Las
ciudades imaginarias – y no tanto – de
Angélica Gorodischer
Yeshiva
University/Graduate Center, City University of New York
En
nuestro trabajo abordaremos el papel que juega la ciudad en la obra de la
escritora argentina Angélica Gorodischer. Teniendo en cuenta lo extenso de su
producción, nuestro análisis ha de ser por fuerza un tanto esquemático y se
enfocará solamente en tres de las obras de la escritora argentina: Prodigios (1994), Doquier (2001) y La fábula de
la virgen y el bombero (1993). Nuestro
enfoque principal en todo momento será el espacio en el que se desenvuelven los
protagonistas de las obras que analizaremos y, en tal sentido, en las primeras
dos obras que abordaremos nos detendremos en dos ámbitos que a veces parecen
excluirse mutuamente en importancia dentro de la narración pero que en realidad
funcionan siempre como ejes complementarios: la ciudad y la casa. En la tercera
obra, el protagonismo corresponderá a la ciudad que se transforma en el ámbito
por excelencia de la acción. Angélica Gorodischer ha confesado alguna vez que
como narradora a ella le interesa jugar con los espacios y ver cómo reaccionan
los personajes encerrados en determinados ámbitos y ha manifestado la
importancia que la ciudad tiene para su ficción y en su vida real (Cristoff). Y
cuando hablamos de “ciudad”, en el caso de Angélica Gorodischer nos referimos
concretamente y, en casi todos los casos, a la ciudad de Rosario, en Argentina,
donde la autora vive desde 1936. La autora nunca ocultó su profundo amor por
esa ciudad y su gente. "La ciudad es mi
ambiente – explica Angélica Gorodischer – para mí, Rosario es algo más que una
ciudad, es mi casa, toda ella es mi casa”. Decidimos limitarnos a estas tres
obras por el papel diferente que la ciudad
juega en cada una de ellas y porque comparando este protagonismo heterogéneo
que la autora le da en cada caso, nos interesó rescatar una especie de supuesto desarrollo
que va desde una ciudad más imprecisa y
genérica, al punto de no tener nombre, como es el caso de la ciudad en Prodigios, hasta llegar a una presencia
más concreta y rotunda de una ciudad con nombre y apellido, el Rosario de La fábula de la virgen y el bombero. La
ciudad en Doquier puede jugar un
papel intermedio. Si bien es todavía una ciudad sin nombre, a lo largo de la
historia la autora nos brinda muchos datos bastante precisos, y su presencia
solapada y hasta amenazante en sus dos aspectos, diurno y
nocturno, se torna fundamental en la trama y en la vida de los
personajes.
Prodigios, novela a la que ella misma consideró en su momento como
su mejor obra (García), contiene a nuestro entender ciertos elementos
filosóficos que personalmente nos interesa rescatar por considerar que, por un
lado, están íntimamente ligados a la cosmovisión de Gorodischer y, por
otro, se vinculan estrechamente a la
función que ciudad y casa cumplen en esta novela. Es por ello que haremos
especial hincapié en este texto. La obra relata la historia imaginaria de una
casa, construida en 1801 en una ciudad de Alemania cuyo nombre jamás se
menciona. En esta obra, la ciudad innominada se da como una trágica intromisión
en el ambiente cerrado y casi hermético y asfixiante de la casa donde se mueven
los protagonistas. Prodigios transcurre
a finales del siglo 19 y en ella se presentan las vidas de quienes habitan una
antigua casa, convertida ahora en casa de huéspedes. Durante el curso de la narración,
la casa misma parece adquirir vida. Pero no sólo ella, sino también sus anteriores habitantes y vecinos fallecidos hace
mucho tiempo. Así, la ciudad y la casa se llenan de espíritus que deambulan por
sus calles, habitaciones y pasillos, y hacen sentir su presencia en ciertos
momentos cruciales, fundamentalmente cuando está por producirse alguna muerte. Es
