Deshaciendo
géneros, cuestionando límites:
construcciones
y masculinidades en My McQueen de
Lourdes Portillo
Franklin & Marshall College
En su colección de ensayos recogidos
bajo el título en castellano Deshacer
el género, la filósofa Judith Butler propone el verbo
“deshacer” como la acción que nos permite descubrir y
desmantelar las construcciones de género tradicionales y
existentes en
nuestra sociedad. Para Butler,
“deshacer el género” es una tarea crítica, una
actividad transformadora cuya importancia radica en cuestionar las
estructuras
y normas que en relación al género nos regulan como
individuos. (1) El resultado positivo de
“deshacer
el género” es la entrada de minorías que no han sido
todavía, según ella, ni parcial ni totalmente
“reconocidas” o, lo que es lo mismo, constituidas como seres
sociales y viables en nuestro mundo (13).
Desmantelar estas estructuras que en materia de género
siguen
actualmente vigentes es, precisamente, la tarea de la que se ocupa una
de las
cineastas latinas independientes más importantes de las
últimas
décadas: la mexicano-americana Lourdes Portillo.
En My
McQueen (2003), film documental o ensayo fílmico, como ella
misma lo
denomina, Portillo “deshace” la figura del actor estadounidense
Steve McQueen como una de las figuras más representativas de “lo
masculino” en todo un clásico de la cinematografía
norteamericana como es Bullitt,
película dirigida por Peter Yates en el año 1968. (2)
En My
McQueen, sin embargo, la labor crítica de “deshacer el
género” se complica y adquiere un doble significado. Por una parte, Portillo no sólo
disecciona las normas que fundamentan la masculinidad heteronormativa y
dominante en la interpretación de Steve McQueen como el teniente
de
policía Frank Bullitt, sino que lo hace al mismo tiempo
desentrañando premisas preconcebidas, inherentes y fundamentales
sobre
el documental como género cinematográfico.
Esta autorreflexividad,
característica de la obra de Portillo, hace patente las
múltiples
construcciones en juego que se van “deshaciendo” paralelamente en
tan sólo veinte minutos de cinta.
Mi análisis se centra por tanto en cómo Portillo y
My McQueen ofrecen, como diría
Butler, nuevas concepciones y maneras de aproximarnos a los
“géneros,” al mismo tiempo que permiten reproblematizar las
representaciones y la significación de otras masculinidades
presentes en
la pantalla.
La elección de Portillo de realizar un
ensayo fílmico sobre la representación de la masculinidad
en
Steve McQueen y en Bullitt no es en
absoluto accidental. Desde que a
finales de los años setenta esta mexicana de origen pero educada
y
residente en San Francisco comienza su carrera cinematográfica
bajo los
auspicios del llamado Tercer Cine, caracterizado por ser
estéticamente
experimental y socialmente crítico, los ejes fundamentales del
trabajo
cinematográfico de Lourdes Portillo han sido sin duda su
experimentación con el documental como género
cinematográfico y la exploración de temáticas
relacionadas
con etnicidad y género. (3) La presencia de la directora
dentro de su propia obra, cuestionando límites a nivel de forma
y
contenido, es sin duda una de las características del modus
operandi de
Portillo. Su forma de hacer cine se
engloba dentro de la llamada “auto-etnografía,” una
expresión del cine experimental contemporáneo
caracterizado por
una presencia obsesiva de un “yo,” el del cineasta, y un
cuestionamiento de la noción de “identidad,” no sólo
con referencia al sujeto sino además de éste en
relación
con un colectivo específico demarcado por su clase, raza,
etnicidad,
sexo u orientación sexual (Russell 276). En
el trabajo de Lourdes Portillo, la
etnicidad es una coordenada fundamental en esa noción de
identidad que
participa y que intersecciona al analizar otras temáticas
fundamentales
en su obra como son el género y la sexualidad.
En My
McQueen, Portillo confiesa al comienzo del film sentirse “muy
interesada con la cuestión de identidad y cómo los
hombres son
representados en el cine” (4) y por ello su documental es un
estudio de “lo masculino” y su representación,
construcción y significado en la sociedad y cultura occidental. Portillo ya se había incursionado
en este tema en una de sus obras más conocidas, El
Diablo nunca duerme (1994), donde exponía y criticaba las
normas sociales vigentes de “lo masculino” y de lo
“macho” en la psique mexicana a través de la misteriosa
figura de uno de sus familiares, el tío Oscar.
Pero también la propia directora
se ve interpelada al tratar un tema tabú como es la
homosexualidad
dentro de su entorno familiar, convirtiéndose ella misma y su
orientación sexual en parte de todos los “secretos” que
conforman la trama familiar y del film.
