[No] Sex and the [Hostile] City en
Un amor en Nueva York de Clara Lair
Jorge L. Rosario-Vélez
Long Island University/Post
¡Me espanta la ciudad! ¡Toda está llena
De copas por vaciar, o
huecas copas!
¡Tengo
miedo ¡ay de mí! de que este vino
Tósigo sea, y en mis venas
luego
Cual duende vengador, los
dientes clave!
José Martí (127)
Clara Lair polemiza su experiencia como
extranjera en la ciudad de los rascacielos en el poemario Un amor en Nueva York (1920-1928) tras la salida de la “islita en
que he nacido, Puerto Rico” (17). Como mujer soltera sujeta a su familia a los
23 años, Lair emigra con ellos a Nueva York en 1918,
un año después de tramitarse la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños.(1) De la experiencia de vivir catorce años en el “Village” y de trabajar para una empresa, emergen su
platónica experiencia con el hombre y la hostilidad propia hacia una ciudad
capitalista, acelerada e incomprendida por un sujeto fuera de su patria.
Mercedes López Baralt destaca que: “poco sabemos de [la] vida de Clara Lair en la gran urbe, más allá de lo que cuenta en sus
poemas Un amor en Nueva York” (xi).(2) Tal vez la insistencia de tildar a Lair de
neorromántica y el título del poemario hayan distraído a los críticos
que insisten en los desamores y la rezagan a la sombra de Delmira
Agustini, Juana de Ibarbouro,
Alfonsina Storni y Julia de Burgos. Sin embargo, Lair
supera el cliché crítico, vivifica la experiencia fuera del terruño nacional y
retrata las patologías del hombre de negocios en la gran urbe neoyorquina con
agudeza clínica. Ante el desafío del amor y la nostalgia, la Poeta analiza su
experiencia en un intento de reconciliarse en el extranjero. Desde esta
plataforma, se propone una lectura unitaria de Un amor en Nueva York donde se observe la evolución de la Poeta y
su voz mientras enfrenta los desafíos en la metrópoli urbana. Además se explora
cómo al develar el sujeto capitalista y la Nueva York de 1920 en voz
extranjera, se devela también a la voz de Lair como
resultado del desencuentro de su identidad en la metrópoli. La Poeta se enuncia
desde su cultura homogénea, “islita en que he nacido, Puerto Rico”, donde la
convivencia, la familiaridad y la naturaleza eran la norma. Ahora experimenta
registros distantes a su cultura tales el anonimato del sujeto, la indolencia
de la multitud urbana y la productividad como estandartes de vida en Nueva
York.
Con Un amor en Nueva York, Lair se convierte en uno de los primeros escritores
hispanos que transforma su experiencia neoyorquina en texto. Versos libres (1882) de José Martí surge
del exilio del Poeta en Nueva York. Dionisio Cañas en El
poeta y la ciudad destaca que: “en el conjunto de la obra de Martí escrita
en Nueva York […], nos encontramos ya con elementos esenciales que después
serán reciclados (modificándolos) por casi todos los poetas hispanos que han
pasado por la metrópolis norteamericana en épocas posteriores” (51) (3).
Luego, Juan Ramón Jiménez y García Lorca reproducen su experiencia en Diario de poeta recién casado
(1916-1917) y en Poeta en Nueva York
(1940) respectivamente. La negligencia crítica hacia Lair
la excluye de los estudios sobre los poetas extranjeros que polemizan a Nueva
York como ciudad; se ha tendido a clasificar y a marginar a Lair
como una más dentro de las poetas que sólo protestan contra el patriarcado.
¡Islita en que he nacido, Puerto Rico!
“Nocturnos de Nueva York” y “Poema III” y “VIII” permiten que Lair dialogue con los escritores puertorriqueños del siglo
XIX Gautier Benítez, Santiago Vidarte, Alejandro
Tapia y Rivera y Lola Rodríguez de Tió, poetas en
cuya obra surge la nostalgia de la patria como tema romántico debido al exilio
en España y en otros países. Lair es la primera
escritora puertorriqueña que polemiza textualmente la experiencia desde la
metrópoli anglosajona. En “Nocturnos
de Nueva York”, la voz poética recurre al amado como solución a su “densa
soledad tan rara” (16). Su vulnerabilidad provoca no sólo la nostalgia de su
patria, sino la del amante, quien invertiría las flaquezas sentidas en sus
“nocturnos” urbanos.
