En busca del ideal clásico o la escritura en contra de España:
Polémica acerca del estilo literario en la narrativa española contemporánea (1975-1999)

 

Pablo Pintado-Casas
Kean University, Union, New Jersey

 

“La escritura es el estilo”

Parece difícil definir brevemente en qué consiste el estilo literario de un autor, una corriente o, incluso, una tendencia literaria. Todavía podría parecernos mucho más complejo determinar la forma de escritura de toda una generación o una época. Son muchas las definiciones que se han ofrecido sobre el estilo literario. De las primeras consideraciones de Miguel de Unamuno,  Ramón Gómez de la Serna, o José Ortega y Gasset hasta la actualidad baste dar una definición para plantear el concepto mismo de estilo literario como algo polémico. Charles Bally, discípulo y seguidor del estructuralismo de Saussure definió en 1909 el estilo literario como “una intención estética e individual”. Quizás, como aconsejaba Bally, resultaría necesario diferenciar claramente la “estilística” y “el estilo”, es decir: por una parte, el lenguaje literario como “fruto de un esfuerzo voluntario y de intención estética”, y, por la otra, el objeto de estudio de la estilística que quedaría centrado en “los hechos de expresión de un idioma particular” de una época histórica y recogidos en “una lengua hablada y espontánea”.  La estilística sería según éste: “una disciplina estrictamente lingüística y no de la función estética del lenguaje”. En breve una “estilística de la lengua “y no una “estilística del habla” (De Aguiar e Silva, 1972, pags.435-436).
Por el contrario, los pensadores “neorrománticos” Spitzer, Croce y Vossler aseguran que la “intuición” es el mejor medio para aproximarse a la obra artística; algo así como un componente mágico. La estilística se presenta impregnada de un cierto psicologismo, vinculando lo estilístico con “la interioridad” del autor. En Lingüística y poética, Roman Jackobson mantiene que la función poética es aquella que se centra en “el mensaje como tal” predominando sobre las demás. Definición que cuestionaría Fernando Lázaro Carreter en Estudios de poética: la obra en sí (1976). Otros como Halliday insistirían en las distintas funciones del lenguaje en relación a la estructura gramatical de la oración, realizando una síntesis entre la función y la forma. Incluso, Spencer y Gregory llegarían a proponer un estudio del estilo como un mero análisis lingüístico y funcional del texto. En este singular debate, Dámaso Alonso vendría a decir que las “obras literarias auténticas” son un diálogo eterno entre la intuición del alma del creador y el propio lector. (Dámaso Alonso, 1971, pags.204-205). 
El estilo literario bien puede caracterizarse desde distintos puntos de vista o perspectivas filosóficas. Puede ser definido por unos como el reflejo del carácter o la personalidad del escritor expresado en el texto o en las decisiones que el autor realiza en relación al proceso de la creación literaria. Al querer hablar de un estilo personal describimos muchos de los rasgos propios o de las convicciones de un escritor frente a su obra como si ésta fuese algo ya acabado y no sometido al cambio, concepción filosófica o tiempo literario en el que se lee esa obra.  

Aquí nos proponemos discutir sobre el estilo en la narrativa española contemporánea -concretamente- entre el período previo a la transición política hasta los finales de los noventa.


Decadencia del estilo clásico: miseria o grandeza de la Literatura.

En La inspiración y el estilo (1966), “La seriedad del estilo”, el escritor Juan Benet afirma que: “Acerca del estilo nunca ha sido posible –y no lo va a ser ahora- hablar con precisión y generalidad” (Benet, 1966, pág.195), puesto que “se le ha asimilado siempre –en una u otra época- con la personalidad y el sello propios, con aquellos atributos inalienables que el hombre atesora y desarrolla celosamente para diferenciarse de los demás… Se puede imaginar que el estilo no es otra cosa que el resultado de unas condiciones sin par –personalidad, rasgos de carácter, sedimentos de la educación, sublimación de una vocación o de un quehacer- aplicadas al cumplimiento de una función”.
Juan Benet en referencia al acto final del Don Juan Tenorio de Zorrilla comenta la intervención final del burlador (Don Juan) en el diálogo con la estatua:

Don Juan: ¡Fuego y ceniza he de ser!

Estatua: ¿Cuál los ves en redor; en eso para el valor, la juventud y el poder,

Don Juan: Ceniza, bien; pero, ¡fuego!


