La ciudad caótica de Carlos Monsiváis

 

 

Bridget V. Franco

University of California, Irvine

 

 

 

Para hablar de la ciudad posmoderna—una realidad fragmentada, subjetiva, desordenada, contradictoria—Carlos Monsiváis aprovecha un género que no es nuevo pero que sin duda ha sido marginado del canon literario: la crónica. En la historia mexicana, la crónica tiene una larga tradición de mediar entre la realidad y la literatura, empezando con las relaciones de los conquistadores.(1) Es justamente esta oscilación entre la supuesta objetividad de los hechos históricos y la expresión literaria propia del cronista que ha conducido a la marginación de la crónica. Hayden White, en su ensayo “The Fictions of Factual Representation,” plantea el discurso histórico como una interpretación subjetiva de la realidad que comparte las mismas formas literarias que la ficción y escribe que “In this respect, history is no less a form of fiction

than the novel is a form of historical representation” (23). La crónica, en su doble función histórica-literaria, es uno de los ejemplos más claros de la problemática que iluminó White.

Quizás por las mismas razones que los historiadores se empeñan en distinguir entre la historia y la ficción para elevar la primera al nivel de una ciencia objetiva, la crónica no ha sido aceptada como discurso puramente histórico.

Tampoco se le ha concedidio un lugar relevante en la literatura por ese rasgo periodístico que utiliza para referirse a la realidad objetiva. Susana Rotker concluye en su excelente libro La invención de la crónica que “La crónica es un producto híbrido, un producto marginado y marginal, que no suele ser tomado en serio ni por la institución literaria ni por la periodística, en ambos casos por la misma razón: el hecho de no estar definitivamente dentro de ninguna de ellas” (199).

Es justamente su ambigüedad lo que facilita el uso de la crónica para exponer y negociar la experiencia de la ciudad posmoderna. Rotker aclara estas ventajas: “Su hibridez insoluble, las imperfecciones como condición, la movilidad, el cuestionamiento, el sincretismo y esa marginalidad que no termina de acomodarse en ninguna parte, son la mejor voz de una época —la nuestra—que a partir de entonces sólo sabe que es cierta la propia experiencia” (203). El proyecto de Rotker en La invención de la crónica se enfoca en los cronistas modernistas, pero los mismos rasgos emergen también de la obra de uno de los grandes cronistas posmodernos, Carlos Monsiváis. Linda Egan enfatiza el papel indiscutible que han tenido los cambios socioculturales de la segunda mitad del siglo XX en el aumento de nuestra comprensión y apreciación del proyecto de Monsiváis: “The countercanonical changes being fomented by current postmodernist,poststructuralist and postcolonialist sensibilities have begun to bring the metropolitan critical community closer to Monsiváis’s always more inclusive understanding of what constitutes literature” (Egan xix). Para nuestroanálisis de una de las crónicas urbanas de Monsiváis, “Los rituales del caos” (1995), será crucial explorar las resonancias de la teoría posmoderna en la obra de Monsiváis.

Primero hay que señalar algunas de las características importantes de la crónica de Monsiváis que proporcionan una manera alternativa de acercarse a la ciudad posmoderna. En su ensayo “On the Chronicle in Mexico,” Monsiváis mismo caracterizó el cometido de los nuevos cronistas de su generación.
 

The new generation of chroniclers […] abides by the dominant idea of not distinguishing between genres, and opts for the literary recreation of events, characters, periods, ideas, and impressions. […] They find their themes in the official world and in the counterculture, among young preppies and gang members, between the political and the genital. They are distinguished by their forwardness, their unshackled and uncensored language, the recourse to using an ‘I’ who announces a more democratic relation with the reader […]. (Corona 34-35)

 

Al invocar una nueva relación democrática, Monsiváis está enfatizando el sentido original de la palabra griega, “demos,” que significa la gente común (“Democracy”). Es decir, la nueva crónica no pretende ser un texto autoritario que habla en términos cerrados sino todo lo contrario – la crónica trata de establecer una relación con la gente, con toda la gente, y escribir sobre una variedad de temas políticos, religiosos, artísticos, sociales, y culturales. La crónica recupera las voces de las personas silenciadas por el discurso oficial y les da “voz a los sectores tradicionalmente proscritos y silenciados, las minorías y mayorías de toda índole que no encuentran cabida o representatividad en los medios masivos” (A ustedes 76).

En la introducción de The Practice of Everyday Life, Michel de Certeau habla justamente del “ordinary man,” cuyas prácticas cotidianas representan una especie de resistencia frente a los discursos oficiales y a las instituciones de poder. Su ensayo “Walking in the City” explora aún

más el poder que la gente común ejerce para escribir su propio texto, creando una cartografía individual y única dentro de la ciudad.

