Mapas de la memoria:
el espacio no-sincrónico
University of California at Davis
Desde
los años setenta, la novela negra ha gozado de un extenso acogimiento
por toda América Latina. Este fenómeno se debe, sobre todo, a su
cualidad denunciativa en torno a la política opresiva que caracteriza
las dictaduras del siglo pasado. Si bien los escritores de la llamada
“escuela dura” norteamericana como Raymond Chandler y Dashell Hammett
ya pudieron dejar bien asentado este carácter crítico de la novela
policial, los novelistas “neo policiales” del cono sur han sabido
rescatar tales rasgos subversivos para adaptarlos, no sin muchas
tergiversaciones, a su propio entorno. Ahora bien, son varios los
escritores que han recurrido a la novela negra para hacer una denuncia
de los regímenes dictatoriales militares --entre ellos cuenta el
escritor chileno Ramón Díaz Eteroveric con su serie Heredia-- y la muy
marcada presencia del género en cuestión ahora en la época pos
dictatorial nos apunta a otras posibilidades críticas y teóricas. Si
las novelas de crimen publicadas durante la dictadura giraban en torno
a cierta concientización de la violencia política, las de la
posdictadura acusan una gran preocupación por la misma, pero ahora
desde la postura aún más conflictiva de la memoria.
La
trayectoria novelística de Ramón Díaz Eterovic ejemplifica esta
tendencia. Su primera novela, La ciudad está triste sale en el
87, un año antes del plebiscito que efectivamente acaba con la dictadura de Pinochet. A pesar de una
relativa disminución de la violencia estatal en el Chile de los
ochenta, dicha novela expone una sociedad en donde las estructuras
dictatoriales de poder siguen vigentes e impunes, “desapareciendo” a
los que se atreven a protestar. El investigador Heredia --un tipo
Marlowe a la chilena-- viene siendo un repositorio para la justicia en
una urbe asolada por la corrupción política y monetaria. Con el retorno
a la democracia en el 89, se perfilan ciertos cambios en la novelística
de Eterovic. Aunque todas las novelas tratan la investigación de un
acto violento en el presente posdictatorial, la memoria llega a ser la
preocupación imperante. De ahí que las pesquisas hechas en una novela
como Nunca enamores a un forastero siempre parecen remitir a un
pasado lleno de crímenes y traumas que no se han resuelto, planteando
así a la memoria como uno de los paradigmas dominantes de sus novelas
pos 89.
Como
el lector de este trabajo sabrá, el tema de la memoria en la
posdictadura chilena no se limita a las novelas de Eterovic, ni mucho
menos a la novela negra, sino que constituye la piedra angular de casi
toda la producción literaria desde la transición a la democracia. Cómo
recordar el pasado y así hacerle justicia a sus víctimas conforma la
preocupación principal de los círculos intelectuales literarios. Sin
embargo, uno de los obstáculos para la memoria ha sido el proyecto
modernizador que ha jugado una parte indispensable tanto para la
dictadura (1) como para las administraciones
democráticas posteriores. Es decir, una buena parte de las reformas a
favor de la modernización económica que funcionó como una suerte de
justificación de la violencia estatal sigue vigente en el Chile democrático (2),
y en ciertos sectores, la violencia estatal no deja de interpretarse
como un mal necesario para el bien colectivo del país. Según Elizabeth
Jelin, “hay quienes están dispuestos a visitar el pasado para aplaudir
y glorificar el ‘orden y progreso’ que, en su visión, produjeron las
dictaduras” (Jelin 2001: 5). Por otro lado según la retórica política
dominante del Chile pos-pinochetista, la desmemoria colectiva cuenta
entre los pasos necesarios para la transición hacia un estado moderno y
reconciliado. Según Jelin, “Otros observadores y actores, preocupados
más que nada por la estabilidad de las instituciones
democráticas…promueven políticas de olvido o de ‘reconciliación’” (5).
De esta manera, el enfoque en un futuro prometedor eclipsa los
recuerdos de un pasado violento y traumático.
