El
sujeto como eje constructor del pasado en
Cielos de la Tierra de
Carmen Boullosa
Universidad Nacional
Autónoma de México
La
novela Cielos de la Tierra
(1997) de la escritora mexicana
Carmen Boullosa (1954), está
conformada por tres historias que se ubican en tres tiempos diferentes:
el
pasado, que cuenta las memorias de un anciano indígena, Hernando
de
Rivas, estudiante y profesor del Colegio de la Santa Cruz de
Tlatelolco; el
presente representado por el relato de Estela Ruiz (o Díaz), que
trata
acerca de la ciudad de México de finales del siglo XX y el
futuro, en el
que dentro de un escenario similar al de la ciencia ficción,
Lear cuenta
la historia de L’Atlàntide, una comunidad suspendida en una
burbuja de aire, la cual se ubica por encima de la tierra; planeta,
éste
último, ya extinto por las guerras nucleares. Cada relato
presenta
distintos proyectos sociales, económicos y políticos que
idealmente pretenden ser una solución a los problemas que
enfrentan ciertos grupos sociales
marginados;
soluciones que finalmente, fracasan.
Los tres narradores reflexionan acerca de la escritura, la lectura, la
palabra oral, la pérdida de la memoria, la imaginación y
la
trascendencia de la historia personal en contraste con la historia
oficial. Ninguno
de los tres narradores rompe las fronteras de su espacio y tiempo para
introducirse en la historia del otro; la relación que se
establece entre
cada uno de ellos es a través de la lectura y la
traducción:
Estela encuentra el manuscrito de Hernando escrito en latín, y
lo
traduce al español; Lear descubre ambos documentos en El Colegio
de
México y los traduce al sistema lingüístico que
existe en
L’Atlàntide.
Las voces narrativas pertenecen a dos
sectores de la población que históricamente han sido
marginados
por la sociedad mexicana: el indígena y la mujer. La
revisión histórica propuesta desde la marginación
del
poder sugiere una subversión de los discursos hegemónicos
y un
cuestionamiento más agudo de la institucionalización de
la memoria
colectiva. De este modo, Carmen Boullosa plantea un cuestionamiento
tanto del
discurso colonizador producido por el pensamiento europeo del siglo
XVI, como
de la visión masculina de la escritura de la historia. La
perspectiva
femenina se diferencia de la masculina por la inclusión de la
experiencia física y emocional, se podría decir, por la
“corporización”
de la escritura al momento de acercarse a la revisión de la
historia.(1)
A partir de esta distinción, la obra se aleja de la
historiografía científica, la cual se caracteriza por su
pretensión de verdad, objetividad y por la intención de
construir
un sistema unitario de explicación acerca de los acontecimientos
pretéritos. Además, se deslinda de la historia oficial,
la cual
tiende a legitimar un grupo en el poder a través de la
manipulación de la información.
Por tanto, la revisión histórica del pasado colonial en Cielos
de la Tierra no sólo parte de un sentimiento
nostálgico, de
añoranza o del deseo de reconstruir los acontecimientos
más
relevantes de la historia de México, sino que implica un proceso
de
autoconocimiento y a la vez, una nueva visión de lo que es la
otredad en
el caso particular del indígena y a su vez, del sujeto femenino.
Para
ello, la obra cuestiona las relaciones de poder entre los
géneros, las
diferentes razas y clases sociales del México
contemporáneo;
problemas que surgen y permanecen irresueltos desde el siglo XVI, como
se podrá
ver en el relato de Hernando de Rivas, objeto de estudio del presente
trabajo.
A través del manuscrito de este indígena convertido al
catolicismo, el lector puede reconocer los hechos que siguieron a la
caída de Tenochtitlan. Sin embargo, la escritura de Hernando de
Rivas
más que una narración lineal es una enumeración de
las
reflexiones, sueños, enfermedades y recuerdos del pasado del
personaje,
pues éste al encontrarse al límite de la vejez, se siente
apremiado por el tiempo para escribir sus memorias. El relato no trata
de los
“hechos del pasado” como tales, sino que recupera la experiencia
del propio personaje en su relación con estos hechos. En el
recuento de
los años vividos, es la figura del “yo” la que organiza las
ideas y la secuencia de los recuerdos. De esta manera, el lector se
encuentra
ante una autobiografía ficcional. (2)
Conforme a lo que describe en su relato, este personaje nació en
1526, pocos años después de la llegada de los
españoles.