En todo este proceso, el viaje y estancia en Chihuahua,
México --
ciudad de nacimiento de la cineasta y lugar de residencia de gran parte
de su
familia -- es instrumental para analizar los entresijos entre
masculinidad y
poder en el seno familiar, y por extensión, en todos los
ámbitos
de la vida social mexicana. (5)
Se embarca, una década más
tarde, en una tarea similar al analizar la relación entre
masculinidad y
poder en My McQueen. En
esta ocasión el film se
desarrolla en San Francisco, ciudad que se convierte también en
objetivo
de la cámara y de la cineasta, precisamente por ser ésta
la
ciudad en que Portillo ha residido la mayor parte de su vida, ciudad
que por lo
tanto considera “suya” y de una parte importante de la
población latina en Estados Unidos.
San Francisco es el escenario en donde Portillo “disecciona”
a Steve McQueen como modelo ideal de masculinidad en Bullitt,
película que la cineasta elige entre la extensa
filmografía del actor estadounidense por algunos aspectos
importantes
que la misma directora señala durante el transcurso de su film. Por una parte, por la relevancia que
tuvo Bullitt como un film que
rompió en su momento con el cine producido en Hollywood
precisamente por
su “realismo:” salirse de los estudios y usar, en cambio, la gente,
las calles y los lugares más emblemáticos de la ciudad
californiana; y por otra parte por presentar, como se nos dice a los
espectadores,
a un héroe “de carne y hueso” que encarnara a Frank Bullitt
de una manera “verdadera y honesta.”
Esta última referencia es importante
porque Portillo señala ya un aspecto significativo en la leyenda
que
hace de McQueen un ídolo de fans y un ícono de la
masculinidad. Ocurre precisamente
porque el “hacer el papel de” confunde límites y
demarcaciones precisas -- en este caso, difuminando la diferencia entre
el
mundo dentro y fuera de la pantalla.
En Steve McQueen, como diría la crítica de teatro
Alisa
Solomon al hablar de género y teatralidad, “podríamos
pensar en el actor del teatro experimental de los años setenta,
un actor
que no trata de hacer una distinción entre sí mismo y su
papel” (173). Esta idea
está presente en la imagen que persiste hoy día del actor
estadounidense como ícono de “lo masculino” en la cultura
popular más de dos décadas después de su muerte. Desde ser usado en la campaña
publicitaria del licor Absolut Vodka como el “hombre absoluto” -- precisamente es una toma de Steve
McQueen como Frank Bullitt la que aparece en el spot publicitario de
esta marca
-- pasando por la película de animación Cars
(Pixas Animation Studios, Walt Disney Pictures, 2006) donde Lightning
McQueen -- el “Rayo
McQueen” -- es el coche protagonista de la historia.
No sólo es de destacar el hecho
de que McQueen sea y siga siendo la figura elegida para representar al
hombre
por antonomasia -- el (anti)héroe blanco, el tipo “duro”-- sino
que además, se haga tributo a Steve McQueen a través de
una de
las características más significativas que lo definen en
el
imaginario cultural como modelo ideal de “lo masculino:” el mundo
del motor, de los coches y de la velocidad, referencia central a la que
Portillo presta especial atención en su ensayo fílmico.
No sorprende por tanto que Portillo dedique
una parte importante de su film a analizar el aspecto más
determinante
que hizo de Bullitt una
película de culto: la persecución de coches por las
calles y
alrededores de la ciudad -- una de las más largas y quizá
la
más famosa de la historia del cine -- que, como se afirma en el
documental, sigue hoy día atrayendo a San Francisco a
fanáticos
del motor. My McQueen
comienza con la recreación actual de una de las
escenas de persecución por las calles de San Francisco. En ella vemos al conductor del
automóvil, fan de Bullitt y de
su protagonista, afirmando lo siguiente: “Todo el mundo recuerda la
escena de la persecución de coches más que el argumento
del film.
Y es que todos queríamos ser Steve McQueen.”
La entrevista a este fan es el punto de
partida del documental de Portillo, que desde el comienzo de la cinta
se
plantea como preguntas fundamentales de su ensayo fílmico
dilucidar por
qué la película Bullitt y
su protagonista siguen siendo un referente vigente de “lo
masculino,” como ella dice, para “hombres de toda raza y
condición;” y averigüar, en definitiva, qué
“fantasía de ellos mismos” ven y articulan en el personaje y
en la película.
A pesar de la opinión del fan
entrevistado de disminuir la importancia que el argumento del film
posee, Bullitt y su trama son indispensables en
My McQueen, al ser usados por
Portillo como fragmentos, como citas visuales a la que la cineasta
recurre para
ejemplificar sus ideas y opiniones sobre género y masculinidad. Bullitt
es un thriller policíaco, cuya
trama involucra al teniente Frank Bullitt en la protección de un
testigo
fundamental en un caso contra la mafia.
