Todo esto para nosotros dos, viejos amigos…’:

la correspondencia de Juana Manuela Gorriti y Ricardo Palma (1)

 

Claire Emilie Martin

California State University, Long Beach

 

La prolífica escritora Juana Manuela Gorriti (1818-1892), una de las más celebradas y fascinantes intelectuales de la era post-revolucionaria argentina, fue aclamada desde los salones literarios de Lima y Buenos Aires; hizo alarde de un espíritu generoso y alentó a sus contemporáneas a publicar sus obras y a participar en el discurso político-cultural de sus sociedades por medio de la producción ensayística diseminada en diarios y periódicos de la época. Autora de más de setenta obras de ficción, introdujo el género fantástico a la narrativa latinoamericana, además de experimentar con la biografía, la autobiografía y la narrativa de viajes, alejándose decididamente de las normas genéricas y desafiando así la tradición literaria decimonónica (Berg, 2006: vii). Juana Manuela Gorriti en la última década de su peripatética vida, en Buenos Aires, la capital que conoce recién en 1875, concluye su rico periplo vital. Encerrada en una habitación de hotel, en un Buenos Aires, para ella desconocido y frenético, observa y escribe con creciente frustración desde el lecho donde se recuperaba de los muchos males que la aquejaron en esos últimos años.

En el periodo que comprende desde 1882 a 1891, Gorriti escribe cincuenta y tres cartas a su amigo Ricardo Palma, con quien cultivó una amistad que databa desde 1851 (Salas Guerrero 113).(2) Esta correspondencia íntima entre los dos intelectuales fue publicada en 2004 gracias a la labor archivista de Graciela Batticuore quien encontró las cartas entre los documentos de Palma en la Biblioteca Nacional del Perú. Es de notar, antes de proseguir con este estudio, que el epistolario de Gorriti lleva la marca de la censura con borrones y tachaduras del puño de su hijo, Julio Sandoval, quien visita a Palma poco después de la muerte de su madre y obtiene el acceso a sus cartas. En las Cartas a Cristina, de Ricardo Palma publicadas en 1992, Batticuore halla la elusiva prueba sobre la identidad del editor/censor en una carta de Julio quien admite su labor de censor para protegerla y protegerse. Batticuore aclara la función del hijo: “Tras la muerte de Gorriti, Julio se asume como una suerte de custodia y albacea de la obra y de la memoria de su madre: edita los textos póstumos … y se ocupa de conservar intacta la imagen de escritora romántica que Gorriti había construido a lo largo de su vida” (xxx). Esta breve digresión se hace necesaria, no sólo por el hecho de que estamos leyendo un texto editado por otra mano y otra sensibilidad, sino porque el acto de censura del hijo corrompe el texto y lo altera alejándonos aún más de él en tanto que lectores transgresores de la intimidad del espacio epistolar. La fragmentación del texto funciona metonímicamente para componer de alguna manera el rompecabezas que fue la vida y la literatura de Juana Manuela Gorriti. Fragmentación, códigos de la epistolaridad y censura textual se confabulan para producir un texto reacio a una lectura dúctil. Los silencios, las alusiones y las tachaduras excluyen la transparencia e invitan a la construcción del significado elusivo a partir de las pistas que se extraen del texto mismo y de la lectura sagaz de lo que se oculta detrás de él.

