Las ciudades imaginarias – y no tanto –  de Angélica Gorodischer

Graciela Bazet-Broitman

Yeshiva University/Graduate Center, City University of New York

 

En nuestro trabajo abordaremos el papel que juega la ciudad en la obra de la escritora argentina Angélica Gorodischer. Teniendo en cuenta lo extenso de su producción, nuestro análisis ha de ser por fuerza un tanto esquemático y se enfocará solamente en tres de las obras de la escritora argentina: Prodigios (1994), Doquier (2001) y La fábula de la virgen y el bombero (1993). Nuestro enfoque principal en todo momento será el espacio en el que se desenvuelven los protagonistas de las obras que analizaremos y, en tal sentido, en las primeras dos obras que abordaremos nos detendremos en dos ámbitos que a veces parecen excluirse mutuamente en importancia dentro de la narración pero que en realidad funcionan siempre como ejes complementarios: la ciudad y la casa. En la tercera obra, el protagonismo corresponderá a la ciudad que se transforma en el ámbito por excelencia de la acción. Angélica Gorodischer ha confesado alguna vez que como narradora a ella le interesa jugar con los espacios y ver cómo reaccionan los personajes encerrados en determinados ámbitos y ha manifestado la importancia que la ciudad tiene para su ficción y en su vida real (Cristoff). Y cuando hablamos de “ciudad”, en el caso de Angélica Gorodischer nos referimos concretamente y, en casi todos los casos,  a la ciudad de Rosario, en Argentina, donde la autora vive desde 1936. La autora nunca ocultó su profundo amor por esa ciudad y su gente. "La ciudad es mi ambiente – explica Angélica Gorodischer – para mí, Rosario es algo más que una ciudad, es mi casa, toda ella es mi casa”. Decidimos limitarnos a estas tres obras  por el papel diferente que la ciudad juega en cada una de ellas y porque comparando este protagonismo heterogéneo que la autora le da en cada caso, nos interesó rescatar una especie de supuesto desarrollo que va desde una ciudad más  imprecisa y genérica, al punto de no tener nombre, como es el caso de la ciudad en Prodigios, hasta llegar a una presencia más concreta y rotunda de una ciudad con nombre y apellido, el Rosario de La fábula de la virgen y el bombero. La ciudad en Doquier puede jugar un papel intermedio. Si bien es todavía una ciudad sin nombre, a lo largo de la historia la autora nos brinda muchos datos bastante precisos, y su presencia solapada y hasta amenazante en sus dos aspectos, diurno y nocturno, se torna fundamental en la trama y en la vida de los personajes.