No
es de sorprender que tanto la memoria como las ansiedades de la
modernidad sean puntos de partida para mucha de la producción cultural
después de la dictadura. La preocupación principal de los intelectuales
y artistas de la posdictadura es la siguiente: ¿Cómo recordar la
violencia del pasado en medio del remolino vertiginoso que es la
modernidad y su vertiente más significativa, la economía neoliberal?
En
cuanto a la novela negra, estas cuestiones de modernidad y memoria
siguen siendo las preocupaciones más preponderantes. Más no obstante,
pasan por otra variante significativa --el uso
del espacio. Lo que hallo de novedoso en la serie Heredia de Ramón Díaz
Eterovic es su manera de contraponer el espacio de la
modernidad con el de la memoria. Más específicamente, una novela como Nunca
enamores a un forastero, que toma lugar en Punta Arenas, pone de
manifiesto los lugares en donde la modernidad ha fallado para luego dar
pie a un espacio que conserva las huellas del pasado. En el caso de la
susodicha novela, Punta Arenas llega a ser un lugar que problematiza el
movimiento espacial de la modernidad, creando así cierta inconsistencia
a través de la cual se pueden divisar los contornos de un espacio de
memoria. Por consiguiente, estos sitios de memoria se han de encontrar
en los intersticios de la modernidad, en donde se vislumbran sus
avenidas inconclusas, borrosas y, sobre todo, débiles.
Antes
de proseguir con el análisis de la novela, conviene tomar un breve giro
teórico para respaldar las posiciones tomadas hasta ahora. Para los
propósitos de este ensayo, es necesario esbozar una breve definición
del término “modernidad”. Al usar tal término, me refiero al presunto
“orden y progreso” establecido por la dictadura que constaba del gran
desarrollo de la industrialización y la implementación de un mercado
neoliberal. Estas estrategias económicas, que con tiempo precipitaron
el llamado “milagro chileno,” tienen, para muchos estudiosos, efectos
negativos sobre la memoria. Según Idelber Avelar, el intercambio
creciente de mercancías, propio del neoliberalismo tanto en la
dictadura como en la posdictadura, perjudica la conservación de las
reminiscencias del pasado:
Growing commodification negates memory because new commodities must always replace previous commodities, send them to the dustbin of history. The free market established by the Latin American dictatorships must, therefore, impose forgetting not only because it needs to erase the reminiscence of its barbaric origins but also because it is proper to the market to live in a perpetual present. The erasure of the past as past is the cornerstone of all commodification, even when the past becomes yet another commodity for sale in the present. (Avelar 1999: 2)
De
ahí la pugna entre la memoria y el “presente perpetuo” del cual depende
el proyecto modernizador neoliberal chileno. Sin embargo, tal pugna
también implicaría que los puntos débiles de dicho proyecto de olvido
develan la posibilidad de un espacio de memoria --es decir, allí donde
fracasa la modernidad se crea una cierta apertura hacia un sitio de
memoria. Pero, ¿cómo ubicar esos puntos débiles y así tal posibilidad?
La
literatura, en cuanto cartografía cultural, responde a este problema.
De hecho, precisamente la novela negra
juega un papel importante al llevar a cabo, en un gesto jamesoniano,
una especie de mapeamiento de los contornos y contradicciones espaciales del capitalismo y así de la modernidad. Según
Jameson, las novelas detectivescas de Raymond Chandler “[organize]
people and their dwellings into a cognitive map of Los Angeles that
Marlowe can be seen to canvass, pushing the doorbells of so many social
types, from the great mansions to the junk filled rooms on Bunker Hill
or West 54th place” (Jameson 1993: 53). Al mapear la novela
negra la muy variada estratificación social de un centro urbano como
Los Angeles, no deja de concebir la modernidad como un proceso espacial
que va desarrollándose a pasos distintos según su entorno respectivo
para entonces registrar sus coyunturas débiles, o sea, sus
“non-syncronicities” (Reed 1996: 39) (3). Según
Jameson estos puntos frágiles de la modernidad, que están fuera de
sincronización con otros espacios a su alrededor, se pueden interpretar como gestos utópicos, como posibles salidas del mundo
capitalista. Quisiera plantearlos también como zonas que posibilitan la
memoria, ya que la memoria es precisamente lo que la modernidad
capitalista procura borrar.