Las cartas al amigo parecen sintetizar, en esos últimos años de productividad afiebrada, la pugnacidad con que la autora defiende su derecho a participar, a escribir, a argüir, tanto en la esfera privada como en la pública, sobre la realidad americana que le tocó vivir. Cristina Iglesia en su Prólogo al volumen dedicado a Gorriti, El ajuar de la patria, ya lo había señalado con precisión: “Sin duda la mayor audacia de Gorriti consiste en postularse como escritora patriota y narrar desde allí la leyenda nacional. Escribe sobre “cuestiones de hombres” y, al hacerlo, entabla con los escritores una disputa. Toda su obra puede leerse como la voluntad de sostener ese desafío” (8). En este mismo tomo, Graciela Batticuore cita en su epígrafe una líneas de Gorriti extraídas de Perfiles (1892) que revelan la profundidad y amplitud de su compromiso con la política continental: “El destino, por uno de sus caprichos, quiso que desde la cuna y durante los mejores años de la juventud, un elemento absorbente, acervo, destructivo, envolviera mi vida… La política” (13). A través del epistolario surgen a borbotones las referencias, las alusiones, las quejas y los comentarios sobre el teatro político continental y sus actores. Gorriti mantiene aún en la escritura de “entrecasa” que presupone la epistolaridad, la posición crítica y combativa que ejerce en toda su obra y ofrece al amigo el “regalo” de su discurso lúcido, perspicaz, honesto, y en ocasiones prejuicioso.(3)

El objetivo de este estudio se limita, por lo tanto, a revelar la red de significados oculta o subyacente en el discurso de “entrecasa” de la epístola de amistad. Por los vericuetos del diálogo con el interlocutor ausente, Gorriti diseña una geografía político-cultural en la que inserta los dramáticos conflictos militares que azotan al continente; destaca a célebres autores europeos y latinoamericanos; alude de forma directa a las nuevas realidades de comercialización del autor por parte de las editoriales; lamenta la especulación financiera que construye fortunas de un día y desencadena una ola de suicidios; lanza palabras injuriosas hacia Chile y critica la política sudamericana; amonesta a sus amigas escritoras sobre los peligros de la estridencia en una mujer que cumple una labor pública; comparte chismes sabrosos y da parte de las crónicas sociales del mundillo bonaerense; adula incesantemente a Ricardo Palma y le manifiesta el justo culto que en Buenos Aires se le rinde a su persona y a su obra; y, como en mucho de su obra, inserta la “petite histoire” como reflejo de la historia continental. En suma, la escritora entrelaza, lo que denomino por su brevedad telegráfica, “micro-relatos” en el espacio estable de la carta, precisamente en el momento angustiado del fin de una vida y dentro del marco de una Buenos Aires al borde de una vertiginosa modernidad. Nos limitaremos a los micro-relatos que se ocupan de manera directa o tangencial del quehacer político americano que afirman el papel de Gorriti como una “escritora patriota” según la terminología de Cristina Iglesia.  

El discurso epistolar entablado por Gorriti penetra de forma directa en la polémica de la incursión de la escritora en la política y la crítica cultural, ámbitos de la esfera pública y espacio masculino por excelencia, durante los turbulentos años de la reorganización nacional de la república luego del período rosista. La ingeniosa labor de Gorriti de enmarañar dentro de la prosa epistolar los discursos político-culturales es llevada a cabo de modo que cada carta constituye un retazo de la amplia “colcha literaria” constituida de parches escritos al amigo para formar una narrativa coherente en el aparente caos de su fragmentación. La imagen de la colcha se vuelve particularmente apropiada, ya que es desde la cama de la enferma, sobre sus rodillas quebrantadas por el dolor, que Gorriti lee con fruición las cartas del amigo, verdadero cordón umbilical que la ligan al pasado feliz en Lima. Desde el espacio confinado e íntimo del lecho que la retiene y en el cual encuentra refugio, espacio a la vez carcelario y hogareño, Juana Manuela Gorriti, “teje” su amistad a partir de breves y elocuentes micro-relatos sobre los temas de más actualidad a los ojos del curioso e interesado Ricardo Palma. Dentro de cada parche epistolar, Gorriti salta de tema en tema como en frenética carrera contra el tiempo para condensar en pocas líneas meses de acontecimientos que separan cada carta. A menudo, la escritura se vuelve sintética y opaca en sus referencias oblicuas. Para nosotros, lectores entrometidos, estos fragmentos quedan velados, más allá de nuestro alcance y parecen haber sido escritos en un código sólo descifrable por los iniciados. De ahí, surge la tensión entre el saber y el descubrir, la lectura y la suposición en este acto de transgresión que presupone la lectura de la epístola privada.

