sueño (1940), y Paisaje (1946) en las cuales el cuerpo de Kahlo se (con)funde con la naturaleza y sus ciclos eternos de vida y muerte.

Aunque la obra de Kahlo por razones obvias ha marcado más las artistas que los artistas hispanos, en el caso del pintor mexicano, Julio Galán (1959-2006) esta influencia ha sido sin duda excepcional. Su obra está decididamente marcada por la influencia de su compatriota. Galán, como Kahlo, se pinta obsesivamente a sí mismo y comparte con la pintora una serie de elementos comunes tanto temáticos --el dolor, la violencia, la amigüedad sexual, el deseo homosexual-- como iconográficos --lágrimas, sangre, muñecas siniestras, un catolicismo sangriento, la cultura popular mexicana, el exvoto. Al igual que Kahlo, pasa horas cada día arreglándose, escogiendo y combinando su ropa. En los ámbitos tanto públicos como privados las apariencias de Galán --maquillado, perfumado y ‘disfrazado’ de múltiples identidades de las cuales ninguna es más auténtica o falsa que la otra-- son siempre un performance. (http://www.replica21.com/archivo/artistas/g/j_galan/132_galan.jpg) En uno de esos raros caprichos del destino, muere prematuramente, como Kahlo, a la edad de 47 años.

La influencia de Kahlo es aún más transparente en el caso de la pintora tejana, Lynn Randolph, quien suscitó el interés de la crítica cuando Donna Haraway, autora del clásico Symians, Cyborgs, and Women, escogió su pintura, titulada Cyborg, para la portada de dicho libro. (http://asuartmuseum.asu.edu/randolph/rand1.jpg) Este cuadro que representa a una mujer híbrida en cuya imagen se superponen la mujer chamana de las culturas autóctonas y la mujer científica, deja entrever la inspiración directa de Frida Kahlo y Remedios Varo a quienes la misma Randolph reconoce como influencias importantes o significativas en su producción artística.

Refiriéndose al dicho cuadro, Haraway señala:

The image, entitled Cyborg, is a work of Lynn Randolph in 1989. The image itself is full of iconic representations and rich with ideas concerning the cyborg existence. The central figure is one of a woman of color with a large spirit-like feline draped atop her […] What is most important about the image is the central figure. She embodies the still oxymoronic simultaneous statuses of woman, ‘Third World’ person, human, organism, communications technology, mathematician, writer, worker, engineer, scientist, spiritual guide, lover of the Earth. This is the kind of ‘symbolic action’ transnational feminisms have made legible. This image draws upon the ideas of the feminist cyborg theory and the cyborg’s relations to feminism. With elements of both nature and science depicted in the image, the complexities of the cyborg identity are almost fully represented.

Es evidente que el concepto de cyborg para Haraway no es sólo aquel de un cuerpo en que se fusionan partes orgánicas con las inorgánicas, sino más que esto, es una metáfora de toda identidad híbrida y de disolución de fronteras entre las oposiciones binarias hombre/mujer, europeo/indígena, mito/realidad, ser humano/máquina, ser humano/naturaleza. Para la autora, el concepto del “mestizo” y el “mestizaje” representan la encarnación perfecta de su noción de cyborg que, por ejemplo, en la literatura, se ve expresado en la fusión lingüística del español e inglés que se da en la escritora chicana, Cherrie Moraga. Es a partir de esta conceptualización metafórica de cyborg, como un ser híbrido en su sentido más amplio, que se hace posible leer a Kahlo bajo el mismo signo, menos por la asociación de varias de sus pinturas con el cuerpo-máquina o el cuerpo posthumano, que por el espíritu que permea el conjunto de su producción ‘mestiza’ en la cual dialogan, se topan y se fusionan lo masculino y lo femenino, lo heterosexual y lo homosexual, lo indígena y lo blanco, lo mexicano y lo estadounidense, la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, el ser humano y la tierra. (5) Las siguientes palabras de Haraway apoyan este tipo de recontextualización de Kahlo:

My cyborg myth is about transgressed boundaries, potent fusion, and dangerous posibilities…from another perspective, a cyborg World might be about lived social and bodily realities in which people are not afraid of their joint kinship with animals and machines, not afraid of permanently partial identities and contradictory standpoints (154).