En
el caso de la novela negra que nos incumbe, Nunca enamores a un
forastero, notamos una gran preocupación por estas “no
sincronicidades” en su tratamiento de Punta Arenas, pueblo que parece
estar atrasado en todas las esferas: las políticas, sociales,
económicas, etc. Hagamos un pequeño resumen. En este libro, Heredia se
halla en un pueblo en donde los aparatos del poder dictatorial, un
tanto anacrónicos ya, siguen vigentes. El detective ha vuelto para
ayudar a su amigo, Severino Caicheo, quien está empeñado en la
investigación de un atentado de terrorismo estatal ocurrido en el ‘81
contra una rama izquierdista de la iglesia. Muy pronto, Caicheo es
asesinado por no se sabe quién, lo cual da pie a toda una serie de
muertes misteriosas que parecen conformar una sola telaraña de intriga,
avaricia y corrupción estatal proveniente de otro tiempo.
Al
plantear un pueblo tan fuertemente arraigado en el pasado, la novela no
deja, por ende, de poner de manifiesto las inconsistencias de la
modernidad. Si bien según Jameson la novela negra logra llevar a cabo
una cartografía del espacio moderno, Nunca enamores a un forastero
expone sus puntos débiles al recalcar las no-sincronías (4)
entre el espacio neoliberal de Santiago y el muy retrasado Punta
Arenas. Esta visión contrastiva y no-sincrónica de los dos lugares se
puede notar desde el primer capítulo. Heredia, al abordar el avión,
medita sobre la vida rápida y consumista de Santiago: “Me gusta su
gente dándose codazos en las calles, los gritos de los vendedores, el
esmog, los rostros desconocidos y, sobre todo, la posibilidad de beber
a solas, sin que nadie contabilice los tragos que consumo” (Díaz
Eterovic 1999: 7). Por contraste, Punta Arenas goza de cierta
virginidad geográfica, como si fuera de otra época: “El paisaje entraba
fácil por los ojos. El puerto, las construcciones céntricas, el mar que
parecía adormecido sobre un fondo celeste y puro. Punta Arenas parecía
un ciudad pequeña y hasta donde había observado, algunas de sus calles
estaban empedradas” (8). La constante yuxtaposición de estos dos
lugares a lo largo de la novela pone en cuestión tanto la eficacia como
la realidad de la modernidad, y, como veremos a continuación, aboga por
aquello que ésta suele suprimir --la memoria y el pasado.
Tomemos
un ejemplo del texto para concretar dicha teoría. Al describir Heredia
el despacho de Drago, el comisario de Punta Arenas, la carencia de la
modernidad se hace explícita:
Mientras esperaba el regreso del policía me dediqué a
observar la oficina. La modernidad, o sea eso que consiste en botar
cosas antiguas y colocar en el mismo sitio otras más pequeñas, caras y
frágiles, no había pasado por el lugar. Los escritorios necesitaban una
capa de pintura, la silla en la que Drago posaba su culo gordo
chirriaba como esposa en día de pago, y las paredes se perdían bajo una
colección de galvanos, diplomas y atrocidades similares de esas que se
dan a un hombre para decirle que se está poniendo viejo. (55-56)
El
despacho es un lugar aislado del movimiento progresista que es el neo
liberalismo y, como es de suponer, da pie a una crítica de la
modernidad, posicionándola como un mero fetiche consumista que procura borrar tanto los objetos de épocas
anteriores como el pasado mismo. Heredia parece sostener que la
modernidad, lejos de acarrear algún beneficio para la sociedad, no ofrece más que el
simulacro del progreso a la vez que renuncia el pasado.