Ejemplo de esta atropellada estructura escritural, que mucho se asemeja al habla aturdida y caótica de los amigos que se ven después de una larga ausencia, la primera carta fechada el 27 de noviembre de 1882, inicia el patrón que seguirá Gorriti a través de todo el epistolario. De los dieciséis párrafos cortos que constituyen esta misiva, el primero y los tres últimos enmarcan en el tiempo y en la geografía americana la amistad que une a los dos corresponsales y la tragedia que los separa, la Guerra del Pacífico (1879-83). A trazos rápidos y ligeros, se escriben los diez párrafos restantes que parecen salir de la pluma de Gorriti acuciantes, preñados de información, ansiosos de noticias frescas, satisfechos de su saber histórico, complacidos ante la felicidad ajena. Es decir, la autora despliega en cada breve unidad de pensamiento una variedad rica de emociones, de experiencias, de pedidos, y de comentarios perspicaces o banales que aturden por su incomprensión inmediata y nos atraen a la vez cuando son leídos por el tamiz del tiempo. Las oraciones iniciales de estos párrafos actúan como indicadores del tema a tratar, o más bien, como una entrada parcial en el mundo que Gorriti recrea con su pluma para su amigo Palma desde la incomodidad de la cama, acosada por sus continuas dolencias, o en la sala en medio de “un círculo de parlanchines” que interrumpen su labor epistolar.(4)

                       

Con dos meses de atraso he recibido su estimada carta

Montes no pudo soportar más tiempo el remordimiento de haber abandonado su patria

Por mi carta anterior, habrá U. visto el resultado de los Juegos Florales, certamen literario

Muy mucho siento el sopor literario que U. me anuncia.

Fui amiga de la monjita Serrano, …

La historia de Alvear esme también familiarmente conocida.

Pláceme que Julio vea a U. con frecuencia.

A pesar de mi anhelo por el regreso,

Con la ciencia de este desacuerdo antagónico entre el Congreso y el gobierno

-No venga U. –contesté a la carta en que me consultaba.

Voy a pedir a Carranza el libro de René Moreno y se lo enviaré por correo.

¡Quién pudiera ir así también, a esa Lima querida, aunque fuera empaquetada en el saco de correspondencia!

Felicito a Cervantes y a M. Staël

Favorézcame U. con sus cartas, y hábleme de Lima

Si identificamos las palabras clave que dan entrada a los micro-relatos de Gorriti, resaltan a primera vista las siguientes: carta, literario, libro, patria, gobierno, regreso, Lima, y una serie de nombres propios que señalan una relación específica: Julio Sandoval, su hijo que vive en esa época en Lima; Cervantes y M. Staël, los apodos que Gorriti les ha dado a los hijos de Palma y su esposa Cristina; René Moreno, (jurista e historiador boliviano); y los personajes más interesantes, la monjita Serrano y el general Alvear. La multiplicidad de temas abordados en las dos carillas revela la ansiedad de la autora por responder a todos los pedidos e interrogantes de su amigo y adelantarse quizás a sus preguntas, al mismo tiempo que le ofrece el material histórico-personal en la narrativa adjunta a la carta que relata la historia entrelazada del famoso general y la monja peruana.