Los dos “enemigos” del teniente son, por una parte, los
mafiosos que quieren hacer desaparecer al testigo y, por otra, un
poderoso
abogado de California que pretende con este caso encumbrarse dentro de
su
futura carrera política.
Todo se complica cuando el testigo bajo custodia y uno de los
ayudantes
del teniente Bullitt son heridos de extrema gravedad.
El testigo acaba muriendo en el
hospital, punto decisivo de la trama, ya que Bullitt hará
desaparecer el
cuerpo con la complicidad de uno de los doctores del hospital, hecho
importantísimo que permite al teniente seguir investigando el
asesinato
y el complot detrás de éste.
A partir de este momento, el teniente trabaja solo y siempre al
límite de la legalidad, al esconder por un tiempo el
cadáver del
supuesto testigo que, como descubre finalmente, no es el real, sino un
impostor
pagado por el auténtico testigo, asesino y cerebro de su propio
plan de
escape. Frank Bullitt esclarece el
caso, no sólo salvando a la policía de San Francisco de
un
posible gran fiasco sino además poniendo fin a las ambiciosas y
oscuras
intenciones del abogado en su futura carrera política.
Más importante aún es el tipo
de sociedad que la película muestra: una sociedad tradicional,
un mundo
heterosexual con claras expectativas y roles de género para los
hombres
y las mujeres, en donde “lo masculino” y “lo femenino”
se presentan a través de lo que Butler llama “prácticas
identificatorias y performativas,” es decir, prácticas sociales
que se establecen como normas que rigen a los individuos en su entorno.
(6) En el caso de Bullitt se
trata de un mundo eminentemente varonil, donde los
hombres son protagonistas indiscutibles de la historia que se cuenta.
“Lo
masculino” en el film es sinónimo de “lo viril:” los
hombres que aparecen en pantalla se caracterizan por unas relaciones
homosociales de competición y ejercicio de fuerza primordiales
para mantener
el poder que ostentan en el orden social.
Desde los personajes secundarios -- que encarnan los miembros de
la
mafia, el jefe de policía y superior de Bullitt, los
policías que
trabajan para el detective, y el abogado Chalmers -- hasta el
protagonista de
la historia, todos estos hombres compiten y luchan entre ellos en un
mundo
hostil, el mundo del crimen. No
importa a qué lado de la legalidad estén, en todos ellos
existe
un “estándar implícito” en su manera de ser y
comportarse: son “tipos duros,” hombres que se caracterizan
más por sus acciones que por sus palabras; son precisamente las
escenas
de persecución en coche que mejor ejemplifican el tipo de
masculinidad
que glorifica la película. A
través de gestos y movimientos que son una extensión de
su manera
de conducir, tanto el héroe -- McQueen y su personaje -- como
los
villanos se convierten todos ellos en realidad en sinécdoque de
sus
automóviles y su manera de conducir: agresivos, potentes,
desafiantes,
arriesgados, violentos. Y hay
aún algo más que los define: un silencio abrumador pero
característico de esta manera de “ser masculino,” un
silencio que Portillo apuntará como elemento
característico en
esa construcción de la masculinidad en la figura de Steve
McQueen. En el mundo que se representa en
la
película, McQueen encarna una “masculinidad dominante” que
la crítica Judith Halberstam define como aquélla en donde
la
relación masculinidad-poder, masculinidad-legitimidad,
masculinidad-privilegio se naturaliza y se encarna en nuestra sociedad
en el
cuerpo del hombre blanco de clase media (4). (7)
Además, este silencio y la
imposibilidad para mostrar sentimientos o expresar emociones
característica de estos personajes ejemplifica un concepto de
masculinidad heterosexual propio de las sociedades heteronormativas: la
impasibilidad, el ideal de “coolness” que aparece como una forma de
“lo masculino” en la cultura popular estadounidense en la
década de los cincuenta. Es
ésta
una masculinidad que encumbra al hombre como individuo contra el
sistema, un hombre
que reniega de las emociones y que pone énfasis en la
homosociabilidad
de los varones, rechazando al mismo tiempo la dependencia hacia las
mujeres y
sus demandas (Fraiman xv). (8) El teniente
Frank Bullitt encarna al hombre
impasible por excelencia: un (anti)héroe que no sigue las
normas, ni la
ley ni sus superiores, que es, en definitiva, la representación
del
individuo contra el sistema, y que a pesar y en contra de todo y todos,
logra
llegar a la “verdad.”
