Configuración espacial en dos novelas dominicanas: el campo y la ciudad desde dentro y fuera de la isla.

 

Sharina Maillo Pozo

The Graduate Center, CUNY

                                                                       

La representación de los espacios en la literatura dominicana está sujeta a los aspectos socio-políticos que se fraguan en el momento en que sus autores escriben. Si hacemos un viaje retrospectivo y nos detenemos en la literatura de los años 20-30, indiscutiblemente tendríamos que fijarnos en la figura de Juan Bosch. La manifestación de lo rural vs. lo urbano en gran parte de la literatura bosciana se conjetura bajo los parámetros del binomio civilización-barbarie. Su obra aparece en un momento en el que la República Dominicana, junto al resto de los países latinoamericanos, buscaba unirse a los procesos de modernización y el campo representaba uno de los elementos que anclaban a dichas sociedades en el atraso. El rol de Bosch como figura literaria-política se ha generado en un sistema muy ambiguo. Por un lado, ha servido como portavoz y testigo de los campesinos, las penurias que padecen y su poca habilidad de adaptación a los nuevos cambios que la modernidad trae consigo. Por otro lado, expresa una crítica al barbarismo y a la violencia de los campesinos, especialmente en las revoluciones, que desde la perspectiva del momento eran una amenaza a la estabilidad de la incipiente nación. Las ciudades, entonces, constituían el espacio de civilización en las que germinaban las nuevas ideas de modernidad y progreso en los círculos intelectuales. No obstante, no podía negarse la complejidad de los espacios rurales y él, justamente, pretendía reconocerlos a través de sus cuentos. Además,  hay un elemento recurrente en la narrativa de Bosch que consideramos importante: el componente autobiográfico y las memorias de la infancia que recrean momentos de nostalgia y empatía con la experiencia vital del campesino. Creemos que el rol de los espacios en la obra de Bosch ha influenciado las recreaciones espaciales en obras contemporáneas. En las siguientes páginas nos planteamos la cuestión de los cambios y las adaptaciones a las que se han visto sujetas las representaciones del espacio rural y urbano en la literatura dominicana actual escrita tanto dentro de la República Dominicana como desde la diáspora. Para ello, hemos enfocado nuestro análisis en dos obras contemporáneas escritas desde dos espacios geográficos diferentes: Geographies of Home (1999) y Carnaval de Sodoma (2002).

Desde la diáspora, Geographies of Home de Loida Maritza Pérez, representa una imagen barbarizada del espacio citadino, en este caso, la ciudad de Nueva York. La  autora envilece la nueva configuración urbana del dominicano inmigrante y ennoblece la vida idílica del campo. Las víctimas de la sociedad se trasladan al espacio urbano neoyorquino y el campo constituye el espacio de estabilidad. Coincido con la crítica belga Rita de Maeseneer en que Pérez centra su novela “en las tribulaciones de la numerosa familia de Aurelia y Papito que apenas logra sobrevivir el entorno hostil y racista de Nueva York en los años noventa” (122). El desarrollo del sistema binario campo-ciudad parte desde esta visión envilecida de la ciudad hasta desembocar en la idealización del espacio rural de los recuerdos. Por un lado, la autora presenta una serie de testimonios que reflejan la situación de una familia dominicana inmigrante y sus vivencias calamitosas en el espacio de la ciudad de Nueva York. Por otro lado, en momentos de nostalgia y melancolía acude a las áreas provinciales de la República Dominicana como si el espacio rural de alguna manera le sirviera como válvula de escape a la crudeza del  entorno neoyorquino.

En Geographies of Home discurren una serie de situaciones que nos han llevado a conceptualizar esta vertiente de la obra de Pérez como “la barbarización de lo urbano”. Es decir, frente a la representación del binomio campo-ciudad en la obra de Bosch, es en el espacio urbano donde germina la barbarie y el atraso espiritual y material del ser humano. Hemos ubicado tres ejemplos puntuales que ilustran nuestra propuesta.

Primero, la ciudad neoyorquina se convierte en el escenario de la supervivencia. Las calles de Brooklyn, enfrente de lo que una vez fue un teatro, pasan a ser puestos de comida y ropa callejeros en los que se congrega una cantidad masiva de gente que lucha contra los avatares de la necesidad. En otras palabras, el espacio neoyorquino es el escenario en el que se exhibe públicamente la pobreza de este nuevo grupo de inmigrantes: “Not in this neighborhood the luxury of shopping as leisurely activity. Fear of not finding what was affordable hurried people into stores and kept fingers rifling through merchandise” (103).