Volviendo entonces a las claves temáticas, la carta se presenta como el primer elemento discernible en la cadena semántica epistolar. Claudia Torre argumenta que: “En la excitación de tanto delirio (se refiere aquí  a la fiebre especulativa por la que atraviesa Buenos Aires en ese momento), el espacio de la carta se presenta como organizador” (117). El espacio epistolar no sólo cumple la función de ordenar el caos de una sociedad que ha perdido su norte ante el comsumismo y el aparentar, sino que se convierte en salvavidas literario y emocional de la escritora aferrada a la pluma como a la vida misma. Al catalogar y reducir su ajetreada vida bonaerense a episodios que hemos categorizado como micro-relatos para consumo del amigo lejano, Gorriti está en efecto ordenando el caos, como lo indica Torre, pero se observa además en su epistolario una ansiedad en la escritura que se asemeja al terror, a la angustia ante la constante presencia de la muerte ejemplificada por las numerosas alusiones a la enfermedad, a los achaques, a la vejez y a la muerte misma. Gorriti escribe para no dejar nada al azar, para poner su casa en orden, sus papeles al día, sus proyectos en manos de la editorial. Su frenética actividad escritural no se confina a su labor de escritora sino que abarca múltiples variantes dentro de la esfera profesional. Entre todas ellas, se destaca su papel en la historia y la política continentales como estudiaremos a continuación.

Desde la primera carta donde comparte con Palma los datos sobre la historia de Serrano y Alvear, Gorriti deja sentada la autoridad que le confiere su propia familia y su trayectoria vital: “Fui amiga de la monjita Serrano…Su hermano, el Dr. Mariano Serrano, uno de los fundadores de la Independencia, …fue Secretario de gobierno en Salta en tiempo de la administración de mi padre. Con este motivo, nuestra amistad con la hermana fue íntima y cordial” (2). Si bien el motivo de mencionar al hermano de la monja Serrano es establecer el grado de intimidad conferido a la amistad entre las dos mujeres, Gorriti no escatima la oportunidad de dejar constancia del rol histórico y del quehacer político del hermano y por extensión de su padre y de su familia. En el siguiente párrafo aclara: “Alvear fue amigo de mi padre; y todo cuanto aquel concierne lo he oído referir a éste en las pláticas del hogar, verdadero archivo de biografías” (2). En esta doblemente admirable sentencia, Gorriti establece nuevamente la veracidad de su fuente a partir de la relación familiar, y declara el hogar, y la plática como actividad natural en éste, el archivo de las vidas que merecen ser memorializadas por la escritura; la niña escucha las historias de su padre, José Ignacio de Gorriti, y guarda en la memoria la biografía de uno de los más célebres hombres de la independencia, para erigirse en custodia de la historia nacional en sus albores republicanos. Una vez asentadas las bases y las credenciales históricas y memoriosas de la autora con respecto a la historia de la monjita Serrano, que evidentemente Palma le ha pedido que le narre, Gorriti nutre -literalmente con el alimento de la historia personal/historia de la patria- dentro del reducido marco de la carta, la función creativa que sostiene la relación entre ambos escritores. Graciela Batticuore señala que: “La anécdota de la monja Serrano es contada por Ricardo Palma en “Un tenorio americano”, incluida en Tradiciones. Quinta serie, Lima: Imprenta del Universo, 1883”(6). Más tarde, Gorriti presentará su propia versión de la historia en su obra autobiográfica, Lo íntimo, publicada póstumamente en1893 (Zucotti 131). En esta obra también integra “pasajes de la correspondencia” con Palma y como apunta Cecilia Moreano, “la producción de ambos escritores es un palimpsesto formado por la versión de Palma en las Tradiciones y las versiones de Gorriti en su correspondencia y en Lo Intimo” (129). Gorriti termina por afirmar la autenticidad de la relación que hará a Palma: “Así incluyo a U. un relato verdadero, aunque telegráfico de cuanto a estos dos enamorados pueda importar a U. saber” (27 de noviembre de 1882). Esta primera carta encierra en su fragmentaria apariencia los hilos conductores del epistolario que serán retomados una y otra vez por Gorriti a lo largo de la relación epistolar. Historia, familia, amistad, política y nación son todas ellas facetas de la experiencia vital e intelectual de Gorriti plasmadas en las hojas sueltas escritas al amigo.