 

El cuerpo sintomático-discapacitado

El segundo elemento, posiblemente más significante, que constituye un aporte original de Kahlo al arte del Siglo XX es la representación del ‘cuerpo sintomático’ como sujeto y objeto artístico. En las pinturas que tratan esta temática Kahlo se autorrepresenta desde la ventaja de una doble posición que ocupa como paciente, un cuerpo dócil sometido al discurso y la tecnología de la época; y como artista, un ente activo que se observa a sí mismo en su rol de enferma.

En Sin esperanza (1945) la pintora toma el papel de una paciente dócil que obedece consejos médicos de guardar cama. En La columna rota (1944) ella ‘corta’ su cuerpo, decenas de veces abierto en las intervenciones quirúrgicas, para mostrar su espina dorsal en ruinas y el corsé ortopédico que la mantuvo derecha la mayor parte de su vida. En Frida y la operación cesárea (1932) se representa a sí misma en una intervención quirúrgica que nunca iba a realizarse y que luego de unos meses, cuando su embarazo se malogra, se convierte en la representación de otra intervención médica, la del aborto, El Hospital Henry Ford (1932). Árbol de la esperanza mantente firme (1946), ofrece una doble imagen de Kahlo como paciente sangrante e inconsciente en la mesa del quirófano, y como paciente recuperada, sentada en una silla de ruedas lista para salir del hospital con el corsé en la mano. En Autorretrato con el retrato de Dr. Farill (1951) y en Autorretrato con Stalin (1954) Kahlo es una mujer discapacitada en silla de ruedas; mientras que en El marxismo dará salud a los enfermos (1954) se sostiene en las muletas pero está lista a dejarlas caer, curada por el milagro de la fe marxista. Es interesante señalar que Kahlo no representa en sus cuadros la pierna amputada, pero sí dibuja en su diario, tanto su pierna como su pie amputados.

Debido a la persistente representación visual de los múltiples problemas de salud que la aquejaban es lógico que el cuerpo herido sea un tema clave e ineludible en el vasto corpus crítico sobre la obra de la pintora. La crítica sobre este tema se puede agrupar en torno de tres ejes prevalecientes: uno, la ‘pintura como terapia’ según la cual Kahlo pinta para sanar su cuerpo herido y su psique fragmentada (Lowe, Dosamantes, Grinberg, Rico); dos, la Santa Frida o la Gran enferma que la asemeja a los mártires cristianos, debido a su sufrimiento tanto físico como emotivo (Herrera, Zamora, Kettenman); y tres, la “autopatografía” que trata la representación del cuerpo enfermo como si fuera un informe clínico (Budrys, Lomas, Vázquez Bayod) a partir del cual se pueden reevaluar, y re-diagnosticar las enfermedades de la artista.

Aunque los acercamientos desde estas tres perspectivas al cuerpo enfermo de Kahlo son completamente válidos y ayudan a entender el predicamento corporal de la artista, tienen un problema. Al colocar el signo de igualdad entre la vida de la pintora y su arte --como entre muchos lo hace Lowe para la cual la producción artística de Kahlo es “unmediated illustration of biographic events” (65)-- estos acercamientos ignoran por completo el significado cultural de las imágenes del cuerpo herido y discapacitado, y el lugar pionero que éstas ocupan en el contexto del arte del Siglo XX.