entre estos espíritus que hace también su aparición el espíritu de Friederich
Leopold, Baron von Hardenberg (1772-1801), mejor conocido por su pseudónimo
Novalis, filósofo romántico de la primera etapa del romanticismo alemán. Esta
aparición y otros detalles que vinculan la casa y sus habitantes al filósofo no son casuales ya que, en nuestra opinión, su pensamiento parece inspirar ciertos
aspectos fundamentales de la obra y fusionarse con la trama y estructura de la
misma. Curiosamente, los habitantes actuales,
con sólo una excepción, llevan a cabo sus diligencias extrañamente ajenos a toda esta actividad “espiritual” que los rodea. La
novela nos cuenta las actividades cotidianas de los protagonistas en la casa y
en la ciudad, a veces hasta en sus detalles más ínfimos. Se trata, por otra
parte, de un viaje en el espacio y en el tiempo subsumido en la realidad del
presente. Por un lado, se nos introduce en el alma, el pasado, la realidad, los
sueños y la nostalgia de cada uno de los
personajes –en su mayoría femeninos– quienes, a pesar de su muy diversa
extracción, comparten el mismo deseo ferviente de escapar a sus circunstancias
inmediatas. Por otro, se nos presenta la
ciudad –que quizás por eso no tiene nombre– y la casa, con sus generaciones de
habitantes cuyas conversaciones escuchamos y cuyos sueños compartimos, como en
un continuum de espacio y tiempo. Es significativo el hecho de que en el
momento de la novela la casa sea alojamiento de huéspedes, es decir, gente que
aunque permanezca mayor o menor tiempo en ella siempre se considera como ave de
paso. La casa de la calle Scheller se convierte así en un microcosmos no
solamente de la ciudad, sino del mundo y sus efímeros habitantes humanos. La
ciudad en Prodigios no tiene nombre,
pero con toda precisión se da la ubicación de
la casa, escenario del drama de la vida y de la muerte a lo largo de
muchos años y varias generaciones, y a su historia se le dedica todo el
capítulo 4 de la novela. Se nos dice con precisión que la construcción de la
casa tuvo lugar en el año 1801 y que al terminar su construcción, “se la veía sobria, seria, grave, de tan sólo la
planta baja, un sótano y el piso alto, a un costado de la calle Scheller que no
se llamaba así ni estaba empedrada: se llamaba Callejón del Molino porque en su
extremo más alejado había habido una aceña, edificio que se había convertido,
cambiado el curso del río por el desecado de la rebalsa que formaba al cruce de
la ciudad, en un taller de telares” (22).
Y el narrador nos informa que “ese mismo año (cuando se terminó de
construir la casa) había muerto el barón von Hardenberg, también llamado
Novalis” (21). A pesar de algunos indicios dejados caer en los primeros
capítulos de la obra, puestos allí para el lector atento, es a partir de este
capítulo 4 que se percibe en forma más evidente un hilo invisible que une la
ciudad, la casa y sus actuales habitantes a seres y eventos del pasado en una
forma que quizás sólo puede comprenderse plenamente en el contexto del
pensamiento de Novalis. En su relato, Gorodischer enlaza el pasado y el
presente, la vida y la muerte de sus protagonistas con quienes los precedieron y
logra transmitirnos la nostalgia de sus personajes que de alguna manera se
convierte también en la nostalgia del lector. Así, la casa de la calle Scheller
en una ciudad sin nombre se transforma en el universo que abraza el pasado y el
presente, la ficción y la realidad. Un universo en el que constantemente se
producen sucesos aunque sólo algunos pocos de ellos se nos hagan evidentes. En
tal sentido, la cita de João Guimarães Rosa que constituye el epígrafe de la
obra, “…que las cosas comienzan de veras por detrás de lo que ocurre”, resume espléndidamente el marco
literario-filosófico de Prodigios.