The ordinary practitioners of the city live ‘down below,’ below the thresholds at which visibility begins. They walk—an elementary form of this experience of the city; they are walkers. Wandersmänner, whose bodies follow the thicks and thins of an urban ‘text’ they write without being able to read it. […] The networks of these moving, intersecting writings compose a manifold story that has neither author nor spectator, shaped out of fragments of trajectories and alterations of spaces […]. (93)

 

Aunque Certeau niega la existencia de un autor que pueda escribir la historia completa de los Wandersmänner, la crónica de Monsiváis se atreve a representar una parte de esa historia. En este intento, Monsiváis acompaña al hombre ordinario en sus deambulancias urbanas; y vemos como “[b]eneath the discourses that ideologize the city, the ruses and combinations of powers

that have no readable identity proliferate; without points where one can take hold of them, without rational transparency, they are impossible to administer” (Certeau 95).

En Los rituales del caos Monsiváis destaca y celebra esta resistencia de la multitud frente a los discursos oficiales del estado, específicamente el discurso teológico.

¿Cuántos se necesitan para integrar o promover una nueva creencia? Antes eran bien pocos, bastaban unos cuantos corazones desamparados y hartos del páramo espiritual en que vivían; ellos se reconocían por señas o frecuentación de los mismos parques […].Esto fue antes, cuando lo cuantitativo no era el criterio absoluto, y los poderes obstaculizaban el crecimiento de las minorías. Hoy se extingue la utopía de los pocospero-representativos, y a los credos recién inaugurados se les exige acreditar de inmediato su vocación mayoritaria. (38)

 

En este extracto subtitulado “Teología de multitudes” Monsiváis apunta claramente hacia la destrucción del monopolio del discurso oficial religioso que, en el caso de México, ha sido dominado por el catolicismo. La primera parte de la cita recuerda el poder de las creencias religiosas manejadas históricamente por una minoría élite y contrasta con el segundo párrafo que describe el concepto posmoderno de teologías heterogéneas creadas por la mayoría y no por unos debilitación del dogma religioso frente a una sociedad posmoderna:

Hace unos años—me informa Ida Rodríguez Prampolini—, antes de las ceremonias de Semana Santa, un grupo de vecinos de un pueblo veracruzano convocó al alcalde y al cura. “No podemos seguir con los ritos tal cual”, les dijeron. “A nadie le importan los centuriones y los fariseos ni nadie sabe quiénes fueron. Esa historia quedó muy lejos. Hoy, los enemigos del Señor necesitan otro aspecto.” La discusión fue muy acre, los vecinos no cedieron, las autoridades tampoco, y al final, al representarse la Pasión, hubo un desfile alternativo. Por un lado las cohortes romanas y los funcionarios de la Sinagoga; por otro… pitufos, goonies, ewarks de Star Wars, el Freddy Krüger de Pesadilla en Elm Street, Darth Vader… El pueblo aplaudió. (Rituales 57)

 

Frente a la representación tradicional, vemos imágenes que divulgan otro tipo de acercamiento a la realidad y a la religión. Con humor e ironía, Monsiváis pone en escena la capacidad de los individuos de desmontar la apariencia intocable de los ritos católicos.

Las observaciones de Monsiváis acerca de las transgresiones del discurso oficial resuenan con las ideas que Homi Bhabha desarrolló en su ensayo perspicaz “Dissemination: Time, Narrative and the Margins of the Modern Nation.” Las fuerzas performativas que Bhabha contrasta con los elementos pedagógicos le dan a la gente un poder de significación que borra el discurso oficial para crear nuevos significados. De esta manera, se deshace el concepto de la autoridad totalitaria y se renegocia el significado de los signos. En la escena de la Pasión que narra Monsiváis algunos individuales, que no solamente renegociaron las imágenes de la Pasión sino que también las recrearon en su desfile alternativo, representan lo performativo frente a la pedagogía tradicional del catolicismo.

Bhabha también cuestiona la noción de una totalidad formada por partes individuales de esta manera: “We may begin by questioning that progressive metaphor of modern social

cohesion – the many as one – shared by organic theories of holism of culture and community,

and by theorists who treat gender, class or race as social totalities that are expressive of unitary collective experiences” (142). No vemos en la crónica de Monsiváis que la muchedumbre actúe

como una sola unidad cohesiva, más bien el escritor pone en evidencia las transgresiones de la contracultura (“El Tianguis del Chopo” 120), la presencia de los travestis (115), y la atracción de la curandería (“La hora de las convicciones alternativas” 72). En la sección titulada “La hora de la identidad acumulativa” Monsiváis juega con la imposibilidad de contener la ciudad y sus habitantes en una unidad holística. El narrador pregunta “¿qué es hoy, desde ángulos descriptivos, la Ciudad de México?” y crea una lista de “bullet points” que imita en su forma un esquema objetivo y cerrado:

 

• las multitudes en el Metro (casi seis millones de usuarios al día) […]

• las multitudes en el Estadio de la Ciudad Universitaria hacen su examen de inscripción.

