Sierra, Verónica. Palabras huérfanas. Los niños y la Guerra Civil. Madrid: Santillana, 2009. 434 Pp.

 
Todas las historias sobre exilio tienen sus momentos trágicos. El lector del siglo XXI recordará con certeza la historia de Elián González, el niño cubano que se escapó de la Isla con su madre y un puñado de compatriotas en noviembre de 1999. El bote de aluminio se hundió en altamar y su madre murió. Solamente Elián y otros tres sobrevivieron después de navegar a la deriva por el estrecho de Florida hasta que finalmente llegaron a su destino final, Estados Unidos. Lo demás es una historia que ha sido contada muchas veces: su temporal refugio y la forzada repatriación del niño a Cuba. Pero hay historias que son igualmente conmovedoras, como la de la niña Pastora, víctima de la guerra civil en El Salvador en los 80s. Después de presenciar el asesinato de su padre y de sus dos hermanos menores en su casa, tuvo que huir con su madre al exilio. Las dos tuvieron que trajinar con otro grupo de perseguidos a lo largo del Río Lempa y en el camino vieron cómo se morían los bebés de los iban con ellas cuando sus padres les ponían pañuelos en la boca para que no se escucharan los lamentos y los delataran ante sus enemigos. Algo similar nos cuenta la joven historiadora Verónica Sierra en su cabal libro, Palabras huérfanas. Los niños y la Guerra Civil. Los protagonistas de su bien documentado y grato libro son los más de 30,000 niños que tuvieron que abandonar España por esa sangrienta guerra (1936-1939).
Si bien cientos de libros y estudios han documentado diferentes facetas de la Guerra Civil, Palabras huérfanas aporta material que había sido inédito hasta la fecha. Sierra cuenta la historia de los niños que tuvieron que dejarlo todo atrás y fueron evacuados a Rusia, México, Francia, Inglaterra, Bélgica, Suiza y Dinamarca. Por otra parte, el exilio republicano a varios países logró un aporte cultural sin límites. Por ejemplo en el caso de México, solamente en el campo literario, gracias a bienvenida que les dio del entonces Presidente Lázaro Cárdenas, los intelectuales encontraron un refugio donde pudieron seguir ejerciendo su profesión. Diversos diarios y revistas como Letras de México, Cuadernos Americanos y El Hijo Pródigo se nutrieron de las eruditas aportaciones de Luis Cernuda, José Bergamín, Emilio Prados y Ernestina de Champourcín, por citar algunos. A eso se añade el grupo de escritores más jóvenes cuya producción tuvo el mismo mérito, Max Aub, Paco Ignacio Taibo I, Manuel Andujar y José Herrera Petere, entre otros. También hubo una “Segunda Generación” compuesta de los hijos de exiliados que llegaron a México cuando eran niños. Su creación es tan amplia que muy bien se podría armar una biblioteca. Se trata de los escritores Tomás Segovia, Ramón Xirau, César Rodríguez, Luis Rius y Federico Patán; en fin, la lista sería abarcadora. Sin embargo, Palabras huérfanas no se ocupa de estos escritores que sí dejaron huella sino de aquellos niños que desde el exilio escribieron cartas y diarios; de aquellos que delinearon dibujos y que hasta en sus cuadernos escolares dejaron sus penas, sus ilusiones, sus esperanzas. A partir de esos documentos la estudiosa reconstruye la historia de esos niños.
Lo más conmovedor de esta historia es que muchísimas de las cartas que enviaron los niños desde el exilio nunca llegaron a sus destinatarios. Entre 1937 y 1938, 2.895 niños fueron evacuados a Rusia. Desembarcaron en Yalta y Leningrado; de ahí continuaron a donde les tocaba refugiarse, a lugares como Jarkov, Kiev, Miskhor, Moscú y Odessa. Una vez en su destino final, se incorporaban a las llamadas casas de niños, instituidas exclusivamente para los pequeños de la Guerra Civil española. Pero esos niños fueron víctimas doblemente porque una vez que España había sido vencida por el fascismo y quedaron con pocas esperanzas de volver a España, llegó la Segunda Guerra Mundial. Cuando Hitler invadió la Unión Soviética, tuvieron que volver a ser evacuados porque las casas de niños estaban justamente en los lugares de los bombardeos. Perseguidos esta vez en tierra ajena, tuvieron que ir a parar a los montes Urales, a Siberia, a China, a Mongolia. Las cartas que les dirigieron a sus padres y amigos fueron censuradas por la tropas de Franco y se transformaron en documentos que utilizaron para sancionar y castigar a los destinatarios. Esas cartas fueron prácticamente robadas porque nunca llegaron a las manos de sus dueños, de ahí deriva el acertado título de este gran libro, las palabras que esos niños escribieron fueron nada menos que “palabras huérfanas.”

