Constructivismo y redes socials multiculturales en Cosmofobia

y Lo verdadero es un momento de lo falso de Lucía Etxebarria

 

Luis I. Prádanos

Westminster College


Las últimas décadas han supuesto la popularización y difusión general de algunas nociones derivadas de varias teorías epistemológicas interdisciplinares basadas en perspectivas relacionales y constructivistas, como pueden ser la teoría de redes y la de sistemas. Esto se debe a varios factores. Por un lado, la globalización ha intensificado la interdependencia e interconexión entre múltiples actores, al tiempo que la expansión de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han hecho visibles (y en ocasiones posibilitado) dichas conexiones. Por otro lado, algunos efectos negativos de la globalización económica neoliberal y asimétrica, como la inmigración masiva, la crisis financiera y ecológica o el terrorismo internacional, se van haciendo cada vez más visibles ya sea por que afecten directamente o por que adquieran mayor relevancia mediática. Estos efectos, obviamente, hacen pensar en la interdependencia y fragilidad del sistema a escala planetaria, lo cual enfatiza la importancia del concepto de sociedad global interconectada que multiplica los riesgos de catástrofe al aumentar la densidad de sus relaciones (por lo que Ulrich Beck la denominará “la sociedad del riesgo”). En el caso específico de España este fenómeno se da de modo más condensado que en otros países europeos debido a su “globalización tardía y parcial” (Noya at al. 53).

Estos aspectos no van a pasar desapercibidos en las manifestaciones culturales que pretendan representar la contemporaneidad. De hecho, la novela española de los últimos 10 años—sobre todo entre los autores más jóvenes—no ha dejado de experimentar con estructuras en forma de red donde se enfatiza la importancia de las relaciones e interconexiones a varios niveles. Este tipo de novelas fuerzan al lector a prestar atención al modo en que la posición del individuo en la red y el sistema de relaciones en que se inscribe se afectan mutuamente, es decir, que las conexiones moldean al individuo al tiempo que éste transforma la red al interaccionar con ella. El presente ensayo explora la representación de estas redes sociales en dos novelas de Lucía Etxebarria publicadas en 2007 y 2010 respectivamente. Con este fin se explicará, en primer lugar, la importancia del constructivismo epistemológico y el auge de la teoría de redes y sistemas en el contexto actual. Acto seguido se comentarán las novelas de Etxebarria a la luz de las teorías mencionadas, al tiempo que se contrastarán con la realidad social de la España contemporánea que ambas pretenden reflejar.    

Durante el siglo XX, en especial a partir de la segunda mitad, el concepto de red va cobrando gran relevancia en el mundo académico y la atención se desplaza del estudio de los objetos o individuos al de sus relaciones. El pensamiento sistémico supone una nueva manera de pensar


en términos de conectividad, relaciones y contexto. Según la visión sistémica, las propiedades esenciales de un organismo o sistema viviente, son propiedades del todo que ninguna de las partes posee. Emergen de las interacciones y relaciones entre las partes. Estas propiedades son destruidas cuando el sistema es diseccionado, ya sea física o teóricamente, en elementos aislados. Si bien podemos discernir partes individuales en todo sistema, estas partes no están aisladas y la naturaleza del conjunto es siempre distinta de la mera suma de sus partes. (Capra 48)

 

Todo esto tiene gran cantidad de implicaciones que obligan a repensar la manera en la que describimos la realidad, pues la interdependencia de los fenómenos por la que aboga el pensamiento sistémico modifica considerablemente la percepción de la naturaleza y nuestra relación con ella. “La naturaleza es percibida como una red interconectada de relaciones, en la que la identificación de patrones específicos como ‘objetos’ depende del observador humano y del proceso de conocimiento” (60). El pensamiento sistémico, por tanto, desafía algunos conceptos muy arraigados en la ciencia positivista, como linealidad o causalidad, pues “[l]a primera y más obvia propiedad de cualquier red es su no-linealidad, va en todas direcciones” (100).

La teoría de sistemas es una teoría de la totalidad y, por ende, esencialmente interdisciplinaria. Integra conceptos de varios campos como la biología, la cibernética o el cálculo, por citar algunos. En 1969 aparece el libro seminal de Ludwig von Bertalanffy, General System Theory, que presenta la evolución de la teoría de sistemas y sus aplicaciones en diferentes campos del saber como la biología, la psicología o las matemáticas. Para Bertalanffy la teoría de sistemas representa una filosofía perspectivista y constructivista, pues toda percepción de la realidad no es sino una construcción emergente fruto de la interacción entre sistema observador y entorno observado. Según Bertalanffy: “the same object is something quite different if envisaged from different viewpoints” (236).