• la economía subterránea desborda las aceras […]

• el hervidero de vehículos […] (17-18)

El narrador concluye que “[a] estas imágenes elegidas hay que añadir el Museo de Antropología, el Zócalo a cualquier hora, la Catedral, y tal vez, una escena de violencia con la policía que golpea vendedores ambulantes” (18). A pesar de la presentación nítida de los puntos, el lector se da cuenta inmediatamente de la imposibilidad de describir la realidad urbana en términos absolutos. Cualquiera que conoce el DF se burlaría de esta lista corta y demasiado sencilla que fracasa en su enumeración de las realidades capitalinas. ¿Dónde están los centros comerciales, el parque Chapultepec, los mercados, Xochimilco, las taquerías de la esquina, las mujeres que venden papitas con limón y salsa, las discotecas? Monsiváis cuenta con ese amplio imaginario urbano que el lector tiene para hacer hincapié en la imposibilidad de describir toda la ciudad. Con su lista resumida y exclusiva, el cronista posmoderno parodia el proyecto urbano de organizar y ordenar la ciudad. Monsiváis, en las palabras de Bhabha, “leads us to question the homogeneous and horizontal view associated with the nation’s imagined community” (144).

Como parte de su proyecto poscolonial, Bhabha sostiene que “pedagogical knowledges and continuist national narratives miss the ‘zone of occult instability where the people dwell’ ” (152).(2) Esta crítica de lo pedagógico refleja la misma tendencia en la obra de Monsiváis de señalar el constante movimiento de la sociedad y desconstruir la narrativa oficial. Bhabha destaca “the emergence of a hybrid national narrative that turns the nostalgic past into the disruptive ‘anterior’ and displaces the historical present – opens it up to other histories and incommensurable narrative subjects” (167). La crónica de Monsiváis emerge como una nueva forma de mediar entre el discurso oficial, pedagógico y la realidad híbrida de la urbanidad posmoderna. Vemos en Los rituales del caos como la religión, una institución sumamente pedagógica, pierde su significado reverente y piadoso en el capítulo, “La hora de la tradición” que describe la celebración de la Virgen de Guadalupe en la Basílica del mismo nombre. Monsiváis nos da una visión entre bastidores vislumbrando que “la congregación está leyendo la letra de ‘Las Mañanitas’, en papelitos obsequiados a la entrada” y que la compañía Televisa está transmitiendo en vivo las imágenes de la ceremonia que conduce a la pregunta, “¿Hasta qué punto es reverente a la antigua una muchedumbre cuyo alborozo también le viene de su condición televisable?” (43-45). La perspectiva del cronista desmonta el ritual religioso, mostrando las fuerzas performativas detrás del escenario grabado en la Catedral.

Pero la perspectiva no se estanca allí. También el narrador nos lleva al otro lado de las cámaras para destacar una performatividad distinta: la de los telespectadores quienes mientras ven el programa “se levantan al refrigerador, comentan los trajes, evocan anécdotas de la oficina, sonríen, se abrazan, mandan a los niños a la cama, preguntan a qué horas llegan Elenita y Roberto, cambian de canal para ‘monitorear la piedad’, comentan de paso un programa del día anterior” (46). La televisión se destaca como un medio fundamental de la posmodernidad que pone en evidencia los elementos performativos de la religión y nos permite tener una relación menos rígida con las instituciones dogmáticas.

En la misma línea, Monsiváis dedica un capítulo de Los rituales del caos a una discusión de los monumentos y estatuas de la ciudad que deben servir como enlace entre el público y las instituciones oficiales del estado. La discusión se trata tanto del papel pedagógico que han tenido (y que el discurso oficial quiere que mantengan) las esculturas y los monumentos oficiales como el significado performativo que las masas les asignan a estos objetos. Primero Monsiváis afirma el papel central que han tenido los monumentos oficiales para el proyecto de la Nación. “En los generosos o estrictos metros a su disposición, las estatuas son dictámenes de gobierno/ invocaciones contra la amnesia de los perdedores/ certificados de afecto filial a quienes han facilitado la salud y la continuidad de la República” (137). Pero con una frase genial Monsiváis señala que, frente a estos elementos pedagógicos, el pueblo ha llegado a subvertir la trascendencia del monumento oficial: “No hay pueblo sin estatuas, no hay estatuas sin mensaje adjunto, y no hay pueblo que tenga presente el mensaje más de un día al año (cuando mucho)” (137).

Monsiváis critica la importancia todavía vigente en México del mensaje oficial de los monumentos. “En México, todavía, el valor de caudillos, mártires, artistas notables y valores del hogar sólido se determina por el número de estatuas que consiguen […]” (153). Sin embargo, su crítica apunta hacia la posibilidad de quitarles a las estatuas su importancia, de demistificar su “proyecto meditadísimo [que es] transmitirle a los paseantes, por si lo necesitasen, el sentido de insignificacia. ¡Mide tu pequeñez frente al Estado!” (148). Monsiváis recuerda al lector que “con el tiempo, las estatuas y las ‘creaciones alegóricas’ reciben de sus frecuentadores un trato igualitario, sirven lo mismo a sesiones conmemorativas que a citas de amor” (136). Reitera que frente a los símbolos urbanos, “A la decoración obligatoria de plazas y avenidas la complementa –aportación a dúo del Estado y la sociedad– la ronda del otro heroísmo, el de los Símbolos de lo Cotidiano” (136).