¡Quién sostiene las luces que cruzan en la
sombra
de esta mi densa soledad tan rara! […]
Cruje una
puerta… suenan unos pasos.
¡Es el viento, es la nada, es lo invisible! […]
Marca el reloj la hora en que no vienes…
No has de venir jamás, amado mío.
Entre tú y yo está el hierro de mil trenes,
Miles de piedras… y un atroz vacío.
[…] Nunca llegaste …Sola
en mí cautiva
de las palmas, el mar y los luceros…
nunca aprontó, retando los veleros,
el barco en que llegabas, y me iba. (16)
Los pesares de la Poeta en Nueva York en la década de 1920 equivalen al
dilema político de la Isla desde el 1898, cuando España firma el armisticio que
cede Puerto Rico a los Estados Unidos. Al respecto Silvestrini
y Luque de Sánchez afirman: “al terminar la década de 1920 el futuro de la Isla
era incierto. Los primeros 30 años transcurridos bajo el régimen norteamericano
habían dejado una estela de fricciones y personalismos políticos en un esfuerzo
estéril por controlar el poco acceso al poder que permitía la metrópoli” (422).
El caos isleño es paralelo al caos personal por la incomunicación con el amado
y por extrañar a su patria durante la misma década. “¿Tierra ansiosa de qué?
¡Nadie lo sabe!/ Tierra sin rumbo, sin nivel, sin meta… (17). Aunque la Poeta aparenta
vivir dentro del yugo patriarcal como Puerto Rico dentro del yugo colonial, se registra
que la Isla y ella evolucionan y que su calidad de “inquieta” y de “ave” en
movilidad generará nuevas realidades. “Eres igual a mí, fija e inquieta;/ eres igual a mí, estanque y ave” (17).
En el “Poema VIII”, una voz nostálgica cuestiona su vida “desde el férreo
edificio donde lees o escribes” (11). La angustia de su vida se disuelve y su
respuesta surge cuando contrapone la patria ausente y el espacio neoyorquino.
¿Qué piensas cuando escuchas la voz de las sirenas
desde el férreo edificio donde lees o escribes?
¿No sientes el impulso de saltar las cadenas,
y de vivir de nuevo la vida que no vives?
¿Qué piensas cuando miras el horizonte vano,
estrechando tu mundo que era infinito antes;
no sientes la nostalgia de las playas fragantes,
adonde el extranjero llega como un hermano? (11)
Las preguntas retóricas le permiten apreciar su vida pasada ahora en Nueva York, donde se aísla sin entender ni explorar la metrópoli extranjera. Históricamente, los guetos de inmigrantes italianos, judíos, irlandeses, asiáticos y de afroamericanos luchan por su espacio mientras aumenta la población y la diversidad étnica se convierte en sello neoyorquino. El anonimato se convierte en norma, razón por la que nadie se preocupa por su historia personal, mucho menos por la historia personal de un sujeto de minoría.(4) Es la década de 1920 –no la de 1950- cuando hablar español y encontrar puertorriqueños en Nueva York resultaba la excepción. (5)
Andrea Deciu Ritivoi afirma en Yesterday’s Self: Nostalgia and the Immigrant Identity que la nostalgia: “can be a reflexive stance, a vantage point from which we make a sense our experience and identity” (29). Ciertamente, el “vantage point” se agudiza ya que los íconos de confusión urbana no responden a su experiencia ni a su identidad. Versos como “de ese tu idioma, que comprendo apenas (6), “la voz de las sirenas”, “el horizonte vano”, y “el hombre de negocios” evidencian la confusión urbana que no se puede asimilar ni transformar (11). Ahora desde la metrópoli anglosajona se aprecia la naturaleza, las playas fragantes, la calidez humana y la calidad de vida en su patria. Así, el recuerdo rescata al sujeto en crisis y lo traslada a la vida y a la cultura en que se formó. La memoria y el recuerdo se convierten en la patria.