Como corresponsal en el “extranjero”, Gorriti ofrece a Palma una visión personal crítica de la ciudad de Buenos Aires anclada en su experiencia y cimentada en sus variadas lecturas periodísticas: “Paso la mayor parte del día leyendo los diarios. Recibo La Nación, La Prensa, El Diario y El Nacional. Obsequiados: El Álbum del Hogar y El Eco de la Juventud…” (9). Las publicaciones obsequiadas son sintomáticas de la nueva comercialización del periodismo de masa que apunta bajo y se centra en el chisme, la maledicencia, la sonsera y la superficialidad.

En 1890 durante la epidemia de influenza, Gorriti cuenta con humor negro los calamidades ocasionadas por la enfermedad, mezclando la política internacional con los chismes de la “gran aldea”:

y aún aquí entre la alta canalla, está haciendo estragos, que casi llevan a Quintino Bocayuva, que se hallaba aquí en misión diplomática, y a una de sus hijas. Porque este mono brasilero ha tenido el mal gusto de cargar con su nidada, sin exceptuar ni al yerno. Añádase a esta inconveniencia la doblemente mayor de estar alojados a expensas del gobierno argentino, que ha mandado tomar para ellos el Hotel de [tachado], uno de los más lujosos de Buenos Aires. Los brasileros son unas verdaderas muchitanga. (88, 23 de febrero de 1890)

Es curioso este ensañamiento con el ministro de relaciones exteriores del Brasil y futuro presidente de la república, y asimismo el juicio brutal y severo con que concluye que los brasileros son todos seres vulgares y soeces utilizando una voz peruana, “muchitanga”. Además de esta voz, el breve párrafo está salpicado de léxico despectivo y juicios clasistas: “alta canalla”, “mono brasilero”, “mal gusto”, “su nidada”, y finalmente para rematar la vulgaridad del contingente brasilero, “muchitanga”. Podemos quizás vislumbrar aquí la confianza total en la intimidad epistolar que le permite expresar su prejuicios a viva voz sin temor de ofender o escandalizar.

La escritora, profundamente comprometida con el devenir político de América Latina, se admira de la falta de interés que produce esta actividad entre sus congéneres: “Aquí también, el elemento político empieza a agitarse…. En medio al va y ven social, he hecho una observación: las mujeres no se mezclan aquí para nada en la política. Hablan de ella con la más desapasionada tranquilidad, y conservan amistosas relaciones de salón con los antagonistas de sus hermanos y de sus esposos” (18). La explicación no se hace esperar en labios de una amiga quien observa: “Es necesario…verter una gota de miel en este terrible acíbar. Si nosotras azuzáramos a los nuestros, se devorarían” (18). La polarización de la política argentina que lleva a la violencia fratricida, tiene un paliativo en la mujer que “endulza” el amargo fragor de la política. Esta visión edulcorada y contraria a las vivencia de Gorriti sobre la función de la mujer en el quehacer nacional tiene ecos en sus advertencias a Mercedes Cabello de Carbonera, su crítica de Josefina Pelliza de Sagasta. Adulación, suaves tintas, extrema dulzura, recomienda Gorriti: “Yo no me canso de predicarles que el mal no debe pintarse con lodo sino con nieblas. El lodo hiede, y ofende, tanto al que lo maneja, como a quien lo percibe. Además se crea enemigos: si incómodos para un hombre, mortales para una mujer” (56, 4 de febrero de 1889).

Gorriti se lamenta, haciendo una comparación mental que comparte con Palma sobre el estado calamitoso del Perú luego de la Guerra del Pacífico: “Buenos Aires está entregado a un lujo frenético” (9) que lleva a la quiebra y al suicidio o al homicidio. Con sorna, critica la clase pudiente: “Pero desde que la epidemia del revólver, el puñal y la disolución de fósforos se extendió al gremio de los cargadores y las cocineras, los caballeros y las señoras se han abstenido, y guardan sus bultos para días más felices” (9). En esta breve pincelada, Gorriti retrata los males de una sociedad francamente escindida en términos de clase, unidas pasajeramente por la crisis financiera, pero separadas por el abismo de los prejuicios y una nueva realidad que no logra ni comprender ni aceptar.