Aparentemente un lector descuidado podría no entender esta “salida de tono”.  
En este verso Zorilla no pretendería “enseñarnos nada sino emocionar para ser así comprendido mucho más ampliamente”. En este sentido Benet afirma que ni mucho menos pretende realizar “una teoría irracionalista” acerca del estilo literario pero acierta en proponer una concepción en relación a la inspiración y escritura. En algunas ocasiones singulares, el significado de las oraciones o el sentido del mismo texto a veces quisieran escaparse como en Lewis Carroll burlando la imaginación, la literalidad de lo escrito y dejando paso al juego del lenguaje. Y si no, pensemos tal y como Benet nos sugiere entonces –y, como así bien supo seguir su “consejo” Javier Marías-, en la impenetrable frase traducida del inglés: “la negra espalda y abismo del tiempo”. Necesitaríamos “montañas de erudición”, “siglos de trabajo y búsqueda” para entender completamente el significado veraz del verso.
¿Cuál ese estado de gracia, “alumbramiento” o inspiración del que participa el poeta o el escritor? ¿Cómo se conjuga la “inventada realidad” literaria y el modo particular de contar lo sucedido? ¿Cuál es el límite entre la perfecta construcción sintáctica y el oscuro dominio de lo semántico? Benet insiste en que la partida se centra entre el mero interés por contar los hechos -narración histórica, cronológica, etc.-, o, la preferencia por la invención de una realidad lingüística que solamente el escritor domina en su extensión. “La poesía es en comparación con la Historia más veraz y seria que aquella” –según afirmaría Aristóteles. Lo que importa aquí no es tanto el tema o estructura de lo narrado sino el peculiar estilo narrativo elegido e imprimido en el texto. Por esto,  La Ilíada, Divina comedia, El Paraíso Perdido, Macbeth, El Quijote o Luz de Agosto son ejemplos ilustrativos del estilo literario “en sus cimas más altas”, una lidia constante por atrapar esa inspiración en la plena escritura, palabra tras palabra, línea tras línea.
Desde su obra Volverás a región hasta En la penumbra, Benet trata de alejarse de un fácil estilo costumbrista o realista, invocando por el contrario una realidad creada o imaginada guiada por la suerte de la inspiración. En general, el prosista español a partir del siglo XVII  “no encontró gran consuelo en las delicias del estilo.” Desde entonces, la tradición literaria española hereda -además de una añoranza del estilo clásico- “la prohibición de transgredir los límites que estos trazaron. La prosa de antes del XVII tenía otra dicción y otra gravedad; pensemos en la simplicidad de Gonzalo de Berceo, la rudeza de Mena, la delicadeza de Manrique, el escepticismo cervantino” (Benet, 1966, pág.220).
José Andrés Rojo insiste en esta misma idea en su artículo “Benet, un estilo para alumbrar las ruinas” (2009). La inspiración y el estilo es una propuesta para indagar en la idea del “Grand style” –“gran estilo”- que de alguna forma debiera sustituir el “costumbrismo” imperante en la literatura de aquel entonces. Rojo señala que: “El camino que Benet eligió, en cambio, fue el de forjarse, a golpes de horas y horas, eso que quería recuperar para la literatura escrita en nuestra lengua, el estilo. Lo que había que buscar en éste, escribió Benet en aquel ensayo era esa región del espíritu donde,…  se pudiera encontrar una vía de conocimiento, independiente y casi transcendente a ciertas funciones del intelecto,…” (Rojo, J.A., 2009).
Desde una perspectiva parecida, Luis Goytisolo insiste que la novela es “un género abierto a toda clase de temas (amor, ambición, etc.)” muy susceptible de ser tratado de diferentes modos, a saber: irónico, con objetivismo fotográfico o romántico. De ahí que se hable de la novela de género: novela histórica, novela de intriga, novela erótica, novela social, etc. En Diario de 360˚, escribe que: “en el siglo XVII, en España, se perdió el tema del amor en la novela como si con la figura del burlador Don Juan se hubiera acabado también el tema mismo para siempre” (pág.82-83). En cuanto a la escurridiza cuestión del asunto de la inspiración, Luis Goytisolo asocia ésta con el hallazgo de un tema literario: “Es decir: que el autor toma los personajes de la realidad, pero que la idea de la novela, el tema, es fruto de la inspiración. No se la suele relacionar, en cambio, con el modo de contar, con el estilo, que es lo que diferencia el relato literario de un acta notarial o de un informe médico” (Luis Goytisolo, 2000, pág. 249).