Sin
embargo, tal afirmación conlleva cierta resonancia utópica ya que
plantea un espacio que ha resistido el movimiento vertiginoso de la
modernidad. El pasado está bien instalado en el despacho de Drago por
los escritorios que conservan su pintura original, oxidados sin duda, y
los galvanos y diplomas que remiten a sus propios actos de antaño. Este
espacio, un tanto conflictivo en términos temporales, proporciona la
posibilidad primero, de subvertir la modernidad, y segundo, de crear un
espacio de la memoria, el cual ha de encontrarse en estos sectores
no-sincrónicos. Tomando en cuenta las muchas comparaciones de parte de
Heredia entre el espacio moderno santiaguino y el no-tan-actualizado
Punta Arenas, bien se podría postular que la oficina de Drago funciona
como un microcosmos de éste último. Tal como el despacho constituye un
tipo de anacronismo, perdido en el pasado y sin haberse mantenido al
tanto del correr del tiempo, así Punta Arenas parece estar inserto en
un antaño lejano.
Siguiendo
por el mismo hilo de pensamiento, la presencia del estrecho de
Magallanes presenta la modernidad como el sueño de algo imposible que
nunca pudo llegar del todo. Tal estrecho habría podido traer la
abundancia mercantilista al pueblo, cosa que podría haber resultado en
un gran epicentro chileno, importantísimo para el movimiento del
capital global. Sin embargo, con la construcción del canal de Panamá,
estos sueños se esfuman. En su libro “The Strait of Magellan,” Michael
A Morris sostiene lo siguiente al respecto:
A decline in
shipping and more generally of the entire local economy occurred during
the second period [pos 1914]. The opening of the
La
novela indudablemente hace alusión a este mismo fracaso económico del
estrecho y así recalca el estado poco desarrollado del pueblo en
cuestión. Al llegar a la casa de Amelia Mollet, hermana de una de las
chicas asesinadas, Heredia puede divisar a lo lejos el estrecho de
Magallanes. Hace algunas observaciones interesantes al respecto: “La
casa de Amelia Mollet quedaba en el sector norte de la ciudad, frente a
un astillero en desuso donde sobrevivían algunos oxidados y
esqueléticos cascarones de barcos. Estaba ubicada sobre una colina
desde la cual se podía contemplar el estrecho de Magallanes” (81).
La
mención de los barcos abandonados al lado del estrecho no deja de
encubrir cierta dualidad semiótica: hace alusión al fracaso de Punta
Arenas en cuanto espacio moderno, a la vez que señala la persistencia
de un pasado del cual el pueblo no se puede desprender. De hecho, los
muchos pasados van acumulándose, entretejiéndose en este mismo espacio
atrofiado de la memoria. Si bien los barcos parecen remitir al pasado
antes del 1914 (la llamada época “dorada” de Magallanes que ostentaba
la promesa de la abundancia mercantilista) también apuntan a otro
pasado más reciente --la dictadura, cuya sombra no ha sido suprimida por el “milagro económico chileno” ya que
tal “milagro” no ha llegado a estas partes. A manera de ilustración,
los barcos remiten a la imagen de unos cuerpos podridos --“oxidados y
esqueléticos cascarones”-- que metaforizan los recuerdos violentos que
han resistido la represión y siguen atormentando y frustrando los
sueños progresistas del presente y futuro. Cabe reiterar también que
este “espacio para la memoria” tiene lugar precisamente en un sitio en
donde el fracaso de la modernidad es explícito.
Además
de ser Punta Arenas un pueblo que no se ha mantenido al tanto de los
desarrollos tecnológicos recientes, pone de relieve, la elasticidad del
tiempo mismo en cuanto variante del capitalismo, cosa que también
repercute en la memoria. El tiempo, tal como lo concibe Moishe Postone,
está sujeto a los caprichos del mercado y así puede acelerarse o
alentarse según varíen los niveles productivos (5).