Como llevo señalando, las representaciones y variaciones corporales de Kahlo han tenido marcada influencia sobre el Body art de los 70; las indagaciones artísticas sobre el cuerpo postmoderno y posthumano de los 90; y han sido citados en los estudios que pertenecen al campo emergente de los Estudios de discapacidad (Disability Studies). Estos últimos, cabe señalar, no han sido debidamente examinados ni aplicados al estudio de la literatura o artes visuales de América Latina. (6)

El hecho de que Kahlo no sólo tenía un ‘cuerpo herido’ sino también un ‘cuerpo discapacitado’ se comprueba en un estudio más reciente sobre la enfermedad en Kahlo, realizado por el médico-neurólogo, Valmantas Budrys. Éste atribuye la causa de los dolores crónicos que padecía a los “defectos neurológicos” congénitos, que preceden el accidente fatal de 1925, como también a las intervenciones quirúrgicas innecesarias que exacerbaron el dolor ya existente. Budrys ofrece un listado de padecimientos corporales de la artista que la marcan como un ser ‘discapacitado’, aún antes de su nacimiento, debido a la anomalía congénita, spina bifida; y la poliomielitis que contrae en su infancia y que deja su pie derecho deformado y la pierna más corta:

Congenitally and probably as a consequence of the polio infection, Kahlo's crippled leg and toe deformity were the source of recurrent foot skin sores, infections, chronic ulceration (finally ending in foot gangrene and amputation) and pain. Her congenitally abnormal spinal column, leg deformity, the displacement of several vertebrae after the traffic accident, her a-dynamic spinal muscle atrophy due to prolonged use of orthopedic corsets led to spinal column instability, chronic asymmetrical overstretching of the spinal muscles and back pain.

La obvia deformación de su pierna le valió toda la vida el apodo denigrante de ‘pata de palo’ y ‘la coja’, apelaciones de que se valen los sanos para estigmatizar y marcar los cuerpos anómalos.

Debido al complejo cuadro médico citado por Budrys, no es de sorprenderse entonces que, Rosemarie Garland Thomson, en su libro seminal que inaugura el área de los Estudios de la discapacidad, Extraordinary Bodies: Figuring Physical Disability in American Culture and Literature, escoge para la portada de su texto la pintura de Kahlo, Autorretrato con el retrato de Dr Farril. Se trata de un cuadro en el cual la artista se define a sí misma como una mujer discapacitada, en silla de ruedas, cuya creación visual está decididamente marcada por la enfermedad y el dolor: sostiene en su mano una paleta en forma de corazón en cuya sangre moja sus brochas para pintar.

En su perspicaz estudio de las representaciones de cuerpos discapacitados en la cultura y la literatura norteamericana, Garland Thomson sigue  la transición histórica de estos cuerpos que define como “extraordinarios”, desde su presentación como esperpentos en los freakshows del siglo XIX hasta su representación visual y literaria en el siglo XX. La autora, que de hecho no aborda directamente el caso Kahlo, analiza el significado cultural de las representaciones negativas de los cuerpos anómalos por parte de la sociedad ‘normal’ que tienden a concebirlos como símbolos de una desviación y perversión tanto corporal como moral.

El estudio de Garland Thomson, como los de Petra Kuppers, y Linda Kauffman, centrados en los cuerpos ampliamente definidos como postmodernos y posthumanos, ofrecen un marco teórico apropiado para la comprensión y la resignificación de ciertos aspectos de la obra de Kahlo que no fueron ‘legibles’ en su tiempo.(7) Estos estudios nos permiten identificarla  como la primera pintora en la historia del arte que se ha ocupado de una manera sistemática de la representación del cuerpo sintomático o discapacitado. Nos permiten también reconocer en sus pinturas y dibujos la existencia de una implícita postura política evidenciada en el deseo de Kahlo de otorgar visibilidad al cuerpo anómalo, enfermo o herido, cuya condición normalmente se esconde y silencia, o cuando se convierte en símbolo de perversión y decadencia en aquellos que, como ya acabamos de comentar, no padecen el mismo predicamento. Además, la ‘exhibición’ pública del cuerpo anómalo ya de por sí es un acto político porque subvierte las normas estéticas y los códigos de la belleza que rigen la representación del cuerpo humano, particularmente femenino. 