Palabras huérfanas es un libro muy generoso porque muestra de una forma excepcional cómo la guerra asalta y transforma el universo infantil. Como quien se sienta a ver una desconsoladora película con un desventurado final, el libro muestra cómo el terror se apropió de la vida de tantos niños que tuvieron que sufrir hambre, enfermedades y destierro. Pero ese desarraigo no sólo lo sufrieron aquellos que tuvieron que ser evacuados al extranjero sino aquellos que se quedaron  en España y fueron perseguidos en su propio país por un enemigo cuyo propósito desconocían. Ambulando entre trincheras y tierras desconocidas muchos huérfanos fueron a parar en asilos, hospicios y reformatorios. Ellos sufrieron lo que algunos estudiosos llaman “inxilio” que es precisamente vivir marginado y perseguido en su propio país. Pero la actuación  infantil en los campos de batalla no se limita a los niños de ambos grupos que pelearon en la sangrienta batalla del Ebro, por dar un solo ejemplo; la autora también nos da noticia de aquellos que participaron en la II Guerra Mundial del lado de Stalin. Es decir, una vez terminada la Guerra Civil, las esperanzas de regresar a una España--esta vez fascista--disminuyeron. La mayoría de los niños que habían sido evacuados a Rusia se quedaron y muchos de ellos estuvieron dispuestos a pelear ¡”Za Ródinn, za Stalina”! (¡Por la Patria y por Stalin!). Otros niños tuvieron un destino llanamente trágico porque terminaron encarcelados o murieron por los bombardeos; también hubo aquellos que terminaron en los campos de concentración y exterminio alemán.  
Palabras huérfanas sirve como paradigma de futuros estudios. Aparte de estudiar las cartas, diarios y dibujos, la autora analiza fotografías, periódicos, posters, folletos, periódicos murales y currículos escolares. Después de ofrecernos un amplio esbozo sobre la “Guerra e Infancia”, título del primer capítulo, en el segundo, estudia a fondo la forma en que la guerra transformó la escuela y cómo la “escolarización bélica” tuvo prioridad. En el tercer capítulo nos ofrece detalles de las diferentes evacuaciones y de la complejidad de la repatriación. Es decir, las evacuaciones debían de ser autorizadas por los padres de los niños pero al momento de la repatriación todo se complicaba y, con la victoria de Franco, Rusia y México se opusieron a devolverlos porque no aprobaban el régimen franquista. A pesar de las diferentes ideologías, los niños también fueron protegidos por diversos organismos tanto españoles como del exterior; de eso nos habla el cuarto capítulo. En “Escritura, dibujo y terapia”, uno de los capítulos más densos con reproducciones pictóricas, analiza la forma en que los dibujos y escritos de los niños se utilizaron para alentarlos a comprender la situación del país y también cómo éstos fueron una suerte de terapia para combatir sus fobias. Además, se analizan las redacciones y ejercicios escolares de los niños en España y en el extranjero porque muestran notoriamente “el proceso de aculturación y socialización bélica de la infancia”. Por ejemplo, a los niños se les pedía que le escribieran a los soldados que estaban al pie de la batalla. Y, del sexto al décimo capítulo, Sierra se ocupa del análisis de las cartas escritas por los niños en las colonias y desde el exilio.
El libro está poblado de pasajes conmovedores y además presenta gráficamente las cartas “con sus letras temblorosas e inexpertas” valga la acertada descripción de la autora. Se muestran cartas escritas desde Inglaterra y desde Francia y Bélgica donde los docentes daban clases en español una vez por semana y parte de su obligación era pedirles a los niños que escribieran cartas a su familia. Desde las diversas casas de niños españoles en Rusia también salieron cientos de cartas pero, como mencioné,  muchas fueron secuestradas. Dice uno de los autores, “Durante los siete meses te estoy escribiendo muy a menudo, y nunca recibo ninguna carta, pues sabrás que no sé nada de ti ni de ninguno de la familia. Al tío no le he escrito, porque no sabía sus señas. Aquí cuando llegan algunas cartas siempre me creo que alguna es para mí, pero siempre me quedo con las ganas” (198). Además, otro factor que influía a que las cartas nunca llegaran a su destinatario era la forzada movilidad de la gente durante el conflicto; la gente huía o  desaparecía y nunca volvía a su lugar de origen. 
Paradójicamente, los niños evacuados a Rusia recibieron excelentes servicios y una buena educación. En cierto sentido fueron privilegiados por la inclinación política de sus padres que eran mayormente socialistas o comunistas. Por otra parte su sentimiento de desarraigo se convirtió en una pesadilla porque cuando volvían a España los tildaban de “comunistas.” Muy pocos de ellos regresaron para quedarse en su propio país. Lo mismo sucedió con aquellos que se marcharon a México, sólo un puñado volvió.

Palabras huérfanas se publicó hace un año pero ya forma parte los clásicos de la historia española. Como todo buen estudio canónico, está escrito en una prosa exquisita y asequible. Las buenas historias son aquellas que están bien contadas a pesar de que su contenido sea trágico. Además, el libro es un ejemplo a seguir porque alienta a realizar nuevos estudios a partir de la cultura escrita. 

Araceli Tinajero

The City College-The Graduate Center