José
Manuel González Álvarez: El cálamo
centenario. Cinco asedios a la literatura argentina (1910-2010). Buenos
Aires, El Aleph, 2012, 133pp. ISBN:
978-987-1701-43-8
Macedonio y Piglia, alfa y omega del Centenario
argentino. Los asedios críticos de José Manuel González Álvarez
El ensayo de crítica
literaria que nos presenta José Manuel González Álvarez, El cálamo centenario. Cinco asedios a la literatura argentina (1910-2010), se enmarca en la tendencia conmemorativa
de los bicentenarios latinoamericanos. Siete países han festejado sus dos
siglos de independencia entre 2009 y 2010 –Argentina, Bolivia, Chile, Colombia,
Ecuador, México y Venezuela–, y esta celebración ha dado lugar a la publicación
de una profusa bibliografía celebratoria. Aunque los centenarios sean mojones
artificiales en el decurso de una Historia cuyos hitos fundacionales no siempre
sincronizan con los relojes –el mismo Eric Hobsbawn habló del short twentieth century enmarcado por el
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 y la disolución de la ex Unión
Soviética en 1991– lo cierto es que ofrecen ocasión inmejorable para efectuar un balance de la
producción de un campo intelectual. Y esa oportunidad no la desaprovecha
González Álvarez.
Su libro homenajea una
tradición literaria recortando hitos de relevancia –cinco, para ser exactos– que
iluminan capítulos imprescindibles de la literatura argentina, pero que
silencian voluntariamente otros. El crítico español se decanta por iluminar el
costado formalista y autofictivo de la literatura argentina del siglo XX,
gestado en las filas de una de las vertientes de la vanguardia rioplatense –el
grupo de Florida–, propulsado por buena parte de los redactores de turno de la
revista Sur (Jorge Luis Borges, Leopoldo
Marechal, José Bianco, Julio Cortázar) que persistirá con aires renovados en la
narrativa de Ricardo Piglia, Juan José Saer, Héctor Libertella o César Aira. Se
deja fuera la otra línea, la inaugurada por Boedo y reivindicada por el grupo Contorno,
la literatura de protesta social que desembocaría en la narrativa testimonial de
Rodolfo Walsh. Sus cinco asedios siguen la estela de Macedonio Fernández y
Ricardo Piglia, dos figuras convertidas en cifras del Centenario, respectivamente
preludio y colofón de un auténtico Siglo de Oro de la literatura argentina en
calidad de progenitores de un legado textual que se proyectará hasta nuestro
siglo XXI.
La primera curiosidad de
esta monografía está en el título, de calibre poético. Cálamo centenario –pluma de ave o de metal que sirve para escribir
y que cumple cien años– compone una elaborada metonimia de la literatura
argentina del siglo pasado. Abunda en este ensayo una retórica de raigambre
literaria, pues sus 166 páginas despliegan una prosa crítica de largos incisos
y léxico preciosista que no obliteran el agudo espesor conceptual.
La segunda curiosidad es la
palabra asedio. Todo asedio, por
definición, implica una perspectiva distanciada puesto que se produce desde un fuera:
se trata de cercar un punto fortificado para impedir que salgan quienes están
en él. El asedio metaforizaría el abordaje del crítico, que estudia su objeto
mediado por imposición de una distancia espacial y/o temporal. Quizás porque
este libro de González Álvarez representa el Centenario leído desde la orilla
española.
El primer asedio de su libro se concentra en los requiebros
dialécticos de Miguel de Unamuno a una argentinidad literaria sopesada desde
parámetros iberocéntricos. Para González Álvarez la percepción unamuniana de la
poesía gauchesca –según la cual la Pampa constituiría un trasunto de la llanura
castellana, el gaucho un reflejo del campesino andaluz y la dicotomía
gaucho-indio una prolongación del binomio castellano-moro– es un ejemplo
flagrante de un panorama finisecular signado por el paternalismo hacia la
literatura latinoamericana en general. Aunque Unamuno parta de una actitud
entusiasta de exaltación de los talentos literarios, termina recluyendo la
especificidad del legado argentino bajo la órbita iberocéntrica, al punto de
asignar a Domingo F. Sarmiento un pretendido
españolismo. Se trata de un paternalismo que el periódico Martín Fierro socavará hasta las últimas consecuencias, al punto de
afirmar que “muy particularmente ahora, ser hispanófilo es ser antiargentino”,
que es necesario fundar “un nuevo 25 de mayo en el orden moral e intelectual”
–en alusión alegórica al primer gobierno patrio del 25 de mayo de 1810,
constituido tras la expulsión del virrey Cisneros– y amenazar con “que nos
dejen tranquilo a Martín Fierro o
demostraremos que Cervantes es un clásico gauchesco”.
