Mapas de la memoria: el espacio no-sincrónico en la novela negra de Ramón Díaz Eterovic

 

Erik Larson

University of California at Davis

 

 

Desde los años setenta, la novela negra ha gozado de un extenso acogimiento por toda América Latina. Este fenómeno se debe, sobre todo, a su cualidad denunciativa en torno a la política opresiva que caracteriza las dictaduras del siglo pasado. Si bien los escritores de la llamada “escuela dura” norteamericana como Raymond Chandler y Dashell Hammett ya pudieron dejar bien asentado este carácter crítico de la novela policial, los novelistas “neo policiales” del cono sur han sabido rescatar tales rasgos subversivos para adaptarlos, no sin muchas tergiversaciones, a su propio entorno. Ahora bien, son varios los escritores que han recurrido a la novela negra para hacer una denuncia de los regímenes dictatoriales militares --entre ellos cuenta el escritor chileno Ramón Díaz Eteroveric con su serie Heredia-- y la muy marcada presencia del género en cuestión ahora en la época pos dictatorial nos apunta a otras posibilidades críticas y teóricas. Si las novelas de crimen publicadas durante la dictadura giraban en torno a cierta concientización de la violencia política, las de la posdictadura acusan una gran preocupación por la misma, pero ahora desde la postura aún más conflictiva de la memoria.

La trayectoria novelística de Ramón Díaz Eterovic ejemplifica esta tendencia. Su primera novela, La ciudad está triste sale en el 87, un año antes del plebiscito que efectivamente acaba con la dictadura de Pinochet. A pesar de una relativa disminución de la violencia estatal en el Chile de los ochenta, dicha novela expone una sociedad en donde las estructuras dictatoriales de poder siguen vigentes e impunes, “desapareciendo” a los que se atreven a protestar. El investigador Heredia --un tipo Marlowe a la chilena-- viene siendo un repositorio para la justicia en una urbe asolada por la corrupción política y monetaria. Con el retorno a la democracia en el 89, se perfilan ciertos cambios en la novelística de Eterovic. Aunque todas las novelas tratan la investigación de un acto violento en el presente posdictatorial, la memoria llega a ser la preocupación imperante. De ahí que las pesquisas hechas en una novela como Nunca enamores a un forastero siempre parecen remitir a un pasado lleno de crímenes y traumas que no se han resuelto, planteando así a la memoria como uno de los paradigmas dominantes de sus novelas pos 89.

Como el lector de este trabajo sabrá, el tema de la memoria en la posdictadura chilena no se limita a las novelas de Eterovic, ni mucho menos a la novela negra, sino que constituye la piedra angular de casi toda la producción literaria desde la transición a la democracia. Cómo recordar el pasado y así hacerle justicia a sus víctimas conforma la preocupación principal de los círculos intelectuales literarios. Sin embargo, uno de los obstáculos para la memoria ha sido el proyecto modernizador que ha jugado una parte indispensable tanto para la dictadura (1) como para las administraciones democráticas posteriores. Es decir, una buena parte de las reformas a favor de la modernización económica que funcionó como una suerte de justificación de la violencia estatal sigue vigente en el Chile democrático (2), y en ciertos sectores, la violencia estatal no deja de interpretarse como un mal necesario para el bien colectivo del país. Según Elizabeth Jelin, “hay quienes están dispuestos a visitar el pasado para aplaudir y glorificar el ‘orden y progreso’ que, en su visión, produjeron las dictaduras” (Jelin 2001: 5). Por otro lado según la retórica política dominante del Chile pos-pinochetista, la desmemoria colectiva cuenta entre los pasos necesarios para la transición hacia un estado moderno y reconciliado. Según Jelin, “Otros observadores y actores, preocupados más que nada por la estabilidad de las instituciones democráticas…promueven políticas de olvido o de ‘reconciliación’” (5). De esta manera, el enfoque en un futuro prometedor eclipsa los recuerdos de un pasado violento y traumático.  