En una confusión bélica, pierde a su padre y su madre,
una
princesa indígena, al verse sola y embarazada, se ve obligada a
formar
parte de las cortesanas de un señor cacique llamado don
Hernando.
Posteriormente, a la edad de diez años, nuestro narrador se
inscribe en
el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, inaugurado ante las
autoridades del
virreinato en 1536. Para poder ingresar al citado colegio, el
niño
indígena debe mentir y decir que tiene doce años y que su
padre
es don Hernando, el señor principal con el que vive, ya que debe
suplantar al hijo de éste, Carlos Ometochtzin. A partir de este
momento,
el narrador adopta el nombre del cacique y ya en el colegio, se aleja
para
siempre de su madre y de todas las aspiraciones de vivir en los
círculos
de la nobleza indígena.
Durante su adolescencia, Hernando se concentra en los estudios
bíblicos, en el aprendizaje del latín y el castellano.
Siendo el
mejor de su clase, en su juventud auxilia a los frailes como copista y
traductor. Gracias al aprendizaje del español y del
latín,
Hernando descubre nuevos horizontes del conocimiento que lo van a dejar
maravillado, pues en el colegio se les enseña “gramática, artes
y teología” (178), conocimientos de la cultura europea
occidental
que el personaje va a calificar como “nuevas tierras” como un
“nuevo mundo”:
No volveré a decir lo que
es verdad, que se abrió para
nosotros otro mundo. Sin herir ni llevar espada, sin arrebatar a nadie
lo
propio ni violentar ni sembrar la muerte, éramos nosotros, los
alumnos
del Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, los conquistadores indios
que
viajaban por nuevas tierras. No diré lo que es cierto, que
aprendimos gramática,
porque eso no es lo que aquí viene a cuento. (...) Fuimos todos
alumnos
aplicados, aprendimos el trivio y el cuadrivio en un abrir y cerrar de
ojos que
ojalá hubiera durado toda la vida, en aquel tiempo que
emuló al
paraíso. (177-178)
En la
cita anterior, el uso del término “conquista”
tiene un significado diferente al uso acostumbrado que se refiere a la
apropiación territorial. En primer lugar, Hernando se refiere a
la
conquista simbólica que hacen los indígenas sobre la
cultura
occidental. Además, la cita hace alusión a la conquista
espiritual llevada a cabo por los frailes franciscanos, pero a
diferencia de
esta, la “conquista” de los indígenas que estudian en el
colegio, no recurre a la violencia, pues se lleva a cabo “sin arrebatar
a
nadie lo propio ni violentar ni sembrar la muerte”.
A diferencia del proyecto de evangelización de los frailes y de
la acción bélica de los militares españoles, ambos
con graves
consecuencias para los nativos, la “conquista” de los
indígenas del colegio sobre el Viejo Mundo, puede leerse como
otro modo
de apropiación del otro. Además, su “invasión”
de la cultura occidental resultó efímera y sin gran
trascendencia, pues la presión social obligó a los
frailes a
abandonar su principal objetivo que era formar una élite de
indígenas ilustrados. Así, el entusiasmo del personaje
Hernando
de Rivas por la religión y el estudio queda entorpecido por el
rechazo
social que sufrieron tanto él como sus compañeros del
colegio,
por parte de la mayoría de los españoles que radicaban en
la
Nueva España. A partir de este momento, la enseñanza
está
dirigida a los criollos y Hernando de Rivas se mantiene como profesor
del
mismo.
La descripción de la vida de Hernando no tiene la
intención totalizadora de recuperar a través de la
palabra todos
los instantes que construyen la identidad del sujeto. El manuscrito
presenta
una selección de los momentos cruciales que transformaron la
forma de
pensar y de vivir del personaje, aun cuando éste mismo expresa
su
dificultad por seleccionar los mejores entre todos sus recuerdos:
En mi silla habemos muchos sentados, mis recuerdos y yo, quitándonos los unos a los otros el asiento. Me hacen a un lado, empujan al viejo para ocupar cuanto aire parece restarle a él aquí. Me sofocan. Pugnan por ser repasados uno a uno, lentamente, vueltos a vivir en la eternidad que prodiga el recuerdo. Pero este viejo no les puede dar cupo a todos. Escribo una línea y sueño con un ciento... (119)
En el manuscrito confluyen el género del diario, el cual se
caracteriza por el tono intimista y personal; la autobiografía,
el
discurso de las crónicas de los frailes franciscanos -e incluso
cita
algunas descripciones y pasajes de los mismos-, así como datos
históricos y, evidentemente, el discurso ficcional. Esta
conjunción de diversos discursos en un mismo espacio textual
permite
reconstruir de manera hipotética la visión de los
indígenas letrados acerca de la trascendencia del Colegio de la
Santa
Cruz; visión que por otra parte, pertenece a las “áreas
oscuras” de la historia. Además, también hace posible
indagar en su contexto histórico, el conflicto identitario del
personaje
y la construcción híbrida del sujeto colonizado
(mestizaje
cultural).