Con su mirada puesta en la pluralidad heterogénea, el cronista Monsiváis descubre una realidad que ha estado, si no encarcelada, definitivamente escondida detrás de una fachada de orden, lógica y estructura: la ciudad. Y no es cualquier ciudad – es la Ciudad de México, una de las metrópolis más grandes del mundo (en población y en extensión geográfica). Monsiváis comentó que los nuevos cronistas “seek to document (and to radically invent, now another method of documentation) the society to which they belong, and which they commonly detest, in the cities that they finally love” (Corona 34) y este proyecto posmoderno, sin duda, está sumamente ligado a la creación de un nuevo imaginario urbano.

¿Qué ciudad encontramos entonces en Los rituales del caos? Los lugares de la ciudad realmente no son tan visibles como las personas que los habitan. Las multitudes son tantas ya que de alguna manera cubren el terreno físico; además la ciudad se vuelve una red de comercio, comunicaciones virtuales, y ritos populares. Las estructuras físicas urbanas que antes definían la ciudad se disuelven frente a la sociedad explosiva de la ciudad. Monsiváis empieza su crónica con la observación que “En el terreno visual, la Ciudad de México es, sobre todo, la demasiada gente” (17). Desde el comienzo de Los rituales del caos, rechaza un intento de racionalizar el panorama urbano, de buscar algún subyacente orden:

 


Se puede hacer abstracción del asunto, ver o fotografiar amaneceres desolados, gozar el poderío estético de muros y plazuelas, redescubrir la perfección del aislamiento. Pero en el Distrito Federal la obsesión permanente (el tema insoslayable) es la multitud que rodea a la multitud, la manera en que cada persona, así no lo sepa o no lo admita, se precave y atrinchera en el mínimo sitio que la ciudad le concede. (17)

 

Frente al concepto de la ciudad como signo inamovible, Monsiváis muestra una ciudad que está perdiendo el poder de controlar a sus ciudadanos, una ciudad que revela cada vez más su temporalidad, más que su espacio físico, una ciudad luchando frente a las multitudes para mantener orden.

En la Ciudad de México, Monsiváis encuentra una miríada de actitudes, de ritos, de actividades que revelan los rasgos de la posmodernidad junto con posiciones más tradicionales y dogmáticas. De aquí surge el choque en la ciudad entre una deseada y a veces lograda democratización y el control rígido del proyecto nacionalista. Por supuesto, el rasgo más posmoderno de Los rituales del caos es el estilo mismo del autor. Monsiváis, fuertemente influído por el nuevo periodismo, incorpora citas, estadísticas, extractos literarios, diálogos informales, y lenguaje coloquial a su crónica.(3) Concede lugar a una multitud de voces, contradictorias, honestas, e íntimas; y muestra las perspectivas marginadas junto con las tradicionales. Monsiváis no deja de recordarnos que su voz, con sus propias creencias y perspectiva, está detrás de toda la escritura. “Esto murmuro desde mi aislamiento generacional y de clase, mientras, sin alzar la voz, me regaño: ¿por qué no mejor aceptas, oh resentido […]?” (191). A base de este estilo posmoderno de la crónica se descubre una ciudad atrapada entre el desorden liberador de la posmodernidad y las jerarquías tradicionales del orden y de la estructura.

Por un lado, la Ciudad de México ofrece las posibilidades de la libertad que se halla en el anonimato individual de las masas. A pesar de la contaminación, la violencia, el estrés cotidiano, y la lucha para sobrevivir, Monsiváis nota que “Irse [de la ciudad] es perder las ventajas formativas e informativas de la extrema concentración, las sensaciones de la modernidad (o de postmodernidad) que aportan el crecimiento y las zonas ingobernables de la masificación” (20). En Los rituales del caos, Monsiváis celebra la manera en que:

[…] cada quien extrae del caos las recompensas que en algo equilibran las sensaciones de vida invivible. El odio y el amor a la ciudad se integran en la fascinación, y la energía citadina crea sobre la marcha espectáculos únicos […]. Y el show más categórico es la pérdida del miedo al ridículo de una sociedad antes tan sojuzgada por el “¿Qué dirán?” (21-22)

 

Así, los ciudadanos posmodernos rechazan cada vez más los juicios de los demás, buscando la satisfacción propia dentro del desorden urbano.