No es de sorprender que tanto la memoria como las ansiedades de la modernidad sean puntos de partida para mucha de la producción cultural después de la dictadura. La preocupación principal de los intelectuales y artistas de la posdictadura es la siguiente: ¿Cómo recordar la violencia del pasado en medio del remolino vertiginoso que es la modernidad y su vertiente más significativa, la economía neoliberal?

En cuanto a la novela negra, estas cuestiones de modernidad y memoria siguen siendo las preocupaciones más preponderantes. Más no obstante, pasan por otra variante significativa --el  uso del espacio. Lo que hallo de novedoso en la serie Heredia de Ramón Díaz Eterovic es su manera de contraponer el espacio de la modernidad con el de la memoria. Más específicamente, una novela como Nunca enamores a un forastero, que toma lugar en Punta Arenas, pone de manifiesto los lugares en donde la modernidad ha fallado para luego dar pie a un espacio que conserva las huellas del pasado. En el caso de la susodicha novela, Punta Arenas llega a ser un lugar que problematiza el movimiento espacial de la modernidad, creando así cierta inconsistencia a través de la cual se pueden divisar los contornos de un espacio de memoria. Por consiguiente, estos sitios de memoria se han de encontrar en los intersticios de la modernidad, en donde se vislumbran sus avenidas inconclusas, borrosas y, sobre todo, débiles.

Antes de proseguir con el análisis de la novela, conviene tomar un breve giro teórico para respaldar las posiciones tomadas hasta ahora. Para los propósitos de este ensayo, es necesario esbozar una breve definición del término “modernidad”. Al usar tal término, me refiero al presunto “orden y progreso” establecido por la dictadura que constaba del gran desarrollo de la industrialización y la implementación de un mercado neoliberal. Estas estrategias económicas, que con tiempo precipitaron el llamado “milagro chileno,” tienen, para muchos estudiosos, efectos negativos sobre la memoria. Según Idelber Avelar, el intercambio creciente de mercancías, propio del neoliberalismo tanto en la dictadura como en la posdictadura, perjudica la conservación de las reminiscencias del pasado:

 

Growing commodification negates memory because new commodities must always replace previous commodities, send them to the dustbin of history. The free market established by the Latin American dictatorships must, therefore, impose forgetting not only because it needs to erase the reminiscence of its barbaric origins but also because it is proper to the market to live in a perpetual present. The erasure of the past as past is the cornerstone of all commodification, even when the past becomes yet another commodity for sale in the present. (Avelar 1999: 2)

 

De ahí la pugna entre la memoria y el “presente perpetuo” del cual depende el proyecto modernizador neoliberal chileno. Sin embargo, tal pugna también implicaría que los puntos débiles de dicho proyecto de olvido develan la posibilidad de un espacio de memoria --es decir, allí donde fracasa la modernidad se crea una cierta apertura hacia un sitio de memoria. Pero, ¿cómo ubicar esos puntos débiles y así tal posibilidad?

La literatura, en cuanto cartografía cultural, responde a este problema. De hecho,  precisamente la novela negra juega un papel importante al llevar a cabo, en un gesto jamesoniano, una especie de mapeamiento de los contornos y contradicciones espaciales del  capitalismo y así de la modernidad. Según Jameson, las novelas detectivescas de Raymond Chandler “[organize] people and their dwellings into a cognitive map of Los Angeles that Marlowe can be seen to canvass, pushing the doorbells of so many social types, from the great mansions to the junk filled rooms on Bunker Hill or West 54th place” (Jameson 1993: 53). Al mapear la novela negra la muy variada estratificación social de un centro urbano como Los Angeles, no deja de concebir la modernidad como un proceso espacial que va desarrollándose a pasos distintos según su entorno respectivo para entonces registrar sus coyunturas débiles, o sea, sus “non-syncronicities” (Reed 1996: 39) (3). Según Jameson estos puntos frágiles de la modernidad, que están fuera de sincronización con otros espacios a su alrededor, se pueden interpretar como gestos utópicos, como posibles salidas del mundo capitalista. Quisiera plantearlos también como zonas que posibilitan la memoria, ya que la memoria es precisamente lo que la modernidad capitalista procura borrar.