En Bullitt,
la única excepción a este estándar
implícito de
masculinidad impasible que predomina en la película la
constituye el
doctor Willard, el cual trabaja en el hospital en donde una parte
importante de
la trama se desarrolla. Es interesante
apuntar que es otro tipo de poder el que posee -- el de su conocimiento
médico -- otras las herramientas las que usa -- el
bisturí y toda
la parafernalia médica -- y otro el mundo en el que vive -- el
del
hospital -- que curiosamente es el único espacio
mayoritariamente con presencia
femenina que aparece en la película. Porque
las mujeres, por su parte, no
tienen cabida dentro del mundo viril y de poder que se presenta. Aparecen, eso sí, y en
substitución
del ausente mundo doméstico, en ese otro mundo puertas adentro
que es el
hospital, en donde intervienen en un papel tradicional típico
encarnando
cualidades “maternas” en su papel/profesión de enfermeras:
alimentan y cuidan a los enfermos, asisten a los visitantes y ayudan al
doctor
en sus tareas médicas.
Aparte de las enfermeras, la historia incluye
al personaje femenino más importante de la historia, Cathy,
pareja de
Frank Bullitt y que representa precisamente lo que no es Frank Bullitt,
porque
no sólo no entiende la violencia sino que de manera
explícita la
rechaza. Cathy presenta al hombre
la oportunidad de ser diferente, le exhorta a dejar de ser
policía, a
abandonar el mundo de lucha contra el crimen, un requerimiento que
Bullitt
rechaza durante la película al continuar con el caso hasta sus
últimas consecuencias. En
resumen, la película presenta en oposición binaria a
hombres y
mujeres, equiparándolos con “lo masculino” y “lo
femenino” respectivamente, y en donde el diferencial sexual responde a
un
diferencial de poder característico en un orden patriarcal. Este poder sociosexual es esa
“fantasía de ellos mismos” que preocupa y obsesiona a
Portillo, un poder que analizando la figura hipermasculina de Frank
Bullitt en
su My McQueen quiere por completo
desautorizar.
A primera vista, My McQueen se presenta con
un estilo de documental tradicional a
través del uso de estrategias y técnicas reconocibles y
establecidas ya como propias del documental en su faceta informativa y
expositiva. Entre estas
técnicas reconocibles para el espectador se encuentran la
recreación de ciertos fragmentos del texto visual original, el
uso de
texto escrito sobre la imagen mostrada con el propósito de
añadir
datos importantes al espectador y la entrevista, que destaca en My McQueen como método y
vehículo de información a lo largo de todo el ensayo
fílmico. Hay dos: la
primera, ya mencionada anteriormente, que consiste en el testimonio
directo a
cámara en la que un coleccionista de coches deportivos provee al
espectador de información especializada sobre el vehículo
usado
por McQueen. Además, el
entrevistado explica parte del recorrido de la escena de
persecución que
es, en su opinión, el momento climático del film Bullitt. Mientras conduce
junto a la
cámara como copiloto un Mustang 1965 GT -- el mismo tipo de
coche usado
por el teniente Frank Bullitt -- se recrea para el espectador la
persecución automovilística por los lugares más
emblemáticos en el San Francisco actual. Esta
recreación, como
técnica documental, añade una dosis de realismo a My McQueen, en particular en referencia
al coche como protagonista del film y a la ciudad como espacio y
escenario del
mismo.
La segunda entrevista que aparece en el
documental es en realidad un diálogo que la misma Portillo
entabla con
su cinematógrafo Kyle Kibbe.
Esta entrevista-diálogo es el eje conductor del
documental, en donde
ambos interlocutores aportan, por una parte, su conocimiento sobre el
film Bullitt en sus aspectos técnicos
y cinematográficos y, por otra, sobre McQueen como ícono
de
“lo masculino.” Es en
el diálogo entre Portillo y Kibbe donde a un primer nivel y de
manera
literal se “deshace” la figura de McQueen al desmentirse algunas de
las “verdades” que se presuponían sobre el actor
estadounidense. Como la misma
Portillo afirma, se sabe que McQueen no hizo las escenas más
peligrosas
de la persecución de coches de Bullitt
como tampoco las escenas más peligrosas de otras muchas de sus
películas, en contra de lo que el actor mismo decía y de
lo que
presumía. Este dato, que
corroboran ambos, es fundamental para desacreditar en gran parte la
leyenda de
McQueen y Bullitt. Como
se nos dice en la entrevista, Bullitt pasa a la
historia del cine como
un film pionero, en su calidad de ser un film “realista,” que
usó lugares, personas y situaciones “reales,” y en las que
presumía también de un héroe “real” que era
Steve McQueen. La
construcción del héroe y su masculinidad en el film se
debía en gran parte a su relación con su coche y su
manera de
conducir. Para Portillo, el hecho
de que McQueen no era el que conducía en las escenas más
peligrosas de Bullitt pone en evidencia
el ideal construído de hombría que el actor encarna en el
imaginario popular. Igualmente, la idea de dureza y valentía se
resquebraja cuando los dos interlocutores desmantelan la idea de
“coolness,” de impasibilidad y completo control que constituyen el
silencio y la mirada como características sobresalientes del
comportamiento y de la imagen que proyecta el protagonista.