El tono irónico e irreverente del cronista, sin embargo, nos revela cierto pesimismo frente a los rituales residuales que todavía estructuran la sociedad urbana. Los símbolos de estos ritos, asidos precariamente de la noción de lo nacional, consisten en el boxeo, el fútbol, la Virgen de Guadalupe, y la bandera mexicana entre otros. Pero Monsiváis les resta la permanencia a estos símbolos, enfatizando los rasgos más bien efímeros de su nacionalidad. “La pelea no tiene mucho interés, al decir de los expertos. Pero el país goza de uno de esos ratos de esparcimiento en los cuales vuelve a ser, por un instante, la Nación” (30). Más tarde, el cronista narra un episodio en el cual la ciudad, alrededor del monumento del Ángel de la Independencia, celebra una victoria de la Selección Nacional Mexicana. Se destaca la apropiación de la bandera nacional tricolor que sirve, no como un símbolo austero de respeto nacional, sino como una prenda de ropa cualquiera.
 

[…] ve en su alrededor a los chavos envueltos en las banderas, lo que ya es ritual, y observa el verde, el blanco y el colorado en caras y brazos y torsos, y admira la variedad de rostros como máscaras, y recuerda a la chava sobre el toldo del camión con el brassiere improvisado que tomó de una bandera, y contempla a dos adolescentes con su taparrabos tricolor, y se rinde a la evidencia: este nacionalismo será a plazo fijo pero es novedosísimo. Los grandes símbolos ya forman parte del guardarropa más esencial. (36)

 

Vemos las señales de que sí la posmodernidad ha llegado al DF pero es un reconocimiento cauteloso ya que el narrador todavía devisa los vestigios nacionalistas de la cultura. Sin duda estos rituales ya no tienen el mismo ímpetu que antes y Monsiváis los describe como “ritos instantáneos,” vacíos de un significado absoluto pero todavía utilizados por los habitantes aislados de la ciudad posmoderna.

Desde el título, Los rituales del caos anuncia esta búsqueda de la sociedad urbana por algún tipo de orden, de estructura, de acuerdo comunitario dentro del caos que reina en la Ciudad de México. La crónica señala, sin embargo, que estos rituales instantáneos carecen tanto de significado como los nacionalistas. A la patria ahora le sustituye la televisión con su variedad de canales y programas cuyo significado cambia según la experiencia de cada espectador. Es una nueva patria teatral controlada por el control remoto que significa “el principio y el fin de la democratización” (59). Monsiváis teje un imaginario urbano a base de los rasgos virtuales de la ciudad:

 

[…] el control remoto es el mensaje que la tecnología le entrega a la vida cotidiana: el momento que aquí se vive es: a] real; b] único e irrepetible, porque nunca acudirán exactamente los mismos; c] internacional, porque lo verán muchos, no importa que habiten en el mismo país, lo internacional no es asunto de distintas naciones, sino de satélites y señales y fibra óptica y cámaras y cables […]. (59)

 

Esta ciudad virtual es otra capa de la ciudad que complementa, y de ninguna manera anula, la realidad caótica, violenta, y contradictoria del DF terrenal. La demografía creciente es una fuerza incontrolable que, a través del desorden y la pluralidad, pone resistencia al orden urbano. Algunas de las imágenes incluídas en Los rituales del caos ilustran vívidamente el sentido de alboroto caótico y densidad extrema que existe en la Ciudad de México.(4) El lector se preguntará: ¿Hasta qué punto puede resistir esta ciudad? ¿En qué momento estallará?

Monsiváis nos da su respuesta en el último capítulo de la crónica, “El apocalipsis en arresto domiciliario,” que nos proporciona la visión futura de la ciudad entrando al tercer milenio. Ya el DF se ha extendido “por un costado a Guadalajara, y por otro a Oaxaca” y la población sigue creciendo a pesar de los “video-clips que exhortaban a las parejas a la bendición demográfica de la esterilidad o al edén de los unigénitos, y un litro de agua costaba mil dólares, y se pagaba por meter la cabeza unos segundos en un tanque de oxígeno, y en las puertas de las estaciones del Metro se elegía por sorteo a quienes sí habrían de viajar” (248). Sin embargo, esta ciudad futura que parece que ya no puede aguantar el caos urbano resiste la fuerza aniquiladora del apocalipsis.(5) El narrador escribe que “busqué en vano las señales, los arcos celestes, los tronos que emitían relámpagos, los mares de vidrio” (248) y no puede creer que, en este ambiente urbano tan fértil para el Juicio Final, van también a “escamotearme el apocalipsis” (249). Tras esta afirmación irónica, Monsiváis alude a la imposibilidad de orden y ordenación, como paradigmas que la Biblia establece a partir de un Génesis y un Apocalipsis, un principio y un fin que, por diseño divino, renacen purificados. La crónica de la ciudad posmoderna no permite, sin embargo, estructuración de ningún tipo puesto que, en palabras de Monsiváis, “[it] allows society to take a peek at the cutting-edge customs of disorder and massification, scenarios of modernity in blue jeans and Walkman, and a sensation of chaos that is infinitely truer than any proclamation of order” (Corona 33).