En el caso de la novela negra que nos incumbe, Nunca enamores a un forastero, notamos una gran preocupación por estas “no sincronicidades” en su tratamiento de Punta Arenas, pueblo que parece estar atrasado en todas las esferas: las políticas, sociales, económicas, etc. Hagamos un pequeño resumen. En este libro, Heredia se halla en un pueblo en donde los aparatos del poder dictatorial, un tanto anacrónicos ya, siguen vigentes. El detective ha vuelto para ayudar a su amigo, Severino Caicheo, quien está empeñado en la investigación de un atentado de terrorismo estatal ocurrido en el ‘81 contra una rama izquierdista de la iglesia. Muy pronto, Caicheo es asesinado por no se sabe quién, lo cual da pie a toda una serie de muertes misteriosas que parecen conformar una sola telaraña de intriga, avaricia y corrupción estatal proveniente de otro tiempo.

Al plantear un pueblo tan fuertemente arraigado en el pasado, la novela no deja, por ende, de poner de manifiesto las inconsistencias de la modernidad. Si bien según Jameson la novela negra logra llevar a cabo una cartografía del espacio moderno, Nunca enamores a un forastero expone sus puntos débiles al recalcar las no-sincronías (4) entre el espacio neoliberal de Santiago y el muy retrasado Punta Arenas. Esta visión contrastiva y no-sincrónica de los dos lugares se puede notar desde el primer capítulo. Heredia, al abordar el avión, medita sobre la vida rápida y consumista de Santiago: “Me gusta su gente dándose codazos en las calles, los gritos de los vendedores, el esmog, los rostros desconocidos y, sobre todo, la posibilidad de beber a solas, sin que nadie contabilice los tragos que consumo” (Díaz Eterovic 1999: 7). Por contraste, Punta Arenas goza de cierta virginidad geográfica, como si fuera de otra época: “El paisaje entraba fácil por los ojos. El puerto, las construcciones céntricas, el mar que parecía adormecido sobre un fondo celeste y puro. Punta Arenas parecía un ciudad pequeña y hasta donde había observado, algunas de sus calles estaban empedradas” (8). La constante yuxtaposición de estos dos lugares a lo largo de la novela pone en cuestión tanto la eficacia como la realidad de la modernidad, y, como veremos a continuación, aboga por aquello que ésta suele suprimir --la memoria y el pasado.

Tomemos un ejemplo del texto para concretar dicha teoría. Al describir Heredia el despacho de Drago, el comisario de Punta Arenas, la carencia de la modernidad se hace explícita:
 

Mientras esperaba el regreso del policía me dediqué a observar la oficina. La modernidad, o sea eso que consiste en botar cosas antiguas y colocar en el mismo sitio otras más pequeñas, caras y frágiles, no había pasado por el lugar. Los escritorios necesitaban una capa de pintura, la silla en la que Drago posaba su culo gordo chirriaba como esposa en día de pago, y las paredes se perdían bajo una colección de galvanos, diplomas y atrocidades similares de esas que se dan a un hombre para decirle que se está poniendo viejo. (55-56)

 

El despacho es un lugar aislado del movimiento progresista que es el neo liberalismo y, como es de suponer, da pie a una crítica de la modernidad, posicionándola como un mero fetiche consumista que  procura borrar tanto los objetos de épocas anteriores como el pasado mismo. Heredia parece sostener que la modernidad, lejos de acarrear algún beneficio para la sociedad, no ofrece más que el simulacro del progreso a la vez que renuncia el pasado.

Sin embargo, tal afirmación conlleva cierta resonancia utópica ya que plantea un espacio que ha resistido el movimiento vertiginoso de la modernidad. El pasado está bien instalado en el despacho de Drago por los escritorios que conservan su pintura original, oxidados sin duda, y los galvanos y diplomas que remiten a sus propios actos de antaño. Este espacio, un tanto conflictivo en términos temporales, proporciona la posibilidad primero, de subvertir la modernidad, y segundo, de crear un espacio de la memoria, el cual ha de encontrarse en estos sectores no-sincrónicos. Tomando en cuenta las muchas comparaciones de parte de Heredia entre el espacio moderno santiaguino y el no-tan-actualizado Punta Arenas, bien se podría postular que la oficina de Drago funciona como un microcosmos de éste último. Tal como el despacho constituye un tipo de anacronismo, perdido en el pasado y sin haberse mantenido al tanto del correr del tiempo, así Punta Arenas parece estar inserto en un antaño lejano.