En definitiva, en  palabras de Juan Benet: “Para el hombre de letras no tiene otra salida que la creación de un estilo… Ninguna barrera puede permanecer contra el estilo siendo así que se trata del esfuerzo del escritor por romper el cerco mucho más estrecho, permanente y riguroso: aquél que le impone el dictado de la realidad… Esa realidad se presenta ante el escritor bajo un doble cariz: es acoso y es campo de acción… ¿Qué barreras pueden prevalecer contra un hombre que en lo sucesivo será capaz de inventar la realidad?” (Benet, 1966, pag.223).


Siguiendo un consejo de amigo; Javier Marías, lector de Benet.

La quinta novela de Javier Marías: El hombre sentimental (1987) cerró pronto la primera etapa como escritor comenzada muy temprano. Recordemos que empezó a publicar con tan sólo diecinueve años Los dominios del lobo, Travesía del horizonte, El monarca del tiempo y El siglo. Juan Benet, en el primer epílogo de la edición del citado libro, dice que lo sorprendente de la obra no resulta el tema de la misma –un triángulo amoroso que se resuelve más o menos como así era de esperar con un final nada feliz y la desgraciada separación de los tres amantes-, sino “por su excelencia literaria con que el autor aborda el asunto como sí, consciente de que un argumento es poco más que un artificio que le permitirá recrearse en los detalles…” (Javier Marías, 1987, p.232).
El mismo Marías nos cuenta en el epílogo de esa misma novela que se sirvió de dos imágenes para escribir ese libro: la primera imagen que no aparece para nada en el mismo pero que sirvió de latido inicial acerca de un hombre y una mujer separados por una valla en un paisaje rural, tomada de Cumbres borrascosas; y, la segunda imagen real de la descripción de una mujer que estuvo sentada frente a él al realizar un viaje en tren. Estas dos imágenes serán el hilo conductor de la obra que comienza con las siguientes palabras: “No sé si contaros mis sueños. Son sueños viejos, pasados de moda, más propios de un adolescente que de un ciudadano… Lo único que puedo añadir es que escribo desde esa forma de duración -ese lugar de mi eternidad- que me ha elegido” (Javier Marías, 1987, Pág. 11).
En la entrevista realizada en 2005, Elide Pittarello pregunta a Marías sobre el cambio del papel de los narradores de sus últimos libros; parece que en éstos se puede apreciar el cambio de “narrador espía” (“narrador fantasma”) al papel de “narrador testigo” (o “testigo de oídas”, no presencial) de la Guerra Civil. Javier Marías contesta que esto responde al “peso que le doy a la palabra, el peso que le doy a las cosas hechas, por supuesto, pero también incluso a las dichas” (Pittarello, 2005, pág. 55). La figura narrativa del fantasma literario como narrador principal es un punto de vista excelente para el escritor porque para él es alguien que “no solamente conoce ya el final de la historia cuando la cuenta, sino que es alguien al que –al no estar ya, al haber muerto ya- nada le puede pasar, nada le puede ocurrir, porque todo lo que tenía que pasar ya le pasó, y al mismo tiempo es alguien que no participa de ningún tipo de indiferencia” (Pittarello, 2005, p.39).