Hoy en tu vida todo el frío, lento, sordo…
¡Aguárdame, marino,
que voy contigo a bordo:
a sol radiante, o a
plena tempestad! (11)
Clara Lair magnifica el tema de la nostalgia patriótica ya que destaca
que tanto el capitalismo, la soledad urbana y la deshumanización oprimen como
la nostalgia por la familia, la urgencia del paisaje tropical y la amada de los
románticos puertorriqueños. El “Poema III” así lo confirma al cuestionar el
ofuscamiento dentro del capitalismo y de la vida atribulada en Nueva York.
¿Sientes también acaso el choque de espejismo
de la vida allá afuera, aire, luz y color,
cuando no hay un contorno más acá del amor,
que el del rostro de un “clerk”, que habla siempre
lo mismo?
[…] Giran las horas… Gira el día vendido,
Alrededor de algún papel perdido
o de balances mal interpretados…
Y a la hora de salir…¡noche sin luna!
y el estrépito
vil de la fortuna,
hecha
hierro, a nivel de los tejados. (5)
Este espejismo no es una distorsión quijotesca, sino la realidad cotidiana
opresiva cuyo único “contorno más acá del amor, [es el] rostro de un clerk” (5). Los
sentimientos sufren tal deterioro que el mecánico discurso del “clerk” con el cliente es el único y posible intercambio
humano entre las personas. La vida se define por la burocracia, la
productividad y la mecanización cíclica de quien se somete al capitalismo sin
ganancia espiritual. En este poema Lair polemiza la
existencia cotidiana porque se confunde la reducción de la vida a una dimensión
y no se celebra la “vida allá fuera aire, luz y color” como en su patria (5). Mas no se puede responsabilizar a la ciudad por las
vicisitudes del sujeto extranjero. La ciudad se forma dentro de un sistema
económico y allí convive una población que responde al sistema. Tal fundición
crea su propia sociedad. Como la voz poética no ha contribuido a esta sociedad,
lo incompatible emerge orgánicamente y la ciudad se torna en un espacio hostil
como efecto del debate interno del sujeto ante la materialización genuina e
inescapable de la ciudad que no comprende.
Que The Wall Street Journal te dedique un sincero poema financiero
A las complejidades de la vida neoyorquina se suma la desafiante relación
de la Poeta con los hombres, específicamente con “El Príncipe de Park Avenue”, un banquero de la empresa para la cual trabaja. Poemas como
“Banquero-Marino”, “Poema II”, “Poema IV” y “Pedestal” fraguan el fascinante
encuentro, la ilusión platónica, el acertado juicio del hombre disfuncional y
la atracción de la joven Poeta por el magnate anglosajón. Desde su posición subalterna,
se llama: “taquígrafa… que le calla un amor” (9). La fijación con el “Príncipe
de Park Avenue” se magnifica con el retrato del
magnate donde funde hombre y capitalismo como unidad indivisible. El “Príncipe”
será su fastidioso amor platónico hasta que emerja su momento de aprendizaje y
renuncie a él. Robert E. Gould en “Men, Money and Masculinity”
destaca que el dinero subsana la devaluación sicológica y física del hombre que
está incómodo con la representación de su propia masculinidad. Con la acumulación
y despliegue de bienes el hombre no sólo se siente poderoso, libre y satisfecho
consigo mismo, sino que la sociedad le perdona todo porque “in our culture money
equals success” (61). Sin
embargo no se comunica ni se sospecha que detrás de la agresiva fijación del dinero
y caudal, este hombre devela y encubre necesidades psicológicas (61-67). Aunque
Lair enuncia tal develación y encubrimiento, carece
de la información para precisar el origen de la compulsión de la riqueza del
“El Príncipe de Park Avenue”:
Cuando no hay sino la pared amarilla
Y el tín-tín-retintín
de la maquinilla
Llega indiferente Don Felipe de Rior.
Don Felipe es un yankee de gala aristocracia, […]
Don Felipe de Rior es aquel personaje
Que siempre va de prisa y no lleva un reló.
Un título moderno: Príncipe de Park Avenue.
Su trono: una oficina… Y su gran homenaje,
el vaivén de papeles de una corporación.