El 30 de octubre de 1886, Gorriti anuncia con sarcasmo: “Ahora aquí han acabado las querellas de partidos, podré, al fin, complacer a la facción de las letras que me pide reorganizar mis antiguas reuniones literarias de Tacuarí sin temor de que los García Merou y los Estrada; los Lainez y los Gutiérrez, los Mitre y los Sarmiento al encontrarse juntos se vayan a las manos … Estos salvajes unitarios no se andan en chicas” (28). Ahora bien, si las guerras fratricidas son asuntos del pasado, nuevas inquietudes vienen a nublar la aparente calma social en la forma del consumismo desmedido, el capitalismo voraz, y la inmigración de la Italia septentrional:

La vida social es hoy en Buenos Aires un verdadero simulacro de lujo y de esplendor….  Reina hace tiempo en Buenos Aires una verdadera epidemia de asesinatos alevosos perpetrados por italianos de la perjudicialísima inmigración napolitana, gente despreciada que está desmoralizando al país en todo sentido. Como Estados Unidos con la inmigración china, debían aquí cerrar la puerta a la napolitana. Todos son asesinos. (47, 7 de junio de 1888)

La lapidaria y xenofóbica afirmación sobre los efectos de la inmigración italiana refleja la tensión ideológica resultado en parte de la “Ley de Inmigración” de 1876. Los efectos “nefastos” de las olas inmigratorias serían ilustrados en la ficción de Argerich, Martel, y Cambaceres, mientras que una visión positiva y progresista de la misma situación se vería en la obras de Sicardi, Ocantos, Gerchunoff (Villanueva).(5) La postura de Gorriti encaja de lleno dentro de los parámetros sociales e históricos acordados por el nombre familiar, por sus alianzas políticas, y la situación financiera y social de la capital en el momento en que Gorriti llega a terminar sus días.(6)

Gorriti recupera el espacio perdido del país añorado en el espacio poseído de la carta y en ella construye, hoja por hoja, el paralelo entre las dos naciones. Las oposiciones que resultan son siempre favorables a Lima y al Perú, pues si “el mundo administrativo y financista anda mal por allá, el mundo intelectual marcha a las mil maravillas” (49). Buenos Aires y la Argentina, por otra parte, parecen encapsular los vicios de una modernidad materialista y vacua que anticipa en mucho los males que aquejan nuestro siglo:

En cuanto a la gente de aquí, sólo piensa en ganar dinero. El abogado cierra su estudio, el periodista la mesa de redacción; el escritor la pluma. Todo se deja llegada al hora de la Bolsa; y todos corren a comprar allá, a comprar oro, a vender oro; a comprar y vender tierras, concesiones de ferrocarriles y de líneas marítimas. Es una fiebre de especulaciones que cada día improvisan fortunas enormes.

La escena descrita por Gorriti con evidente repulsión es retomada en 1891 por Julián Martel, joven autor y periodista financiero, en su obra naturalista, La Bolsa. Carlos Javier Morales, en un estudio dedicado a la obra ofrece una característica de la literatura de este momento de crisis: “Podría hablarse de cierto clasismo si por tal entendemos la animadversión que ostenta el novelista hacia algunos grupos sociales muy concretos, determinados por la nacionalidad o incluso por la raza. En este sentido sí que podemos atribuir a la gran mayoría de los narradores de esta corriente una condena feroz al inmigrante, especialmente al italiano, y en algunos casos, -como en La Bolsa-, al judío” (29).