En cuanto a las indagaciones artísticas contemporáneas sobre el cuerpo discapacitado o anómalo se nota la existencia de dos vetas distintas, y ambas tienen resonancias con Kahlo: la una se fundamenta en la ‘anti-estética’, evidente en las autorrepresentaciones de Bob Flanagan (1952-1996) y Jo Spence, que exploran lo abyecto y lo grotesco de sus cuerpos mutilados; y la otra muy diferente que, como en el caso de Aimee Mullin, examina las posibilidades eróticas y fetichistas del cuerpo discapacitado.

Conocido como “supermasoquista”, Flanagan padeció toda su  vida de fibrosis cística que le obligó a pasar años en el hospital conectado a las máquinas que sostenían las funciones de su cuerpo. En sus altamente controvertidos performances de hospital se le ve acompañado de su pareja quien juega dos roles simultáneos, el de la enfermera solícita que atiende al paciente y el de la dominatrix que ‘canaliza’ el dolor convirtiéndolo en placer sexual. Flanagan perfora su cuerpo, crucifica su escroto o el pene en tablas de madera, imitando de una manera irónica los procedimientos médicos a los cuales está sometido. En el proceso, transmuta el dolor en un placer sadomasoquista, creando lo que Kauffman describe como “medical sublime” definido por “negative pleasure”.

Por su parte, Jo Spence, exhibe el torso envejecido con el pecho deformado a consecuencia de una operación de cáncer mamario y en cuya superficie ha escrito la palabra ‘monstruo’. Su ‘monstruosidad’, es decir la trasgresión estética, es doble ya que rompe dos tabués establecidos: el de representar públicamente un cuerpo mutilado, como también el de exhibir desnudo un cuerpo envejecido. El performance del cuerpo marchitado y afectado por el cáncer --la antítesis de la imagen comercial y comercializada de cuerpo bello, sano y joven-- precisamente por ser de carácter público, no se puede interpretar como una simple “autopatografia”, es decir, un documento biográfico de la enfermedad sin significado o repercusiones más amplias. El mismo argumento, como acabamos de ver, es aplicable a las representaciones del cuerpo herido de Kahlo que por su carácter de arte público trascienden un íntimo diario visual --la calidad que le atribuyen muchos críticos-- para convertirse en un comentario poderoso sobre los discursos sociales que regulan el comportamiento y la representación del cuerpo.

Es interesante el caso de Aimee Mullins, una joven y bella modelo, actriz y deportista cuyas piernas fueron amputadas cuando tenía un año. Representada en varios roles híbridos en la película experimental, Cremaster 3 (Mathew Bereney) o las fotos de revistas de moda y deportes, Mullins es el objeto sexual por excelencia. Sus piernas amputadas --que reemplaza con una variada gama de prótesis que van desde las piernas de cristal completamente transparentes rematadas en tacón alto, y las piernas plásticas de una muñeca rota con uñas pintadas, hasta los resortes de metal ultra futurista-- devienen un fetiche sexual que aumenta aún más el sexappeal de su cuerpo que de otra manera sería perfecto. (http://www.psu.edu/ur/archives/intercom_1999/Aug12/Images/Mullins_Aimee.jpg)