Dentro de este entorno, la falta de solidaridad es el mecanismo indispensable para sobrevivir en Nueva York. El hambre y la miseria son los gérmenes citadinos que se apoderan de los sujetos de la novela hasta exterminar cualquier indicio de solidaridad. Tal es el caso de la joven Iliana. Tras su regreso a Nueva York, evita el contacto con la realidad que la rodea porque involucrarse significaría rememorar el hambre que habitó en su hogar neoyorquino durante su adolescencia: 

Ever since her return to New York she had rushed past homeless people asking for money on corners and on trains. Not wanting to be reminded of the nights she had gone to bed hungry onlyto sleepwalk to the refrigerator to gnaw a piece of cheese or guzzle the remains of a gallon of milk her mother had been rationing out to last the week, she had learned to look away (69).

 

En la caracterización de la ciudad, encontramos una segunda concepción del espacio en la que Nueva York se convierte en el espacio del desengaño y la desilusión. Rebecca, la primera de la familia en llegar a los Estados Unidos, imaginaba que en Gotham encontraría la luz verde al otro lado del camino. No obstante, su llegada es el preámbulo del “boulevard de los sueños rotos”.  Se enfrenta a un ambiente tan miserable como el que ha dejado atrás y con situaciones sociopolíticas que eclipsan el alivio de su mudanza:

She had honestly believed that she would be able to pick gold off the streets and send for her parents so they might live as grandly as those who returned to the Dominican Republic claimed was posible. Only after her arrival had she realized that those who moved to the States lived as miserable as most in her country. One of the few advantadges of emigrating was escaping riots and military raids, but even this was often overshadowed by a fear of deportation (59-60).

 

Este aura de miseria marca el tono de la novela.  La narración, siempre focalizada desde el punto de vista de uno de los miembros de la familia,  muestra una radiografía espacial de la ciudad de Nueva York en la que la naturaleza está consumida por los edificios y las grandes factorías: “Marina looked out of a window on the train to see patches of ice forming tiny islands in the river’s brackish water. She counted as many as she could, but her view of the river was soon obstructed by the factories lining its edge” (96). Además, el entorno industrializado es el escenario de la lucha del inmigrante que la explotación no respeta ni edades ni género:

Already their lights were on [las de las fábricas]. Through their windows she saw women and children busily at work. In that part of Brooklyn, where immigrants eked out a sort of life and employers sought cheap labor, the existence of underage workers was quite common” (96).

 

El tren es el último rincón neoyorquino ilustrativo de la visión negativa que representan la ciudad y sus adelantos en la vida de esta familia y los demás sujetos citadinos. A pesar del poder deslumbrante que pudiera evocar en los personajes, no hemos localizado ninguna referencia de la novela en la que este medio se describa con matices positivos. El tren es una especie de microcosmos de la ciudad en el que se dan cita todos los sujetos sociales marginados. Por consiguiente, el microcosmos subterráneo que vemos a través del escrutinio sociológico de la joven Iliana, es un punto de desencuentro en el que convergen los sueños rotos y las oportunidades estériles. El tren es el escenario en el que se fragua la lucha entre la ilusión y el fracaso. Este último usa el dinero como arma que silencia el sonido de los sueños que mantienen viva la esperanza. El diálogo a continuación entre un viejo músico que va por el tren tocando su trompeta y un pasajero simboliza este conflicto. El pasajero es la manifestación humana de la desesperanza y el desaliento. Mientras que el músico ha creado un espacio alternativo en los rincones de su imaginación que le permite huir del chasco de su congénere.

[pasajero del metro]: “I hope I never have the misfortune of hearing you play again”

 

[músico]: “That all depends… If I collect enough, I’ll buy myself a new horn and you can come hear me play at the Savoy”

 

[pasajero del metro]: “Didn’t that place close years ago?”

 

[músico]: “Now why you wanna blow on a man’s dream? I don’t know if it has closed or not, but if it has, it’ll open just for me” (73).