En opinión de Marías uno habla muy a la ligera, nadie ahorra nada en lo que se refiere al contar o al hablar. Sobre la Guerra y la dictadura señala que parece que a partir de la transición a la democracia hubo una especie de pacto silencioso -y, quizás, saludable en relación a lo que se podía hacer en ese momento-  para no pedir cuentas ni por lo sucedido ni por los cuarenta años de franquismo. Fue entre una voluntaria amnistía general y una necesaria amnesia universalizada. A éste le parece grave que las cosas se olviden –“que parezca que no han existido, que las cosas sean como si no hubieran sido” (Pittarello, 2005, p.58)-. Indica que por esta razón en Tu rostro mañana -y en algunos otros de sus libros- aunque el tema de la Guerra no sea el principal, sí que se cuentan cosas tal y como las había oído (de primera mano) para “que se sepa que esto lo hubo, que se sepa que esto existió”. No por azar al padre del narrador (Jacques Deza) de esta última novela, le pasó lo mismo al final de la Guerra civil que al propio padre de Javier Marías -el filosofo Don Julián Marías-.  Sirviéndose de este préstamo o recurso literario –un singular desdoblamiento de narrador y personajes, a modo borgiano-, evita escribir simplemente un libro de memorias para realmente realizar todo un ejercicio literario basado en un estilo muy personal y así recuperar la reciente memoria de España haciendo además justicia a los trágicos acontecimientos de la Guerra civil. Este recurso es llevado al extremo en Negra espalda del tiempo donde el narrador es el propio “Javier Marías” contando todo lo que verdaderamente sucedió; por decirlo de alguna manera, es una “falsa novela” puesto que por principio “una novela no cuenta hechos verdaderos”. (Pittarello, 2005, pág. 24).

Pero sé que cuando quiera que sea y aunque no conozca eso venidero, seguiré contándolo como hasta ahora, sin motivo ni apenas orden y sin trazar dibujo ni coherencia; sin que a lo contado lo guíe ningún autor en el fondo aunque sea yo quien lo cuente; sin que responda a ningún plan ni se rija por ninguna brújula, ni tenga por qué formar un sentido ni constituir un argumento o trama ni obedecer a una armonía oculta, ni tan siquiera componer una historia con su principio y su espera y su silencio final… Ahora que voy a parar y a no contar más durante algún tiempo, me acuerdo de lo que dije hace mucho, al hablar del narrador y el autor que tienen aquí el mismo nombre: ya no sé si somos uno o si somos dos, al menos mientras escribo. Ahora sé que de esos dos posibles tendría uno que ser ficticio (Javier Marías, 1998, 418).

Luis Goytisolo compara a Marías con Pavese; le describe animosamente como “un escritor adolescente” dada “que esa personalidad adolescente del autor impregna la totalidad de la obra y se hace verdaderamente difícil separar una cosa de la otra”. Luis Goytisolo considera el estilo de  Javier Marías -en Mañana en la batalla piensa en mí y Corazón tan blanco- es de “frase tal vez bella pero carente de significado”, aludiendo que el autor se ampara en “la significación superior de lo oscuro”, véase por ejemplo la oración: “que las cosas hubieran sido diferentes si todo hubiese sido de otra manera” (Goytisolo, 2000, pags.82-83). 


Escribir “en” o “en contra” de España.