El manuscrito de Hernando, por tanto, no sólo consigna los acontecimientos
más importantes de su vida, sino que al
momento de
problematizar la constitución de una identidad híbrida
aborda de
manera paralela el devenir de una nueva identidad colectiva y la
degradación y marginación a la que fueron condenados los
pueblos
indígenas. El discurso histórico se conjuga en el
manuscrito con
el discurso autobiográfico, pero rebasa la simple mención
de sucesos
para
situarse también como una problemática de escritura
dentro de la
narración; es decir, el acto de escribir la historia forma parte
del
universo ficcional:
Fray Andrés de Olmos
convenció al visorrey Mendoza de que
en su propio palacio había hallado los huesos del pie de un
gigante, los
osezuelos de los dedos del pie, y del falso hallazgo fingieron deducir
que en
estas tierras otros días habitaron gigantes. [...] Aquí
no
hablaré de gigantes ni de ninguna otra clase de
fantásticos
engaños. [...] Diré lo que mis ojos vieron y mis
oídos
consideraron cierto. Pondré en palabras aquello de que fui
testigo o que
me fue dicho por quien presenciara los hechos. (69)
Desde
su posición como sujeto marginal, Hernando critica la forma
de hacer historia durante la época colonial a partir de
interpretaciones
extraordinarias de la realidad. Además, evidencia el pensamiento
supersticioso de los españoles y otros europeos del siglo XVI,
así como su imaginario colectivo. Éstos creían que
seres
extraordinarios, tales como monstruos marinos, sirenas, dragones eran
pobladores de aquellas tierras imaginadas en los confines del mundo
(Beltrán, 1996: 25-26).(3)
Hernando también alude a la pretensión de verdad de los
cronistas del siglo XVI. Por ejemplo, al inicio de su primera
intervención apunta que sólo hablará de “aquello
de
que fui testigo o que me fue dicho por quien presenciara los hechos”,
al
igual que lo hace Motolinía en Memoriales (1996).
Aunque, a
diferencia de éste, Hernando más adelante reconoce sus
limitaciones para representar fielmente su pasado y se ve obligado a
advertir
al lector: “echaré mano de lo que me sirva para hacer el
recuento” (70). Las memorias de Hernando y su descripción del
mundo están determinadas por la subjetividad, con lo cual se
relativizan
sus afirmaciones, aun cuando sea la única voz narrativa.
Entre los propósitos de Hernando al escribir su
autobiografía están el de evitar el olvido de sus propias
experiencias, y el de dejar registro de aquello de lo que fue testigo
privilegiado.(4) A diferencia de los frailes
que escribieron
crónicas en el siglo XVI, Hernando escribe una historia personal
que no
busca dar cuentas de las riquezas, el entorno social y
geográfico en el
que viven los indígenas ni sobre los avances en la
evangelización
de los mismos. Todos estos eran datos que interesaban a los reyes de
España para confirmar que realmente había quedado bajo su
control
el territorio conquistado. Hernando escribe para revivir y gozar de “la
voluptuosidad del recuerdo” (May, 55), y así poder corregir las
difamaciones acerca de los indígenas como evidenciar la
complejidad de
la identidad del sujeto colonizado.
En la labor de corrección que hace Hernando, se vislumbra un
acto de subversión lo que lleva a pensar en la censura que
permea a
finales del siglo XVI. En uno de los párrafos del primer
fragmento del
relato de Hernando, el personaje advierte: “Pasarán varias veces
cien años antes de que cualquiera ponga los ojos donde escribo
[...] No
veo el bien de arriesgarme a enojar con la verdad y hacer menos los muy
pocos
días que me restan para ver el cielo” (70). Así, Hernando
se refiere a la situación de represión e intolerancia que
no
permitió otra interpretación de la historia que no fuera
la
oficial. En realidad su relato pretende revelar al lector una verdad
silenciada
por los vencedores. Con ello advierte al lector que en su relato no
habrá una historia complaciente o heroica del pasado.