Esta posición de Monsiváis frente al desorden de la ciudad permite un interesante enlace con ciertas características de la teoría del caos. Desde la formulación oficial de la teoría del caos en los años 60, la ciencia ha luchado para integrar la nueva perspectiva del universo a sus paradigmas estructurados, objetivos y lógicos: un reto extremadamente difícil dadas las características de los sistemas caóticos.(6) La mayoría de los científicos, en una posición determinista, considera que toda manifestación caótica tiene una causa e, hipotéticamente, si se pudieran localizar todas esas causas, se podría predecir la estructura del caos. Sin embargo es justamente la incapacidad de conocer las infinitas causas del caos que frustra el intento de estructurar los sistemas dinámicos o no-lineales. Como señala John Briggs, en su libro Fractals: The Patterns of Chaos, el meteorólogo Edward Lorenz descubrió en 1961 que la acumulación de más y más información climática no aumenta la precisión de un pronóstico del tiempo a largo plazo. Lorenz dedujo que la razón por la inestabilidad de los sistemas dinámicos (como el clima) tenía que ver con la multitud de elementos interactivos y dispares que exhibían una gran sensibilidad a las influencias más minúsculas. Uno de los ejemplos más conocidos de este hecho de que los fenómenos se produzcan en interacciones múltiples y dispares llevó a Lorenz a la conclusión de que estas interacciones son infinitas, de que la naturaleza está dominada por un caos que no puede ser reducido a una teoría con valor estructurante y jerarquizador.

Hay que destacar que Monsiváis, desde el prólogo de Los rituales del caos, anticipa la lógica del argumento determinista de la teoría del caos y se opone a ello de esta manera:
 

La hipótesis anterior cuenta con el apoyo de sectores muy amplios, seguros de que tras el falso caos se alza la normatividad del espectáculo. Pero a esta dictadura de la fascinación electrónica (de los manuales del sojuzgamiento) le falta, para ser convincente, tomar en cuenta los valores de la diversión, “el lenguaje fluido de la anti-ideología”, según Guy Debord. La diversión genuina escapa a los controles, descree de las bendiciones del consumo, no imagina detrás de cada show los altares consagrados al orden. La diversión genuina (ironía, humor, relajo) es la demostración más tangible de que, pese a todo, algunos de los rituales del caos pueden ser también una fuerza liberadora. (16)


Monsiváis indica la debilidad del determinismo que la comunidad científica abraza tan febrilmente y en vez de tratar de asignarle un orden al caos celebra su función liberadora dentro de la ciudad.(7) Desde esta perspectiva del caos como una fuerza que resiste a la estructura y la lógica, veremos la relación entre algunos de los principios del caos y la crónica de Monsiváis.

La teoría del caos caracteriza los sistemas caóticos de la siguiente manera: sensibilidad extrema a las condiciones iniciales,(8) no-linealidad,(9) movimiento constante, y denegación de las predicciones. En Los rituales del caos, Monsváis destaca los rasgos caóticos de la demografía creciente: “El ámbito de las multiplicaciones reta al infinito y despoja de sentido a las profecías. ¿Y qué es el crecimiento sino la negación de los augurios? Siempre, los números, así se les disminuya, hacen palidecer a los vaticinios” (17). Igual que los sistemas no-lineales, la ciudad con sus multitudes crecientes desafía el intento de prever su futuro.

Otro elemento importante de la teoría del caos que encaja con el proyecto monsivaisino es el reemplazo de la geometría tradicional euclidiana por la geometría fractal. Briggs nota que en las ciencias “[t]raditionally we have used Euclidian shapes—circles, squares, and triangles—to model figures and landscape. It was a process that tended to generalize and idealize the natural world. Fractal geometry brings us perhaps a little closer to nature’s infinite subtlety” (90). Se debe la invención de la geometría fractal a Benoit Mandelbrot, un matemático polacoamericano, que buscaba un método menos idealizado que la geometría euclidiana para representar la realidad. Mandelbrot entendía que las esferas realmente no captaban la forma cambiante de las nubes y tampoco los conos invertidos reflejaban los bordes irregulares de las montañas.(10) “Fractal geometry moves away from quantitative measurement, which values quantifiable features like distances and degrees of angles, and embraces the qualities of things—their texture, complexity […]. It is a geometry that focuses on dynamic movement, ragged lines, and space so crumpled that it is neither line nor plane nor solid” (Briggs 158). De la misma manera, la crónica de Monsiváis se aleja de la visión estructurada e idealizada de la ciudad que se promovía durante la era colonial (11) y busca meterse en los bordes escarpados de la ciudad y examinar la textura escabrosa de la urbanidad.

La crónica de Monsiváis también es un acercamiento alternativo, en su caso, a la ciudad. Su estilo híbrido que mezcla distintas fuentes de información y su perspectiva original fuerza al lector a reexaminar su relación con la ciudad del mismo modo como la geometría fractal nos abre la posibilidad de ver aquellas formas no establecidas por la geometría de Euclides.(12) Para Monsiváis, el caos urbano de la Ciudad de México requiere una nueva visión y una nueva narrativa, y al contrario del intento científico de categorizar el caos dentro de paradigmas ya establecidos, Monsiváis celebra sus contradicciones e inestabilidad.