Uno de los temas más tratados en la obra ensayística de Juan Goytisolo es el de la Literatura española en la época de Franco. En el comienzo del artículo “Escribir en España” recogido en su libro El furgón de cola (1967) menciona la anécdota sobre un escritor parisiense que envidiaba a los escritores españoles de entonces que habían debido escribir en contra de la censura franquista: “La existencia de la censura previa, la prensa controlada y dirigida, la rigidez e inflexibilidad de la sociedad en que viven son factores estimulantes para un espíritu libre y audaz… En Francia, por el contrario, el poeta joven o el novelista en agraz conocen, desde el principio, la facilidad y el halago”. En opinión de Juan Goytisolo, en aquel entonces -a pesar de la rígida y controladora censura del franquismo-, lo importante era hacer frente a la herencia literaria recibida de la generación o grupo del noventa y ocho. La Literatura actual sería entonces considerada -en muchos casos- como una simple promoción social o editorial.
En este mismo sentido Luis Cernuda escribió en Poesía y Literatura (1965, p.242) que además “habría que tener en cuenta el grave y trágico paréntesis de la guerra civil” que nos impide tener una clara visión del Noventa y Ocho tal y como se podría entenderlos antes y después de 1936. Según Goytisolo, “con el buen pretexto de resguardar la herencia del Noventa y Ocho, también se disfrazaba una operación de medro personal: la herencia se había metamorfoseado en culto” (pag.907).
También Juan Goytisolo en “Literatura y Eutanasia”, discute sabiamente el término “generación’ tan llevado y traído por muchos con el simple afán de agrupar escritores y aupar en capillas cofradías literarias; véase por ejemplo su crítica a la denominada “generación del 56” o “la generación literaria de la posguerra”. Insiste que en España se ha pecado de “una prosa rancia y castiza”, un conservadurismo en la lengua que ha llevado a muchos a ser incapaces de captar y expresar la novedad del mundo moderno y condenando por tanto dicho estilo “a la vía muerta y al cementerio de los estilos ya hechos, ya terminados” (Goytisolo, 1967, pag.865). Esto es, toda la experiencia literaria de “nuestros” jóvenes novelistas sufre por ello una “invencible timidez frente al instrumento literario de la tradición española” (Juan Goytisolo, 1967, pag.877).
¿Cuál es entonces la panorámica de la Literatura española comprendida entre los años 1975-1990? Salvador Giner describe concisamente este período en su ensayo “La España posible” –recopilado en Francisco Rico: Historia y crítica de la Literatura española: Los nuevos nombres, 1975-1990. Nos dice que no mucho tiempo después de la “euforia democrática” surgida inmediatamente después de la transición política se produjo rápidamente un período que hoy llamamos de Desencanto (1979-1982). Se pasó de “una fase reformista a un deseo de sensatez posibilistica en relación al futuro del país”. El mundo cultural y literario –apenas una década después de 1975- alcanza semejanzas y afinidades con la de otros países europeos potenciando el pluralismo cultural y lingüístico de los pueblos de España.
Las nuevas tendencias o los últimos novelistas son muy abundantes destacando entre muchos otros la brevísima lista siguiente: Arturo Pérez Reverte (1951), Rosa Montero (1951), Jesús Ferrero (1952), Clara Sánchez (1953), Javier García Sánchez (1955), Julio Llamazares (1955), Antonio Muñoz Molina (1956), Alejandro Gándara (1957), Laura Freixas (1958), Almudena Grandes (1960), Ignacio Martínez de Pisón (1960),  Javier Cercas (1962), Daniel Mujica (1967). Muchos de estos, nacidos al final de los cincuenta y mediados de los sesenta pero que, sin embargo, no empezaron a publicar sus obras hasta principios o mediados de los años ochenta. Por supuesto, debemos distinguir claramente aquí a este conjunto heterogéneo de escritores respecto el grupo generacional del 68, escritores nacidos hacia mediados de los cuarenta y que llegaron a publicar antes de la muerte de Franco o durante la misma transición. Téngase en mente el caso de José María Merino (1941), Terenci Moix (1942), Luis Mateo Díaz (1942), Félix de Azúa (1944), Adelaida García Morales (1945), Vicente Molina Foix (1946), Juan José Millas (1946), Soledad Puértolas (1947), Enrique Vila-Matas (1948), Luis Landero (1948), Leopoldo María Panero (1948), Gustavo Marín Garzo (1948), Rafael Argullol (1949).

Si además pudiésemos destacar un libro de cada año comprendido entre 1975 y los primeros años noventa seguramente no quedarían dudas en reconocer el mérito de algunas de las obras indicadas a continuación:  Juan sin tierra (Juan Goytisolo, 1975), Barrio Maravillas (Rosa Chacel, 1976), Autobiografía de Federico Sánchez (Jorge Semprúm, 1977), El cuarto de atrás (Carmen Martin Gaite, 1978), La cólera de Aquiles (Luis Goytisolo, 1979), El aire de un crimen (Juan Benet, 1980), Asesinato en el comité central (Manuel Vázquez Montalbán, 1981), Los santos inocentes (Miguel Delibes, 1982), El héroe de las Mansardas de Mansard (Álvaro Pombo, 1983), Los jinetes del alba (Fernández Santos, 1984), La sonrisa etrusca (José Luis Sampedro, 1985), La fuente de la edad (Mateo Díaz, 1986), El invierno en Lisboa (Muñoz Molina, 1987), El desorden de tu nombre (Juan José Millas, 1988), Todas las almas (1989), La tabla de Flandes (Arturo Pérez Reverte, 1990), Sin noticias de Gurb (Eduardo Mendoza, 1991) o Nubosidad variable de Carmen Martin Gaite (1992). Como rápidamente se puede apreciar muchos de estos escritores no pertenecen ni mucho menos ni en edad, ni generación o afinidad literaria a cualquiera de los grupos de escritores mencionados anteriormente.            