En concreto, el silencio y la mirada de
McQueen son para Portillo y Kibbe, más que nada, herramientas de
fuerza,
un ejercicio de poder hacia los demás, incluída su
pareja; se
añade, desacreditando aún más a McQueen en su
papel de
policía Frank Bullitt, que el silencio se une a la manera
intuitiva y
agresiva en que realiza sus acciones durante el transcurso de la
historia,
demostrando de esta manera una falta de razonamiento y deducción
propia
de cualquier personaje interpretando el papel de detective. Portillo aún va a más y
propone que el silencio convierte a McQueen en un “gran
manipulador” y en un “narcisista,” consciente del impacto que
tiene sobre la gente el silencio y su mirada que dice nada más
que
“proyectar un vacío” que la audiencia se encarga de llenar
con su propia fantasía.
Es precisamente en este momento del
documental en que ambos dialogan sobre el cuerpo, los gestos, y el
atractivo de
una figura como Steve McQueen en la cultura popular que Portillo entra
en
desacuerdo de una manera clara y firme con su interlocutor. Para Portillo, el bagaje cultural de ser
mexicana le permite tener otro punto de vista desde donde analizar la
figura de
McQueen y el film Bullitt. Portillo
le recuerda a Kibbe que su
punto de referencia cultural es otro, y más importante
aún, que
es desde este posicionamiento cultural como minoría en Estados
Unidos lo
que le lleva a pensar y analizar Bullitt
en clave política.
Por un lado, Portillo relativiza el ideal de
hombría que Steve McQueen representa como masculinidad dominante
y
presenta la idea que hará realidad al crear un McQueen
diferente, uno
que “captura su imaginación:” un McQueen latino.
Por otro, la directora se enfrenta con
el film de Yates, lanzando una serie de preguntas sobre el film y
apuntando a
otras razones, encubiertas y políticas, que impulsaron la fama
del film
en su momento. Portillo nos propone
pensar en la posibilidad de que Bullitt
hubiera sido una película hecha, en realidad, para restaurar a
la
policía de una dignidad y confianza que estaba por los suelos en
el
país a finales de la década de los sesenta; no
sería
posible pensar también, arguye, que hubiera sido la industria
del coche
y del petróleo la maquinaria detrás de la
producción del
film. Portillo se lamenta de que
con Bullitt llega la industria de
Hollywood a San Francisco, y supone un cambio drástico para la
ciudad,
especialmente en relación a la especulación imnmobiliaria
que
hizo económicamente difícil para algunos grupos
étnicos,
como la comunidad latina en la que ella y su familia se incluyen, el
poder
seguir viviendo en la ciudad. En el
más puro y personal estilo de hacer cine experimental, y usando
los
propios recursos de autoridad como directora-participante de su film,
Portillo
pregunta, conjetura y no da ninguna respuesta concreta, pero consigue
sacudir
al espectador, ayudarle a tomar una distancia crítica que le
permita
pensar y analizar las imágenes y la información que le
presentan
de manera directa.
Pero Portillo no sólo ofrece un
análisis literal a través de sus palabras y en su
diálogo-entrevista sobre la artificialidad y construcción
de
imágenes en relación con Steve McQueen y Bullitt,
sino que además nos invita como ella misma dice
hacer “a encontrar en el proceso de búsqueda” otros
significados en su film. Esta
es la “modalidad metonímica” que la crítica Rosa
Linda Fregoso señala como característica de la obra de
Portillo,
en la que la búsqueda de significado va más allá
de lo
simplemente literal para adentrarse en el mundo de la metáfora y
la
metonimia. (9)
En My
McQueen, la tarea de “deshacer el género” desvela que el
proceso de construcción de la imagen de “lo masculino” y de
la imagen documental son similares, y que curiosamente la llave para
entender
este proceso de construcción se basa en la idea de
“performatividad” del género que nos remite de nuevo a
Judith Butler. En Butler, como ya
sabemos, el género es “una forma de hacer, una actividad
incesante
performada,” una interpretación que no tiene porqué ser
“una actividad mecánica o automática,” al contrario,
nos dice “es una práctica de improvisación en un
escenario
constrictivo” (13). (10) Precisamente, en el
ensayo
fílmico esta idea es permanente.