Como espacio poco moderno y así poco productivo, Punta Arenas pondría
de manifiesto un cambio notable en la velocidad misma del tiempo. De
ahí la aseveración de Heredia de que al llegar al pueblo parecía que
“el tiempo se había detenido” (39). Heredia concibe este cambio
temporal sobre todo como un fenómeno espacial ya que se percibe en el
acto mismo de viajar: “todo viaje es una irrealidad, un tiempo
suspendido entre dos puntos que apenas se intuyen.” La suspensión del
tiempo en el viaje connota una brecha en el continuo temporal, poniendo
así de manifiesto una cierta discrepancia entre Punta Arenas y
Santiago. A través de un viaje que mapea esta no-sincronía se advierte
que el tiempo se vuelve maleable, sometiéndose a los particulares de su
entorno espacial y provocando una especie de ruptura con el movimiento lineal y progresista de la economía
neoliberal.
Por
lo tanto, Punta Arenas sigue siendo un espacio fuertemente anclado en
el pasado y así, obligado a lidiar con las pulsaciones mercantilistas
que lo quieren arrastrar hacia un futuro “moderno” y “prometedor.” A
modo de ejemplo, la joyería “La Perla” conserva cierto aire del siglo
diecinueve: “El lugar parecía sacado del siglo pasado o de una novela
de Dickens” (77). Tal recinto no está en concordancia con otros
sectores del pueblo que se empeñan en introducir una influencia
neoliberal en el pueblo, como, por ejemplo, la boutique de Raquel
Ahumadas que intenta guardar alguna relación económica con el mundo
cosmopolita: “el negocio era producto de un concurso de belleza que la
mujer había ganado años atrás y que daba sus frutos a fuerza de empeño
y continuos viajes a Santiago o Buenos Aires para adquirir las
novedades de cada temporada” (71).
Como
está fuera de sincronización, tanto con los centros urbanos dominantes
como consigo mismo, Punta Arenas funciona como un lugar encantado y
conflictivo que conserva las trazas de tiempos anteriores: “lo vivido
[allí] era un sueño de los muchos que me asediaban con imágenes
del pasado” (39) (mi énfasis). Como tal, el pueblo atrofiado sirve como una especie
de pantalla sobre la cual Heredia proyecta sus memorias, muchas de las
cuales remiten a la primera novela de la serie, La Ciudad está
triste, la cual trata las víctimas de la violencia dictatorial. El
pueblo parece ser un lugar poblado por fantasmas, y el juego constante
entre pasado y presente crea un espacio de memoria que mantiene cierta
necesidad ética para con aquellas víctimas de la violencia política.
Por ejemplo, justo después de hacer la susodicha observación con
respecto al tiempo parado, Heredia hace alusión al recuerdo de ciertas
personas “ausentes,” refiriéndose sin duda a los “desaparecidos”: “Las
ausencias me pesaban como una carga inútil que me había obligado a
llevar desde aquella época que algunos pretendían borrar” (39). Es de
notar que el peso de una memoria vaga, inconclusa, e inquietante,
parece surgir del entorno mismo, o más bien de una dialéctica entre
Heredia y el espacio de Punta Arenas a través de sus largas caminatas:
Algunos nombres se repetían con una sensación de camisa
gastada que no se desea abandonar. Caminaba con ellos y a
veces, brevemente, conseguía dejarlos atrás, quietos, sujetos a una
realidad que ya no existía. Pero no siempre era así, y la roñosa
nostalgia me tiraba de las mechas haciéndome buscar lo inexistente.
(39)(mi énfasis)
Si
antes de aterrizar en Punta Arenas Heredia conservaba una cierta
nostalgia por el pueblo de su niñez, tal nostalgia se esfuma
rápidamente, dejando en su lugar recuerdos fantasmales que sí connotan
un pasado, pero uno distinto al recuerdo anticipado: “nada a mi
alrededor adquiría el encanto de las viejas ilusiones” (39). Su
estancia en Punta Arenas lo arroja al pasado, pero a uno poco
nostálgico y así poco agradable que le lleva a una especie de trabajo
de duelo por las víctimas de la dictadura. No es casual que, hablando
con el boxeador argentino sobre sus respectivas culpabilidades, Heredia
piense en Marcela Rojas, una de las víctimas de La Ciudad está
triste: “Pensé en una muchacha que se llamaba Marcela Rojas y en un
par de matones que la habían asesinado en la época en que Santiago era
una ciudad triste. Era una historia del pasado y esos hombres ya no
podían contarla” (184).