Del franquismo a la posmodernidad: la novela española (1975-1999)

España –como muy bien se sabe- ha despertado un gran interés  en las últimas décadas quizás provocado por todos los cambios que en este país se han producido en los últimos años. La imagen renovada que se proyecta internacionalmente requiere una evaluación de los muchos estereotipos que usualmente se han asociado con lo español, su Historia y su Literatura. La “transición” política que comienza con la muerte de Franco y la reinstauración de la monarquía borbónica del rey Juan Carlos I  posibilitó en poco tiempo un importante conjunto de transformaciones sociales y un futuro completamente distinto al esperado en los sesenta. Quizás, por ello, en el caso específico de la narrativa española actual debiéramos esperar pacientemente todavía algún tiempo más para poder comprender plenamente la profunda transformación acaecida desde entonces. ¿Cómo afecta a una sociedad o a un escritor tantos intensos cambios políticos y sociales: en el diseño, la moda, la arquitectura, cinematografía, gastronomía, o las artes? Pensemos rápidamente en algunos nombres célebres asociados de inmediato con aquella época, a saber: Almodóvar, Berlanga, Colomo, Fernán Gómez, Garci, Pilar Miró, Carlos Saura, o Fernando Trueba -por mencionar solamente algunos cineastas-.  La sociedad española tuvo necesariamente que plantearse asuntos como la reforma del código penal, el divorcio, el aborto, la eutanasia, la sexualidad y enfermedades como el SIDA. Es la década de “España en Europa”, el estado de bienestar, la inflación, la energía nuclear, pero también los problemas de la desertización y la sequía, las nuevas tecnologías y nuevos medios de comunicación. La década de los ochenta fue también la de los años del inicio de la Pasarela Cibeles, el Instituto Cervantes, la muy visitada exposición de Velázquez en El Prado, la celebración del polémico "Quinto Centenario", la cesión de los cuadros del Barón Tyssen, la renovación del hospital que luego albergaría la colección del museo Reina Sofía. También es el tiempo de un nuevo panorama artístico bien representado por Tapies, Barceló, Arroyo, Cesepe, Gordillo, Antonio Saura, Bofill, Calatrava, Moneo.  No olvidemos tampoco la famosísima y denominada “movida madrileña" de los ochenta. 
La vida intelectual y literaria estuvo animada por el alcalde Tierno Galván y sus "bandos municipales", Aldecoa, Arrabal, Francisco Ayala, Barral, Juan Benet, Castellet, Rosa Chacel, Fernández Santos, Gil de Biedma, Pere Gimferrer, Juan Goytisolo, Martín Gaite, Eduardo Mendoza, Terenci Moix, Soledad Puértolas, Sánchez Ferlosio, Fernando Savater, José Luis Sampedro, José Ángel Valente, Luis Antonio Villena, Francisco Umbral y la recién traída de vuelta del exilio, María Zambrano. Aparecieron entonces gran cantidad de revistas intentando apresar la dinámica de los acontecimientos y la volátil actualidad, atrincherando posiciones políticas: Revista de Occidente, El Urogallo, El Paseante, Quimera, Ajo Blanco supieron convivir bien con la novela "rosa", la novela histórica, la colección de la "sonrisa vertical" y un obligado espacio dedicado a la literatura catalana, vasca y gallega.
Mar Langa Pizarro realiza un excelente compendio de autores comprendidos entre los ochenta y noventa: los veinticinco primeros años de la democracia en España, siendo este diccionario de gran utilidad puesto que agrupa los autores por edad, sexo y criterio geográfico. Describe la novela española como un reflejo de los cambios que ha habido en la sociedad española ofreciendo -en sus palabras- una novela “más libre, más individualista, más abierta al mundo”. A pesar de esto último, indica que “la ausencia de escuelas dificulta la visión de conjunto; la abundancia de nuevos narradores restringe el conocimiento individualizado de sus obras. Este volumen pretende subsanar ambas dificultades; ofrece un panorama de la situación y las tendencias de la novela española actual; y un diccionario de más de cuatrocientos novelistas, que han publicado en los últimos veinticinco años”.
Divide la narrativa en tres etapas principales y claramente bien diferenciadas, a saber:  a) La novela del franquismo (1939-75); b) La novela de la transición (1975-82); y, c) La novela en la democracia (1982-99). De esta segunda etapa –la de los escritores libres de la censura y cambio político- se destaca prioritariamente “la nueva forma de narrar”, “el interés por la historia” y la “narrativa de intriga”. Por ejemplo, Recuento de Luis Goytisolo, Juan sin Tierra de Juan Goytisolo, y La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, respectivamente. De la tercera de las etapas, Langa Pizarro indica el importantísimo papel del mundo editorial, el papel de la crítica literaria y el potencial lector, las nuevas revistas y premios literarios: el Nacional, el de la Crítica, Planeta, Nadal, Cervantes y el Príncipe de Asturias.
La nueva novela es clasificada en relación a tres tendencias según Gonzalo Sobejano, esto es: i) Anti novela, “la novela que desentraña el género pensándose en sí misma” (véase, José María Merino, Juan José Millás, Aliocha Coll y Javier Tomeo); ii) Meta novela del proceso de la escritura, lectura o discurso oral, una suerte de novela que en lugar de “referirse al mundo o la realidad prefiere hablar de sí misma” (ejemplificada por escritores como García Hortelano, Álvaro Pombo o José María Merino); y, iii) Neo novela que abarca los géneros: policiaco (Vázquez Montalbán), erótico (Esther Tusquets, Mercedes Abad, Soledad Puértolas, Rafael Chirbes), ciencia-ficción (Juan Miguel Aguilera), histórico (Pérez Reverte, Fernández Santos,  Llamazares), testimonial (José María Guelbenzu, Félix de Azúa, Carlos Barral), lírico (Umbral, Caballero Bonald) y realismo sucio (Ray Loriga, Benjamín Prado, Pedro Maestre). Por último, podríamos preguntarnos por el futuro próximo de la novela, su estructura o ritmo narrativo. Podríamos entender la situación actual como el final de este género literario entrado ya profundamente en una grave crisis frente a las nuevas formas narrativas cinematográficas.


