“Me interesa
tratar de sembrar dudas respecto de lo que se está contando.”
Una conversación con Sergio Chejfec
(1)
Liesbeth François
KU Leuven (University of Leuven)
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Liesbeth François elabora una tesis doctoral sobre el tema del espacio y de la movilidad en la obra de Chejfec. Entrevistó al autor en un café del barrio de Recoleta en Buenos Aires en agosto del 2012. Con un Buenos Aires medio real y medio tramado por los recuerdos de este autor migrante como telón de fondo, conversaron sobre varios temas relacionados con la interacción entre los dos espacios distintos pero inseparables del discurso literario y del mundo actual. Los aspectos que trataron van desde el impacto de las propias experiencias migratorias de Chejfec en su escritura, pasando por su particular trabajo con las estrategias narrativas y la dimensión espacial del relato, hasta el nivel más general de los espacios, tiempos y personajes que pueblan las páginas de la literatura contemporánea.
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Como declara en
varias entrevistas, es usted un escritor tardío. ¿Cuáles fueron sus ocupaciones
profesionales antes de convertirse en escritor propiamente dicho?
Varios de estos
trabajos conllevan la necesidad de recorrer la ciudad de Buenos Aires, y me
imagino que le ayudaron a conocerla bien. ¿Siente que eso de alguna manera
influyó en los temas y en las imágenes de la ciudad que aparecen en su
escritura?
En ese momento, la ciudad también tenía algunos rasgos
diferentes, si bien era igual a lo que es ahora. Esa ciudad la entiendo como
mucho más diversa, mucho más tolerante, y estaba menos segregada en términos
urbanos y sociales. Después de los años noventa, comienza un proceso de
segregación social y urbana, y eso –
entre otras cosas y dicho muy superficialmente – tiene como consecuencia
que los barrios y sectores se cierren de alguna manera y la experiencia de lo
diverso como experiencia propiamente citadina se anule. Desde los últimos
quince o veinte años, la ciudad ha dejado de ser porosa y abierta como lo era
antes, y los diferentes barrios de la ciudad se han convertido en entidades
físicas mucho más homogéneas. Y creo que en esa diversidad que había antes, yo
como persona más o menos joven podía moverme con más libertad y con más placer.
En la literatura
argentina hay muchos escritores que tienen una relación un poco conflictiva con
la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo Borges y Martínez Estrada. Su literatura
se refiere a la importancia de y a la apreciación por Buenos Aires, pero
también tiene su vertiente pesimista y crítica, que pone de manifiesto la
decadencia de la ciudad. ¿Cuál sería su relación con la ciudad y hay un vínculo
con estos escritores en ese sentido?
Me parece que el vínculo que uno tiene con la ciudad es
un poco elusivo en el sentido en que muchas veces uno usa la imagen de la
ciudad no para hablar directamente de ella, sino como un escenario, una excusa
para escribir otra cosa. Pero al mismo tiempo esa otra cosa a menudo también es
una excusa para escribir sobre la ciudad, ya que uno no escribe con un solo
objetivo.
Yo tengo una relación un poco distanciada con Buenos
Aires porque es la ciudad que me pertenece y donde nací pero donde ya no vivo
desde hace más de 20 años. Para mí, la ciudad está tramada por los recuerdos.
Uno tiende a hacer actualizaciones permanentes
en cada viaje con los cambios que se van produciendo, y llega un momento en que
cuando uno se vuelve más grande, se da cuenta de que no solamente pertenece a
un lugar físico sino también a un lugar temporal, a un momento – momento de la
formación, de la infancia o lo que sea. Allí es donde se produce una mezcla
dentro de la cabeza de cada uno respecto del pasado, en la que lo que está
presente no es sólo lo físico sino también lo temporal, y esa mezcla es algo
parecido a la idea de origen. En un plano personal, diría que esa idea de
origen como si fuera una entidad un poco vaporosa, un poco flotante, está
presente en lo que hacemos de una manera bastante subterránea,
sobreimprimiéndose, determinando lo que escribimos y lo que hacemos.
En un plano más político, mas deliberado, me parece que
cuando uno habla de la ciudad, también se está recortando sobre una serie de
libros y autores. Buenos Aires es una ciudad muy connotada literariamente, de
manera que uno, cuando ubica una ficción en ella, está dialogando con otros
autores que representaron la ciudad. El caso de Borges es un caso muy curioso.