Prodigios, novela a la que ella misma consideró en su momento como su mejor obra (García), contiene a nuestro entender ciertos elementos filosóficos que personalmente nos interesa rescatar por considerar que, por un lado, están íntimamente ligados a la cosmovisión de Gorodischer y, por otro,  se vinculan estrechamente a la función que ciudad y casa cumplen en esta novela. Es por ello que haremos especial hincapié en este texto. La obra relata la historia imaginaria de una casa, construida en 1801 en una ciudad de Alemania cuyo nombre jamás se menciona. En esta obra, la ciudad innominada se da como una trágica intromisión en el ambiente cerrado y casi hermético y asfixiante de la casa donde se mueven los protagonistas. Prodigios transcurre a finales del siglo 19 y en ella se presentan las vidas de quienes habitan una antigua casa, convertida ahora en casa de huéspedes. Durante el curso de la narración, la casa misma parece adquirir vida. Pero no sólo ella, sino también sus anteriores habitantes y vecinos fallecidos hace mucho tiempo. Así, la ciudad y la casa se llenan de espíritus que deambulan por sus calles, habitaciones y pasillos, y hacen sentir su presencia en ciertos momentos cruciales, fundamentalmente cuando está por producirse alguna muerte. Es entre estos espíritus que hace también su aparición el espíritu de Friederich Leopold, Baron von Hardenberg (1772-1801), mejor conocido por su pseudónimo Novalis, filósofo romántico de la primera etapa del romanticismo alemán. Esta aparición y otros detalles que vinculan la casa y sus habitantes al filósofo no son casuales ya que, en nuestra opinión,  su pensamiento parece inspirar ciertos aspectos fundamentales de la obra y fusionarse con la trama y estructura de la misma.  Curiosamente, los habitantes actuales, con sólo una excepción, llevan a cabo sus diligencias extrañamente ajenos a toda esta actividad “espiritual” que los rodea. La novela nos cuenta las actividades cotidianas de los protagonistas en la casa y en la ciudad, a veces hasta en sus detalles más ínfimos. Se trata, por otra parte, de un viaje en el espacio y en el tiempo subsumido en la realidad del presente. Por un lado, se nos introduce en el alma, el pasado, la realidad, los sueños y la nostalgia de cada uno de los personajes –en su mayoría femeninos– quienes, a pesar de su muy diversa extracción, comparten el mismo deseo ferviente de escapar a sus circunstancias inmediatas. Por otro, se nos presenta la ciudad –que quizás por eso no tiene nombre– y la casa, con sus generaciones de habitantes cuyas conversaciones escuchamos y cuyos sueños compartimos, como en un continuum de espacio y tiempo. Es significativo el hecho de que en el momento de la novela la casa sea alojamiento de huéspedes, es decir, gente que aunque permanezca mayor o menor tiempo en ella siempre se considera como ave de paso. La casa de la calle Scheller se convierte así en un microcosmos no solamente de la ciudad, sino del mundo y sus efímeros habitantes humanos. La ciudad en Prodigios no tiene nombre, pero con toda precisión se da la ubicación de la casa, escenario del drama de la vida y de la muerte a lo largo de muchos años y varias generaciones, y a su historia se le dedica todo el capítulo 4 de la novela. Se nos dice con precisión que la construcción de la casa tuvo lugar en el año 1801 y que al terminar su construcción, “se la veía sobria, seria, grave, de tan sólo la planta baja, un sótano y el piso alto, a un costado de la calle Scheller que no se llamaba así ni estaba empedrada: se llamaba Callejón del Molino porque en su extremo más alejado había habido una aceña, edificio que se había convertido, cambiado el curso del río por el desecado de la rebalsa que formaba al cruce de la ciudad, en un taller de telares” (22). Y el narrador nos informa que “ese mismo año (cuando se terminó de construir la casa) había muerto el barón von Hardenberg, también llamado Novalis” (21). A pesar de algunos indicios dejados caer en los primeros capítulos de la obra, puestos allí para el lector atento, es a partir de este capítulo 4 que se percibe en forma más evidente un hilo invisible que une la ciudad, la casa y sus actuales habitantes a seres y eventos del pasado en una forma que quizás sólo puede comprenderse plenamente en el contexto del pensamiento de Novalis. En su relato, Gorodischer enlaza el pasado y el presente, la vida y la muerte de sus protagonistas con quienes los precedieron y logra transmitirnos la nostalgia de sus personajes que de alguna manera se convierte también en la nostalgia del lector. Así, la casa de la calle Scheller en una ciudad sin nombre se transforma en el universo que abraza el pasado y el presente, la ficción y la realidad. Un universo en el que constantemente se producen sucesos aunque sólo algunos pocos de ellos se nos hagan evidentes. En tal