Furthermore, perception is not a reflection of “real things” (whatever their metaphysical status), and knowledge not a simple approximation to “truth” or “reality.” It is an interaction between knower and known, this dependent on a multiplicity of factors of a biological, psychological, cultural, linguistic, etc., nature. (xxii)

 

No existe, por ende, un observador independiente de la realidad observada, sino que durante el proceso de observación el sistema observador se transforma al mismo tiempo que transforma lo observado. Por ello, en la teoría de sistemas el concepto de observación cobra especial relevancia. El observador debe seleccionar qué observar, tiene que decidir qué estímulos de su entorno ignorar y con cuáles interaccionar para crear sentido. Es decir, que no existen objetos separados del proceso de observación que los define, ni existe un yo independiente capaz de conocer una realidad objetiva y distinta de sí mismo (Capra 304). “Para superar esta ansiedad cartesiana, necesitamos pensar sistémicamente, desplazando nuestra atención conceptual de los objetos a las relaciones. Sólo entonces podremos comprender que identidad, individualidad y autonomía no significan separatividad e independencia” (304).

Si, como se acaba de mencionar, los procesos cognitivos contribuyen a construir y dotar de sentido la experiencia del observador que interacciona con lo observado, pero no reflejan una realidad ontológica en sí, entonces la noción de “el otro” también es una construcción, pues en la interacción con “el otro” construimos y somos construidos en un proceso de co-construcción.(1) En resumen, no parece tener sentido separar al observador de lo observado, al sistema de su entorno, o a los actores sociales de las redes en que emergen. Por ese motivo en los últimos años surgen nuevas terminologías y metodologías más adecuadas para definir esta integración y poder estudiar el mundo social desde dichas premisas no dicotómicas. Así, la neurociencia social, por ejemplo, “has become a hot scientific topic for the twenty-first century” (Goleman 10). En el ámbito sociológico Bruno Latour aboga por “the Actor-Network Theory,” con el fin de considerar “at once the actor and the network in which it is embedded” (169). Manuel Castells, a su vez, propone un término, que ha tenido gran acogida, para definir la nueva sociedad global interconectada del siglo XXI: the Global Network Society. Se podrían mencionar otras muchas teorías posthumanistas, ecocríticas o de cualquier otra índole, que enfatizan no ya sólo las redes sociales humanas, sino la amalgama de objetos, tecnología y seres vivos no humanos que forman el sistema del que depende y en el cual se inscribe toda red social (Niklas Luhmann ya a finales de los años 70 comienza a teorizar sobre los sistemas sociales). Si bien estas teorías académicas no suelen llegar al gran público en toda su complejidad, si que llegan de forma más digerida a través de los libros y programas de divulgación científica que en España han adquirido gran popularidad durante estos primeros años del siglo XXI (hasta el punto de considerarse un verdadero “boom” editorial). Además, ya se ha mencionado que la noción de interconectividad va cuajando cada vez más en una sociedad global y digital. “Al igual que los científicos se interesan por la belleza subyacente y por el poder clarificador de las redes, es cada vez más frecuente que el hombre de la calle piense en ellas. Esto parece deberse a que ahora tiene la posibilidad de conectarse a Internet desde su casa, lo cual da a todos una idea de la forma en que pueden estar interconectadas un buen número de cosas” (Christakis y Fowler 13).

La sociedad contemporánea se está transformando con la globalización, la digitalización y las nuevas tecnologías. Al modificarse la sociedad se modifica también la manera de narrativizar y dotar de sentido a dicha sociedad. Frank Biocca afirma que la tecnología juega un papel importante en la experiencia narrativa: “Significant changes in technology have altered the sensory experience and representational codes that structure narratives” (98). En palabras de Marie-Laure Ryan refiriéndose a la manera en que “The Expansionist Approach” concibe el concepto de narrativa: “this approach regards narrative as a mutable concept that differs from culture to culture and evolves through history, crucially affected by technological innovations” (xv). Las nuevas narrativas, entonces, cambian para adaptarse a los nuevos tiempos y sus nuevos paradigmas: cada vez parece haber menos dudas de que la comunicación no es lineal, sino sistémica, y el concepto de causalidad va perdiendo peso en favor del concepto de red privilegiado por las nuevas tecnologías. Por ello no es de extrañar que la narrativa de los últimos años que pretende representar la contemporaneidad sea predominantemente una “narrativa sistémica” en forma de red.

Desarrollé el término “narrativa sistémica” en ensayos anteriores para referirme a la narrativa en forma de red de los últimos años que emerge en estrecha relación con las nuevas tecnologías y la globalización y, de este modo, distinguirla del multiperspectivismo anterior a los años 90. Este último enfatizaba la fragmentación radical mientras que la narrativa sistémica remarca la interconectividad. Las narrativas sistémicas suelen tener—además del estar formadas por la interacción de varios “yoes sistémicos” interconectados—muchos otros rasgos comunes: contar con personajes multiculturales con voz propia, servirse de grandes centros urbanos cosmopolitas como escenario debido a que es en las grandes urbes donde se pueden percibir mejor los efectos de la globalización (concepto de ciudad global: en las dos novelas a estudiar dicha ciudad es Madrid), representar las interacciones múltiples entre sus personajes, y mostrar el uso que estos hacen de internet y otras nuevas tecnologías. La estructura de este tipo de narrativas en red imita modelos hipertextuales ya que rompe constantemente con la linealidad de la narración al descentralizarla debido a la alteración múltiple de la focalización en muchos personajes. También se caracteriza por formar una red de observaciones cambiantes que posibilitan lo que en teoría de sistemas se denomina “observación de segundo orden”: un sistema que observa a otro sistema que está observando.