Como decías, Borges tuvo una relación conflictiva con la ciudad, pero al mismo
tiempo lo que queda de la literatura de Borges es una relación bastante
armónica, pacífica, en el sentido de que él construye una idea de Buenos Aires
que está en muy buenos términos con su propia literatura. Es como si él creara
Buenos Aires para que esa imagen de la ciudad fuera la contraparte perfecta
para su literatura y para las condiciones de lectura de sus propios libros.
Para Martínez Estrada, la ciudad tiene un valor
esencialmente político, cultural. Lo que subrayaría es que la presencia de la
ciudad en la literatura es siempre una presencia un poco indirecta. Aun cuando
en muchos textos aparezcan directas, está tramada por mecanismos muy alusivos,
muy indirectos. Hay literatura que se propone hacer una representación más
directa, más referencial de la realidad, que tiene menos espesor. No sé si esa
literatura está bien o está mal, pero a mí me interesa tratar de sembrar dudas
o inseguridades respecto de lo que se está contando. Por eso Buenos Aires a
veces aparece directamente en mis novelas y a veces no, y a veces puede ser una
mezcla de varias ciudades.
Como dice, su
escritura está mediada por los recuerdos y por otras ideas que se mezclan con
la representación de la ciudad. ¿Cuál podría decir que es el vínculo que
mantiene con el referente real, con la ciudad real? ¿Hasta qué punto cambia o
borra la realidad de la ciudad para hacer otra cosa?
Ahora, lo que sí ocurre es que tengo un vínculo
sentimental con la ciudad muy tramado por la idea de
la tensión entre determinación e indeterminación, a lo mejor por el hecho de
estar fuera desde hace mucho tiempo, y por el hecho de haber tenido esa
experiencia de la ciudad propia en mi etapa de formación. Necesitamos que en la
ciudad todo esté muy determinado para poder ubicarnos en las cosas de todos los
días pero al mismo tiempo esa sobredeterminación tiene como contrapartida
cierta indeterminación, que deriva de la gran cantidad de cosas que existen en
la ciudad. Creo que en esto se produce una especie de ruido, de fricción entre
lo determinado y lo indeterminado. Me parece que eso es lo más inspirador en
cuanto a la experiencia y la vida nacional: uno puede ser completamente uno
mismo entre millones y no tener ninguna duda de que uno se diferencia de todos
los demás, pero al mismo tiempo sabemos que uno está siendo uno más dentro de
la ciudad, y también medianamente análogo. Entonces, creo que esa ambivalencia
está muy marcada en mis libros. Y en un punto, siento que eso muchas veces es
el motor que mueve la ficción, un balance, una especie de ambigüedad entre
determinación e indeterminación.
Hablando de la temática
nacional, creo que se puede notar cierto cambio a partir de su novela Cinco.
Sus primeras novelas se desarrollan mayoritariamente en Argentina, por ejemplo El
aire en Buenos Aires, y Los planetas también. Sin embargo, a partir
de Cinco, las historias se sitúan o bien en ciudades no identificadas, o
bien en ciudades de otros países. ¿Cómo podría explicar este cambio?
Dejando de lado esto, entiendo que efectivamente, una vez
que tengo una experiencia de vivir afuera con bastante tiempo, se hace más
evidente la idea de la representación un poco ambigua, un poco vaporosa de la
ciudad de donde provengo. El primer cambio se produce en El aire porque es la primera novela que escribo afuera – Lenta biografía y Moral las escribo todavía estando aquí. El aire ya refleja una especie de extrañamiento o desconcierto
frente a Buenos Aires, y refleja también la percepción de una ciudad como
Caracas, donde las diferencias urbanas y sociales están de alguna manera más
visibles. Caracas tiene cerros y montañas, lo que hace más visibles los
diferentes tipos de barrios. En cambio, Buenos Aires es plano, por lo que hay
un efecto de invisibilidad; uno tiene que trasladarse mucho en la geografía
para ver las diferencias barriales. Entonces El aire reflejaba ya un poco esa experiencia y de alguna manera la
sensación de que la Argentina se dirigía a ese tipo de modelo típicamente latinoamericano
de exclusión social. De ahí esa presencia un poco amenazante de la disgregación
urbana y la descomposición social.