[…] Don Felipe, más seco y opaco que el hastío
ama sólo en silencio su dama, la Fortuna. […]
¡Don Felipe… qué acierto al que no puedo amar! (9-10)
La indiferencia, la prisa, su mentalidad “yankee”
imperialista, su trono y gran homenaje
crean el abismo entre el aristócrata Príncipe de Park Avenue,
y la invisible “taquígrafa…que le calla un amor” (9). No es la noble
aristocracia de la princesa de Rubén Darío, sino la adquirida a través del
recaudamiento de bienes. Desenmascarando al Príncipe se revela la caricatura
insensible y burguesa del hombre acaudalado en Nueva York. El cuerpo masculino
encarna la indiferencia, la obsesión de poder y la jerarquía social como para
confirmar estatus, masculinidad y presencia. También establece la distancia
entre el jefe y la invisible taquígrafa que rastrea sus movimientos. Como
maestro en la economía de los sentimientos, el Príncipe ama su fortuna, la que
resulta psicológicamente grata para no experimentar otros sentimientos que lo
desvirtúen de su trono. La voz poética devela sus estándares al enunciar “qué
acierto al que no puedo amar” porque él ya no responde al modelo de príncipe
azul, pero despertó ilusiones ya que el platonismo tiene su momento y su periodo
de desengaño en el poemario. Tras la exploración platónica del amado, Lair revierte la fórmula del afligido y arremete con ira
porque descubre que siendo víctima celebraría a un hombre y a un mundo opuesto
a sus sentimientos y bravura de mujer.
El poema “Al presidir el H… Trust Company”
exterioriza el despecho y punto final de la callada voz. Tras la toma de
conciencia, concluye que el “Príncipe” es un sujeto unidimensional que sólo
disfruta su fortuna, por tanto urge rematar su silencioso platonismo. Así su
despedida:
Que tengas suerte, Príncipe de los ojos radiosos…
Que tu Banco se llene de ritmos fabulosos…
Que tu prestigio ensalce diamantes y zafiros…
(No versos y suspiros).
Que The Wall Street Journal te dedique un sincero
poema financiero,
donde tu nombre rime con el nombre de Ford…
(No con “dolor y amor”).
Que balances y cuentas te digan la canción
que se calló mi corazón…
Que tengas suerte, Príncipe de la fría gentileza.
Pero que nunca el oro eclipse tu belleza,
y si alguna te quiere… que te quiera por ti;
y te quiera por mí. (13)
“Al presidir el H… Trust Company”
evidencia que la carencia no sólo sería la miseria económica del Príncipe, sino
también su bancarrota espiritual por ser el capitalismo su único registro de
identidad. Esta carencia refleja a su vez las carencias y limitaciones de un
sistema económico que deshumaniza y desvirtúa el éxito. La repetida estructura del subjuntivo –que tengas suerte, que tu Banco se llene,
que tu prestigio se ensalce- convierte al poema en una postal de despedida,
donde sarcásticamente la taquígrafa le desea bienestar con la única
nomenclatura –balances, cuentas, The Wall Street Journal- que este
sujeto comprende. La intertextualidad con “Responso a Verlaine”
de Rubén Darío se manifiesta en la recurrencia del subjuntivo y en la
aplicación de ambos poetas en sus emotivas despedidas. Sin embargo, los versos
de Darío “que tu sepulcro cubra de flores
Primavera; /que se humedezca el
áspero hocico de la fiera / […] que de sangrientas rosas el fresco abril te
adorne (19) celebran la trilogía artística-erótica-espiritual de Paul Verlaine con admiración y entusiasmo mientras Clara Lair se despide del banquero con desdén y furia. El canjeo
de su esperanza por los deseos sarcásticos para el Príncipe evidencia la
fortaleza que siempre presentó. La evolución se confirma cuando la Poeta anula
el lloroso platonismo y transforma la sumisión
en disposición y belicosidad en contra de quien no merece glorificación alguna.