La multiculturalidad tan recurrente en las nuevas narrativas se entiende con mayor facilidad—además de por la reconfiguración de las grandes ciudades y por los efectos de la inmigración y el turismo global—si consideramos que los nuevos medios de comunicación, al hacerse transnacionales, ya no sirven para reforzar discursos e identidades nacionales, sino todo lo contrario: “The new conceptual space formed by the cosmopolitan outlook can help us step outside the nation-centric discourse that can no longer account for the cultural experiences created by transnational media” (Chalaby 3). Por otro lado, en el caso de España, el paso acelerado de ser el sur pobre de Europa a convertirse en un miembro activo del neocapitalismo occidental no deja de albergar contradicciones con respecto al concepto de lo marginal. España pasa, en otras palabras, de ser el margen a ser parte del centro, por lo que emergen otros márgenes con respecto al nuevo centro. Esto se ve claramente en el caso de la inmigración. En palabras de Helen Graham y Antonio Sánchez: “Spain’s shift from Europe’s margins to its mainstream means the assimilation of a certain Eurocentrism and participation in constructing its ‘new others’; that is, new marginalized groups” (417). Uno de estos nuevos grupos marginales o “nuevos otros” son sin duda los inmigrantes. España, al pasar de la periferia al centro de Europa genera nuevas periferias que en este caso coinciden con los límites de la Unión Europea. Las novelas a analizar deconstruyen esta construcción jerárquica de centros y periferias al mostrar, mediante la observación de segundo orden, que dicha distinción no es más que el fruto de una observación y no una realidad estable. La noción de centro (tanto para Derrida como para Luhmann) es una función epistemológica más que una realidad ontológica. Así, del mismo modo que un sistema es tal sólo en relación a un entorno y puede ser a su vez él mismo entorno en relación a otros sistemas, cada centro puede ser periférico en relación a otros centros. Esta noción coincide con lo que Deleuze y Guattari denominan plateau, es decir, “any multiplicity connected to other multiplicities…” donde “each plateau can be read starting anywhere and can be related to any other plateau” (22). 

Para observar este cambio en la manera de narrativizar y su relación con la noción de red social multicultural se comentarán dos novelas de Lucía Etxebarría que ejemplificarán muy bien lo mencionado anteriormente: Cosmofobia (2007) y Lo verdadero es un momento de lo falso (2010).

Desde que Lucía Etxebarria (Valencia, 1966) comenzó su polémica carrera literaria a mediados de los noventa, ha publicado más de una docena de libros. Uno de los aspectos más criticados es el coqueteo descarado de la escritora con el mercado: “Etxebarria, more than any other writer of her generation, embodies the contradiction between the purportedly progressive, ‘feminist’ agenda advanced by her literary works, and her strategies of self-commodification that permit her to market her works to a mass audience” (Tsuchiya 245). Varias voces críticas acusan a Etxebarria de presentar personajes femeninos extremadamente obsesionados con la sexualidad. “Above all, by appearing to revel in her characters’ obsession with the sexual act as an end in itself, Etxebarria appears to subscribe, in a rather unreflective way, to the liberationist assumption that ‘more [sex] is better.’ Such an approach to sexuality might be understandable in the immediate aftermath of an epoch of extreme sexual repression” (249), pero es en cambio muy cuestionable su utilidad tres décadas después de la muerte de Franco (249).

Muchas de las novelas de Etxebarria tienen muchos rasgos en común con la novelística de la llamada “Generación X,” pues como indica Catherine Bourland Ross: “In Amor, curiosidad, Prozac y dudas, she approaches topics such as workplace Generation X dissatisfaction, violence, drug use and drug abuse, and sexuality” (161). Además de dichos elementos, que en mayor o menor medida no dejan de estar presentes en toda su novelística, la escritora incluye otros como el retratar la más rabiosa actualidad dando gran visibilidad a la cultura pop y a la tecnología (154). A pesar de que Etxebarria es uno de los nombres que siempre se mencionan al hablar de la “Generación X,” la presente investigación prefiere no entrar en clasificaciones y etiquetas que más allá de su finalidad heurística no hacen sino estrechar las miras críticas. Robert Spires, en su artículo “Depolarization and the New Spanish Fiction at the Millennium,” afirma que “the labelgeneration’ has a polarizing effect of all-inclusiveness or all-exclusiveness that works against the depolarization episteme of post-Franco Spain” (486) y aboga por la necesidad de aportaciones críticas más acordes con la realidad en que se inscriben las obras a tratar.   