 

Dentro de un ambiente urbano caótico, miserable y hostil Pérez crea un espacio paralelo que predomina en los sueños y en los recuerdos de sus personajes. En momentos de desesperanza o de nostalgia, los sujetos literarios acuden a imágenes oníricas de lo que una vez fue el hogar, el campo de Azua, y los recuerdos dejados atrás en ese lugar. No comparto la idea de Franklin Gutiérrez de que a partir de los años 90, los escritores narrativos de la diáspora dominicana en Nueva York se alejan de la melancolía y la nostalgia por el suelo patrio. Considero que en el caso de Loida Maritza Pérez, el elemento nostálgico-melancólico aún prevalece. Trabajaremos tres ejemplos que ilustran la añoranza de la vida en el campo de Azua.

A pesar de que durante su infancia, Iliana fue apodada “cagona” porque iba defecando por las flores del campo de Azua ante su miedo a la letrina, ella recuerda ese espacio con ternura y nostalgia. Al encontrarse en su dormitorio universitario medita sobre el espacio que denominaría “hogar”. La casa de sus padres en Nueva York no despierta la sensación de pertenencia a un lugar. En ese conflicto de búsqueda de identidad espacial, Iliana recuerda los elementos del espacio dejado atrás y los traspone en el nuevo entorno neoyorquino. Los recuerdos son el contacto con la sencillez de la vida y los placeres de la naturaleza que no le otorga la nueva isla en la que habita:

…Gone where the hand-carved statuettes and worn but sturdy Worden Docking chairs and tables brought from the Dominican Republic. In their place sat tables with gold-tinted latticed bases and red and gold fringed lamps. Already Ileana felt as if her parents’ home were not her own. While she’d been away, her memory had consisted of images imbued with the warmth of a Caribbean sun magically trasported to New York and with a house furnished with objects lovingly carved by the inhabitants of an islands she had dreamed of (30). 

 

En otro momento, a través de una foto de los años en que la familia aún vivía en Azua, Iliana compara la vida antes y después de emigrar. Aquel espacio era el lugar perfecto para criar a los hijos; se respetaban los valores familiares, los hijos cumplían con sus deberes, todo estaba en orden. El espacio de Azua en el que vivían está representado como el mejor entorno para forjar una familia. Mientras que el espacio neoyorquino es el facilitador de la desintegración familiar y el abatimiento de los hijos y de los padres. Tal es el ejemplo de Marina. En la indagación mental que hace Iliana sobre su familia nota que los de las fotos ya no son los mismos:

In the photograph Marina held herself stiffly. Before the camera’s flash and for years afterward she rarely caused her parents grief. Her chores were done when asked, and she willingly attended church on Saturday mornings and afternoons, even on Wednesday and Friday evenings when Papito allowed those of his children claiming exhaustion to remain home. She had also enjoyed buying presents for her younger sisters, especially for Beatriz (42).

 

Luego vemos el cambio de Marina a una joven problemática, piromaniaca, con problemas de conducta; suicida y loca. En palabras de Iliana “it meant that her sister allowed herself to collapse under life’s weight” (41).

En última instancia, me detengo en la figura de Aurelia, la que en ocasiones funge como la matriarca de la familia. Ante las vicisitudes que encuentra en el nuevo espacio y los retos que enfrenta ante el curso caótico que ha tomado su familia, recuerda a manera proustiana el ritual de preparar el café matutino:

… Before her conversion to Seventh-Day Adventist and while she still lived with her mother, she and Bienvenida had built a fire behind the house. While darkness lingered and roosters crowded, Bienvenida had roasted coffee beans which Aurelia had ground into a fine powder…Then, as the embers faded, they had sat drinking the coffee whose scent had mingled with the green, wet smell of dawn (23).

 

Los recuerdos de la isla son, entonces, momentos de suspensión de su realidad que como válvula de escape le permiten rememorar la plenitud en un lugar conocido ante la extrañeza que siente en el suelo neoyorquino, totalmente ajeno a ella. El optimismo y la libertad que le ofrece el campo dominicano se perciben como inherentes a este espacio. A pesar de las penurias que atraviesa en su vida campesina, su conexión con esa tierra le da la fortaleza que Nueva York y sus edificios no pueden concederle:

It wasn’t that she romanticized the past or believed that things had been better long ago. She had been poor even in the Dominican Republic, but something had flourished from within which enabled her to greet each day rather than cringe from it in dread. With bare feet grounded in familiar ground, she had trusted her perceptions (23).