¿Por qué dice que
es un fenómeno típicamente latinoamericano? ¿En qué sentido difiere de los
fenómenos de segregación que se están produciendo en Europa, por ejemplo, o en
otros continentes?
En el sentido de exclusión social o desarticulación
social en términos socioeconómicos. Cuando decía “típicamente latinoamericano”,
me refería a que en general los países latinoamericanos son países que
históricamente están “habituados” a tener el 40% - 50% de su población por
fuera del sistema económico: casos de pobreza extrema, mucha desocupación,
fallas en las redes de servicios de agua, casas de educación pública y sanidad
pública, etc. – o sea, una presencia del estado muy limitada. En cambio, muchos
países europeos, sobre todo los de Europa occidental, tienen una estructura
socioeconómica diferente. La presencia del estado es más fuerte, y si bien se
producen fenómenos similares, siempre el cuadro es muy diferente, porque no hay
un nivel tan grande de población que está excluida del sistema o que está incorporada
a medias. Lo más notorio es que estos países de América Latina estructuralmente
ya tienen esa condición y que la historia se modifica muy poco. Por eso decía
que, desde los años 90, se podía tomar la percepción de que por lo que ocurría
política y económicamente, la Argentina, que siempre había evadido ese tipo de
destino, ahora se iba a sumar a ese panorama.
Desde el 2005,
usted está viviendo en Nueva York, después de un período de quince años en
Caracas. ¿Le parece que esa mudanza y el plurilingüismo que conlleva el vivir
ahora en un contexto anglosajón han cambiado la manera en que escribe?
El debate sobre los
llamados nuevos realismos en la literatura argentina es muy actual, y sus
novelas han sido calificadas tanto de realistas como de anti- realistas. Martín
Kohan, por ejemplo, ha escrito un artículo sobre el tema, en el que habla de su
novela Boca de lobo, entre otros libros. Argumenta que Boca de lobo
retoma los temas preferidos del realismo, las imágenes tradicionales de la
fábrica, de la población obrera, etc., pero que le quita la referencialidad,
que era una característica esencial del realismo histórico. ¿Cómo se posiciona
usted mismo en esa discusión? ¿Según usted, la literatura tiene el deber de
comprometerse, o de comprometerse en parte, con problemáticas sociales?
Pero por otro lado, el realismo también se puede
interpretar como una especie de necesidad permanente por la búsqueda del
verosímil. Hay una faceta o dimensión realista a la que tiene que ir cualquier
tipo de propuesta literaria, porque si no se postula como tal, no es demasiado
legible. Entonces, por un lado, lo que dice Martín está bien, pero por otro
lado me parece que el punto del realismo también tiene que ver con la verosimilización,
con la pregunta de cómo se articulan las cosas dentro de las historias para que
tengan un grado de legibilidad tal que el lector vincule esas historias con
algo de lo que está pasando con lo que le rodea. Quiero decir que el realismo
no sólo tiene que ver con la denuncia o con la representación mimética sino
también con un estatuto de legibilidad, que tiene que apelar a condiciones
contemporáneas de lectura. Es como si el realismo diera por sentado que el
lector y el libro pertenecen a una comunidad lingüística sincronizada.
Entiendo que puede ser una definición o una idea de
realismo un poco abstracta, un poco vaporosa, y demasiado maleable, pero es la
forma que a mí me permite concebir el realismo como una especie de discurso que
apela a varias cosas al mismo tiempo, un discurso que no quiere dejar de lado
la problemática más ética, más cruda de la realidad, pero que tampoco se quiere
someter a mandatos de representación que ya estéticamente han sido superados.
Allí hay, entonces, una serie de complejizaciones que uno padece con los mismos
materiales con los que está escribiendo. A la vez, eso no es algo completamente
deliberado porque es la forma de escribir que uno tiene. Uno no escribe
solamente lo que se propone sino lo que puede escribir.
Sus novelas se
desarrollan mayoritariamente en espacios desolados, pobres y en estado de
ruina. ¿Qué lugar ocupa la ciudad en ruinas en su pensamiento y su escritura?
¿Se puede interpretar como un correlato de la disposición emocional de sus
personajes, o podemos ver allí cierto pesimismo cultural?