El economista Ricardo Forte analiza los factores que produjeron “el pánico de 1890” luego de una década de asombroso crecimiento económico del sector agropecuario, y del consecuente influjo de capital inversor extranjero, en particular británico:

La causa de esta crisis fue el crecimiento sin solución de continuidad de la población urbana, consecuencia de las condiciones de trabajo inaceptables que encontraron los inmigrantes en el campo y de la imposibilidad de hecho de acceder a la propiedad de la tierra, ya desde tiempo atrás totalmente delimitada por el latifundio. Tal crecimiento, que asumió dimensiones macroscópicas en la ciudad de Buenos Aires, pero que caracterizó casi todos los centros principales del país, modificó la estructura social al punto de reducir de manera sustancial la efectividad de los controles directos sobre la población, basados en relaciones

dientelares de antiguo régimen, las cuales, como hemos subrayado, constituyen un rasgo típico de la fase notabiliar del liberalismo. (“Inmigración” 25)

Las políticas liberales implementadas a partir de las ideas ilustradas de mediados del diecinueve y hechas ley en la Constitución de 1853 condujeron a un sistema político basado en una oligarquía rural que desalentaba la política inmigratoria hacia las zonas supuestamente al alcance del trabajador inmigrante según la Ley de Inmigración de 1876. La falta de incentivos reales en el campo argentino para estos inmigrantes se aúna a otro fenómeno, el crecimiento sin planificación ni infraestructura de las zonas urbanas. Forte nota: “Entre 1857 y 1890, la población aumentó con porcentajes de 187 a 664 por ciento en las ciudades de más de 100.000 habitantes y 287 a 997 por ciento para ciudades entre 1.000 y 100.000, mientras decrecía la población rural: de 67% a 58%, con una velocidad de crecimiento inversa” ( 25).  Para cuando Gorriti señala la ola de homicidios y crímenes perpetrados por los “napolitanos”, la faz del país, y de su novísima capital ostenta ya todas las características de una Babel rioplatense: “Ya en 1869, la mayor parte de los extranjeros radicados en el país eran italianos (71.500). Seguían los españoles, 35.000; ingleses 11.000; suizos 6.000; alemanes 5.000” (“Inmigración” 26). La bancarrota y la crisis financiera del 90 apuntan a un quiebre del poder, según Forte, quien en un ensayo sobre los factores y consecuencias del “pánico del 90” afirma que la crisis obligó a cuestionar el esquema de poder de las clases dominantes y tuvo como consecuencia el surgimiento de nuevos instrumentos represivos ejercidos por la oligarquía para mantenerse en el poder (“La crisis” 130). Juana Manuela Gorriti observa con agudeza esta breve visión carnavalesca de la élite porteña al borde del abismo: “Quiebra general. Los ricos se han quedado pospuestos. En la bolsa, en los círculos sociales, y hasta en las antes dulcísimas pláticas de salón no se oyen más que gemidos y expresiones contra el gobierno, causa de todo, por su conducta, escandalosamente beduínica” (90, 24 de marzo de 1890). Apenas un mes y medio más tarde y anticipándose a la “revolución del 90” acaecida el 26 julio, Gorriti se lamenta: “Las cosas de la política y de la finanza llevan aquí un rumbo que creo conduce a una de 89. Todo tiene esos matices. Hay en todas las esferas una excitación desbordante, ya imposible de contener” (93).

Para diciembre de 1890, la revolución ha sido aplacada, el cambio de gobierno ha dado lugar a más incertidumbre y la ola de suicidios continúa:

Este país está proxímisimo a completa bancarrota y a todos los desastres a ella consiguientes.

Y lo peor es que nada de enfrenar el lujo escandaloso que, hasta la hora de suicidarse por arruinados, gastan estos descalabrados argentinos en esta babilonia que llaman Buenos Aires.

Cada día, dos o tres, por lo menos, de estos atolondrados, se despachan al otro mundo, dejando padres, esposa e hijas.

La política no anda menos descabellada que la sociedad; y presenta síntomas tan anómalos que es imposible formar un diagnóstico. (104)

El análisis distanciado y casi desdeñoso de la situación por parte de esta extranjera en su tierra, alude también a la sorprendente celeridad de los hechos, a la complejidad de factores locales y foráneos que contribuyeron a la crisis y la caída del gobierno. El 30 de diciembre de 1890, Gorriti, ofrece una sentencia lapidaria: “La Argentina se enorgulleció demasiado pronto con su prosperidad. Ahora está en situación peor que el Perú; y auguran que por mucho tiempo”(106).