Por una parte, porque de principio a fin vemos a ese otro
McQueen latino
que interpreta el artista Sean San José actuando, interpretando
el papel
del actor estadounidense como Frank Bullitt. Lo
vemos en dos tipos de escenarios: las
calles, lugares y escenas reconocibles de la ciudad que aparecen en el
film Bullitt, conduciendo un Mustang GT o
recreando escenas de la película; y en otras ocasiones lo vemos
en un
escenario donde practica, guión en mano y delante de un espejo
y/o de la
cámara, algunas de las frases y poses del famoso detective. Este otro McQueen encarna y representa
la naturaleza performativa del género, en la manera propia --
similar
pero no idéntica -- en la que Sean San José se presenta
como
“masculino.”
A través de la performatividad, My McQueen
hace visible también
la idea de Butler en relación al género como “esa copia
de
un original que no existe” a través de otra metáfora que
vemos en el documental (296). En la
primera toma del film aparece un dibujante haciendo un boceto, un
retrato de
Steve McQueen, aunque el modelo de tal dibujo es Sean San José
“haciendo” de Steve McQueen.
Este dibujante perfilando una imagen del famoso actor
estadounidense se
repite en varios momentos del ensayo fílmico en el que no
sólo
Sean San José es el modelo, sino también el fan y experto
en
coches mientras que es entrevistado.
La idea que presenta Portillo es que ese dibujo es en realidad
la
imagen, el ideal, el concepto de “lo masculino” que ni siquiera el
mismo McQueen -- como ha probado al desmentir, por ejemplo, que no
hacía
como se suponía sus propios stunts
-- llega a ser.
Además, el hecho de que Portillo y
Kibbe compartan en más de una ocasión el mismo escenario
que Sean
San José y que sea la misma cámara la que filme a los
tres es crucial
para darnos a entender de que hay un proceso muy similar de
creación y
de construcción de imágenes y de ideas.
Que Portillo y Kibbe aparezcan
“interpretando” su propio papel en My McQueen revela
también aquí la importancia de la
performatividad y su relación con otro tipo de género, el
documental, y que la afirmación de Butler de la no existencia de
un
original se aplique por igual al documental y a sus premisas ideales de
“realidad” y “verdad.” Portillo nos muestra en su
interpretación de sí misma, en la puesta de escena junto
a Kibbe,
su cinematógrafo, lo que constituiría normalmente la
pre-producción, el momento de discusión de ideas
qué y
cómo se va a rodar, pero que aquí se convierte, literal y
metafóricamente, en el argumento mismo del texto fílmico.
Y si Portillo usa al dibujante que delinea y
perfila una imagen de Steve McQueen para ejemplificar el concepto ideal
de
“lo masculino,” en My McQueen
encontramos una referencia paralela al film Bullitt
y a su premisa de “realismo.”
La presencia constante en el ensayo fílmico de un
ordenador
portátil que va mostrando en su pantalla diferentes escenas del
film Bullitt, no sólo sirve como
fragmentos visuales que Portillo “cita” y comenta, sino que
además hace patente la contrucción de la imagen
fílmica. Si con la
autorreflexividad Portillo
pone en duda la premisa de objetividad y realismo del documental como
género, esta idea de metadiscurso, en la que Portillo enfatiza
la idea
de una imagen dentro de otra, hace patente la naturaleza artificial de
la
imagen fílmica en Bullitt a
pesar del “realismo” como premisa y promesa con la que el film ha
pasado a la historia.
Las consecuencias del proceso
autorreferencial y autorreflexivo de My
McQueen son dos: por una parte, el rechazo a cualquier sentido de
final
completo y cerrado de un documental clásico (Fregoso 100) y por
otra, la
posición ambigüa en la que Portillo se ve envuelta como
parte
integral de su resolución de desvelar la artificialidad de las
imágenes y el proceso de construcción detrás de
ellas. Portillo sufre, como señala
la
crítica Yvonne Yarbro-Bejarano, de una percepción
ambivalente
como “etnógrafa nativa posmoderna” (103). (11) En su propia
participación en el
ensayo fílmico, el film negocia un diferencial de poder en
Portillo. Por un lado la cineasta
se encarga de “deshacer” la construcción de la masculinidad
dominante en Steve McQueen, y de manera constructiva y positiva abre la
posibilidad de existencia de otras masculinidades, en este caso la de
“su” McQueen, una masculinidad alternativa y minoritaria.