Las reflexiones que
desarrollan sus narradores y personajes muchas veces se articulan alrededor de
la idea de pérdida (de una esposa, de una amante, de un amigo, etc.), de un
vacío. El filósofo francés Gilles Lipovetsky ha argumentado que estamos
viviendo en “la era de lo vacío”, una fase de la posmodernidad que ha perdido
su aspecto celebratorio y juguetón para entrar en una fase de mayor
preocupación y angustia. ¿Qué le parece esa idea y se puede reconocer de alguna
manera en ella, o la puede vincular con sus libros?
También podríamos
vincular este escenario de irresolución, que aparece muy a menudo en sus
novelas, con el no-lugar, que es un tipo de espacio desprovisto de coordenadas
sociales. ¿Cómo ve esa idea del no-lugar en relación con sus libros?
Esta idea de los
no-lugares como espacios indeterminados, entonces, es muy importante para su
literatura. Ahora bien, Marc Augé, el teórico francés que retomó la idea de los
no-lugares como una de las características centrales de esta época, se refiere
a espacios reales, concretos y dotados de un funcionamiento particular, pero
que son indeterminados, vacíos o por lo menos inestables en cuanto a su
contenido social. Remite, por ejemplo, a hoteles, aeropuertos, estaciones, etc.
¿Qué lugar podría ocupar esta (re)interpretación del no-lugar en su escritura?
Sin embargo, a mí me interesan espacios más indefinidos,
incluso identificados como espacios enigmáticos, pero de una manera mucho más
temprana. Pienso en paradigmas inspiradores como ese tipo de espacios que les
gustaba, por ejemplo, a los dadaístas: identificar de pronto en una ciudad un
espacio vacío, un terreno, un sector de la ciudad por determinados motivos
completamente inútil, un descampado, o un lugar vacío de manera momentánea, un
lugar donde se monta una feria un día por semana o dos días por semana… o sea,
una especie de hueco donde no ocurre nada. Los dadaístas organizaban una
especie de peregrinaciones irónicas hacia esos lugares tan vacíos de contenido.
Yo creo que en las ciudades siguen existiendo ese tipo de lugares que son
innominados, que son absolutamente enigmáticos, y que muchas veces obedecen a
irresoluciones urbanas o a faltas de planificación. Me parecen mucho más
inspiradores que esos no-lugares contemporáneos en el sentido que les da Augé.
Esto sin hablar mal de Augé y su diagnóstico; su teoría seguramente ya apunta a
otro tipo de cosa, a una sociología de las relaciones humanas. En cambio, a mí
me resultan poéticamente mucho más inspiradores esos lugares vacíos, porque
creo que ahí es donde el tipo de ficción que propongo, que es una ficción un
poco ensayística y reflexiva, se puede ubicar de manera más consistente.
En entrevistas
previas, usted ha argumentado que la figura del flâneur es una figura residual,
que pertenece a cierta especie de modernidad o de transición a la modernidad.
Del otro lado, en las últimas décadas se han propuesto ciertas
reinterpretaciones de este personaje. Zygmunt Bauman, por ejemplo, destaca al
flâneur como una de las figuras que metafóricamente caracterizan a la
posmodernidad. Según él, el flâneur posmoderno se pierde en un juego de
identificaciones rápidas y fragmentarias, del orden del zapping en la
televisión, en la masa, y, desde luego, en esos no-lugares de los que hablamos.
¿Los caminantes en sus novelas corresponden a la idea de flâneur antiguo, o
sea, son personajes que no se sienten bien en la época actual? ¿O les podríamos
aplicar también la interpretación de esta figura por Bauman?
Por otro lado, creo también que, como el flâneur es idealizado en una parte de la
literatura del siglo XX, o sea, representado con un eco de nostalgia, ahora se
lo vende como si fuera algo completamente actual y contemporáneo. Creo que esa
mirada un poco conformista respecto del flâneur,
que es tributaria de Benjamin y de tantos escritores vinculados con este tema,
tiende a ocultar que hay muchos tipos de caminantes. A mí no me gusta esa
versión idílica de la ciudad contemporánea como escenario del caminante
completamente consciente de sus atributos culturales, que va a “descubrir” una
ciudad de la nada. Eso deja de lado otros caminantes mucho más representativos
y conflictivos respecto de esta idealización, como los mendigos, los merodeadores,
los peregrinos, etc. Es una cultura de la caminata que la ciudad contemporánea
está segmentando como para terminar privilegiando una versión muy amable de la
caminata, muy poco conflictiva. Me parece que
mis personajes caminantes se inscriben un poco en ese escenario de frustración
y de decepción respecto de lo que la ciudad les promete comparado con lo que
efectivamente les otorga.