Por ello, en nuestra lectura de la obra, la nostalgia a que hemos aludido, que invade a los protagonistas
(no sólo a los seres “de carne y hueso” que habitan la casa en el momento de la
narración sino también a los espíritus de los habitantes anteriores de la casa
y la ciudad) está directamente vinculada a su mortalidad. Por un lado, los
personajes de esta obra de Gorodischer añoran una vida diferente, quizás
excepcional. Por otro, hay en ellos una búsqueda de continuidad, de
trascendencia, una indagación constante pero no explícita sobre el destino
humano y, quizás, una necesidad de convencerse y convencernos de que al final
no todo será polvo. En su libro Historia
de mi madre (2004), que podría verse como una especie de autobiografía de
Angélica Gorodischer, la autora, ya mayor, hace referencia a sus esfuerzos por
conocer más acerca de sus antepasados europeos. Esto nunca la había preocupado
en su juventud, ¿por qué ahora en su vejez? Quizás porque hacia el final de la
vida, la búsqueda de las propias raíces puede dar una ilusión de continuidad y
esta ilusión es la que permite seguir viviendo. En Historia de mi madre Gorodischer se pregunta por todos los que nos
han precedido en la vida: ¿Dónde están? ¿Qué se ha hecho de ellos? Quizás en
algún sentido Prodigios puede verse
como un intento de la autora de ahondar en estos interrogantes y buscar responderlos a través de la ficción literaria. La
casa de la calle Scheller es sin duda uno de los protagonistas principales de
la novela no sólo desde un punto de vista físico como espacio en el que
transcurre la mayor parte de la acción, sino también desde un punto de vista
simbólico ya que se convierte ella misma en una alegoría de la vida y la
muerte. En el capítulo dedicado a relatar la historia de la casa al que hemos
hecho mención anteriormente, se nos dice de sus diferentes dueños, de los años
en que estuvo abandonada y a punto de ser demolida. Sus sucesivas
transformaciones, curiosamente, recorren varios períodos de la historia europea, representados en la
novela por los diferentes habitantes de la casa, la clase social a la que pertenecían,
el diseño y las modificaciones que llevaban a cabo en la casa, la música que
ellos y sus familias escuchaban, sus bailes, ropas y conversaciones. Prodigios plantea la noción de un
universo en el que todas las cosas están interconectadas y esta noción puede
rastrearse a los románticos, particularmente Schlegel y Novalis (y aquí
nuevamente subrayamos la importancia de las constantes menciones a este
autor). Ambos lanzaron la idea de la
muerte no sólo como parte de la vida sino también y fundamentalmente como su
completitud misma (Pinkard 102), completitud que, según estos autores, les
ofrecería a los mortales la posibilidad de reconciliarse en última instancia
con lo efímero de la vida. Entre las muchas cuestiones narrativas que plantea
esta novela de Gorodischer rescatamos fundamentalmente ésta porque la vemos
como el núcleo central del diálogo entre la casa, la ciudad y sus habitantes. No se puede hablar de Prodigios sin por lo menos mencionar el papel preponderante que en
esta novela desempeña el lenguaje. En su excelente trabajo
sobre la narrativa de Gorodischer, Aletta
de Sylvas (2009) analiza en detalle los aspectos lingüísticos de la novela en
la parte IV de su obra, y titula esta sección “Los avatares de la escritura”.