Sobre este mismo tema, Hernando agrega más adelante: “yo
no quiero dejar de ver la luz del sol un día siquiera. Sin
propósito ofensivo, la verdad a secas (que es lo que quiero yo
anotar)
iría como flecha contra los pechos de varios altivos” (73). La
escritura de Hernando aunada a la honestidad, se torna un arma para
deconstruir
“realidades” o “hechos” narrados como verdaderos que
posiblemente reconozca el lector contemporáneo, como lo es la
discriminación contra los indígenas. El relato plantea lo
que
Jean Franco llama la “traición al lector”, puesto que el
personaje sugiere que va a romper esquemas de pensamiento, “conceptos y
compromisos” que el lector posee antes de aproximarse al texto.(5)
Para la construcción de esta supuesta visión
indígena acerca del pasado colonial, el relato de Hernando
conjuga
diversos discursos históricos como el de las crónicas de
los
frailes franciscanos. La relación transtextual (6)
complica no sólo el proceso de escritura de la historia, sino
también la posibilidad de conocer el pasado. En el tejido
textual se
encuentran diversos documentos históricos del siglo XVI,
especialmente algunos
fragmentos de las crónicas de los frailes que evangelizaron el
centro
del país. De hecho, al final del “prefacio” que escribe
Estela, personaje que traduce las memorias de Hernando, ésta
afirma que
hará uso de documentos compilados por Icazbalceta, y de
episodios
escritos por el fray Juan de Torquemada, Mariano Cuevas, o los
códices Mendieta
y Franciscano, entre otros, para completar la traducción de
aquellos
“fragmentos incomprensibles”(66) del manuscrito de Hernando.
Además, en el cuerpo del texto, en notas a pie de página
se
encuentran explicaciones acerca de quién o quiénes son
los
posibles autores de aquello que aparentemente cita el indígena o
se
hacen aclaraciones donde Hernando comete erratas en sus citas. Por otra
parte,
en estas mismas notas a pie de página, Estela ocasionalmente
señala los párrafos en los que ella introduce datos o
fragmentos
de otros documentos históricos: “El párrafo era ilegible
en
el manuscrito. Lo he tomado de la breve sumaria Relación de
Zurita,
pero he tenido que cambiarle algunos giros por ser de lectura casi
incomprensible” (186).
El que en la novela se señale constantemente la dificultad de
reconocer fuera de los documentos textuales los hechos del pasado
–aspecto que subraya Linda Hutcheon a partir del análisis de la
ficción posmoderna (7) y las
referencias en las que
se basa Boullosa para crear el manuscrito de Hernando, propone la
imposibilidad
de conocer la
perspectiva indígena acerca del pasado. Además, subraya
que es
imposible la reconstrucción de los sucesos históricos sin
la
mediación de los diversos textos historiográficos. Este último fenómeno se identifica con lo
que Linda
Hutcheon define como la parodia posmoderna. Según Hutcheon, este
tipo de
parodia se diferencia de la parodia tradicional ya que “impugna nuestros supuestos
humanistas sobre la originalidad y la unicidad artística y
nuestras
nociones capitalistas de posesión y propiedad” (1993: 187). En
el
relato de Hernando efectivamente se sugiere la imposibilidad de la
existencia
de un texto único y original, ya que en él confluyen
diferentes
discursos tanto literarios como sociales, así como se hace
referencia a
una tradición literaria previa como lo es la crónica
escrita por
los frailes franciscanos.
La ficcionalización que emplea Boullosa de anécdotas que
recuperan las crónicas, permite una homologación entre
ambos
discursos, aun cuando la perspectiva entre las crónicas de los
frailes y
la autobiografía de Hernando, sea completamente opuesta. Es
decir,
mientras que los frailes creyeron construir un discurso basado en
hechos, sin
cuestionar la veracidad y objetividad de sus fuentes, en la novela
sucede lo
opuesto. Al alternar elementos ficcionales con datos históricos
y con el
discurso de los diversos géneros, se señala la
disolución
de la frontera que divide el discurso ficcional y el histórico.
Esta
“mezcla” textual los posiciona en un mismo nivel discursivo. Sin
embargo, en el proceso de transformar el discurso de los cronistas en
ficción, la subjetividad que presentan los escritos acerca de la
Colonia
se ve afectada en su primera intención, que es abordar,
descifrar y
describir en su totalidad la cultura sometida.(8)
El
interés de Hernando se concentra en revelar los conflictos que
experimenta el individuo colonizado al asumirse dentro y a la vez fuera
de una
nueva cultura hegemónica.