sentido, la cita de João Guimarães Rosa que constituye el epígrafe de la obra, “…que las cosas comienzan de veras por detrás de lo que ocurre”,  resume espléndidamente el marco literario-filosófico de Prodigios. Por ello, en nuestra lectura de la obra, la nostalgia a que  hemos aludido, que invade a los protagonistas (no sólo a los seres “de carne y hueso” que habitan la casa en el momento de la narración sino también a los espíritus de los habitantes anteriores de la casa y la ciudad) está directamente vinculada a su mortalidad. Por un lado, los personajes de esta obra de Gorodischer añoran una vida diferente, quizás excepcional. Por otro, hay en ellos una búsqueda de continuidad, de trascendencia, una indagación constante pero no explícita sobre el destino humano y, quizás, una necesidad de convencerse y convencernos de que al final no todo será polvo. En su libro Historia de mi madre (2004), que podría verse como una especie de autobiografía de Angélica Gorodischer, la autora, ya mayor, hace referencia a sus esfuerzos por conocer más acerca de sus antepasados europeos. Esto nunca la había preocupado en su juventud, ¿por qué ahora en su vejez? Quizás porque hacia el final de la vida, la búsqueda de las propias raíces puede dar una ilusión de continuidad y esta ilusión es la que permite seguir viviendo. En Historia de mi madre Gorodischer se pregunta por todos los que nos han precedido en la vida: ¿Dónde están? ¿Qué se ha hecho de ellos? Quizás en algún sentido Prodigios puede verse como un intento de la autora de ahondar en estos interrogantes y buscar responderlos a través de la ficción literaria. La casa de la calle Scheller es sin duda uno de los protagonistas principales de la novela no sólo desde un punto de vista físico como espacio en el que transcurre la mayor parte de la acción, sino también desde un punto de vista simbólico ya que se convierte ella misma en una alegoría de la vida y la muerte. En el capítulo dedicado a relatar la historia de la casa al que hemos hecho mención anteriormente, se nos dice de sus diferentes dueños, de los años en que estuvo abandonada y a punto de ser demolida. Sus sucesivas transformaciones, curiosamente, recorren varios períodos de  la historia europea, representados en la novela por los diferentes habitantes de la casa, la clase social a la que pertenecían, el diseño y las modificaciones que llevaban a cabo en la casa, la música que ellos y sus familias escuchaban, sus bailes, ropas y conversaciones. Prodigios plantea la noción de un universo en el que todas las cosas están interconectadas y esta noción puede rastrearse a los románticos, particularmente Schlegel y Novalis (y aquí nuevamente subrayamos la importancia de las constantes menciones a este autor).  Ambos lanzaron la idea de la muerte no sólo como parte de la vida sino también y fundamentalmente como su completitud misma (Pinkard 102), completitud que, según estos autores, les ofrecería a los mortales la posibilidad de reconciliarse en última instancia con lo efímero de la vida. Entre las muchas cuestiones narrativas que plantea esta novela de Gorodischer rescatamos fundamentalmente ésta porque la vemos como el núcleo central del diálogo entre la casa, la ciudad y sus habitantes. No se puede hablar de Prodigios sin por lo menos mencionar el papel preponderante que en esta novela desempeña el lenguaje. En su excelente trabajo sobre la narrativa de Gorodischer, Aletta de Sylvas (2009) analiza en detalle los aspectos lingüísticos de la novela en la parte IV de su obra, y titula esta sección “Los avatares de la escritura”. Si bien “avatares” en su significado más corriente implica “fases, cambios, vicisitudes”, también significa “transformación, reencarnación” (Diccionario de la Lengua Española). A nuestro criterio, es en estas dos últimas acepciones que debe entenderse su aplicación al magnífico dominio del lenguaje que Gorodischer posee y despliega en toda su obra pero que en Prodigios alcance un nivel excepcional y lo convierte en verdadero protagonista. Las palabras adquieren este papel central ya sea en barrocas descripciones, largas enumeraciones, sucesivas metáforas y en el intento concienzudo de la autora por comunicar las distintas voces que la casa encierra en sus matices más sutiles. Valga como mero ejemplo el inicio de la novela con el arribo de una nueva huésped, la señora Nashiru, momento en el que un leve temblor recorre la casa. Se inicia una descripción que, entre otros elementos, comprende veintinueve sustantivos referidos a otras tantas partes de la estructura de la casa. “En la novela, el lenguaje poético recrea una zona donde se derrumban las fronteras entre los géneros y se privilegian los aspectos cercanos al sueño, al deseo, a la música, y donde la referencia es postergada en aras de la magia de las palabras.” (Aletta de Sylvas 217)