Varios estudios han señalado la dificultad de delinear parámetros comunes claros que unifiquen la narrativa española de los últimos años, pues “la sociedad española se ha vuelto más plural, diversa y dinámica, y de esa complejidad es una buena muestra la novelística de la última década” (López-Quiñones 37). Pero precisamente esa pluralidad se debe a que, de algún modo, España ha abandonado su tradicional aislamiento y ha pasado a formar parte de un sistema democrático y capitalista “integrado en los circuitos políticos de Occidente” (37). Antonio Gómez López-Quiñones distingue aquí una situación hasta cierto punto paradójica: “la cultura española contemporánea se distingue por una pluralidad multifacética y caleidoscópica, pero dicha pluralidad constituye el signo de una normalización y de una pérdida, la pérdida de la diferencia idiosincrática” (39). Es decir, que la pluralidad narrativa es algo común a prácticamente todas las narrativas occidentales debido a que comparten un marco social, político y económico similar. De hecho, lo que aquí se denomina “narrativa sistémica” es un fenómeno que parece común a muchas de las literaturas de otros países tecnológicamente avanzados donde la globalización se hace palpable: equivaldría a una globalización de la novela española que cada vez incluye más temas de alcance o interés global y no meramente nacional. Lo que no significa que no existan ciertas peculiaridades. Por ejemplo, España presenta un nivel de globalización débil y pasiva en comparación con los países del norte de Europa, y su cosmopolitismo social es bajo excepto en los universitarios o las nuevas clases medias (Noya at al. 446).

No nos vamos a detener más en los aspectos recurrentes de la novelística de Etxebarria que ya han sido muy discutidos por la crítica y que no son de mayor relevancia para los fines del presente estudio: examinar la representación de la contemporaneidad mediante el uso de narraciones en forma de red en las dos últimas novelas de Etxebarria. Valga mencionar que si bien varias novelas de la escritora se componen a partir de cierta coralidad en torno a varias voces de mujer (Amor, curiosidad, Prozac y dudas o Beatriz y los cuerpos celestes), es en Cosmofobia donde más voces (y más diversas) encontramos. Cosmofobia es una narración sistémica donde más de un centenar de personajes de muchas nacionalidades diferentes interactúan entre ellos en la ciudad de Madrid (específicamente el barrio de Lavapiés). La estructura es la siguiente: algunos de estos personajes toman la antorcha de la focalización o la responsabilidad de la narración en un capítulo, para permanecer en la sombra o aparecer como personajes secundarios en otros. En muchas ocasiones el narratario resulta ser la escritora ficcionalizada, Lucía Etxebarria, que está entrevistando a muchas de las personas del barrio de Lavapiés en torno a un Centro Social. Uno de los personajes comenta lo siguiente: “Verá usted, yo creo que para su libro yo no le voy a servir de nada. Porque usted está escribiendo un libro sobre el barrio, ¿no?” (130). En otras ocasiones la propia Etxebarría pasa a ser la narradora: “Mi entonces novio nos presentó: --Aquí, Lucía Etxebarria; aquí, Alfredo Álvarez Plágaro” (343). Es una narradora que no pretende ser fiable, ya que reconoce explícitamente el constructivismo de cualquier narración, puesto que “todas las historias se nutren de lo que creemos recordar más que de los hechos en sí” (10). En las entrevistas los personajes hablan de sí mismos y de otros personajes que en otra entrevista hablarán a su vez de los primeros, con lo que casi todos los personajes son a su vez narradores y personajes narrados, observadores y observados, focalizadores y focalizados.   

Debido a dicho multiperspectivismo, la dicotomía entre sujeto y objeto se hace irrelevante ya que un observador en un capítulo puede ser el objeto observado en el siguiente. Esto se nota muy bien en Cosmofobia, donde un personaje narra y observa a otros en un pasaje y, en el siguiente, es observado por otro personaje. Los personajes se evalúan unos a otros a la luz de baremos completamente diferentes. En palabras de Joseph Francese en relación al multiperspectivismo postmoderno, “[w]hen the subject sees itself being seen by what is other, the panoptic perspective of a polycentric reality is valorized” (109). Debido a la abundancia de narradores y focalizadores, el lector no es capaz de construir un modelo situacional lineal de la historia, sino un modelo fluctuante que necesita ser constantemente actualizado y modificado mediante la yuxtaposición de las diferentes focalizaciones. Uno de los muchos ejemplos que se encuentran en la novela es el siguiente: Héctor, director de cine y personaje focalizador, habla de su segunda ex-mujer, Leonor, una actriz. El cree que ella le engañó quedándose embarazada sin consultarle al dejar de tomar la píldora, pues afirma que “ella consiguió lo que quería” (247). Pero en otro capítulo Leonor es la narradora que es entrevistada y cuenta que: “una mañana descubrí que había engordado dos kilos. Me dio un ataque de rabia, y en un arrebato, ya sabes lo superimpulsiva que soy, cielo, tiré la caja de píldoras a la basura, porque sabía que las pastillas provocan retención de líquidos entre otros mil efectos secundarios” (256). Y más adelante declara: “Lo curioso es que acabamos teniendo un hijo cuando yo ni siquiera lo quería ya” (257). Aquí queda claro cómo cada observación usa distinciones diferentes y el lector, a la manera del perspectivismo orteguiano, construye una versión más completa de los eventos al yuxtaponer todas las observaciones que se le brindan.