Al
llegar a este punto conviene añadir que, aunque la novela no hace
mención explícita de ello, Punta Arenas tiene su propia historia
relacionada con la violencia bajo Pinochet. De hecho, uno de los pocos
lugares de la memoria que conserva Chile de la dictadura, “El Palacio
de las sonrisas,” se encuentra justamente allí. Este lugar, que antes
del golpe de estado se conocía como el hospital naval antiguo, funcionó
desde entonces como el centro de detención y tortura principal para
Punta Arenas y las regiones circundantes. Se estima que allí hubo entre
1.200 y 1.500 detenidos que fueron interrogados y torturados (6). La conservación de un lugar como “El Palacio
de las sonrisas” no es para menos, ya que según Michael Lazzara la
tendencia en el Chile democrático ha sido la de blanquear tales
lugares, en vez de mantenerlos como monumentos históricos para la
memoria colectiva. Curiosamente, el estudio de Lazzara gira en torno a
los sitios santiaguinos --los lugares clandestinos de detención y
tortura-- que han sido olvidados, según asevera, a causa de los
impulsos neoliberales del Chile moderno:
Efectivamente, hoy es difícil mapear los vestigios de la
violencia política en el actual espacio urbano y modernizado y
neoliberal de la capital chilena. Un visitante, de hecho, tendría
serias dificultades para identificar lugares específicos de la
represión, puesto que muy pocos de estos han sido oficialmente
señalizados o transformados en sitios conmemorativos. (Lazzara 2007:
201)
Tomando
en cuenta el que Punta Arenas bien se puede entender, según la novela,
como un pueblo algo alejado del impulso neoliberal del gran epicentro
santiaguino, se puede esbozar cierta conexión entre su estado atrasado
y la conservación de un monumento de la violencia dictatorial. Sin
embargo, como el estudio presente es, a fin de cuentas, un estudio
literario, no es mi deseo alegar que la conservación del “Palacio de
las sonrisas” se deba tan sólo a la falta
de modernidad en Punta Arenas. Si esa fuera mi intención, caería sin
duda en el reduccionismo, pasando por alto un sinfín de factores que habrían posibilitado la supervivencia
de dicho lugar. Sin embargo, la conexión entre un pueblo un tanto
retrasado y su conservación de un lugar de la memoria concreto no es
casual. Refuerza una lectura de la novela en cuanto cartografía de las
fallas del espacio moderno y las persistencias de los lugares de la
memoria.
Al
usar aquí el término “lugares de la memoria,” me refiero a aquellos
lugares, como en el estudio de Lazzara, que monumentalizan ciertos
momentos violentos del pasado que no se deben olvidar. Dicho término es
distinto al que he acuñado a lo largo de este trabajo para Punta Arenas
como “espacio de memoria.” Éste último lo he usado para un espacio que
surge de las inconsistencias de la modernidad, a diferencia de un sitio
específico en donde se ha llevado a cabo un acto atroz concreto. Sin
embargo, los dos conceptos sí pueden convergir; de hecho, en este
estudio el uno refuerza al otro. Si bien la pugna espacial entre
modernidad y memoria constituye una idea literaria-cultural con la cual
Eterovic señala un lugar anacrónico, poblado por fantasmas, tal
proyecto se ve reforzado por la realidad histórica de que sí hubo
tortura y más de mil detenidos en Punta Arenas. El “Palacio de las
sonrisas” da testimonio de ello diariamente y conforma, por lo tanto,
un pequeño recinto de resistencia frente al impulso modernizador
--razón suficiente para escribir una novela que presenta el pueblo como
espacio atrofiado, y por lo tanto, altamente cargado de memoria.