Siguiendo por el mismo hilo de pensamiento, la presencia del estrecho de Magallanes presenta la modernidad como el sueño de algo imposible que nunca pudo llegar del todo. Tal estrecho habría podido traer la abundancia mercantilista al pueblo, cosa que podría haber resultado en un gran epicentro chileno, importantísimo para el movimiento del capital global. Sin embargo, con la construcción del canal de Panamá, estos sueños se esfuman. En su libro “The Strait of Magellan,” Michael A Morris sostiene lo siguiente al respecto:

 

A decline in shipping and more generally of the entire local economy occurred during the second period [pos 1914]. The opening of the Panama Canal in 1914 shifted much traffic from the interoceanic strait at the tip of South America to the more convenient interoceanic canal to the north. The advent of World War I tended to accentuate this blow to navigation through the strait. Industries serving navigation in Punta Arenas tended to decline, and their decline had adverse effects throughout the regional economy. (Morris 1989: 36)

 

La novela indudablemente hace alusión a este mismo fracaso económico del estrecho y así recalca el estado poco desarrollado del pueblo en cuestión. Al llegar a la casa de Amelia Mollet, hermana de una de las chicas asesinadas, Heredia puede divisar a lo lejos el estrecho de Magallanes. Hace algunas observaciones interesantes al respecto: “La casa de Amelia Mollet quedaba en el sector norte de la ciudad, frente a un astillero en desuso donde sobrevivían algunos oxidados y esqueléticos cascarones de barcos. Estaba ubicada sobre una colina desde la cual se podía contemplar el estrecho de Magallanes” (81).  

La mención de los barcos abandonados al lado del estrecho no deja de encubrir cierta dualidad semiótica: hace alusión al fracaso de Punta Arenas en cuanto espacio moderno, a la vez que señala la persistencia de un pasado del cual el pueblo no se puede desprender. De hecho, los muchos pasados van acumulándose, entretejiéndose en este mismo espacio atrofiado de la memoria. Si bien los barcos parecen remitir al pasado antes del 1914 (la llamada época “dorada” de Magallanes que ostentaba la promesa de la abundancia mercantilista) también apuntan a otro pasado más reciente --la dictadura, cuya sombra no ha sido suprimida por el “milagro económico chileno” ya que tal “milagro” no ha llegado a estas partes. A manera de ilustración, los barcos remiten a la imagen de unos cuerpos podridos --“oxidados y esqueléticos cascarones”-- que metaforizan los recuerdos violentos que han resistido la represión y siguen atormentando y frustrando los sueños progresistas del presente y futuro. Cabe reiterar también que este “espacio para la memoria” tiene lugar precisamente en un sitio en donde el fracaso de la modernidad es explícito.

Además de ser Punta Arenas un pueblo que no se ha mantenido al tanto de los desarrollos tecnológicos recientes, pone de relieve, la elasticidad del tiempo mismo en cuanto variante del capitalismo, cosa que también repercute en la memoria. El tiempo, tal como lo concibe Moishe Postone, está sujeto a los caprichos del mercado y así puede acelerarse o alentarse según varíen los niveles productivos (5). Como espacio poco moderno y así poco productivo, Punta Arenas pondría de manifiesto un cambio notable en la velocidad misma del tiempo. De ahí la aseveración de Heredia de que al llegar al pueblo parecía que “el tiempo se había detenido” (39). Heredia concibe este cambio temporal sobre todo como un fenómeno espacial ya que se percibe en el acto mismo de viajar: “todo viaje es una irrealidad, un tiempo suspendido entre dos puntos que apenas se intuyen.” La suspensión del tiempo en el viaje connota una brecha en el continuo temporal, poniendo así de manifiesto una cierta discrepancia entre Punta Arenas y Santiago. A través de un viaje que mapea esta no-sincronía se advierte que el tiempo se vuelve maleable, sometiéndose a los particulares de su entorno espacial y provocando una especie de ruptura con el  movimiento lineal y progresista de la economía neoliberal.