En las pinturas y dibujos de Kahlo se fusionan las sensibilidades exploradas en las representaciones de Flanagan, Spence o Mullin. Nueve flechas penetran el cuerpo de la Frida-venado en La venadita (1946), numerosos clavos cubren su torso desnudo en La columna rota, collares de coronas de espinas la hacen sangrar en una serie de autorretratos. No obstante, todas estas imágenes --parecidas a las representaciones de San Sebastián sensualizadas por la cultura gay-- martirizan y sensualizan el cuerpo representado. Notar la presencia de cierto masoquismo y del deseo de hacer performance de su cuerpo herido no significa negar la realidad de su experiencia de dolor sino más bien notar la existencia de un juego consciente en los bordes de dolor y placer, en los límites borrosos entre el cuerpo espectáculo y el cuerpo sintomático, que la acercan a la sensibilidad del arte corporal contemporáneo. Al exhibir orgullosamente sus heridas, cicatrices y su cuerpo discapacitado, Kahlo rechaza el estigma con el cual los ‘sanos’ o los de cuerpo ‘completo’ normalmente marcan a los enfermos y a los diferentes. Sus representaciones son, además, una seductora invitación a asomarse a una forma diferente de corporeidad (embodiement), un llamado a confrontar los miedos y deseos reprimidos, a descubrir y tantear la fragilidad y la mortalidad propias.

La vida como performance

Aunque desde el principio he advertido que para los propósitos de este trabajo evitaré explayarme sobre la biografía de la pintora, en este momento es necesario que me refiera a un aspecto particular de su vida, y subrayo, no para comprobar que el arte refleja la vida, sino todo lo contrario, para confirmar el aspecto histriónico y ‘ficticio’ de las autorrepresentaciones cotidianas de la pintora. Tanto de sus pinturas, como de las fotos y testimonios de sus amigos se puede deducir que prácticamente toda la vida de Kahlo fue marcada por una intencionalidad performativa. Varias décadas antes de que la cantante Madonna pusiera de moda la práctica de constante reproducción y manipulación de las versiones de sí misma (versioning), Kahlo ya construía y reproducía en serie, cuadro por cuadro, foto por foto, diferentes versiones de sí misma, confirmando avant la lettre la noción postmoderna de la identidad como un ente fluido, inestable y manipulable.

Sus retratos y fotos en los roles de Santa Frida, Gran enferma, Frida revolucionaria, andrógina, europea, e indígena, parecen validar las teorías contemporáneas sobre la identidad individual como un guión social inculcado y aprendido. En su repertorio de múltiples identidades no faltaron tampoco las representaciones de la Kahlo muerta. La foto de Kahlo como un cadáver adornado para el entierro figura en la primera página de su diario. Esta foto por un lado evoca la famosa foto de un militante muerto, tomada por Manuel Alvarez Bravo, y por el otro anticipa su propia muerte, ofreciendo un modelo estético para la coreografía y espectáculo de su cadaver.

La predilección por versioning se nota desde una edad muy temprana en las fotos tomadas por su padre, el fotógrafo profesional, Guillermo Kahlo. Estas dan testimonio de una cuidadosa coreografía de poses y vestimenta: en unas Kahlo es la virginal niña burguesa, o la estudiante comunista rebelde, y en otras es un ser andrógino, vestido en traje masculino al estilo dandy, popularizado en el mundo bohemio femenino y lesbiano de los principios del Siglo XX. Esta propensión al performance se hace aún más patente desde su boda con Diego Rivera en 1929, a partir de la cual adopta los trajes de Tehuana como su ‘marca registrada’ y signo de distinción.