Doquier, que Gorodischer misma definió como una “crónica urbana”, nos presenta los aspectos diurno y nocturno de una ciudad. Se trata de una ciudad en formación que se levanta junto a un río que, si bien podría estar inspirada en Rosario, la autora ha cuestionado que se tratara de esta ciudad y ha confesado no saber a ciencia cierta de qué ciudad se trata. Ella misma se ha planteado si en este caso no sería Buenos Aires, para agregar a modo de disculpa que no sabe, que nadie se lo ha dicho (Cristoff ). La acción se ubica en una época entre la Colonia y el siglo XX, si bien la autora aclara en la Advertencia que sirve de breve prólogo a la obra que “no es una novela histórica”. “Parece pero no lo es”, agrega sugestivamente. En Doquier, la ciudad adquiere un papel más relevante que en Prodigios. Sin embargo, al igual que en la primera novela que analizamos, tampoco tiene nombre. Como era de esperarse, la ciudad de Doquier es una combinación de realidad y fantasía en la que no todo es lo que semeja ser. Así como hay dos aspectos de la misma ciudad, en Doquier hay dos casas. Una es la casa donde vive, aparentemente imposibilitado de moverse, el protagonista que funciona también como narrador.  La otra, es una casa de la calle del Bajo, testigo de citas clandestinas y recuerdos que el protagonista/narrador quisiera hacer desaparecer. Es en la noche en que el personaje de la obra deja el engaño en que está montada su vida diurna desde hace muchos años y recorre el camino hasta la casa del Bajo. El lector aprende con lujo de detalles el camino que siempre toma para llegar a su destino y paso a paso su ritual para lograr no ser visto por nadie. O eso cree. La ciudad y ambas casas se transforman en espacios asfixiantes por momentos y de una violencia solapada o no tanto, al igual de lo que sucedía en Prodigios. Doquier está construida sobre la simulación y sobre el engaño, el enigma y la indeterminación respecto de la identidad de un narrador/protagonista que dice mucho pero mucho más oculta. No es casual, por lo tanto, que la novela termine cuando el personaje finalmente abre la puerta de su casa, se para en su rellano y observa la ciudad que entra en la casa con toda su luminosidad, sus ruidos, sus olores. Es en esta instancia donde también termina el engaño que el personaje ha acuñado desde hace muchos años y con el que ha embaucado a sus vecinos y empleados. Durante todo el transcurso de la novela, el lector conoce algo que todos los personajes, con excepción de uno, desconocen: en realidad el protagonista no es paralítico como pretende serlo. Su parálisis es la gran máscara con la que ha cubierto un engaño y un crimen. Es desde su aparente inmovilidad diurna que la ciudad llega a él en base a las varias versiones que recibe de quienes se acercan a la casa/negocio, ya sea para conversar, ya sea para buscar las hierbas medicinales que él hace preparar y comercia. El narrador/protagonista hace avanzar la acción en base a estas versiones y conversaciones con los vecinos. Hasta la última escena de la novela, el engaño a sus empleados, vecinos y otros habitantes de la ciudad es casi total. Sin embargo, en una vuelta un tanto burlesca hacia el lector,  hay un hecho que nunca le es revelado a éste. Nosotros, los lectores que poco a poco hemos ido desenredando la madeja de simulación y engaño con que se envuelve el protagonista, que hemos conocido, por su propio relato, la mentira de su postración e inmovilidad y que hemos sido testigos de su peregrinar nocturno por la ciudad que lo resguarda y se hace cómplice de sus frecuentes salidas hacia la casa de la calle del Bajo, nunca nos enteraremos de su identidad sexual. En una inversión total de la ironía trágica, ésta no es ningún secreto para los personajes de la obra. Como en todas las obras de Gorodischer, la autora presenta al lector con infinidad de caminos a explorar. El tema de las ambigüedades genéricas y sexuales es uno de esos caminos posibles en Doquier. Teniendo en cuenta que la propuesta de este Simposio es reflexionar sobre  la ciudad y la literatura, quiero terminar mi análisis de esta obra con la sensual y omniabarcadora descripción de la ciudad que se ofrece a los sentidos del protagonista al abrir la puerta de su casa y contemplar la ciudad que se extiende ante sus ojos:

Afuera me esperaba la ciudad. Sucia, oliendo a trigo y a cuerpo y a podredumbre y a tierra mojada, tendida junto al río, perezosa, ladrona y malhablada, cruelmente iluminada por el sol que nada me ahorraba de sus miserias, bella como nada en este mundo, tentadora y rumorosa, altiva entre sus sedas y sus harapos, me esperaba sonriente. […] Algo como la maravilla ante lo desconocido hacía presa en mi ánimo: allá ante mis ojos la quietud y la esperanza, gentes, gritos, ráfagas que traían el olor del agua del río pegando contra los maderos y contra la panza de los botes, mugidos, la oscuridad de los rincones a los que no llegaba el sol, las piedras que se iban calentando al calor de enero, las campanas de la iglesia de Santa María Niña, el aullido de algún animal maltratado, la melodía que de una flauta de caña sacaba un ciego sentado contra el tronco de un árbol, el humo de una hoguera, el tambor de un pregonero, los zuecos de una mujer gorda que ofrece algo ¿qué? dulces, allá ante mis ojos la vida, toda la vida de una ciudad, del mundo, eso, se agitaba por doquier (220).

 

En contraste con las dos novelas anteriores, La fábula de la virgen y el bombero sí tiene espacio y tiempo concretos: se ambienta en la ciudad de Rosario alrededor de los años 20 y 30 del siglo XX. En esta obra, Gorodischer nos presenta la ciudad como escenario de la corrupción en todos los niveles. El crimen y la prostitución campean por sus calles y particularmente en uno de sus barrios. Una ciudad que se convierte en centro internacional de la trata de blancas con la protección de funcionarios y políticos corruptos y la mirada benevolente de una sociedad hipócrita. Es la ciudad de la violencia y la infamia. Es el despliegue de la miseria urbana. El lenguaje vuelve a erigirse en un elemento esencial en esta obra también como sello que identifica socialmente a los protagonistas. Así, la ciudad se presenta no sólo en sus calles, sus barrios y sus gentes sino también en el particular habla lunfardesca que es propia de algunos de los personajes. Como lo señala Aletta de Sylvas, el habla constituye también una marca que delimita las fronteras de los distintos barrios de la ciudad: la zona céntrica donde reside la burguesía, los suburbios y el barrio prostibulario de la sección novena (200). A fines del siglo XIX, la instalación del ferrocarril, cuya estación principal se alojó en esa sección y se llamó “Sunchales” primero y más tarde “Rosario Norte”, y el auge de la ciudad como centro portuario de importancia internacional contribuyeron al surgimiento de la ciudad de Rosario como centro comercial de primera magnitud, al incremento demográfico inédito en base a las olas de inmigrantes, procedentes fundamentalmente de Italia, y a corrientes migratorias internas que se afincaban en la ciudad atraídas por su auge económico y las oportunidades y perspectivas que ello representaba. Baste señalar que la población de Rosario se cuadruplicó en esos años para darnos cuenta de la magnitud del impacto. La estación del ferrocarril en el barrio de Pichincha marcaba el límite norte de la ciudad más allá del cual se extendían los suburbios en desarrollo. Es descripta en la obra como: “Preciosa, una de esas encantadoras estaciones inglesas, prolija, amable, de ladrillos limpios y bronces relucientes y un reloj más puntual que el sol” (269). El barrio adquiere su nombre de su calle principal homónima. La novela de Gorodischer nos hace descender al sórdido ambiente del submundo delictivo y policial característico del barrio en los años 30. Aletta de Sylvas pone de relieve el hecho de que paralelamente a este descenso a las entrañas de la sociedad rosarina de la época se da un imaginario descenso a una dimensión de túneles secretos, oscuros, amenazadores, donde supuestamente se está construyendo el subterráneo (200). Así la ciudad en Fábula de la virgen y el bombero tiene dos caras, pero sólo una de ellas visible. Sin embargo, es la cara oculta, ámbito de la sordidez, la prostitución y el delito, la que rige la vida de la ciudad visible. La novela presenta varias historias simultáneas y concurrentes y los personajes se mueven fundamentalmente en tres ámbitos delimitados con bastante precisión: el policial-delictivo, el prostibulario y el de la burguesía. Los tres ambientes se articulan (como dice Aletta de Sylvas) en torno a la visita protocolar de una imaginaria princesa Carlota (Aletta de Sylvas 201) (1). En un interesante y agudo análisis sobre ciertos aspectos de la narrativa de Gorodisher vinculados con la obra que venimos comentando, Ferro Sardi hace el paralelismo entre las salas de policías y cafés del centro de la ciudad que funcionan como los espacios de negociaciones de la ciudad legal y los prostíbulos y casas abandonadas que cumplen esa función para esa otra ciudad oscura, oculta. También en esta obra de Gorodischer se da el juego entre apariencia y realidad que ya hemos puesto de relieve en las otras obras de esta autora que hemos analizado. El momento culminante de este juego es posiblemente cuando, quizás en algún sentido con un toque magistralmente bajtiniano (Ferro Sardi 10), se disfraza a las prostitutas de “señoras” y se las coloca en las aceras al paso del carruaje de la princesa Carlota cuando atraviesa el barrio: “Bellas mujeres casi todas jóvenes, qué notable, vestidas de colores pastel lanzaban serpentinas, flores y papel picado al paso del carruaje. Había risas, música, el clac clac clac de los cascos de los caballos, el rechinar de las ruedas, voces, la mano en alto enguantada de blanco, una sonrisa de reconocimiento a quienes la miraban pasar”. Y en palabras de uno de los acompañantes de la Princesa Carlota: “-Des dames les plus belles, Altesse, des jeunes filles les plus vertueuses, des familles distinguées du Rosario”(285).