Por lo tanto, Punta Arenas sigue siendo un espacio fuertemente anclado en el pasado y así, obligado a lidiar con las pulsaciones mercantilistas que lo quieren arrastrar hacia un futuro “moderno” y “prometedor.” A modo de ejemplo, la joyería “La Perla” conserva cierto aire del siglo diecinueve: “El lugar parecía sacado del siglo pasado o de una novela de Dickens” (77). Tal recinto no está en concordancia con otros sectores del pueblo que se empeñan en introducir una influencia neoliberal en el pueblo, como, por ejemplo, la boutique de Raquel Ahumadas que intenta guardar alguna relación económica con el mundo cosmopolita: “el negocio era producto de un concurso de belleza que la mujer había ganado años atrás y que daba sus frutos a fuerza de empeño y continuos viajes a Santiago o Buenos Aires para adquirir las novedades de cada temporada” (71).

Como está fuera de sincronización, tanto con los centros urbanos dominantes como consigo mismo, Punta Arenas funciona como un lugar encantado y conflictivo que conserva las trazas de tiempos anteriores: “lo vivido [allí] era un sueño de los muchos que me asediaban con imágenes del pasado” (39) (mi énfasis). Como tal, el pueblo atrofiado sirve como una especie de pantalla sobre la cual Heredia proyecta sus memorias, muchas de las cuales remiten a la primera novela de la serie, La Ciudad está triste, la cual trata las víctimas de la violencia dictatorial. El pueblo parece ser un lugar poblado por fantasmas, y el juego constante entre pasado y presente crea un espacio de memoria que mantiene cierta necesidad ética para con aquellas víctimas de la violencia política. Por ejemplo, justo después de hacer la susodicha observación con respecto al tiempo parado, Heredia hace alusión al recuerdo de ciertas personas “ausentes,” refiriéndose sin duda a los “desaparecidos”: “Las ausencias me pesaban como una carga inútil que me había obligado a llevar desde aquella época que algunos pretendían borrar” (39). Es de notar que el peso de una memoria vaga, inconclusa, e inquietante, parece surgir del entorno mismo, o más bien de una dialéctica entre Heredia y el espacio de Punta Arenas a través de sus largas caminatas:

 

Algunos nombres se repetían con una sensación de camisa gastada que no se desea abandonar. Caminaba con ellos y a veces, brevemente, conseguía dejarlos atrás, quietos, sujetos a una realidad que ya no existía. Pero no siempre era así, y la roñosa nostalgia me tiraba de las mechas haciéndome buscar lo inexistente. (39)(mi énfasis) 

 

Si antes de aterrizar en Punta Arenas Heredia conservaba una cierta nostalgia por el pueblo de su niñez, tal nostalgia se esfuma rápidamente, dejando en su lugar recuerdos fantasmales que sí connotan un pasado, pero uno distinto al recuerdo anticipado: “nada a mi alrededor adquiría el encanto de las viejas ilusiones” (39). Su estancia en Punta Arenas lo arroja al pasado, pero a uno poco nostálgico y así poco agradable que le lleva a una especie de trabajo de duelo por las víctimas de la dictadura. No es casual que, hablando con el boxeador argentino sobre sus respectivas culpabilidades, Heredia piense en Marcela Rojas, una de las víctimas de La Ciudad está triste: “Pensé en una muchacha que se llamaba Marcela Rojas y en un par de matones que la habían asesinado en la época en que Santiago era una ciudad triste. Era una historia del pasado y esos hombres ya no podían contarla” (184).