Si bien “avatares” en su significado más corriente implica “fases, cambios,
vicisitudes”, también significa “transformación, reencarnación” (Diccionario de
la Lengua Española). A nuestro criterio, es en estas dos últimas acepciones que
debe entenderse su aplicación al magnífico dominio del lenguaje que Gorodischer
posee y despliega en toda su obra pero que en Prodigios alcance un nivel
excepcional y lo convierte en verdadero protagonista. Las palabras adquieren este
papel central ya sea en barrocas descripciones, largas enumeraciones, sucesivas
metáforas y en el intento concienzudo de la autora por comunicar las distintas
voces que la casa encierra en sus matices más sutiles. Valga como mero ejemplo
el inicio de la novela con el arribo de una nueva huésped, la señora Nashiru,
momento en el que un leve temblor recorre la casa. Se inicia una descripción
que, entre otros elementos, comprende veintinueve sustantivos referidos a otras
tantas partes de la estructura de la casa. “En la novela, el lenguaje poético
recrea una zona donde se derrumban las fronteras entre los géneros y se
privilegian los aspectos cercanos al sueño, al deseo, a la música, y donde la
referencia es postergada en aras de la magia de las palabras.” (Aletta de
Sylvas 217)
Doquier, que Gorodischer misma definió como una “crónica urbana”,
nos presenta los aspectos diurno y nocturno de una ciudad. Se trata de una
ciudad en formación que se levanta junto a un río que, si bien podría estar
inspirada en Rosario, la autora ha cuestionado que se tratara de esta ciudad y
ha confesado no saber a ciencia cierta de qué ciudad se trata. Ella misma se ha
planteado si en este caso no sería Buenos Aires, para agregar a modo de
disculpa que no sabe, que nadie se lo ha dicho (Cristoff ). La acción se ubica
en una época entre la Colonia y el siglo XX, si bien la autora aclara en la Advertencia
que sirve de breve prólogo a la obra que “no es una novela histórica”. “Parece
pero no lo es”, agrega sugestivamente. En Doquier,
la ciudad adquiere un papel más relevante que en Prodigios. Sin embargo, al igual que en la primera novela que
analizamos, tampoco tiene nombre. Como era de esperarse, la ciudad de Doquier es una combinación de realidad y
fantasía en la que no todo es lo que semeja ser. Así como hay dos aspectos de
la misma ciudad, en Doquier hay dos
casas. Una es la casa donde vive, aparentemente imposibilitado de moverse, el
protagonista que funciona también como narrador. La otra, es una casa de la calle del Bajo,
testigo de citas clandestinas y recuerdos que el protagonista/narrador quisiera
hacer desaparecer. Es en la noche en que el personaje de la obra deja el engaño
en que está montada su vida diurna desde hace muchos años y recorre el camino
hasta la casa del Bajo. El lector aprende con lujo de detalles el camino que
siempre toma para llegar a su destino y paso a paso su ritual para lograr no
ser visto por nadie. O eso cree. La ciudad y ambas casas se transforman en espacios
asfixiantes por momentos y de una violencia solapada o no tanto, al igual de lo
que sucedía en Prodigios. Doquier
está construida sobre la simulación y sobre el engaño, el enigma y la
indeterminación respecto de la identidad de un narrador/protagonista que dice
mucho pero mucho más oculta. No es casual, por lo tanto, que la novela termine
cuando el personaje finalmente abre la puerta de su casa, se para en su rellano
y observa la ciudad que entra en la casa con toda su luminosidad, sus ruidos,
sus olores. Es en esta instancia donde también termina el engaño que el
personaje ha acuñado desde hace muchos años y con el que ha embaucado a sus
vecinos y empleados. Durante todo el transcurso de la novela, el lector conoce
algo que todos los personajes, con excepción de uno,
desconocen: en realidad el protagonista no es paralítico como pretende
serlo. Su parálisis es la gran máscara con la que ha cubierto un engaño y un
crimen. Es desde su aparente inmovilidad diurna que la ciudad llega a él en
base a las varias versiones que recibe de quienes se acercan a la casa/negocio,
ya sea para conversar, ya sea para buscar las hierbas medicinales que él hace
preparar y comercia. El narrador/protagonista hace avanzar la acción en base a
estas versiones y conversaciones con los vecinos. Hasta la última escena de la
novela, el engaño a sus empleados, vecinos y otros habitantes de la ciudad es
casi total. Sin embargo, en una vuelta un tanto burlesca hacia el lector, hay un hecho que nunca le es revelado a éste.