Dentro de esta novela se dan cita varias narraciones simultáneas. Entre ellas, la que lleva adelante el relato es de neto corte policial. Pero es el lector atento el que debe ir desentrañando la trama y ordenando los hechos. Rescatamos este aspecto en especial porque queremos, aunque sea muy rápidamente, ya que no es el tema fundamental de este trabajo, hacer hincapié en otra importante característica de la escritura de Gorodischer, característica que la pone en un pie de igualdad (como otros aspectos de su obra) con los grandes de la literatura argentina: la apelación al lector. La obra de Gorodischer, como la de Borges y la de Cortázar, por poner sólo dos ejemplos con los que tiene muchos aspectos en común, reclama un lector atento y activo. Un lector que no sólo detecte las pistas que se le ponen en el camino sino que también participe del juego que el autor va sugiriendo y, en algún sentido, construya su novela en base a esas propuestas.

En este breve trabajo hemos querido poner de relieve las características especiales que la ciudad adquiere en cada una de estas tres obras de Gorosdicher que hemos elegido. Ángela Dellepiane (17) alude a las dificultades que se presentan al querer caracterizar unívocamente la narrativa de la autora rosarina debido a la diversidad de su registro literario en el que se dan cita la ciencia-ficción, la novela policial y los relatos fantásticos o góticos. De igual manera, en nuestra opinión, y posiblemente como consecuencia de lo anterior, esta diversidad se traslada, como hemos visto un poco a vuelo de pájaro, a la representación de la ciudad que funciona como marco y contexto de cada una de las obras comentadas. El hecho unificador es que en Angélica Gorodischer, al igual que lo que sucede con otros prestigiosos autores argentinos, la ciudad se constituye --y mencionamos nuevamente a Borges y a Cortázar--, en poderoso centro generador que hace que podamos calificar a su narrativa como eminentemente urbana. Si bien hemos ejemplificado con sólo tres de las novelas de Gorodischer, la ciudad está presente en toda su obra no sólo como musa inspiradora de la ficción sino cumpliendo las más variadas funciones, a veces en un mundo mágico o propio de la ciencia ficción, a veces inmersa en lo que parece la más cruda realidad. Concluimos con palabras de Angélica Gorodischer que denotan su enorme fascinación por la ciudad y sus habitantes: “Creo que yo siempre voy a seguir viendo personajes en una ciudad, si bien no necesariamente una ciudad que existe o que haya existido" (Cristoff).

Notas

 

(1)  Confirma Aletta de Sylvas que “la historia no registra ninguna visita de una princesa pero sí del Príncipe Humberto de Saboya, heredero de la corona de Italia, que llegó a a la ciudad el 11 de agosto de 1924.” Durante su visita realizó varias visitas protocolares y asistió a un desfile militar y a un baile de gala realizado en su honor. También visitó el famoso barrio Pichincha, incluido el prostíbulo de Madame Sapho (201).

 

 

Bibliografía

 

Aletta de Sylvas, Graciela. La aventura de escribir. La narrativa de Angélica Gododischer. Buenos Aires: Corregidor, 2009.

 

Cristoff, Sonia.  Una ciudad levantada sobre el engaño. Comentarios y entrevista a Angélica Gorodischer publicada en el diario La Nación de Buenos Aires, 10 de julio de 2002.

 

Dellepiane, Ángela. La narrativa de Angélica Gorodischer, en Boca de dama: la narrativa de Angélica Gorodischer.  Buenos Aires: Feminaria Editora, 1995, 17.

 

Diccionario de la Lengua Española. Vigésima Segunda Edición. Madrid: Real Academia Española, 2001.

 

Ferro Sardi, Silvia Natalia. Angélica Gorodischer: Las máscaras de la modernización. Cuerpo y mercancía. Actas del  II Congreso Internacional  “Cuestiones críticas”, Rosario, 2009.

 

García, Mara. Mara García entrevista a Angélica Gorodischer. Grafemas, Boletín electrónico de la  Asociación Internacional de Literatura y Cultura Femenina Hispánica (AILCFH), publicada por Nazareth College en: http://www-pub.naz.edu:9000/~hchacon6/grafemas/grafemas-texts/GOROD.PDF

 

Gorodischer, Angélica. La fábula de la virgen y el bombero. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1993.

 

----.  Prodigios. Barcelona: Editorial Lumen. 1994.

 

----.  Doquier. Buenos Aires: Emecé, 2002.

 

Pinkard, Terry. Hegel – A Biography. New York: Cambridge University Press. 2001