Por otro lado, el entretejido intertextual, más que ironizar
acerca del trabajo del cronista como relator de una
interpretación
subjetiva de determinados acontecimientos, evidencia la inaccesibilidad
de la
historia de los indígenas y la imposibilidad de reconstruir su
pasado a
partir del recuerdo. Además, el objetivo del manuscrito es
rescatar por
medio de este enramaje discursivo el proyecto educativo de los
franciscanos, un
dato histórico “olvidado” por la historia oficial, pero del
que existen referencias en las crónicas de los frailes
franciscanos. Por
ello, es pertinente señalar que se presentan algunas
anécdotas
idénticas en las crónicas de los frailes y en la
versión
de Cielos de la Tierra, con lo
que el relato de Hernando de Rivas pone en relieve una
postura
crítica con respecto a la manera en que la historia oficial
explica la
imposición de una nueva cultura “olvidando” datos esenciales
de la misma. Así, cuando Hernando de Rivas retoma los relatos
del
colonizador, deja manifiesto su involucramiento personal y comprometido
con la
práctica de un proyecto que quedó inconcluso y evidencia
la
omisión del mismo en la historia oficial y por consecuencia, en
la
memoria colectiva institucionalizada.
El relato de Hernando articula, por tanto, la experiencia
histórica del sujeto colonizado que fue borrada del registro de
la
historia oficial, y como tal, adopta el estilo y el idioma de la
autoridad para
hablar de sí mismo y reinstalarse como productor del discurso. A
su vez,
la transtextualidad, además de cuestionar la originalidad y
unidad de la
escritura, manifiesta de forma literaria, el mestizaje cultural; el
bagaje
intelectual que influye en la vida de Hernando de Rivas y que él
reconstruye en su vejez. Aún cuando en realidad, como ya
quedó
aclarado, nunca conoceremos de manera fehaciente a este personaje ni a
su
pasado.
La importancia del personaje indígena como transmisor de la
experiencia histórica de los indígenas queda reducida en
el conjunto
de la novela, ya que Estela y Lear, las narradoras de los otros dos
relatos que
conforman la obra, intervienen en el manuscrito de modo que el lector
no puede
acceder al texto tal y como fue construido por Hernando. Ello evidencia
la
imposibilidad de acceder al pasado desde la perspectiva del colonizado,
lo que
subraya lo que en los estudios poscoloniales, explica Spivak, la
historia del
sujeto subyugado no deja de pertenecer a la visión de los grupos
que se
encuentran en el poder (cfr. 1999:
276). Con ello, la imagen de Hernando queda “enterrada” e incluso
perdida, bajo otras voces ficticias o históricas (traducciones,
documentos, anécdotas, etc.).
Conforme a lo analizado, Hernando se
encuentra en la frontera entre lo marginal y lo hegemónico.
Él obtiene
un reconocimiento social al pertenecer a una
élite
intelectual con lo que su situación de sujeto subalterno se
matiza. Esto
le permite tener acceso al conocimiento, al discurso y al uso de la
palabra
para adoptar una distancia crítica ante su realidad y con ello,
excluirse –aunque de forma involuntaria-, de los grupos sociales a los
que “naturalmente” pertenece.(9) Este tipo de
sujetos liminares, son sujetos que trascienden los límites de
los roles
que la sociedad les asigna con base en las categorías de
género,
clase y raza, lo que les permite habitar diversos espacios y ser,
así,
testigos y críticos de su pasado y su presente. Tal
posición los
lleva a la soledad y a la angustia ante la transformación
progresiva de
su “realidad”.
Al encontrarse
en una zona liminar de las instituciones de poder, Hernando pone de
manifiesto
el uso consciente de la imaginación, los anacronismos y la
fantasía como elementos necesarios para la construcción
del
pasado. Incluso se incorpora el sujeto como eje estructurante del
relato. Con
ello, el texto cuestiona la pretensión de verdad, objetividad y
totalidad que caracteriza a la historiografía
decimonónica, pero
no niega la posible función epistemológica del registro
de los
hechos del pasado. De hecho, la novela en general, Cielos de la
Tierra, manifiesta y defiende su fe en la
escritura y en el valor de la historiografía como un recurso que
puede
rescatar el pasado de aquellos grupos marginados en la historia oficial
y crear
un diálogo entre las diversas versiones de la misma, siempre y
cuando
incluya no sólo los documentos oficiales sino también la
cultura
oral, la literatura y la memoria.