Si bien la vasta mayoría de estudiosos de Kahlo interpretan, correctamente, la adopción del traje indígena como un acto político con el cual la pintora confirma su alianza  ideológica con la revolución mexicana, creo que sería equivocado no reconocer que estos actos no son sólo políticos sino en igual medida, parte del versioning y de un performance enteramente consciente y calculado, mediante el cual la artista construye ‘artificialmente’ una identidad indígena que de hecho no posee. Aparte de ayudarle a proyectar una disposición si no indígena entonces indigenista, el costuming de Kahlo tiene otros motivos igualmente importantes, relacionados con la inseguridad que sin duda sentía respecto a su cuerpo herido. Las faldas y vestidos largos que caen hasta el suelo esconden su pierna deformada y debilitada por la polio, disimulan su cojera, y más tarde, esconden primero el pie y luego la pierna amputada. En su performance cotidiano de Tehuana, Kahlo luce atractiva, exótica y llamativa, todo lo contrario del aspecto que se aprecia en las fotos en los cuales lleva vestimenta ‘europea’ de la época donde se ve pequeña e invisible, ‘fundida’ con el resto de la gente que la rodea. Atribuir solo la motivación política a la adopción de la ropa indígena, es un argumento difícil de sostener debido a los numerosos testimonios de sus amigos y sirvientes quienes confirman que la pintora pasaba cada día un mínimo de dos horas arreglándose y fabricando su imagen. Carlos Fuentes corrobora esta interpretación en la introducción al Diario de Frida Kahlo, acordándose de las apariencias públicas de Kahlo que presenció como niño, y donde ésta lucía siempre como “un árbol de Navidad, una piñata”. La figura de Kahlo, ataviada en trajes y joyería indígena, dejó también una impresión inolvidable sobre André Breton quien la describió como una encarnación surrealista de la mujer y “un objeto de arte caminante”. Esta calidad de una exótica obra de arte caminante, más que su condición de pintora, le garantizó aparecer en la portada de Vogue en 1938 como un fashion icon.

El estilo impecable de Kahlo y su infinita capacidad de disfraz y reinvención ha inspirado a muchas estrellas del mundo del espectáculo. Madonna, Gwen Stefani, y Cristina Aguilera la nombran como su ícono del estilo predilecto y un modelo para emular. La cantante que tiene la deuda más obvia con la pintora es, sin duda, la méxico-americana Lila Downs cuyo éxito internacional se debe en buena medida a su reciclaje postmoderno de la imagen y la figura de Kahlo. (http://www.moonstruckrecords.com/img/artist/lila_downs_full.jpg)

Al respecto de la noción de versioning, creo que no sería exagerado señalar cierta afinidad conceptual entre los autorretratos en serie pintados por Kahlo y los autorretratos fotográficos en serie de Cindy Sherman. En cada foto Sherman-modelo pasa por otra persona, es decir, ‘actúa’ situaciones y roles que la sociedad y los medios le otorgan a la mujer. El caso de Kahlo parece diferente a primera vista ya que deja la ilusión de ‘desnudar’ su ‘verdadero’ ser frente al espectador. Sin embargo, la verdad es, que como en el caso de Sherman, Kahlo está simultáneamente ausente y presente en sus autorretratos: su gesto impasible, la mirada ausente, el hecho de que nunca mira de frente al espectador y los múltiples roles que se asigna en diferentes pinturas, impiden el acceso a una realidad íntima de la artista. Esto se evidencia en La máscara (1945) en el cual Kahlo borra los límites entre la cara y la máscara, comentando la imposibilidad de alcanzar ‘la verdadera mujer’ detrás de la careta.

La afinidad entre las pintoras, cantantes y performers mencionadas se demuestra en una serie de puntos comunes que les permiten un alto grado de identificación y reconocimiento a pesar de la barrera del tiempo. Mediante pinturas, fotos y perfomances estas artistas desafían los parámetros del comportamiento femenino ‘decente’ y cuestionan toda una serie de problemas relacionados con la regulación del comportamiento femenino. Todas usan el poder del disfraz y manipulan signos culturales para constituir identidades fluidas que cuestionan códigos y limitaciones de una feminidad socialmente construida. Para todas, la identidad es siempre un performance, el despliegue de una serie de máscaras y rostros entre los cuales ninguno es más auténtico que otro.