“La idea de España” como tema literario.

El tema de España surge muy pronto en la literatura española generando todo un pensamiento literario que en el grupo del Noventa y Ocho causara todo su apogeo y dilema a la vez. De la frase de Fray Luis de León: “A toda la espaciosa y triste España” a la pregunta de José de Espronceda: “¿Quién calmará, oh España, tus pesares?” o la de Larra: “¿Donde está España?”; o, incluso, la afirmación filosófica de José Ortega y Gasset: “Dios mío, ¿qué es España?” podemos trazar todo un diálogo entre escritores españoles que invocan una y otra vez la pregunta acerca de España, su concepción, idea y trayectoria histórica. Recordemos el dicho “Me duele España” de Miguel de Unamuno, o el suspiro de “¡Ay de mi España!” del poeta Juan Ramón Jiménez, el piropo de Machado: “Hermosa tierra de España”, o el verso de García Lorca: “¡Oh España, oh luna muerta sobre piedra dura!”. Se podría incluso sintetizar todas las anteriores en la de Juan de la Encina: “Triste España sin ventura”. Como se puede apreciar aquí el tema de “España” ha sido tratado en la poesía española una y otra vez constantemente.
 “España” como patria y a la vez alma, como lugar y nombre, en la lejanía del destierro y exilio o como fruto del habla castellana. Recuérdese brevemente el “ancha es Castilla” o el discurso del filósofo acerca del centralismo y la periferia de la España invertebrada. España es amarga y partida, es soñada y en paz, “espejo de España”, incluso en los años de la lucha anti-franquista es “el ruedo ibérico”. Muchos son los poetas que han cantado intensamente el tema: Blas de Otero, Celaya, José Hierro, Carlos Bousoño, Antonio Aparicio, Leopoldo de Luis y tantos otros; generaciones de poetas que establecen en su obra un diálogo constante con la patria evocando una extremada pasión. Claro está que esta necesidad de “España” o de “evocar España” alcanza su máxima capacidad en la tradición literaria española al terminar la guerra civil en 1939.
Otro magnífico ejemplo es el de Luis Cernuda: “No sé qué tiembla y muere en mí. Al verte así dolida y solitaria, En ruinas los claros dones, De tus hijos, a través de los siglos”.  Para unos, los vencedores, España recupera su historia, grandeza y gloria; para otros –los vencidos, los derrotados - España pasa al exilio, al sentimiento de pérdida de la Segunda República y a la España que durante cuarenta años de dictadura franquista permaneció en silencio. Quizás, ya incluso Lope de Vega –presagiadamente- indicase el destino del enigma de España mediante sus versos: “Ay dulce y cara España, de tus hijos verdaderos, y con piedad extraña, piadosa madre y huésped de extranjeros!”.
Para acabar, quisiera mencionar la conferencia impartida por Juan Benet en la universidad de Chicago titulada: “La novela en la España de hoy” -día 19 de abril de 1980-, en la que se pronuncia de la siguiente forma: “España continúa siendo un enigma, una realidad incomprendida para muchos; manteniendo frescos muchos de sus encantos, habiendo preservado en buena medida la originalidad de su cultura y gozando de unas peculiaridades que diferencian indiscutiblemente la vida española de la de sus vecinos y allegados, nuestro país parece que conserva íntegro y semioculto todo su trágico y recurrente poder para el desengaño y la revancha” (pag.24).  En su opinión, “nuestro carácter nacional”, “nuestra identidad” –la de “ser español”- se relaciona con una forma de entender la vida que se distancia de “los ideales compartidos por el mundo occidental” (pág. 25). Benet insiste que “en el campo de la creación literaria en España ha desaparecido un fetiche: el fetiche del anti franquismo, el fantasma de la liberación que, para bien o para mal, ha quedado relegado a unas cuantas escritoras feministas” (pág. 29).