Para concluir, la amistad epistolar con Palma, nutrida de micro-relatos de interés común, provee a ambos corresponsales el ejercicio de la creatividad artística, y disminuye en cierta medida en Gorriti la ansiedad ante el pasar irremediable del tiempo y la amenaza constante de la muerte. Las  cincuenta y tres misivas de Gorriti actúan como esbozos, ensayos reducidos y esporádicos de una actividad creativa en efervescencia a pesar del tiempo, de la distancia insalvable entre los interlocutores y de los avances de la enfermedad. Las cartillas escritas sobre las rodillas ilustran vívidamente la necesidad de colaboración creativa que guió mucho de su vida. A lo largo del epistolario, Gorriti, la creadora de ficciones relata y comenta su propia producción: Perfiles Contemporáneos, La tierra natal, Oasis en la vida, Cocina ecléctica,y Lo íntimo. En su función extra-oficial de difusora y agente literaria de la obra de Palma, Gorriti alienta a su amigo a enviar su obra: “Lo que aquí se está esperando con verdadera ansiedad es La bohemia limeña. Apresúrese U. a mandar ese libro, que van a arrebatárselo, porque hace tiempo que lo aguardan” (Carta 17, 33). Un año más tarde, lo acucia: “¿Qué es de la edición ilustrada de Tradiciones? Yo la he anunciado como cosa positiva, y aquí la esperan” (Carta 25, 47). En su calidad de amiga y mentora de la escritoras peruanas, se mantiene al tanto de sus triunfos ya sea el primer premio del certamen del Ateneo obtenido por Mercedes Cabello de Carbonera y la publicación de su novela Sacrificio y recompensa, o el éxito de las Tradiciones Cuzqueñas (1886) de Clorinda Matto de Turner. Sin embargo, no escatima su desaprobación ante algunas de las decisiones literarias de Matto de Turner, Cabello de Carbonera, y Pelliza de Sagasta. Las aseveraciones más halagüeñas y al mismo tiempo más ácidas van dirigidas a la escritora argentina Eduarda Mansilla de García a quien ofrece su amistad en repetidas ocasiones sin resultado.

Y a través de todas estas cartas permanece, constante compañera de sus reflexiones y de sus desvelos, el doloroso quehacer político de las naciones que Gorriti vio nacer con el siglo

 

Notas

(1). Esta cita proviene de la carta fechada el 23 de mayo de 1883 inmediatamente después de 23 líneas censuradas y tachadas por el hijo de Gorriti. El párrafo completo lee así: “Todo esto para nosotros dos, viejos amigos habituados a decírnoslo todo sin sombra de reserva. Mucho agradezco a U. la iniciativa de estas confidencias. Tenía el corazón quebrantado; y nadie a quien decir mi pena” (9).

 

(2).  “En el ala de Tiempo” en Batticuore, Juana Manuela Gorriti. Cincuenta y tres Cartas Inéditas 

 

(3). Hago referencia aquí al concepto de la carta como regalo al receptor según el De Elocutione. Para una visión panorámica de la carta como discurso, ver el artículo de Darcie Doll Castillo.

 

(4). Todas las citas del epistolario provienen de la edición de Graciela Batticuore.

 

(5). El artículo de Graciela Villanueva categoriza estas narrativas de acuerdo a su postura con respecto al inmigrante en el periodo que comprende desde 1880 hasta 1910.

 

(6). Para un estudio del naturalismo argentino finisecular y la visión xenofóbica del inmigrante , ver las obras de JP Spicer-Escalante, Visiones patológicas nacionales: Lucio Vicente López, Eugenio Cambaceres y Julián Martel ante la distopia argentina finisecular, y Carlos Javier Morales, Julián Martel y la novela naturalista argentina.

 

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