Al llegar a este punto conviene añadir que, aunque la novela no hace mención explícita de ello, Punta Arenas tiene su propia historia relacionada con la violencia bajo Pinochet. De hecho, uno de los pocos lugares de la memoria que conserva Chile de la dictadura, “El Palacio de las sonrisas,” se encuentra justamente allí. Este lugar, que antes del golpe de estado se conocía como el hospital naval antiguo, funcionó desde entonces como el centro de detención y tortura principal para Punta Arenas y las regiones circundantes. Se estima que allí hubo entre 1.200 y 1.500 detenidos que fueron interrogados y torturados (6). La conservación de un lugar como “El Palacio de las sonrisas” no es para menos, ya que según Michael Lazzara la tendencia en el Chile democrático ha sido la de blanquear tales lugares, en vez de mantenerlos como monumentos históricos para la memoria colectiva. Curiosamente, el estudio de Lazzara gira en torno a los sitios santiaguinos --los lugares clandestinos de detención y tortura-- que han sido olvidados, según asevera, a causa de los impulsos neoliberales del Chile moderno:

 

Efectivamente, hoy es difícil mapear los vestigios de la violencia política en el actual espacio urbano y modernizado y neoliberal de la capital chilena. Un visitante, de hecho, tendría serias dificultades para identificar lugares específicos de la represión, puesto que muy pocos de estos han sido oficialmente señalizados o transformados en sitios conmemorativos. (Lazzara 2007: 201)

 

Tomando en cuenta el que Punta Arenas bien se puede entender, según la novela, como un pueblo algo alejado del impulso neoliberal del gran epicentro santiaguino, se puede esbozar cierta conexión entre su estado atrasado y la conservación de un monumento de la violencia dictatorial. Sin embargo, como el estudio presente es, a fin de cuentas, un estudio literario, no es mi deseo alegar que la conservación del “Palacio de las sonrisas” se deba tan sólo a la falta de modernidad en Punta Arenas. Si esa fuera mi intención, caería sin duda en el reduccionismo, pasando por alto un sinfín de factores que habrían posibilitado la supervivencia de dicho lugar. Sin embargo, la conexión entre un pueblo un tanto retrasado y su conservación de un lugar de la memoria concreto no es casual. Refuerza una lectura de la novela en cuanto cartografía de las fallas del espacio moderno y las persistencias de los lugares de la memoria.

Al usar aquí el término “lugares de la memoria,” me refiero a aquellos lugares, como en el estudio de Lazzara, que monumentalizan ciertos momentos violentos del pasado que no se deben olvidar. Dicho término es distinto al que he acuñado a lo largo de este trabajo para Punta Arenas como “espacio de memoria.” Éste último lo he usado para un espacio que surge de las inconsistencias de la modernidad, a diferencia de un sitio específico en donde se ha llevado a cabo un acto atroz concreto. Sin embargo, los dos conceptos sí pueden convergir; de hecho, en este estudio el uno refuerza al otro. Si bien la pugna espacial entre modernidad y memoria constituye una idea literaria-cultural con la cual Eterovic señala un lugar anacrónico, poblado por fantasmas, tal proyecto se ve reforzado por la realidad histórica de que sí hubo tortura y más de mil detenidos en Punta Arenas. El “Palacio de las sonrisas” da testimonio de ello diariamente y conforma, por lo tanto, un pequeño recinto de resistencia frente al impulso modernizador --razón suficiente para escribir una novela que presenta el pueblo como espacio atrofiado, y por lo tanto, altamente cargado de memoria.

Tomando en cuenta lo sostenido hasta ahora, podemos aventurar una hipótesis concerniente a la novela negra de Eterovic y los papeles que juegan el espacio, la modernidad, la memoria y la figura del detective. Para empezar, el espacio sí importa, hasta jugar un papel protagónico en sus novelas. En este contexto, el detective se reduce a un mero cronista (7) de una dinámica capitalista que, inadvertidamente, ha puesto de manifiesto sus propias debilidades. El que Punta Arenas sea un sitio de resistencia frente al movimiento progresista del capitalismo no quiere decir que sea algo ajeno al sistema. Es decir, el estado algo atrasado del pueblo, según la novela, no es el resultado de haber sido siempre un refugio utópico del capitalismo --un lugar que ha resistido los impulsos deshumanizantes del mercado. Por el contrario, su fracaso como pueblo “moderno” se debe al movimiento desequilibrado del capitalismo mismo. Si bien según Jameson el desarrollo del capitalismo siempre será algo desparejo, como consecuencia, no faltarán recintos que no se mantengan al tanto del movimiento vertiginoso capitalista. De esta forma, el sistema genera sus propias aporías que ponen en duda su propio proyecto modernizador. Entendido así, el estado atrasado de Punta Arenas es el resultado directo del capitalismo, y así pone de relieve sus contradicciones y otras consecuencias no tan ideales.