Esta novela es, entonces, una narración sistémica generada a partir de la interacción entre sus yoes sistémicos y cuenta con una estructura de carácter hipertextual que rompe constantemente la unidireccionalidad de la narración al alternar constantemente la focalización. (2)#2 Esta narración sistémica genera una multiplicación del centro narrativo produciendo, por un lado, una gran cantidad de historias disnarrated  (Gerald Prince llama “the disnarrated” a la historia que se sugiere y nunca se desarrolla, es decir, a la posibilidad planteada en la narración que nunca será actualizada en dicha narración) y, por el otro, algunos eventos que son narrados varias veces desde diferentes puntos de vista, como el ejemplo del párrafo anterior. Pero obviamente esta multiplicación exponencial no se puede llevar hasta el infinito—al menos en un medio no digital—por lo que muchas historias se sugieren pero no se desarrollan y no vuelven a aparecer nunca más, mientras que otras serán privilegiadas o recuperadas por alguno de los muchos narradores o focalizadores. Un ejemplo de pasaje disnarrated explícito se encuentra en uno de los fragmentos narrados por Etxebarria al referirse a un ex-novio suyo: “Este proyecto de artista acabó alcoholizado, como tantos, y me lo encuentro, de cuando en cuando, en algún bar de mala reputación, pero su historia no va a aparecer en esta novela, como tampoco lo hará la de Álvarez del Manzano” (342). Otras muchas veces los fragmentos disnarrated no aparecen tan explícitamente, simplemente se menciona de pasada la historia de un personaje que no proliferará al no ser observada o narrada nuevamente por ningún otro personaje.

Del mismo modo que en otras muchas obras corales de los últimos años, los inmigrantes en Cosmofobia también tienen voz propia debido a que son en ocasiones narradores y focalizadores y no solamente entes focalizados y observados. Es decir, que no se les niega la subjetividad ficcional. Por ello, algunos aspectos que se suelen simplificar en extremo, como la percepción monolítica que algunos españoles puedan tener del fenómeno de la inmigración, se exponen en toda su complejidad al presentar a inmigrantes de muchas nacionalidades y culturas diferentes. Además, también se aprecia cómo cada uno de estos personajes tiene una historia que está interconectada con otras muchas historias y está inmerso en una gran red de circunstancias y relaciones que le afecta y a la que afecta de igual modo. En otras palabras, las narraciones sistémicas resaltan y ponen de relieve que los yoes sistémicos sólo cobran sentido en relación a un entorno. Mohamed Abrighach ya había notado esta relación entre la inmigración y el perspectivismo polifónico en su libro La inmigración marroquí y subsahariana en la narrativa española actual (2006). Para Abrighach esta plurivocalidad es algo natural en la novelística actual española sobre la inmigración debido no sólo a su carácter híbrido y mestizo, sino también a que “contiene un fuerte discurso sobre la alteridad” (22). De las novelas que analiza Abrighach hay dos que podrían perfectamente denominarse narrativas sistémicas y ser interpretadas a la luz del marco teórico de la presente investigación. Dichas novelas son Fátima de los naufragios (1998) de Lourdes Ortiz y Las voces del estrecho (2000) de Andrés Sorel. Además, podríamos mencionar otras muchas novelas recientes que cuentan con una estructura en red y presentan una marcada multiculturalidad, como por ejemplo Instrucciones para salvar el mundo (2008) de Rosa Montero, Saber perder (2008) de David Trueba, El padre de Blancanieves (2007) de Belén Gopegui o Ucrania (2006) de Pablo Aranda.

Volviendo a Cosmofobia, otro aspecto sobre la representación del multiculturalismo es la introducción de un elemento mágico por un personaje de origen africano. Elemento que no puede ser racionalizado o satisfactoriamente recuperado, pero que afecta realmente al mundo diegético en el que se inscribe (exactamente lo mismo sucede en la novela de Rosa Montero mencionada en el párrafo anterior). Se trata del artista norteafricano Yamal Benani, alguna de cuyas obras parece esconder efectos mágicos y quien aparentemente hechiza a alguno de los personajes. Esta faceta mágica la hereda Yamal de su madre: “Mi madre era libanesa, había leído mucha poesía sufí y creía firmemente en la magia,…” (218). Dichos elementos quizá quieran indicar las limitaciones de la epistemología occidental que sólo puede ver la realidad que se amolda a sus marcos teóricos. O en palabras de Bertalanffy, “The danger [of the theoretical models] is oversimplification: to make it conceptually controllable, we have to reduce reality to a conceptual skeleton—the question remaining whether in doing so, we have not cut out vital parts of the anatomy” (200). Esto se aprecia muy bien en Cosmofobia si atendemos al análisis que Issac, terapeuta y trabajador social, hace del caso de Malika, joven marroquí que sufre una crisis de ansiedad y piensa que está hechizada. Issac elabora un informe (209-10) en el que concluye que “El discurso etiológico marroquí privilegia las figuras psicopatológicas que remiten a creencias como la posesión o los hechizos” (211). En otras palabras, las creencias mágico-religiosas de culturas no occidentales se transforman en patologías al ser observadas a la luz de las distinciones generadas por un marco teórico que intenta ser universal pero que no es sino un producto de la cultura occidental. Esto puede considerarse como una “neocolonización teórica del imperialismo cultural de las naciones occidentales que discrimina el conocimiento práctico de las zonas periféricas” (Contreras 113). Las narrativas sistémicas suponen, según la presente investigación, un esfuerzo por romper dichos marcos conceptuales con el fin de evitar simplificaciones excesivas, al tiempo que intentan dibujar mundos ficcionales multifacéticos y complejos que hagan justicia a la realidad que quieren representar. Por supuesto esto tiene sus propias limitaciones reconocidas desde el seno mismo de la teoría de sistemas, pues ésta no deja de ser otro esquema teórico para conceptualizar la realidad (no puede escapar a los puntos muertos generados en sus observaciones ni a sus propias distinciones observacionales). Sin embargo, su método de observación de segundo orden sirve para superar, en cierto sentido, las discusiones centradas en discursos sobre centro/periferia o sujeto/objeto: distinciones de las que se han venido sirviendo los poderes coloniales dominantes como bien ha demostrado la crítica postcolonial.