Tomando
en cuenta lo sostenido hasta ahora, podemos aventurar una hipótesis
concerniente a la novela negra de Eterovic y los papeles que juegan el
espacio, la modernidad, la memoria y la figura del detective. Para
empezar, el espacio sí importa, hasta jugar un papel protagónico en sus
novelas. En este contexto, el detective se reduce a un mero cronista (7) de una dinámica capitalista que,
inadvertidamente, ha puesto de manifiesto sus propias debilidades. El
que Punta Arenas sea un sitio de resistencia frente al movimiento
progresista del capitalismo no quiere decir que sea algo ajeno al
sistema. Es decir, el estado algo atrasado del pueblo, según la novela,
no es el resultado de haber sido siempre un refugio utópico del
capitalismo --un lugar que ha resistido los impulsos deshumanizantes
del mercado. Por el contrario, su fracaso como pueblo “moderno” se debe
al movimiento desequilibrado del capitalismo mismo. Si bien según
Jameson el desarrollo del capitalismo siempre será algo desparejo, como
consecuencia, no faltarán recintos que no se mantengan al tanto del
movimiento vertiginoso capitalista. De esta forma, el sistema genera
sus propias aporías que ponen en duda su propio proyecto modernizador.
Entendido así, el estado atrasado de Punta Arenas es el resultado
directo del capitalismo, y así pone de relieve sus contradicciones y
otras consecuencias no tan ideales.
Como
conclusión, quisiera plantear que la posibilidad por la memoria estriba
en estas contradicciones del capitalismo. Si Avelar afirma que los
modelos neoliberales implementados en el cono sur tenían como objetivo
el borramiento del pasado, su propio desarrollo disparejo, de hecho,
asegura su conservación. Irónicamente, la memoria viene siendo algo
endémico al capitalismo; el sistema no puede sino reproducir recintos
atrasados que conservan vestigios del pasado y así la posibilidad por
el recuerdo. Nunca enamores a un forastero plantea una modernidad altamente contradictoria, que, paradójicamente, acaba produciendo su propia
antítesis: un espacio de memoria.
Notas
(1).
Según Brian Loveman, la
dictadura toma sobre sí el proyecto muy extensivo de la modernización
nacional: “From 1973 until 1990 the military regime and its civilian
advisers and ministers intensified the exploitation of natural
resources and the conquest of internal frontiers. New roads penetrated virgin forests and the
southern wilderness. Modern energy and communication networks crossed
the deserts, the
(2). Elizabeth Jelin explica más a fondo este fenómeno:
“En verdad, los procesos de democratización que suceden a los regímenes
dictatoriales militares no son sencillos ni fáciles. Una vez instalados
los mecanismos democráticos en el nivel de procedimientos formales, el
desafío se traslada a su desarrollo y profundización. Las
confrontaciones comienzan a darse entonces con relación al contenido de
la democracia. Los países de la región enfrentan enormes dificultades
en todos los campos: la vigencia de los derechos económicos y sociales
es crecientemente restringida por el apego al mercado y a programas
políticos de corte neo liberal; la violencia policial es permanente,
sistemática y reiterativa; los derechos civiles más elementales están
amenazados cotidianamente; las minorías enfrentan discriminaciones
institucionales sistemáticas. Obstáculos de todo tipo para la real
vigencia de un ‘Estado de derecho’ están a la vista. Esto plantea la
pregunta sobre cuales son las continuidades y las rupturas que han
ocurrido entre los regímenes dictatoriales y los frágiles, incipientes
e incompletos regímenes constitucionales que los sucedieron en términos
de la vida cotidiana de distintos grupos sociales y en términos de las
luchas sociales y políticas que se desenvuelven en el presente” (Jelin
2001: 4).
(3). En
este sentido, los susodichos “puntos débiles” de la modernidad se
pueden comenzar a entrever a través de estas mismas
“no-sincronicidades” espaciales que también sirven como punto de
partida de una crítica del capitalismo o una visión utópica. Según Joel Reed, “Jameson’s own utopian
strain resides here in the sense that if there is a priority implied in
uneven or nonsyncronous development, radical second and third world
texts not only best map the present situation but also point to the way
out” (Reed 1996: 39).