El segundo asedio se concentra en la figura precursora de Jorge Luis
Borges y en el modo en que éste reconfigura el canon nacional sustentado en un
cosmopolitismo que lo enfrenta al criollismo telúrico empuñado por la
anacrónica Generación del Centenario. Indica González Álvarez que la vena épica
de la producción borgiana se gesta en la década 1910-20 en Argentina, donde se
fragua el discurso nacionalista que supuso el acicate propiciador de la
inversión que Borges opera, y que todo asedio a su obra pasa ineludiblemente
por reseñar los presupuestos ideológicos tocantes a la idea de absoluto. Según
la hipótesis postulada en este libro, Borges textualiza lo épico como solución
provisoria que habilitaría una incursión parcial en lo absoluto. Así, el motivo
del coraje deviene una “esquirla redentora” que catapultaría al hombre al área
de lo inmutable.
Punto neurálgico del libro –tercer asedio y capítulo posicionado
estructuralmente en su centro– tiene sello macedoniano: se presenta la escritura
de Macedonio como una prosa que se aferra a tres
grandes principios que problematizan y neutralizan cualquier operación de
lecto-escritura: la lengua comunica que
no comunica, el escritor escribe que no escribe y el lector lee que no lee.
González Álvarez resalta los peculiares meandros reflexivos, el potencial
humorístico y el fértil negacionismo que singularizan el proyecto textual de Macedonio.
El cuarto asedio se concentrará en las impronta
de este autor fundacional en la narrativa argentina contemporánea. Para
González Álvarez, Macedonio inauguró un público pero
también una escritura: Borges y Cortázar son sus mejores lectores. Borges utiliza
la tesis de la cortesía macedoniana para enmascarar algo crucial que su
escritura heredará sin tapujos: la atribución al otro, la eliminación
pretendida de la autoría y los permanentes zarandeos al yo como dudosa
categoría ontológica. Pero también Cortázar, en Rayuela, incorporará las conversaciones entrecortadas, el
fragmentarismo, las calas metaliterarias, las consideraciones sobre otras artes
y el humor para neutralizar los momentos dramáticos con una impasibilidad
sorprendente para el lector. Más cerca en el tiempo Macedonio engendrará otros
“hijos predilectos”: Piglia y Libertella. El primero, por su experimentalismo,
el segundo por la afirmación de una práctica hermética, sus pretensiones de
ilegibilidad y pertinaz resistencia a la lectura, evidenciadas ejemplarmente en
El árbol de Saussure (2000). González
Álvarez analiza las poéticas de Borges, Cortazar, Piglia, Libertella, Alberto Vanasco,
Ezequiel Martínez Estrada o Federico Jeanmarie, sugiere las de Osvaldo Lamborghini,
Néstor Sánchez o Antonio Di Benedetto y menciona otras medulares como las de
Leopoldo Marechl, Norah Lange, Juan José Saer, Juan Martini, Marcelo Cohen,
Alberto Laiseca o César Aira como altamente deudatarias del programa
macedoniano.
Quinto y último asedio nos
conduce a lo que para el crítico español sería la letra omega del centenario: la obra de Ricardo Piglia. Elogia la
dimensión panhispánica de su figura y la originalidad en el empleo de la
técnica de fragmentación del yo literario, el empleo de citas falsas o la
movilidad de fronteras entre los géneros. Piglia había confesado al propio
González Álvarez en una entrevista reciente esa mutua debilidad llamada
Macedonio: “Creo que si nosotros por algún pacto fáustico extraño nos
encontráramos de nuevo aquí dentro de cien años, seguramente nos asombraríamos
porque Macedonio estaría muy presente y Borges sería no digo un escritor
perdido pero sí menor. Me parece que en Macedonio está la potencia del porvenir
de la literatura”. El cálamo centenario.
Cinco asedios a la literatura argentina nos revela
que ya no será necesario llegar al tricentenario para demostrarlo.
Università
degli Studi Guglielmo Marconi