La teoría de sistemas, aunque no deja nunca de considerar las relaciones de poder entre los sistemas, sustituye las dicotomías sujeto/objeto, activo/pasivo, por observador/observado, donde ninguno es pasivo y ambos se transforman en el proceso de la observación. No hay centro ni periferia que no se levante en una observación, puesto que lo que se considera centro o periferia depende siempre y en cada momento de la posición de un sistema observador que lo define y exactamente igual sucede con las otras distinciones (sujeto/objeto). En palabras de Baudrillard:


Science has got it wrong. It is true that thanks to the progress of analsyis [sic] and technique, we actually discover the world in all its complexity—its atoms, particles, molecules, viruses. But never has science postulated, even as science fiction, that things discover us at the same time that we discover them, according to an inexorable reversibility. We always thought that things were passively waiting to be discovered, in much the same way that America is imagined to have been waiting for Columbus. But it is not so. At the moment when the subject discovers the object—whether it is an “Indian” or a virus—the object makes a reversible, but never innocent, discovery of the subject. More—it is actually a sort of invention of the subject by the invented object. (“The Murder of the Real,” 75-76)

 

Esto se relaciona directamente con el tema de la identidad como algo no estático ontológicamente, sino construido al interaccionar con el otro, con el objeto descubierto. Ya hemos visto cómo la narrativa sistémica concibe la identidad como algo no estable, pues se construye en interacción con el entorno y los otros yoes sistémicos. En la actualidad es obvio que las identidades nacionales se van redefiniendo debido al multiculturalismo de las grandes ciudades y a la tendencia global a una sociedad transnacional mediatizada. Sin embargo, la identidad es un tema cada vez más relevante precisamente por el fenómeno de la globalización, pues el mercado global adapta sus contenidos a los gustos e identidades locales. “Capital is global; identities are local or national” (Castells 72). En otras palabras, lo local influye a lo global y viceversa, y las identidades—comodificadas en no pocas ocasiones—se ven afectadas y transformadas constantemente por esta negociación entre los diferentes niveles de las redes locales, regionales, nacionales y globales. Si no hay identidades sólidas entonces no tiene sentido una novela de personajes sólidos, sino una novela sistémica que transforme las identidades dependiendo de las observaciones e interacciones entre sus yoes sistémicos y sus entornos. Internet es un buen ejemplo de la expresión de identidades líquidas donde “los consumidores de información se convierten en productores” (Contreras 136). No son pasivos, sino que pueden interactuar y manipular su propia identidad constantemente. La narrativa sistémica representa muy bien dichas modificaciones e interacciones en su estructura de índole hipertextual. Dicha estructura se observa claramente en las últimas páginas (364-65) de Cosmofobia donde se encadenan, uno tras otro, algunos de los muchos personajes que han aparecido en la novela y, por ende, también sus historias.

Uno de los motivos que se repiten reiteradamente en la novela es la afirmación de que “el barrio es multicultural, no intercultural” (27). Esto tiene sentido, pero no desde lo explicitado en la novela: “las comunidades se toleran, pero no se mezclan” (27), sino desde la siguiente observación de Contreras: “La interculturalidad es una contradicción desde su propia nominación; cuando varias culturas se entrecruzan, la mezcla que resulta es una nueva cultura emergente. La hibridación y la liminalidad en los textos originan nuevas culturas que se prestan a combinar sus signos de identidad” (11). Y esto se aprecia en las narrativas sistémicas al observar cómo los yoes sistémicos se mueven en un ambiente transcultural que no es sino el fruto emergente de todas las interacciones entre personajes con diversos bagajes y trasfondos culturales. “Multiculturalism is the norm rather than the exception in our world” (Castells 124). Por ello, las narrativas sistémicas cuestionan consistentemente la idea de la existencia de identidades fijas y aisladas (ya sea identidad nacional, cultural, sexual, o de cualquier otro tipo).(3)