A modo de conclusión

Para terminar, se podría decir que en el centenario del nacimiento de Kahlo es imperativo suspender la irritabilidad y el rechazo provocados por la comercialización de su figura y de su nombre, y apreciar la contribución radical de Kahlo al arte del siglo XX, particularmente en cuanto concierne a la politización del cuerpo femenino y el cuerpo discapacitado. El hecho de que en este artículo he puesto poco énfasis sobre el contexto histórico, mexicano y mexicanista en el cual se desenvuelve su obra, no significa que ignore su importancia. Mi decisión de desenfatizar este factor se debe al hecho de que la mexicanidad de Kahlo ha sido ampliamente aceptada por la crítica y no es necesario repetir argumentos de sobra conocidos. Donde han faltado los trabajos críticos es precisamente en el asunto que trato aquí: el legado artístico de Kahlo en cuanto a la resignificación del cuerpo femenino, enfermo y discapacitado. Sus representaciones desafiantes y memorables del cuerpo físico que envejece, se enferma, pierde partes en las intervenciones quirúrgicas y al final perece, la han convertido en uno de los pintores del cuerpo más significativos del siglo XX, una artista que en los años 30 ha trazado el camino para el desarrollo del arte corporal contemporáneo. Al convertir la experiencia íntima de enfermedad y discapacidad en un hecho público Kahlo ha subvertido las reglas de la representación del cuerpo humano en el arte, particularmente en el caso de las representaciones idealizadas del cuerpo femenino. No sorprende, por lo tanto, que sus pinturas parecen más vivas y vigentes en nuestros días de lo que fueron en la época en la cual fueron pintadas. Es evidente que Kahlo ha pasado maravillosamente bien la prueba del tiempo.

 

Notas

(1) Ver el artículo “Frida Kahlo, ¿un producto a la venta?” en el cual la periodista Laura Castellanos traza la historia de la empresa surgida de la asociación de Isolda Pinedo Kahlo y el empresario venezolano, Carlos Dorado.

 

(2) Hace aproximadamente un año, la prestigiosa casa de subasta, Christi’s, vendió “Raices” de Kahlo a un comprador anónimo por 5.6 millones de dólares.

 

(3) Mientras que en la historia del arte abundan representaciones de la heróica sangre masculina –las heridas del Cristo y las heridas de los soldados, entre otras posibles– lo mismo no se puede decir de la sangre femenina que  está asociada en casi todas las sociedades humanas, como señala Julia Kristeva, con lo impuro y lo abyecto.

 

(4) Es interesante observar que en el dibujo que hizo antes de pintar este cuadro la artista escribe un texto diferente en la cinta que sostiene la paloma: “Mi chata ya no me quiere”; y al lado del marido al hijito de la asesinada quien llora al ver a su madre acuchillada.

 

(5) Si bien el concepto de cyborg no ha sido abarcado cabalmente en la crítica académica de Kahlo, el mismo ha sido nombrado en numerosos sitios en internet sin una elaboración más analítica. La primera vez se menciona en un sitio italiano de Daniela Falini (www.fridakahlo.it) dedicado a Kahlo. Sin embargo, debido a que la única manera viable de conceptualizar a Kahlo como cyborg es mediante la definición proporcionada por Haraway, donde cyborg es una figura metafórica estrechamente relacionada con el concepto de la identidad hibrida, el cuestionamiento y la disolución de fronteras binarias, tópicos que han sido analizados de sobra por los críticos de Kahlo, elaborar sobre Kalo-cyborg significaría repetir la temática ya agotada.

 

(6) Una excepción en este sentido es mi trabajo sobre la desarticulación corporal en los escritos de Mario Bellatin, donde aplico la teoría de la discapacidad a la obra literaria de un autor latinoamericano.

 

(7) Entendido a la manera de Linda Kauffmann, el cuerpo posthumano, relacionado con el concepto de cyborg en su sentido de ser humano-máquina, es todo organismo que tenga injertos, implantes, prótesis, fragmentos de origen no-orgánico que se fusionan con el cuerpo o representan su extensión artificial. Esta definición es aplicable a Kahlo cuyo cuerpo ha sido intervenido en más de 30 operaciones quirúrgicas en las cuales se ha empleado la tecnología médica más avanzada de la época; su cuerpo posee injertos de metal y de hueso transplantado; está sujetado por corsés de hierro y  de tela, ‘fusionado’ con silla de ruedas o cama por largas temporadas; ostenta una bota ortopédica y más tarde una pierna protética.

 

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