Pero por otro y volviendo a Judith
Butler, el peligro que se corre al “deshacer el género”
existe cuando se realiza la posibilidad de no ser reconocido, y en
donde el
“ser deshecho” se convierte en un término peyorativo que,
metafóricamente hablando, se convierte en castellano en
sinónimo
de ser basura, desperdicio.
En My
McQueen y en la tarea de Portillo de “deshacer” existe una
fisura que aparece en su documental como un exceso textual, como un
momento no
necesario para su argumento, y que sin embargo se convierte en un
fragmento
problemático y contradictorio.
Ocurre cuando Portillo señala precisamente que Bullitt es una “película
hecha para hombres,” y añade que el alcance del ideal masculino
que Steve McQueen proyecta en Bullitt
traspasa diferencias de clase, raza y condición social: “a
hombres
de toda raza y color les encanta McQueen.” Como
ejemplo a su afirmación, en
pantalla aparece el entonces alcalde de San Francisco y afroamericano,
Willy
Brown, y en el texto escrito que aparece en pantalla nos dice que es la
película favorita del alcalde, mientras al mismo tiempo vemos,
en un
lado de esta toma, la escena de la película donde el teniente
Bullitt
habla con el doctor Willard, también afroamericano, en el
hospital. Esta es una escena crucial
porque en
ella que aparecen dos tipos de hombre y dos masculinidades: un hombre
blanco y
otro negro; el primero lleva un arma, es violento; el segundo lleva un
informe
médico en la mano y es pacífico. Bullitt
pide sin explicar; el doctor
escucha y accede a su petición, sin conocerle, confiando en lo
que
éste le dice aún sabiendo que su carrera y
profesión
están en juego. Dos
masculinidades, una frente a otra.
Sin este pacto, punto decisivo de la trama, Frank Bullitt y la
historia
no tendrían desarrollo, ni McQueen finalmente se
convertiría de
nuevo en héroe.
Curiosamente, después de este momento,
el doctor desaparece. Dos
veces. En Bullitt y en My McQueen. En el film Bullitt, esta escena representa, como dice Halberstam, la
“necesidad absoluta de dependencia de lo dominante sobre lo marginal y
minoritario” para hacerse prevalecer como legítimo (4). El doctor, como
“masculinidad” subalterna y posible es un “deshecho,”
inviable frente a la hegemonía de McQueen como héroe y
masculinidad dominante, pero al mismo tiempo le es completamente
necesario. También en el
documental el doctor vuelve a ser “deshecho.” Portillo,
preocupada en la tarea de
desvelar la artificialidad de la masculinidad en McQueen y de las
premisas que
conforman las normas de género heteronormativo en nuestra
sociedad, no
reconoce en este otro personaje otra manifestación de una
masculinidad
posible, de ser otro tipo y otra manera de ser héroe, tal y como
imagina
y sueña a su propio McQueen.
Pero en definitiva, Butler nos diría
que este tipo de fisuras son las necesarias para seguir trabajando en
la tarea
de “deshacer el género,” porque como tarea crítica y
fundamental reconoce y constituye esas masculinidades alternativas que
en su
ser no sólo actúan subversivamente mostrando las normas
que
construyen “lo masculino” dominante en íconos de nuestra
cultura como Steve McQueen, sino que son además instrumentales y
necesarias para mostrar su artificialidad y su funcionamiento. Y finalmente porque es a través
de ellas que se posibilitan las transformaciones sociales y la
habitabilidad y
viabilidad de las minorías en relación al género.
Notas
(1). Inherente
a su pensamiento sobre
género y sexualidad, para Judith Butler la viabilidad del ser y
su
habitabilidad social nos remite siempre a las normas, esa
estructura/infraestructura que de manera explícita e
implícita,
visible e invisible rige y regula al “yo,” constantemente amenazado
con no ser reconocido, con no ser viable en cuanto deje de “hacer”
suyo, de in-corporar el conjunto de normas mediante las cuales se
convierte en
reconocible, su vida en habitable (13-25).
(2).
Steve McQueen (1930-1980), actor
estadounidense cuya fama se fragua en la década de los sesenta
aunque
siguió actuando hasta el final de su vida. En
su filmografía destacan
sobretodo películas como The
Magnificent Seven (1960), The Great
Escape (1963), The Sand Pebbles
(1966) y The Thomas Crown Affair
(1968). Bullitt (1969) y Le Mans
(1971) son las películas que le dieron la fama a Steve McQueen
como
apasionado de la velocidad y que se convirtieron en películas de
culto
para los fanáticos del motor y del actor.
(3).