 

El caso de Pedro Antonio Valdez es distinto. Su visión del campo-ciudad no proviene de las añoranzas ni de las experiencias migratorias. Su representación está vinculada a un proyecto nacional que pretende borrar la imagen de atraso del campo enfatizada durante la época del Trujillato. Nos presenta así una visión innovadora del espacio en Carnaval de Sodoma.

A principios del siglo XX y durante la dictadura trujillista se desarrolla una empresa de renovación de los espacios rurales para integrarlos a la civilización y así alcanzar la modernización de la nación. Por consiguiente, las provincias dominicanas atraviesan lo que hemos denominado “la urbanización del interior”. La novela de Valdez parodia el fracaso de dichos intentos de transformación de los espacios provinciales. Para ello, hiperboliza los procesos de urbanización rural y hace una crítica a las instituciones burocráticas trasladadas de la ciudad a la provincia.

Sitúa gran parte de su novela en tres espacios cerrados: el ayuntamiento, la iglesia y el burdel. Este último está enfrente de la iglesia y a metros de distancia de todas las oficinas gubernamentales de la provincia. ¿Por qué el énfasis en los espacios cerrados? ¿Qué propósito persigue la localización del burdel? ¿Quiénes son los sujetos sociales que habitan dichos espacios? ¿Recurre a algunos de los motivos con los que típicamente se suele asociar el interior en la literatura dominicana?  Con los siguientes ejemplos del texto, pretendemos responder algunos de estos planteamientos. 

Los espacios cerrados conforman las instituciones heredadas del poder central en la provincia. Dichas instituciones y el cabaret son las nuevas configuraciones espaciales del interior. La barbarie citadina se ancla en la provincia y paulatinamente cierra los espacios típicamente abiertos del campo. La apertura, el verdor y los grandes escenarios de la naturaleza se evaporan y solo quedan sus sombras. Los nuevos espacios engendran nuevos sujetos esperpénticos “…hombres heridos en el corazón o de fantasmas, de crápulas libidinosas que cruzaban el umbral aluzados por la luna y de señores honorables que se escabullían desde la sombra” (55); un poeta fracasado, un idealista vencido, un inspector de sanidad corrupto, un violinista irrespetado y una pareja de inmigrantes chinos propietarios del antro que engañan a sus clientes con la creación de una falsa princesa tras drogarlos. Estos personajes foráneos traen la inmundicia y el caos a la provincia. En uno de los pasajes del libro, el autor hace un guiño al lector que delata el carácter satírico-paródico que subyace en su texto. El cura de la iglesia, siempre observando desde la torre, cuestiona por qué el inspector de sanidad se limpia los pies antes de entrar a la “casa de té”, el Royal Palace, y el narrador nos dice que “le pareció inadmisible que el inspector se hubiese limpiado los pies para entrar al cabaret y no al salir, cuando escrito está que lo malo no es lo que entra, sino lo que sale” (34).

Pedro Antonio Valdez invierte el sistema de valores y con ello subraya que la mezquindad proviene del exterior y no del interior. Prueba de ello es el hecho de que tras la entrada del inspector al burdel se desata un tropel de ratas inmundas sobre las flores pintadas en el piso del cabaret: “Una estampida de ratas apareció repentinamente desde los rincones y empezó a atropellar todo en loca carrera” (33). Además, con la llegada de objetos foráneos, los espacios rurales se llenan de ruido: “¿No has escuchado esos ruidos de metal? Son de una máquina de escribir -reveló la mujer, como desde el mundo sereno de la locura, y procedió a narrar en voz baja” (45).

La ciudad provincial de la que solo quedan secuelas en los sueños de Tora se convierte en una sombra, en un Comala caribeño:

Tras merodear por el pueblo, se dio cuenta de que estaba en un lugar antiguo o en una ciudad retrasada en el tiempo. Una brisa húmeda, pavorosa, se arrastraba por las calles polvorientas y los zaguanes solitarios, batiendo las ventanas desvencijadas que se encontraba a su paso” (80).