Lo verdadero es un momento de lo falso plantea una estructura con características muy similares a la novela tratada anteriormente y, por ende, no se procederá a explicar en detalle dichas características por no caer en más redundancias de las necesarias. Esta obra gira en torno a la violenta muerte del joven cantante de un grupo de música, Pumuky. La novela se divide en varios apartados no numerados que ocupan varias páginas y que pueden estar escritos en cursiva o con grafía normal. Los fragmentos en cursiva corresponden a varios narradores intradiegéticos que están siendo entrevistados por una persona que quiere escribir un libro sobre Pumuky, por lo que el narratario (aun a riesgo de caer en alguna falacia formalista) coincidiría con la autora. El resto de los apartados son liderados por un narrador heterodiegético que focaliza en varias de las personas que conocieron a Pumuky (algunas coincidirán con los narradores mencionados antes) y que se toma ciertas libertades metaficcionales. El recurso de los narradores que supuestamente están siendo entrevistados por una escritora con el fin de escribir una novela—aunque realmente se trata de monólogos ya que las preguntas de la entrevistadora no suelen aparecer explícitamente—ya fue empleado con anterioridad, como hemos visto, por Etxebarria en Cosmofobia. Además, se encuentran intertextos constantes entre ambas novelas (Yamal, propietario de La taberna encendida, o Sonia la Chunga, por ejemplo, aparecen en las dos obras). En cambio, si bien Cosmofobia reflejaba el Madrid multicultural en torno a un centro social del popular barrio obrero de Lavapiés, Lo verdadero es un momento de lo falso retrata un ambiente madrileño más selecto relacionado con la industria del entretenimiento (mundo de la moda, editorial, musical, etc.). No en vano, algunos personajes hablan explícitamente sobre las teorías de Guy Debord, quien denominó a la sociedad contemporánea “la sociedad del espectáculo,” como indica el título de su obra más conocida. En la novela también aparecen otros autores y conceptos asociados con el pensamiento postmoderno y postestructuralista, como la hiperrealidad de Jean Baudrillard o los mecanismos de control sistémico que revela Michel Foucault. En otras palabras, Etxebarria pretende asociar la estructura de la novela con los guiños críticos explícitos contenidos en ella.

Lo más interesante de esta novela no son los constantes clichés sobre sexo y psicología que inundan sus páginas, ni tampoco el mundo de mentiras, promiscuidad y banalidad en el que se mueven sus personajes. Tampoco aporta nada nuevo el tema explícito de la cultura del nuevo capitalismo como fuente de hiperrealidad, ni la trama de supuesta novela negra en que nunca se llega a resolver el misterio de la muerte de Pumuky (puesto que la subversión de la novela negra se ha convertido ya en la norma, lo raro sería escribir una novela detectivesca de estructura clásica en el siglo XXI). Lo que más atención merece es, en cambio, la estructura en forma de red que se forma al interconectar todas las relaciones personales en torno a Pumuky. Lo importante, por ende, no es el objeto o el individuo en sí mismo, sino las relaciones que lo construyen y posibilitan. El mayor acierto de esta novela quizá sea el participar de este paradigma constructivista que bebe de la teoría de redes y sistemas, y se basa en la conectividad de todo a muchos niveles (económicos, afectivos, ambientales, etc.)

Pumuky, una vez que el lector ha yuxtapuesto todas las perspectivas de la novela, no deja de ser la construcción que de él hacen los que le han tratado con más o menos intensidad. La perspectiva depende del lugar que cada observador ocupa en la red de relaciones de Pumuky. En una red social las relaciones suelen ser multidireccionales y afectan a sus diferentes nodos, es decir, que no sólo los observadores de Pumuky le han transformando, sino que en dicho proceso de observación ellos mismos han sido transformados. Etxebarria parece intuir el enorme potencial de la estructura en red (con el que ya ha experimentado en algunas novelas anteriores), lástima que su obcecación con clichés temáticos repetidos hasta la saciedad devalúe dicho potencial. Sea como fuere, merece la pena mencionar que en esta novela aparece explícitamente en la primera página la tipología esquemática de la red social que se va a representar. En el centro de la red se sitúa Pumuky, de él salen vínculos a otros nodos hasta formar la red compuesta por los personajes (nodos) y sus conexiones (vínculos). No todos los vínculos son iguales, al leer el libro el lector comprobará que hay vínculos fuertes y vínculos débiles. Además, durante la novela, hay varias referencias también explícitas sobre la noción de red: “La vida se le presenta así como una enmarañada red de relaciones en la que todos, a la postre, están conectados unos con otros con apenas dos grados de separación” (34).

Romano, uno de los mejores amigos de Pumuky repite en varias ocasiones que “Pumuky ya ha pasado a ser parte de la hiperrealidad” (388), pues el propio libro que la escritora está componiendo a partir de las entrevistas ficticias no es más que el reflejo de la imagen mediatizada que otros tienen de Pumuky: “lo que usted va a hacer será en todo caso un retrato hiperreal de Pumuky” (390). Más que su imagen hiperreal, lo que la novela refleja es la diferente manera de ver a Pumuky desde varias perspectivas dependiendo del posicionamiento que en su red social tenga cada observador. Pero recordemos que la situación de cada nodo en la red y su relación con Pumuky también ha transformado a dichos nodos, por lo que la novela no hace un retrato de Pumuky, sino de su red social.