Curiosamente no hace mucho tiempo, la escritora y periodista Laura Freixas -también impartiendo una conferencia en EEUU- “La literatura y mi madre: cómo y por que nació Madres e hijas”- afirmó que “toda mi generación sentía un gran rechazo hacia la literatura española: ni en las obras ni los autores encontrábamos modelos atractivos. Si las generaciones anteriores –desde el siglo de Oro hasta la II República- habían exclamado, con Miguel de Unamuno: “Me duele España”, la nuestra bostezaba: “Me aburre España”. Puede parecer que por fin este fantasma del que nos hablaba Benet también haya desaparecido entre las escritoras de hoy en día que buscan por el contrario diferentes formas de expresión narrativa y una temática propia en sí misma. 

 
A modo de conclusión:

¿Qué es entonces el estilo? ¿Cómo invocar la inspiración? ¿Cuándo surge la creatividad literaria de la que se origina y mana la fuente de la gran Literatura? ¿Quién desarrolla y propone el gusto literario? Otra vez, de nuevo, a vueltas con la tradición y herencia literaria; la falta y/o necesidad de modelos; el buen uso de la técnica aprendida, el producto editorial frente a la escritura propia de un autor o de toda una generación.
Algunos concluyen la polémica diciendo que todos los temas están resueltos, acabados y manidos, que existe una crisis del género novelístico, tanto del continente como del contenido; que se buscan o experimentan nuevas maneras de decir, contar, narrar y/o escribir lo eternamente ya dicho, contado, narrado y/o escrito. Podríamos concluir por consiguiente que este conflicto entre la elección del tema y la renovación del género novelístico es crucial en la Literatura española contemporánea; siendo una suerte también de renacimiento del estilo –o no- que queda reflejado en las nuevas propuestas de creación literaria.
Aquí en este limitado espacio se ha tratado de plantear un dilema más que de dar definitivamente una respuesta. De ahí el título elegido para este ensayo: “En busca del ideal clásico o la escritura en contra de España: polémica acerca del estilo literario en la narrativa Española contemporánea”.

En palabras que recuerdo de oído de María Zambrano: “hay quienes escriben como hablan y otros que hablan como escriben”. Y, finalmente -y en homenaje al escritor castellano fallecido muy recientemente, Miguel Delibes- imagino que en la Literatura se trata únicamente de conciliar lo que se manifiesta localmente con lo universal; así mismo, el habla y la escritura. Para éste -sin duda- consistía en convocar el alma de Castilla, sus tierras, sus gentes y cómo no: la propia esencia y suerte del castellano.


Una cita como epílogo final:


Escribo, en definitiva, porque me distrae, me entretiene y es una de esas cosas de las que no me harto nunca: cuesta mucho, pero no me decepciona”... “Una sierra al fondo, una carretera tortuosa y un monte bajo un primer plano” (Juan Benet)      

                        

Bibliografía

------- ------ El Tema de España en la poesía española contemporánea (Ediciones Castilla, 1964).

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