Nosotros, los lectores que poco a poco hemos ido desenredando la madeja de
simulación y engaño con que se envuelve el protagonista, que hemos conocido,
por su propio relato, la mentira de su postración e inmovilidad y que hemos
sido testigos de su peregrinar nocturno por la ciudad que lo resguarda y se
hace cómplice de sus frecuentes salidas hacia la casa de la calle del Bajo, nunca
nos enteraremos de su identidad sexual. En una inversión total de la ironía
trágica, ésta no es ningún secreto para los personajes de la obra. Como en
todas las obras de Gorodischer, la autora presenta al lector con infinidad de
caminos a explorar. El tema de las ambigüedades genéricas y sexuales es uno de
esos caminos posibles en Doquier.
Teniendo en cuenta que la propuesta de este Simposio es reflexionar sobre la ciudad y la literatura, quiero terminar mi
análisis de esta obra con la sensual y omniabarcadora descripción de la ciudad
que se ofrece a los sentidos del protagonista al abrir la puerta de su casa y
contemplar la ciudad que se extiende ante sus ojos:
Afuera me esperaba la ciudad. Sucia, oliendo a trigo y a cuerpo y a
podredumbre y a tierra mojada, tendida junto al río, perezosa, ladrona y
malhablada, cruelmente iluminada por el sol que nada me ahorraba de sus
miserias, bella como nada en este mundo, tentadora y rumorosa, altiva entre sus
sedas y sus harapos, me esperaba sonriente. […] Algo como la maravilla ante lo
desconocido hacía presa en mi ánimo: allá ante mis ojos la quietud y la
esperanza, gentes, gritos, ráfagas que traían el olor del agua del río pegando
contra los maderos y contra la panza de los botes, mugidos, la oscuridad de los
rincones a los que no llegaba el sol, las piedras que se iban calentando al
calor de enero, las campanas de la iglesia de Santa María Niña, el aullido de
algún animal maltratado, la melodía que de una flauta de caña sacaba un ciego
sentado contra el tronco de un árbol, el humo de una hoguera, el tambor de un
pregonero, los zuecos de una mujer gorda que ofrece algo ¿qué? dulces, allá
ante mis ojos la vida, toda la vida de una ciudad, del mundo, eso, se agitaba
por doquier (220).
En
contraste con las dos novelas anteriores, La
fábula de la virgen y el bombero sí tiene espacio y tiempo concretos: se
ambienta en la ciudad de Rosario alrededor de los años 20 y 30 del siglo XX. En
esta obra, Gorodischer nos presenta la ciudad como escenario de la corrupción
en todos los niveles. El crimen y la prostitución campean por sus calles y
particularmente en uno de sus barrios. Una ciudad que se convierte en centro
internacional de la trata de blancas con la protección de funcionarios y
políticos corruptos y la mirada benevolente de una sociedad hipócrita. Es la
ciudad de la violencia y la infamia. Es el despliegue de la miseria urbana. El
lenguaje vuelve a erigirse en un elemento esencial en esta obra también como
sello que identifica socialmente a los protagonistas. Así, la ciudad se
presenta no sólo en sus calles, sus barrios y sus gentes sino también en el
particular habla lunfardesca que es propia de algunos de los personajes. Como
lo señala Aletta de Sylvas, el habla constituye también una marca que delimita
las fronteras de los distintos barrios de la ciudad: la zona céntrica donde
reside la burguesía, los suburbios y el barrio prostibulario de la sección
novena (200). A fines del siglo XIX, la instalación del ferrocarril, cuya
estación principal se alojó en esa sección y se llamó “Sunchales” primero y más
tarde “Rosario Norte”, y el auge de la ciudad como centro portuario de
importancia internacional contribuyeron al
surgimiento de la ciudad de Rosario como centro comercial de primera magnitud,
al incremento demográfico inédito en base a las olas de inmigrantes,
procedentes fundamentalmente de Italia, y a corrientes migratorias internas que
se afincaban en la ciudad atraídas por su