En Chaos Bound, N. Katherine Hayles relata la historia de un grupo de estudiantes graduados de la Universidad de California Santa Cruz que se formó alrededor de Robert Shaw para investigar sistemas caóticos (159). Notablemente Shaw rechazó el determinismo de sus colegas y su interpretación del caos revela una actitud celebratoria (no miedosa) de sus posibilidades infinitas. Para Shaw el caos es:
 

[...] the source of all new information in the world. He revels in the implication that chaotic systems are much more abundant in nature than ordered ones. Envisioning the physical world as a great swirling flow of information, he sees new information “continuously being injected… by every puff of wind and swirl of water.” [Shaw] acknowledges that this “constant injection of new information into the macroscales may place severe limits on our predictive ability.” More important for him, however, it “insures the constant variety and richness of our experience.” (Chaos Bound 160)

 

Ésta es la visión del caos que, en mi opinión, capta Monsiváis en Los rituales del caos, una visión más dinámica que determinista, más incierta que predecible, y sobre todo más liberadora que estructurada. Es el caos de la Ciudad de México que desafía la imposición de un orden absoluto y son los rituales de este caos que renegocian los términos del imaginario urbano para los capitalinos mexicanos. El gran logro de Monsiváis consiste en su capacidad de entrar profundamente al caótico imaginario urbano de la Ciudad de México y sacar a relucir una muestra diversa de personajes, creencias, transgresiones, preocupaciones, y rituales en un flujo que desafía los paradigmas del orden.

 

 

 

Notas

 

(1). Monsiváis destaca el papel de la crónica durante la conquista y la colonialización de México en su introducción a A ustedes les consta: “Cortés en sus Cartas de relación, Bernal Díaz de Castillo en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Francisco Cervantes de Salazar, Motolinía, Sahagún, Mendieta, Durán, Muñoz Camargo o Hernando Alvarado Tezozomoc dan fe de este empleo múltiple de la crónica: sustitución o anticipación de la historia, argucia contra el olvido, regalo del proselitismo religioso, tributo funeral a los vencidos” (17).

 

(2). Más tarde en su análisis Bhabha explica que “Minority discourse acknowledges the status of national culture – and the people – as a contentious, performative space of the

perplexity of the living in the midst of pedagogical representations of the fullness of life […]” (157).

 

(3). Monsiváis destaca esta influencia en la introducción de A ustedes les consta: “Desde un punto de vista formal, una influencia muy renovadora en la crónica es, en algunos aspectos, el New Journalism, el nuevo periodismo norteamericano. Los trabajos de Norman Mailer, Tom Wolfe, Hunter Thompson, Truman Capote, Gay Talese, etcétera, han revivido el interés en un género, agregándole diversidad de técnicas, la feroz intromisión del Yo o de la moda, el culto por la ‘pequeña historia’, el afán por documentar narrativamente los nuevos estilos de vida, la persecución de los personajes y las figuras arquetípicas” (75).

 

(4). Vea las fotografías tituladas “Concierto de la raza,” “Celebración futbolera en el Ángel,” “Balneario,” “El Metro,” en la sección de “Parábola de las imágenes en vuelo” (Los rituales).

 

(5). Weber Votaw describe la visión apocalíptica dentro de las tradiciones judeo-cristianas: “…extreme apocalyptic regarded the physical world as so contaminated by human sin that the

earth itself, as well as the human race in general, must be destroyed. And this last is the idea set

forth by the Apo-calypse of John: ‘I saw a new heaven and a new earth: for the first heaven and the first earth are passed away. … And I saw the holy city, New Jerusalem, coming down out of  heaven from God’ ” (314-315).

 

(6). N. Katherine Hayles ofrece una explicación interestante de la necesidad dentro de la comunidad científica de teorizar y ordenar las manifestaciones caóticas. Hayles postula que los atributos del caos (no-linealidad, imprevisibilidad, marginalidad, falta de estructura) son justamente los aspectos que la cultura ha codificada como femeninos. De allí Hayles sugiere que el deseo de controlar el caos es el mismo impulso falocéntrico de controlar a la mujer en la sociedad. “In the Western tradition, chaos has played the role of the other—the unrepresented,

the unarticulated, the unformed, the unthought. […] But otherness is also always a threat, arousing the desire to control it, or even more extremely to subsume it within the known boundaries of the self” (Chaos Bound 173).