(4). Según Joel Reed, la llamada
“no-sincronicidad” es clave para la teoría de Jameson. La totalidad del
capitalismo se puede comenzar a entrever a través del concepto del
“uneven develeopment,” cosa que se pone de manifiesto a través de las
“no-sincronicidades” espaciales del capitalismo. Según Reed, “Cultural developments also
proceed unevenly, though despite the teleological implications of
‘development’ Jameson grants no special privileges or aesthetic
priority to the first world. In aesthetic production Jameson finds
“cognitive maps” of the world situation…By combining the perspectives
from a wide range of the world’s cultures, he achieves a larger sense
of the totality of the world system than would otherwise be available”
(Reed 1996: 39). Según Jameson, textos provenientes del “tercer mundo,”
al poner de relieve una no-sincronicidad muy concreta, logran mapear el
desarrollo espacial de la modernidad/posmodernidad: “Jameson’s own
utopian strain resides here in the sense that if there is a priority
implied in uneven or nonsyncronous development, radical second and
third world texts not only best map the present situation but also
point to the way out” (39). Para los propósitos de este studio, Punta Arenas muy bien
puede ser indicio de un tipo de “tercer mundo.” Es mi intención, con el
trabajo presente, mostrar que estas no-sincronicidades en el
capitalismo/modernidad también pueden funcionar como espacios de
memoria, ya que la memoria y el pasado son justamente lo que un
desarrollo más consistente procuraría borrar.
(5).
Moishe Postone sostiene que la velocidad del tiempo, como algo social,
depende de la producción: “Because each new level of productivity is
redetermined as a new base level, this new dynamic tends to become
ongoing and is marked by ever increasing levels of productivity.
Considered temporally, this intrinsic dynamic of capital, with its
treadmill pattern, entails an ongoing directional movement of time, a
‘flow of history.’ In other words, the mode of concrete time we are
examining can be considered historical time, as constituted in
capitalist society” (Postone 1993: 293). Concerniente al “tiempo
histórico,” dice lo siguiente: “Historical time, in this
interpretation, is not an abstract continuum within which events take
place and whose flow is apparently independent of human activity;
rather it is the movement of time as opposed to the movement in
time” (294).
(6). Para
una descripción mas completa del lugar mismo y su historia, vea la
pagina web dedicada al “antiguo hospital naval” que se encuentra en el
sitio web “Memoria Viva” del Proyecto Internacional de Derechos Humanos.
(7). Esto es a diferencia de otras
lecturas de la serie Heredia que ven al detective como una figura en
pugna con el neoliberalismo amnésico a su alrededor: Guillermo García
Corales posiciona a Heredia como un agente de resistencia frente al
neoliberalismo capitalista: “la filosofía
del acto ético se vitaliza a través de las formas en que el sujeto
percibe el mundo en relación con el otro para alcanzar espacios de
liberación y dignidad tanto personales como colectivos, que lo
distancien de la cosificación mercantil y otras formas de deterioro
humano” (García Corales: no
pagination).
Obras Citadas
Avelar, Idelber (1999): The Untimely Present: Postdictatorial Latin
American Fiction and the
Díaz Eterovic, Ramón
(1987): La Ciudad está triste. Lom, Santiago.
---(1999): Nunca
enamores a un forastero.La Calabaza del Diablo, Santiago.
García-Coral, Guillermo: “Las
crónicas de Heredia sobre el Chile actual en las novelas
Jameson, Fredric (1993): “The
Synoptic
Jelin, Elizabeth (2001): Los Trabajos de la Memoria. Siglo
Veintiuno de España
Lazzara, Michael (2007): Prismas de la memoria: narración y trauma
en la transición chilena.
Loveman, Brian (2001):
Memoria Viva. Proyecto Internacional de Derechos Humanos. http://www.memoriaviva.com/Centros/12Region/antiguo_hospital_naval.htm 17 Agosto, 2009.
Morris, Michael (1989): The
Postone, Moishe (1993): Time, Labor, and Social Domination.
Reed, Joel (1996): “Nationalisms in a Global Economy,” Reading the
Shape of the World. Ed. Henry Schwartz and Richard Dienst.
Westview Press,