Como conclusión, quisiera plantear que la posibilidad por la memoria estriba en estas contradicciones del capitalismo. Si Avelar afirma que los modelos neoliberales implementados en el cono sur tenían como objetivo el borramiento del pasado, su propio desarrollo disparejo, de hecho, asegura su conservación. Irónicamente, la memoria viene siendo algo endémico al capitalismo; el sistema no puede sino reproducir recintos atrasados que conservan vestigios del pasado y así la posibilidad por el recuerdo. Nunca enamores a un forastero plantea una modernidad altamente contradictoria, que, paradójicamente, acaba produciendo su propia antítesis: un espacio de memoria.

    

Notas

 

(1). Según Brian Loveman, la dictadura toma sobre sí el proyecto muy extensivo de la modernización nacional: “From 1973 until 1990 the military regime and its civilian advisers and ministers intensified the exploitation of natural resources and the conquest of internal frontiers. New roads penetrated virgin forests and the southern wilderness. Modern energy and communication networks crossed the deserts, the Andes, and the oceans, linking mines, forests, fisheries, and wineries to global  markets. As in the nineteenth century, Chile was ‘the model’ in the western hemisphere, a virtual ‘economic miracle.’ Once again the political and economic changes came top down, imposed by force” (Loveman 2001: 5). 

 

(2). Elizabeth Jelin explica más a fondo este fenómeno: “En verdad, los procesos de democratización que suceden a los regímenes dictatoriales militares no son sencillos ni fáciles. Una vez instalados los mecanismos democráticos en el nivel de procedimientos formales, el desafío se traslada a su desarrollo y profundización. Las confrontaciones comienzan a darse entonces con relación al contenido de la democracia. Los países de la región enfrentan enormes dificultades en todos los campos: la vigencia de los derechos económicos y sociales es crecientemente restringida por el apego al mercado y a programas políticos de corte neo liberal; la violencia policial es permanente, sistemática y reiterativa; los derechos civiles más elementales están amenazados cotidianamente; las minorías enfrentan discriminaciones institucionales sistemáticas. Obstáculos de todo tipo para la real vigencia de un ‘Estado de derecho’ están a la vista. Esto plantea la pregunta sobre cuales son las continuidades y las rupturas que han ocurrido entre los regímenes dictatoriales y los frágiles, incipientes e incompletos regímenes constitucionales que los sucedieron en términos de la vida cotidiana de distintos grupos sociales y en términos de las luchas sociales y políticas que se desenvuelven en el presente” (Jelin 2001: 4).

 

(3). En este sentido, los susodichos “puntos débiles” de la modernidad se pueden comenzar a entrever a través de estas mismas “no-sincronicidades” espaciales que también sirven como punto de partida de una crítica del capitalismo o una visión utópica. Según Joel Reed, “Jameson’s own utopian strain resides here in the sense that if there is a priority implied in uneven or nonsyncronous development, radical second and third world texts not only best map the present situation but also point to the way out” (Reed 1996: 39).