 

(7). La siguiente cita apunta hacia la necesidad de los científicos de encontrar orden en los sistemas dinámicos, una necesidad obsesiva que resulta en una paradoja en vez de una conclusión lógica. A mi parecer, esta previsibilidad incierta es una contradicción formulada para mantener una visión holística y cierto control superficial sobre los sistemas caóticos. “As the

chaologists worked, they quickly learned that a dynamical system’s transition areas—the points at which the system moves from simplicity to complexity, from bright, stable order to the black, impenetrable gyrations of total chaos—were the most interesting places. […] Though unpredictable in detail, one can predict the patterns and ranges of a system’s movement. In fact, scientists learned that there are certain repeatable, rough patterns systems seem attracted to as they break down into or emerge from chaos. This discovery delighted scientists because it meant they could still hold on to their scientific reverence for predictability—though now it was a strange and uncertain kind of predictability” (Briggs 21).

 

(8). “… extreme sensitivity is the hallmark of a chaotic dynamical system. Such systems are highly sensitive because they are always on the move, always changing, never precisely recycling to their initial states” (Briggs 18).

 

(9). Briggs habla de las características de los sistemas no lineales: “One reason that the elements in chaotic dynamical systems are so sensitive to their initial conditions is that these

complex systems are subject to feedback. […] Systems that change radically through their feedback are said by scientists to be nonlinear. As the name implies, they are the opposite of linear systems, which are logical, incremental, and predictable” (19).

 

(10). Para un resumen de la aportación de Mandelbrot a la teoría del caos vea Briggs 62-72.

 

(11). Ángel Rama destaca la importancia de la matemática y la geometría en la construcción de las ciudades coloniales (3-6).

 

(12). El fotógrafo y ex-ingeniero eléctrico Lawrence Hudetz hizo la siguiente observación acerca de la geometría fractal que apunta hacia sus características caóticas: “The new geometry is a more open way of looking. This creates a subtle shift. It allows me to accept images that I

might have rejected in the past because my brain was saying, ‘That’s not organized right.’ Still, if I’m not careful, when I take the camera out, the first thing I start to do is to go back to the old Euclidian mode because it’s so comfortable. We’ve all gotten used to seeing in that old way” (Briggs 161).

 

 

Obras Consultadas

 

Bhabha, Homi. “Dissemination: Time, Narrative and the Margins of the Modern Nation.” The Location of Culture. London, Routledge, 1994. 139-170.

 

Briggs, John. Fractals: The Patterns of Chaos. New York: Simon & Schuster, 1992.

 

Certeau, Michel de. “Walking in the City.” The Practice of Everyday Life. Trans. Steven Rendall. Berkeley, U California Press, 1984. 91-110.

 

Corona, Ignacio and Beth E. Jörgensen, eds. The Contemporary Mexican Chronicle: Theoretical Perspectives on the Liminal Genre. Albany: State University of New York Press, 2002.

 

“Democracy.” Online Etymology Dictionary. Comp. Douglas Harper. November 2001. 14 marzo 2005 <http://www.etymonline.com>.

 

Egan, Linda. Carlos Monsiváis: Culture and Chronicle in Contemporary Mexico. Tucson: U Arizona, 2001.

 

Hayles, N. Katherine, ed. Chaos and Order: Complex Dynamics in Literature and Science. Chicago: U Chicago Press, 1991.

 

---. Chaos Bound: Orderly Disorder in Contemporary Literature and Science. Ithaca: Cornell UP, 1990.

 

Mayntz, Renate. “Chaos in society: Reflections on the impact of chaos theory on sociology.” The Impact of Chaos on Science and Society. Eds. Celso Grebogi and James A. Yorke. New York: United Nations University Press, 1997. 298-323.

 

Monsiváis, Carlos. “Citizenship and Urban Violence: Nightmares in the Open Air.” Citizens of Fear: Urban Violence in Latin America. Ed. Susana Rotker. New Brunswick: Rutgers

UP, 2002. 240-246.

 

---. Entrevista con Ana Cruz. “Carlos Monsiváis: La sociedad es el espectáculo más fascinante.” Testigos de nuestro tiempo: diálogos con personajes de hoy. Por Ana Cruz. México: Fondo de Cultura Económica, 1999. 75-88.

 

---. Introducción. “Y yo preguntaba y anotaba, y el caudillo no se dio por enterado.” A ustedes les consta: antología de la crónica en México. México DF: Ediciones Era, 1980. 17-76.

 

---. Los rituales del caos. Mexico DF: Ediciones Era, 1995.

 

Rama, Ángel. The Lettered City. Ed. y trad. John C. Chasteen. Durham: Duke UP, 1996.

 

Rotker, Susana. La invención de la crónica. Buenos Aires: Ediciones Letra Buena, 1991.

 

Van Peer, Willie. “Sense and Nonsense of Chaos Theory in Literary Studies.” The Third Culture: Literature and Science. Ed. Elinor S. Shaffer. Berlin: Walter de Gruyter, 1998. 40-48.

 

Weber Votaw, Clyde. “The Apocalypse of John: IV. Its Chief Ideas, Purpose, Date, Authorship, Principles of Interpretation, and Present-Day Value.” The Biblical World. 32.5 (1908): 314-328.

 

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