 

Más adelante el viejo amolador con el que se encuentra Tora en su sueño le explica cómo han cambiado las maneras de lidiar con los problemas entre los que traen los cambios de la ciudad y los que se resisten en la provincia. Parafraseando un poco el discurso del amolador, las peleas antes “por allá” eran revoluciones. Además, satiriza la actualidad de Tora. Apunta  al cambio en la  representación de los campesinos y hasta cierto punto, la pérdida del espíritu rebelde que los caracterizaba. En suma, sintetiza en su respuesta la asimilación de la provincia a las costumbres de la ciudad: “La guerra no se hace como por allá. Recuerde que esta es una ciudad civilizada y culta… Cuando a dos ejércitos les llega el día de pelear, lo que hacen es apostarse frente a frente en una mesa” (83).

Prosiguiendo con el tono de crítica social del texto, se alude en diversas ocasiones a la constante falta de luz y de agua y a la corrupción de las autoridades:

No era posible que a un hombre [tanto del campo como de la ciudad] que vivía solo le mandaran un recibo de teléfono tan alto, o le cargaran tanto dinero por el agua, o le llegara una factura de luz tan cara cuando a fin de cuentas a su apartamento iban más los apagones que la electricidad (48).

 

Lo particular de algunas de estas denuncias es que el autor lo presenta como un mal endémico de la nación, no como particular de la provincia. Con ello, el autor intenta problematizar la situación provincial como nacional. La voz visionaria de Valdez se hace presente en este intento de integración sin imposición. Argüimos que una de sus intenciones al tratar la dicotomía campo-ciudad no es presentarlos como opuestos, sino parodiar y deconstruir los intentos de homogeneidad nacional amparada por gobernantes e intelectuales dominicanos a lo largo de unas ocho décadas del siglo XX.

En cuanto a la representación romántica de los espacios rurales, no hemos advertido elementos de nostalgia y añoranza en Carnaval de Sodoma. No obstante, el vínculo entre la naturaleza y la libertad sexual es uno de los tópicos que se dan cita a lo largo de la obra. En otras ocasiones, se superpone la luz de la luna o del sol a la eternamente fallida luz eléctrica. Los tópicos del calor, el campesino en su entorno, los espacios abiertos, están tratados de una manera muy diferente de las representaciones de Bosch y del carácter nostálgico de Pérez y otros escritores contemporáneos de la diáspora. El calor, por ejemplo, aparece representado de manera negativa, como un ente asfixiante, muy lejos de la idealización: “Hacía un calor del diablo o más bien una humedad vaporosa que embadurnaba con mala fe el cuerpo” (47). 

Concluyo subrayando que, a pesar de los enfoques diferentes de ambos autores, su punto de encuentro es sintomático de los cambios en las representaciones literarias de la literatura dominicana contemporánea. Ambos escritores inician su labor intelectual después de los años ochenta, época en la que germinan nuevas maneras de construir la narrativa dominicana. Las obras de Loida Maritza Pérez y Pedro Antonio Valdez se adhieren a una nueva manera de concebir las representaciones literarias dominicanas, ya sea desde la perspectiva transnacional o desde una propuesta de cambio en la conceptualización de la nación e identidad dominicana. Sin negar la influencia que Bosch haya tenido en ambos escritores, es evidente que sus obras no gravitan en torno a la preocupación por el campesino o la representación del sujeto rural como víctima o bárbaro. Los sujetos representan nuevas inquietudes y una actitud crítica ante los procesos nacionales y transnacionales. Ambos, de manera muy distinta y en espacios diversos, cuestionan el carácter civilizador de la ciudad sin adentrarse en las penurias del campesino y su cotidianidad. 

Obras consultadas

Certeau, Michel De. The Practice of Everyday Life. Berkeley: University of California Press, 1984.

 

Fernández Olmos, Margarita. La cuentística de Juan Bosch. Un análisis crítico-cultural  Santo Domingo: Editorial Alfa y omega, 1982.

 

Gutiérrez, Franklin. “La narrativa dominicana.” El español en el mundo. Anuario del Instituto Cervantes. 2008. http://cvc.cervantes.es/lengua/anuario/anuario_08/pdf/literatura06.pdf

 

Maeseneer, Rita De.  Encuentro con la narrativa dominicana contemporánea. Madrid: Iberoamericana, 2006.

 

Pérez, Loida M. Geographies of Home: A Novel. New York, N.Y: Viking, 1999.

 

Valdez, Pedro A. Carnaval De Sodoma. Santo Domingo, República Dominicana: Alfaguara, 2002.