 

 (4). Según Joel Reed, la llamada “no-sincronicidad” es clave para la teoría de Jameson. La totalidad del capitalismo se puede comenzar a entrever a través del concepto del “uneven develeopment,” cosa que se pone de manifiesto a través de las “no-sincronicidades” espaciales del capitalismo. Según Reed, “Cultural developments also proceed unevenly, though despite the teleological implications of ‘development’ Jameson grants no special privileges or aesthetic priority to the first world. In aesthetic production Jameson finds “cognitive maps” of the world situation…By combining the perspectives from a wide range of the world’s cultures, he achieves a larger sense of the totality of the world system than would otherwise be available” (Reed 1996: 39). Según Jameson, textos provenientes del “tercer mundo,” al poner de relieve una no-sincronicidad muy concreta, logran mapear el desarrollo espacial de la modernidad/posmodernidad: “Jameson’s own utopian strain resides here in the sense that if there is a priority implied in uneven or nonsyncronous development, radical second and third world texts not only best map the present situation but also point to the way out” (39). Para los propósitos de este studio, Punta Arenas muy bien puede ser indicio de un tipo de “tercer mundo.” Es mi intención, con el trabajo presente, mostrar que estas no-sincronicidades en el capitalismo/modernidad también pueden funcionar como espacios de memoria, ya que la memoria y el pasado son justamente lo que un desarrollo más consistente procuraría borrar.    

 

(5). Moishe Postone sostiene que la velocidad del tiempo, como algo social, depende de la producción: “Because each new level of productivity is redetermined as a new base level, this new dynamic tends to become ongoing and is marked by ever increasing levels of productivity. Considered temporally, this intrinsic dynamic of capital, with its treadmill pattern, entails an ongoing directional movement of time, a ‘flow of history.’ In other words, the mode of concrete time we are examining can be considered historical time, as constituted in capitalist society” (Postone 1993: 293). Concerniente al “tiempo histórico,” dice lo siguiente: “Historical time, in this interpretation, is not an abstract continuum within which events take place and whose flow is apparently independent of human activity; rather it is the movement of time as opposed to the movement in time” (294).

 

 

(6). Para una descripción mas completa del lugar mismo y su historia, vea la pagina web dedicada al “antiguo hospital naval” que se encuentra en el sitio web “Memoria Viva” del Proyecto Internacional de Derechos Humanos.

 

(7). Esto es a diferencia de otras lecturas de la serie Heredia que ven al detective como una figura en pugna con el neoliberalismo amnésico a su alrededor: Guillermo García Corales posiciona a Heredia como un agente de resistencia frente al neoliberalismo capitalista:  “la filosofía del acto ético se vitaliza a través de las formas en que el sujeto percibe el mundo en relación con el otro para alcanzar espacios de liberación y dignidad tanto personales como colectivos, que lo distancien de la cosificación mercantil y otras formas de deterioro humano” (García Corales: no pagination).



 

Obras Citadas


Avelar, Idelber (1999): The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning. Duke University Press, Durham,. 

 

Díaz Eterovic, Ramón (1987): La Ciudad está triste. Lom, Santiago.

 

---(1999): Nunca enamores a un forastero.La Calabaza del Diablo, Santiago.

 
García-Coral, Guillermo: “
Las crónicas de Heredia sobre el Chile actual en las novelas neopoliciales de Ramón Díaz Eterovic,” Ciberletras, 2006,15, (no pagination).

 

Jameson, Fredric (1993): “The Synoptic Chandler,” Shades of Noir. Ed. Joan Copjec. Verso, NY.

 
Jelin, Elizabeth (2001): Los Trabajos de la Memoria. Siglo Veintiuno de España Editores, S.A., Madrid.

 
Lazzara, Michael (2007): Prismas de la memoria: narración y trauma en la transición chilena.
Cuarto Propio, Santiago.

 
Loveman, Brian (2001): Chile: The Legacy of Hispanic Capitalism. Oxford University Press, New York. 

 

Memoria Viva. Proyecto Internacional de Derechos Humanos. http://www.memoriaviva.com/Centros/12Region/antiguo_hospital_naval.htm 17 Agosto, 2009.

 

Morris, Michael (1989): The Strait of Magellan. Martinus Nijhoff Publishers, Boston.

 
Postone, Moishe (1993): Time, Labor, and Social Domination. Cambridge University Press, Cambridge.

 
Reed, Joel (1996): “Nationalisms in a Global Economy,” Reading the Shape of the World. Ed. Henry Schwartz and Richard Dienst. Westview Press, Boulder.

 

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Reed, Joel (1996): “Nationalisms in a Global Economy,” Reading the Shape of the World. Ed.