Y el tín-tín-retintín
de la maquinilla
Convertir al hombre capitalista y a la metrópoli de Nueva York de la década
de 1920 en motivo de poesía como lo ha hecho Lair en Un amor en Nueva York, es un ejercicio
donde se devela al Otro
explícitamente y se devela a viva voz las dimensiones del sujeto poético. La
clarividencia de Clara Lair radica en crear un sujeto
honesto, crítico frente a una situación humana que afronta con tesón, a veces
con drama pero siempre con la disposición para no sucumbir al desafío
neoyorquino. Como esta voz poética no es héroe ni modelo a imitar, Lair se permite explorar el coraje, la nostalgia, el platonismo
y la soledad en búsqueda de respuestas más adecuadas. Es esta misma voz quien
polemiza las prácticas del hombre dentro del capitalismo en una década previa a
la Gran Depresión, pero prácticas masculinas de gran vigencia. Lair -poeta pensante e iconoclasta- no calla ni acepta la
compulsión económica para celebrar ni justificar al tradicional proveedor del
hogar ni al supuesto hombre que creaba la historia.
En síntesis, Un amor en Nueva York resulta la emersión de la negación a lo otro,
una clausura a ser interpelado por otra sociedad y ser allí sujeto en el
sentido ideológico, cultural y social. Por tanto, la representación de la
ciudad neoyorquina es absolutamente subjetiva ya que se construye desde la
crisis de la voz poética y desde su sociedad y cultura. Nueva York no es
exclusivamente una ciudad capitalista con múltiples vecindarios, diversidad
étnica, aceleración, trenes y gente en masa. También es una ciudad escrita y
convertida en literatura tras la experimentación de emociones de un inmigrante
que reconcilia sus exaltados registros culturales tras la interpelación de los
registros extranjeros que íntimamente transfiguran a Clara Lair.
Notas
(1). Previo a
este momento para Clara Lair, Nueva York ya estaría ligado a la historia de
Puerto Rico desde el siglo XIX. Por aquí
transitan los abolicionistas desterrados Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis desde el 1865. Eugenio María
de Hostos y Lola Rodríguez de Tió prosiguen en 1869 y
1882. Vivas Maldonado indica que los periódicos isleños comentan la emigración
de jornaleros a Hawái y a los Estados Unidos desde el 1893. Acosta Belén y
Carlos Santiago afirman que tal presencia en
los Estados Unidos es: “relatively low, with the
US Puerto Rican population less than two
thousand people in 1900”
(43). La diáspora se facilita cuando se tramita la ciudadanía durante la
Primera Guerra Mundial y se oficia con la Ley Foraker
en 1917.
(2). Vicente Géigel Polanco edita la primera
colección completa de la poesía de Lair en el 1979,
seis años después de la muerte de la Poeta. En la misma Géigel
Polanco incluye textos críticos y de homenaje de Salvador Tió,
Diana Ramírez de Arellano, Wilfredo Braschi y de sí
mismo. En este ensayo se citan los poemas de Un amor en Nueva York de la edición de Mercedes López Baralt. Véase
también el premiado documental de Ivonne Belén titulado Una pasión llamada Clara Lair.
(3). Dionisio Cañas además de analizar la poesía a raíz de la convivencia de Martí, Lorca y Jiménez en Nueva York, también
prioriza los textos del poeta puertorriqueño Manuel Ramos Otero. Rubén Darío,
Julia de Burgos, Eugenio Florit, Ernesto Cardenal y
Enrique Lihn forman parte del estudio El poeta y la ciudad.
(4). Selma Berrol destaca en Immigration to New York que: “every group of newcomers, to a greater or lesser
extent, had to cope with hostility from nativists in
the larger American society, previous arrivals in their own group, more settled
immigrants communities, or all three. Such conflict especially characterized
New York City, which grew from just under two million people in 1880 to just
under seven million in 1930” (83).
(5). Respecto a la diáspora de los puertorriqueños a los Estados Unidos, Jorge Duany afirma en The Puerto
Rican Nation on the Move: “A second distinctive element of the Puerto Rican
case is the sheer magnitude of the diaspora […] more
than half a million out of a total of roughly 2 million between 1945 and 1965. The exodus resumed massive proportions in the 1980s and 1990s”
(13). Como todos
sabemos y confirman Silvestrini y Luque de Sánchez:
“la mayor parte de los emigrantes en las décadas del 50 y el 60 se
establecieron en la Ciudad de Nueva York”
(563).
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