auge económico y las oportunidades y perspectivas que ello representaba. Baste
señalar que la población de Rosario se cuadruplicó en esos años para darnos
cuenta de la magnitud del impacto. La estación del ferrocarril en el barrio de
Pichincha marcaba el límite norte de la ciudad más allá del cual se extendían
los suburbios en desarrollo. Es descripta en la obra como: “Preciosa, una de
esas encantadoras estaciones inglesas, prolija, amable, de ladrillos limpios y
bronces relucientes y un reloj más puntual que el sol” (269). El barrio
adquiere su nombre de su calle principal homónima. La novela de Gorodischer nos
hace descender al sórdido ambiente del submundo delictivo y policial
característico del barrio en los años 30. Aletta de Sylvas pone de relieve el
hecho de que paralelamente a este descenso a las entrañas de la sociedad
rosarina de la época se da un imaginario descenso a una dimensión de túneles
secretos, oscuros, amenazadores, donde supuestamente se está construyendo el
subterráneo (200). Así la ciudad en Fábula
de la virgen y el bombero tiene dos caras, pero sólo una de ellas visible.
Sin embargo, es la cara oculta, ámbito de la sordidez, la prostitución y el
delito, la que rige la vida de la ciudad visible. La novela presenta varias
historias simultáneas y concurrentes y los personajes se mueven
fundamentalmente en tres ámbitos delimitados con bastante precisión: el
policial-delictivo, el prostibulario y el de la burguesía. Los tres ambientes
se articulan (como dice Aletta de Sylvas) en torno a la visita protocolar de una
imaginaria princesa Carlota (Aletta de Sylvas 201) (1). En un interesante y agudo análisis sobre ciertos aspectos
de la narrativa de Gorodisher vinculados con la obra que venimos comentando, Ferro
Sardi hace el paralelismo entre las salas de policías y cafés del centro de la ciudad que funcionan como los
espacios de negociaciones de la ciudad legal y los prostíbulos y casas
abandonadas que cumplen esa función para esa otra ciudad oscura, oculta.
También en esta obra de Gorodischer se da el juego entre apariencia y realidad
que ya hemos puesto de relieve en las otras obras de esta autora que hemos
analizado. El momento culminante de este juego es posiblemente cuando, quizás
en algún sentido con un toque magistralmente bajtiniano
(Ferro Sardi 10), se disfraza a las prostitutas de “señoras” y se las coloca en
las aceras al paso del carruaje de la princesa Carlota cuando atraviesa el
barrio: “Bellas mujeres casi todas jóvenes, qué notable, vestidas de colores
pastel lanzaban serpentinas, flores y papel picado al paso del carruaje. Había
risas, música, el clac clac clac de los cascos de los caballos, el rechinar de
las ruedas, voces, la mano en alto enguantada de blanco, una sonrisa de
reconocimiento a quienes la miraban pasar”. Y en palabras de uno de los
acompañantes de la Princesa Carlota: “-Des dames les plus belles, Altesse, des
jeunes filles les plus vertueuses, des familles distinguées du Rosario”(285).
Dentro de esta novela se dan cita varias narraciones
simultáneas. Entre ellas, la que lleva adelante el relato es de neto corte
policial. Pero es el lector atento el que debe ir desentrañando la trama y
ordenando los hechos. Rescatamos este aspecto en especial porque queremos,
aunque sea muy rápidamente, ya que no es el tema fundamental de este trabajo,
hacer hincapié en otra importante característica de la escritura de Gorodischer,
característica que la pone en un pie de igualdad (como otros aspectos de su
obra) con los grandes de la literatura argentina: la apelación al lector. La
obra de Gorodischer, como la de Borges y la de Cortázar, por poner sólo dos
ejemplos con los que tiene muchos aspectos en común, reclama un lector atento y
activo. Un lector que no sólo detecte las pistas que se le ponen en el camino
sino que también participe del juego que el autor va sugiriendo y, en algún
sentido, construya su novela en base a esas propuestas.