El sujeto se erige, entonces, como
un ente importante en la construcción de la historia. Al
problematizar
los procesos narrativos, subraya la importancia de la posición
desde la
cual narra el personaje, la distancia o cercanía de éste
ante los
hechos narrados y la forma como adquiere la información que
transmite.
Desde esta perspectiva, la experiencia del sujeto se incorpora como un
elemento
que debe ser tomado en cuenta al momento de acercarse a la historia y
al
momento de escribirla, para reconocer posibles intenciones y
manipulaciones de
la misma.
Notas
(1).
La intención de algunas mujeres
escritoras, es recuperar la experiencia personal, corporal, y desde
este punto,
re-escribir la historia. De hecho, algunas escritoras como Luisa
Valenzuela,
han expresado: “donde pongo la palabra pongo mi cuerpo”. (1993: 39)
(2). La
autobiografía, según explica
George May, es una forma de decodificar la vida humana y poder
otorgarle unidad
y coherencia al pasado para poder recuperarlo y revivirlo en el
presente (1982:
37).
(3). Acerca
del imaginario de los españoles,
Rosa Beltrán anota: “Las nociones fantásticas, el
hábeas de las utopías y los propios deseos de quienes
pretenden
encontrar una opción alterna en el mundo recién hallado
dotan a
América, según Edmundo O’Gorman, de una visión que
responde más a la necesidad de expansión de las
monarquías
europeas que a la realidad con que se enfrentan los viajeros al Nuevo
Mundo” (21).
(4). George May clasifica la
autobiografía en
dos categorías: la apología y la testimonial. En lo que
respecta
a la primera, ésta tiene como propósito “justificar en
público las acciones que se ejecutaron o las ideas que se
profesaron”;
asimismo se busca aclarar o refutar alguna falacia o difamación.
La
autobiografía testimonial es precisamente el registro de lo que
el autor
fue testigo y no quiere que esto desaparezca con su muerte (1982:
47-50).
(5). Jean Franco
explica que la
traición a la cultura y a los conocimientos del lector es una
constante
en la literatura contemporánea: “En gran parte de la literatura
moderna se da otro tipo de traición: el de la ruptura de los
lazos de la
comunidad cultural entre el escritor y el lector, pues el escritor de
vanguardia tiende a destruir los conceptos y compromisos que el lector
tenía antes de leer el texto” (1994: 173).
(6). Gérard
Genette adopta el término
intertextualidad como propio de la obra literaria: “La
transtextualité [...] [c’est] un aspect de la textualité, et
sans
doute a fortiori, dirait justement Riffaterre, de la
littérarité,
on devrait égalment considérer ses diverses composantes
(intertextualité, paratextualité, etcétera) non
comme des
classes de textes, mais comme des aspects de la textualité”
(1982:
18).
(7). Linda Hutcheon
señala que el arte
posmoderno es más complejo de lo que se puede entender en un
primer
momento, ya que sustenta la inexistencia de un punto de referencia
real, fuera
del universo textual: “there is only self-reference (…) Historiographic metafiction
(…) uses it to signal the discursive nature of all reference –both
literary and historiographical” (1988: 119).
(8). Por ejemplo, en la carta que dirige Motolinia a don Antonio Pimentel, conde de
Benavente, a quien está dedicada la obra del fraile, escribe lo
siguiente: “Ca çiertamente de esta manera que digo e copilado
esta
relación y seruicio que a Vuestra Señoría presento
en la
qual, según mi cortedad, pienso me e alargado saluo en una sola
cosa que
es en dar cuentas a Vuestra Señoría del origen y
prinçipio
de los primeros abitadores y pobladores de esta Nueua España, lo
qual
dexé por no ofender ni diuirtirme en la ystoria e obra de Dios,
si en
ella contara la ystoria de los hombres.”
(9) Hernando, al ingresar al colegio
de los frailes franciscanos se distancia de la comunidad
indígena e
incluso es rechazado por ésta.
Bibliografía
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México. D. F., FCE, 1982.
Spivak, Gayatri Chakravorty. “Los estudios subalternos: la deconstrucción de la historiografía” en Neus Carbonell; Meri Torras (comps.), Feminismos literarios, Madrid, Ed. Arcos Libros, 1999, pp. 265-290.