Ambas novelas suponen representaciones de redes sociales multiculturales. Cosmofobia es una red más descentralizada ya que no concentra su atención en un nodo central específico (como es el caso de Pumuky), sino que se basa en el espacio madrileño del centro social de Lavapiés. Otra diferencia radica en el tipo de multiculturalidad de dichas novelas. En Cosmofobia abundan más los personajes inmigrantes procedentes de varias culturas que o no trabajan o lo hacen en el sector servicios o en la economía informal y sumergida, mientras que en Lo verdadero hay muchos menos representantes de culturas no occidentales y la mayoría de los personajes no españoles pertenecen a una cultura de cosmopolitismo social y se dedican a la industria del espectáculo u otros negocios bastante lucrativos. Es decir que la globalización asimétrica queda reflejada, pues la primera novela representa el lado oscuro de la globalización y la segunda el lado más amable (y en ocasiones banal), aunque en ambas novelas haya elementos de los dos lados. En otro orden de cosas, dado que estas novelas dan voz directamente a multitud de personajes con diferentes bagajes culturales, la oralidad es en ellas un elemento dominante. Por otro lado, otra constante en estas obras es el abuso incomprensible del vocabulario sexual y del número de diálogos o encuentros sexuales entre los personajes, lo cual tiene el extraño efecto de acabar desnaturalizando la sexualidad por exceso. Esta característica que para parte de la crítica pudo resultar reivindicativa en los noventa, especialmente al incluir “sexualidades disidentes” como nota Carmen de Urioste en relación a sus novelas de esos años, acaba ahora por convertirse en lugar común. En un siglo XXI globalmente dominado por la ideología neoliberal y donde el capitalismo exacerbado no parece reaccionar a su propia insostenibilidad ecológica y social, las representaciones banales y reiterativas de sexualidades no sólo están perdiendo cualquier tipo de potencial político subversivo, sino que al contrario, parecen ser fruto de la ideología dominante que promueve un hedonismo individualista consumista y postpolítico. Se trata de un sistema que promueve la gratificación inmediata y las conexiones débiles, lo cual desemboca en una sociedad poco cohesionada y nada comprometida políticamente.  

Lucía Etxebarria no llega a explotar el potencial que la noción de red tiene como posibilidad de resistencia sistémica (lo que sí hará, por ejemplo, Belén Gopegui). Etxebarria se queda en una forma arquitectónica sin fondo. Quizá sea porque su discurso narrativo parece sentirse cómodo con el sistema capitalista global en que se mueven sus personajes como consumidores y objetos de consumo. Da la impresión de que estos personajes no hacen sino contribuir a reforzar las estructuras sociales que les aprisionan al propagar los estereotipos sociosexuales de la cultura consumista mediática y materialista de manera acrítica. Lo cual hace pensar en las advertencias de algunos críticos culturales postmarxistas, como Slavoj Zizek o Terry Eagleton, que se preguntan si no será el multiculturalismo laico y despolitizado dominante en las sociedades occidentales actuales la ideología del nuevo capitalismo. Es decir, que quizá la lucha por las diferencias culturales y el reconocimiento de las identidades marginales, si se despolitiza, “deja intacta la homogeneidad de base del sistema capitalista mundial” (Zizek 59), que acepta cualquier diferencia siempre y cuando pueda ser consumida o consuma. “No way of life in history has been more in love with transgression and transformation, more enamoured of the hybrid and pluralistic, than capitalism” (Eagleton 119).

Las redes sociales tienen un potencial enorme para modificar el sistema (aunque bastante menor del que pensaban los utópicos cyberpunk de los 90), sobre todo en una cultura digital global y descentralizada: “If power is exercised by programming and switching networks, counter-power, the deliberate attempt to change power relationships, is enacted by reprogramming networks around alternative interests and values, and/or disrupting the dominant switches while switching networks of resistance and social change” (Castells 431). Esos intereses y valores alternativos se echan de menos en las dos novelas de Etxebarria, que parece haberse quedado sólo con la parte meramente lúdica de un tipo de postmodernismo políticamente inocuo y obsoleto a estas alturas de la postmodernidad tardía, y no con el potencial para la resistencia que las lecciones digeridas de dicho postmodernismo pueden aportar. En conclusión, las obras de Etxebarria reconocen el atractivo de las redes sociales, pero no su poder transformador.

 

Notas

 

     (1). Encontramos antecedentes en el existencialismo que considera que “el otro” es necesario para que “el uno” se conceptualice a sí mismo y llegue a completar su propia imagen de sí. Este concepto ha sido bastante importante para el pensamiento de Unamuno. En Tres novelas ejemplares y un prólogo, el escritor menciona la teoría de Oliver Wendell Holmes sobre los tres Juanes y los tres Tomases donde se hace evidente la importancia del otro en lo que uno es.

 

     (2). Un antecedente proto-hipertextual sería la obra de Cela Tobogán de hambrientos (1962), que no tiene acción alguna y consiste en personajes encadenados uno tras otro. Otra obra de Cela, que lleva la interrelación de personajes a sus máximas consecuencias hasta el punto de mezclar vivos y muertos, es Madera de Boj (1999). Jorge Luis Borges, por otro lado, es considerado como un precursor de la narrativa hipertextual como juego intelectual.

 

     (3). Para una profundización en el tema de la identidad sexual como algo fluctuante véase el libro de Margaret G. Frohlich en el que se comenta lo siguiente en relación a la novela de Etxebarria, Beatriz y los cuerpos celestes: “Beatriz does not fit nicely into any category and her subject positions are multiple and even contradictory” (126).

 

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