En
este breve trabajo hemos querido poner de relieve las características
especiales que la ciudad adquiere en cada una de estas tres obras de
Gorosdicher que hemos elegido. Ángela Dellepiane (17) alude a las dificultades
que se presentan al querer caracterizar unívocamente la narrativa de la autora
rosarina debido a la diversidad de su registro literario en el que se dan cita
la ciencia-ficción, la novela policial y los relatos fantásticos o góticos. De
igual manera, en nuestra opinión, y posiblemente como consecuencia de lo
anterior, esta diversidad se traslada, como hemos visto un poco a vuelo de
pájaro, a la representación de la ciudad que funciona como marco y contexto de
cada una de las obras comentadas. El hecho unificador es que en Angélica
Gorodischer, al igual que lo que sucede con otros prestigiosos autores
argentinos, la ciudad se constituye --y mencionamos nuevamente a Borges y a
Cortázar--, en poderoso centro generador que hace que podamos calificar a su
narrativa como eminentemente urbana. Si bien hemos ejemplificado con sólo tres
de las novelas de Gorodischer, la ciudad está presente en toda su obra no sólo
como musa inspiradora de la ficción sino cumpliendo las más variadas funciones,
a veces en un mundo mágico o propio de la ciencia ficción, a veces inmersa en
lo que parece la más cruda realidad. Concluimos con palabras de Angélica
Gorodischer que denotan su enorme fascinación por la ciudad y sus habitantes: “Creo
que yo siempre voy a seguir viendo personajes en una ciudad, si bien no
necesariamente una ciudad que existe o que haya existido" (Cristoff).
Notas
(1) Confirma
Aletta de Sylvas que “la historia no registra ninguna visita de una princesa
pero sí del Príncipe Humberto de Saboya, heredero de la corona de Italia, que
llegó a a la ciudad el 11 de agosto de 1924.” Durante su visita realizó varias
visitas protocolares y asistió a un desfile militar y a un baile de gala
realizado en su honor. También visitó el famoso barrio Pichincha, incluido el
prostíbulo de Madame Sapho (201).
Bibliografía
Aletta de Sylvas, Graciela. La aventura de escribir.
La narrativa de Angélica Gododischer. Buenos Aires: Corregidor, 2009.
Cristoff, Sonia. Una
ciudad levantada sobre el engaño. Comentarios y entrevista a Angélica Gorodischer
publicada en el diario La Nación de Buenos Aires, 10 de julio de 2002.
Dellepiane, Ángela. La
narrativa de Angélica Gorodischer, en Boca
de dama: la narrativa de Angélica Gorodischer. Buenos Aires: Feminaria Editora, 1995, 17.
Diccionario de la Lengua Española. Vigésima
Segunda Edición. Madrid: Real Academia Española, 2001.
Ferro Sardi, Silvia Natalia. Angélica Gorodischer: Las máscaras de la modernización. Cuerpo y mercancía.
Actas del II Congreso Internacional “Cuestiones críticas”, Rosario, 2009.
García, Mara. Mara García entrevista a Angélica Gorodischer. Grafemas,
Boletín electrónico de la Asociación
Internacional de Literatura y Cultura Femenina Hispánica (AILCFH), publicada
por Nazareth College en: http://www-pub.naz.edu:9000/~hchacon6/grafemas/grafemas-texts/GOROD.PDF
Gorodischer, Angélica. La fábula de la virgen y el
bombero. Buenos Aires: Ediciones
de la Flor, 1993.
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Barcelona: Editorial Lumen. 1994.
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Buenos Aires: Emecé, 2002.
Pinkard,
Terry. Hegel – A Biography. New York: Cambridge
University Press. 2001