Entonces podemos
decir que en sus libros aparece una versión inquietante del caminante frente a
esas versiones conformistas del flâneur…
En sus libros, la
tradicional dicotomía campo/ciudad recibe un tratamiento especial. En El
aire o Boca de lobo, la naturaleza se introduce en la ciudad, en vez
de que la ciudad se expanda a costo del campo. En la oposición tradicional
entre campo y ciudad, la naturaleza ha sido asociada con lo salvaje, lo
primitivo, pero también con la libertad. ¿Qué valor podría asignarle a la
imagen de la naturaleza en sus libros?
El espacio ocupa un
lugar central en sus libros. En una entrevista del 2009, usted dice que le
interesa más trabajar con el espacio que con el tiempo. ¿Podría explicar los
motivos de esta preferencia?
Tenemos muchas maneras de medir el tiempo, y existen
muchas nociones y reglas para medirlo. Eso da la pauta de cómo estamos
acostumbrados a movernos de una manera más natural dentro del régimen temporal
que dentro del régimen espacial. El espacio es mucho más abstracto que el
tiempo desde mi punto de vista. El hecho de que necesitemos crear obstáculos
para crear el espacio es síntoma de eso. Entonces, yo creo que una dimensión
espacial que está sobredeterminando el relato hace que se cuestionen los
atributos temporales de la historia.
Para mí es importante que las historias reflejen una
elastización del tiempo, una elastización del momento. Me parece que eso es en
parte posible cuando el espacio representado está sometido a ciertas
operaciones, a esa elastización del tiempo, esa ralentización de los efectos,
etc. Creo que tiene como objetivo, más allá de que yo lo consiga o no, que
cuando el lector termina de leer los relatos, tenga la sensación de que está
frente a una escena y no a una historia que se ha desarrollado a lo largo del
tiempo. Para eso creo que me sirve a mí esa idea del espacio como escenario que
se va autoconstituyendo todo el tiempo y que va sometiendo el régimen temporal,
cronológico.
La fotografía no es
un tema central en sus libros, pero aparece prácticamente en todos. ¿Podría
comentarme esa aparición del tema de la fotografía y la importancia de la
imagen para usted?
Para la última
pregunta, me gustaría retomar el tema de la indeterminación, pero en el plano
de la identidad. Varios personajes de sus novelas no tienen nombre, llevan sólo
una inicial, o cambian repentinamente de nombre. Esta técnica tiene sus
consecuencias para la idea de la identidad personal. ¿Me podría comentar un
poco más sobre esa idea de identidad individual que de esa manera se pone en entredicho?
Notas
(1). Agradezco especialmente a María Catalina Chamorro
Villalobos, estudiante de la Maestría en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos de
la KU Leuven, quien realizó la primera transcripción
de la entrevista.
Obras de Sergio Chejfec
Lenta biografía. Buenos Aires: Puntosur,
1990.
Moral. Buenos Aires: Puntosur,
1990.
El aire. Buenos Aires: Alfaguara, 1992.
Cinco. Saint Nazaire: M.E.E.T., 1996.
Los planetas. Buenos Aires: Alfaguara, 1999.
El llamado de la especie. Rosario: Beatriz Viterbo, 1997.
Boca de lobo. Buenos Aires: Alfaguara, 2000.
“Tres poemas y una merced”. Diario de Poesía 62 (2002): 15.
Gallos y huesos. Buenos Aires: Santiago Arcos, 2003.
Los incompletos. Buenos Aires: Alfaguara, 2004.
El punto vacilante. Buenos Aires: Norma, 2005.
Baroni:
un viaje. Buenos Aires:
Alfaguara, 2007.
Mis dos mundos. Buenos Aires: Alfaguara, Barcelona: Candaya, 2008.
Sobre Giannuzzi. Buenos Aires: Bajo La Luna, 2010.
La experiencia dramática. Buenos Aires: Alfaguara, 2012.
Modo linterna. Buenos Aires: Entropía, 2013.