Documentales y films
experimentales de Lourdes Portillo tales como Corpus: A
Home Movie for Selena (1999) o su obra más famosa,
Señorita extraviada (2001),
desarrollan una labor crítica desde un punto de vista personal
sobre la
situación de la mujer mexicana o mexicano-americana y, por
extensión, sobre diferentes aspectos del género y la
sexualidad
en el contexto de la familia y la sociedad a ambos lados de la frontera
de
México y Estados Unidos.
(4).
Todas las citas que aparecen en
este trabajo en relación al film My
McQueen han sido traducidas al castellano de su original en
inglés.
(5). Para
un análisis detallado de El Diablo
nunca duerme, ver Yvonne Yarbro-Bejarano, “Ironic Framings: A Queer
Reading of the Family (Melo) drama in Lourdes Portillo’s The
Devil Never Sleeps/El Diablo nunca
duerme” y Sylvie Thouard “Performances of The Devil
Never Sleeps/El Diablo nunca duerme,” ambos en la
colección editada de Rosa Linda Fregoso, Lourdes
Portillo: ‘The Devil Never Sleeps’ and Other Films.
Austin: University of Texas Press, 2001.
102-119, 120-143.
(6).
Para Butler, la propia
existencia como persona depende de estas normas y de la posibilidad del
individuo de actuar, negociando dentro de su ámbito. Estas normas establecen la sociabilidad
del individuo y son fundamentales para poder “ser reconocido”
socialmente. Las normas sociales
son históricamente variables y establecen en cada momento
histórico un “estándar implícito” de la
normalización en relación al género y a lo que se
considera lo masculino y lo femenino (68-69).
(7).
Judith Halberstam indica que la
masculinidad dominante se ha representado repetidamente en
héroes
similares creados por la gran pantalla, como James Bond, y se
constituyen en la
cultura popular como “masculinidades heróicas” aunque el
héroe siempre necesite de otras masculinidades para establecer
su
hegemonía.
(8).
Fraiman explica que como manera
de comportarse, el modelo de “coolness” aparece como un tipo de
masculinidad y un modo de ser que se identificaba con el rebelde
adolescente y
que se popularizaría con actores como Marlon Brando y James Dean. Para la autora, era una rebeldía
construída socialmente en oposición a la idea de
dependencia
emocional que representaba “lo femenino,” en particular, lo
maternal, en el que la madre representaba el mundo de las emociones,
del apego
y de la intimidad. Por eso, este
modo de ser masculino fomentaba el individualismo del hombre y su no
conformidad con las reglas sociales, además de su falta de
expresividad
emocional, y su actitud hostil hacia el mundo femenino (xii-xv).
(9).
Rosa Linda Fregoso ha escrito y
estudiado extensamente la obra de Lourdes Portillo.
Esta crítica destaca la
idiosincrasia del modo de hacer cine de Portillo como un estilo
subjetivo,
imaginativo, poético, que va siempre más allá de
lo
informativo, y que la cienasta se invierte no sólo
emocionalmente sino
también políticamente en su cine. Ver
su introducción
“Tracking The Politics of Love” (2-23) y “Devil and Ghosts,
Mothers and Immigrants: A Critical Retrospective of the Works of
Lourdes
Portillo” (81-101) en el volumen anteriormente mencionado y editado por
ella misma.
(10).
En su ensayo El género en disputa
(Gender Trouble, Feminism and the
Subversion of Identity, 1990), Butler problematizaba la
autonomía
del sexo frente al género, dando prioridad al cuerpo como lugar
de
incorporación y actualización de las normas culturales, y
señalando la construcción performativa de género y
sexo. En Deshacer el
género vuelve a mencionar sus ideas de la
performatividad como cruciales para entender la construcción de
“lo masculino” y “lo femenino” dentro de las relaciones
sociales, y en donde hay en el marco heterosexual una fantasía
de un
origen que para Butler es “tan performativo como la copia” a pesar
de “reclamar el lugar de la naturaleza” (296).
(11).
Yarbro Bejarano toma esta
acepción del antropólogo cultural José
Limón para
explicar la posición de Portillo y la auto-reflexividad que usa
en sus
películas, que la coloca al mismo tiempo dentro y fuera de las
problemáticas que analiza y estudia en sus obras como
“participante” y “observadora crítica”
respectivamente.
Bibliografía
Butler, Judith. Deshacer
el género. Trad. Patricia
Soley Beltrán. Barcelona:
Paidós, 2006.
Fraiman, Susan. Cool Men and The Second Sex. New York: Columbia University Press, 2003.
Fregoso, Rosa Linda, ed.
Lourdes
Portillo: The Devil Never Sleeps and Other Films.
Austin: University
of Texas Press, 2001.
Solomon, Alisa. Re-dressing
The Canon: Essays on Theatre and Gender. New
York: Routledge. 1997.