El flâneur-cámara. Ruptura y ojo cinemático en

“El joven” de Salvador Novo

 

Salvador Luis Raggio

Oberlin College & Conservatory

 

 

Al referirse a la presencia del flâneur en poemarios de Charles Baudelaire y Jorge Luis Borges, Sylvia Molloy ha comentado que dichos textos se encuentran “organizado[s] en torno a un yo errante que percibe la ciudad y, en esa percepción, se percibe a sí mismo” (487). Se trata de “una poesía de errancia” (487) guiada por una mirada que descubre el nuevo espacio urbano y la vida moderna con un sentido similar al de un reportero gráfico, ligero y móvil, ya no daguerrotípico, un observador que registra de otro modo la experiencia de la ciudad, los nuevos medios de transporte y los amplios bulevares que nacen en el París reurbanizado por el Barón Haussmann en la segunda mitad del siglo XIX y que luego se exportan a otras ciudades occidentales. (1) El paso de la ciudad pre-industrial a la capital occidental de fines del siglo XIX y principios del siglo XX y el cambio epistemológico que esta variación produce afectan de manera decisiva las percepciones tanto de Baudelaire como de otros artistas, modificando su experiencia concreta y simbólica y también sus miradas en torno a la urbe. Décadas más tarde, durante las manifestaciones de las vanguardias históricas hispanoamericanas, esta nueva forma de observar y experimentar la ciudad tendrá también injerencia en el protagonista errante al que Salvador Novo da vida en el “El joven” (1923-1928). (2) En esta narración, ambientada en el México posrevolucionario, (3) Novo presenta una mirada que revitaliza la percepción del flâneur decimonónico, enfatizando en el proceso, un peculiar distanciamiento y una afectividad distinta, así como una parodia de la historia nacional que busca, a partir de los cambios estéticos y culturales de la época, una “literatura sin fronteras” que renueve la sociedad mexicana, como bien ha indicado Carlos Monsiváis  al referirse a las inquietudes fundamentales de los jóvenes que pertenecieron al círculo vanguardista de la revista Contemporáneos (62).

De la misma manera, siguiendo la idea de una “literatura sin fronteras” que bebe de diversas fuentes y técnicas, incluyendo las que no pertenecen al archivo de la narrativa tradicional, el texto de Novo parece asociar la literatura en prosa con la estética cinematográfica, casi en paralelo con la del kino-glaz, u ojo cinemático, un concepto creado por el realizador Dziga Vertov (1896-1954), que promueve una apreciación “deshumanizada” de la realidad, cambiando el cine narrativo de espectáculo por técnicas documentales y la mirada “perfeccionada” y dinámica de la cámara. (4)

Aunque esta suposición podría reducirse a una lectura que sólo se detenga en simples manifestaciones poligenésicas (es cierto que las vanguardias son un fenómeno artístico universal), esto no debe determinar la forma en la que podemos estudiar el trabajo de Novo en “El joven”, un texto escrito que se nutre de otras artes para expandir las técnicas de representación de su época y entorno, incorporando no sólo “modos” y “operaciones” de la tecnología cinematográfica sino también, y quizá lo que tiene más relevancia en nuestro estudio, produciendo la ilusión de lo que es “experimentar” las innovaciones técnicas a través de la obra escrita (la “visión revitalizada” de aquella literatura sin fronteras que menciona Monsiváis). Este fenómeno, tal como indica Tom Gunning en el marco del cine temprano y su relación con la literatura, es algo que estaba presente también en los dadaístas, futuristas y surrealistas: un entusiasmo de los vanguardistas por el cine, y en su opinión surge cuando la nueva cultura de masas de principios del siglo XX penetra de golpe, “offering a new sort of stimulus for an audience not acculturated to the traditional arts […], its freedom from a creation of a diegesis, its accent on direct stimulation” (66). Gunning, buscando trazar un puente entre productos visuales y literatura, se refiere a la manera en que la técnica cinematográfica de estimulación y el texto escrito confluyen, hibridizando operaciones en el receptor de la obra (no hay que olvidar, desde luego, lo que el cine recibe de la literatura y la dramaturgia en cuanto a teoría retórica y normas narratológicas); esta confluencia, en todo caso, es una de las que enriquece la obra de muchos de los integrantes del grupo Contemporáneos, pero se convierte en una articulación sumamente relevante en “El joven”, un texto en el cual la modernidad irrumpe con otro tipo de estímulo, enfatizando tanto las transformaciones espaciales como las experiencias de dislocación que brotan del caldo social del momento y de la estética y la técnica innovadoras. (5)

Tal como señala Leo Charney, recordando algunas ideas planteadas por Walter Benjamin, los supuestos inconvenientes que trae consigo la modernidad “become aesthetic advantages: shock, speed, and dislocation” (292). Dichas “ventajas” estéticas, enmarcadas no sólo dentro de la literatura y las artes plásticas sino también dentro del cine –particularmente  en los experimentos de Dziga Vertov y sus seguidores los kinokis– crean un nuevo modo de experiencia y de representación de dicha experiencia donde predomina la percepción deshumanizada, permitiendo después, con la llegada de las rupturas vanguardistas, la dislocación del imaginario burgués de cierta narrativa decimonónica.

Si bien las vanguardias históricas desestabilizan el pensamiento de las décadas anteriores a inicios del siglo XX, es cierto también que es gracias al surgimiento de la burguesía decimonónica que los modernismos estéticos empiezan a formular y dilucidar sus sociedades a partir de una lógica basada en la alteración de patrones predeterminados (Gutiérrez Girardot 29). Los modernismos y los vanguardismos, los primeros antes que los últimos, llevan progresivamente a cabo una alteración social y cultural que alcanza su clímax en la década del 20 y que legitima no sólo la relación conflictiva entre el artista y la burguesía sino también la representación de un mundo que cuenta con nuevas experiencias y complejidades.

De acuerdo con Rafael Gutiérrez Girardot, durante el siglo XIX asoman cambios radicales en el tejido social de Occidente que llegan a fusionarse a la personalidad del artista de fin de siglo; entre ellos destacan la secularización, la primacía de la vida urbana en contraste con la rural, la especialización del literato y la explosión del capitalismo industrial como gran patrón económico (45-53). La declaración de la “muerte de Dios,” al mismo tiempo, implica la división del “arte autónomo y la realidad… [y] la búsqueda de un soporte en un universo que ha perdido su centro y se mueve en una red de correspondencias no sólo sensoriales sino también espirituales, no sólo paralelas sino también contradictorias” (Gutiérrez Girardot 61); son justamente estas contradicciones de los modernismos finiseculares las que se extenderán, corregidas y aumentadas, hasta la segunda década del siglo XX y cobrarán nueva vida con el estallido que causan las vanguardias históricas.

El arribo de la ciudad moderna y la destrucción de una organización espacial considerada antimoderna abren así posibilidades estéticas sin precedentes para los artistas del nuevo siglo, posibilidades ya vislumbradas por autores como Edgar Allan Poe en el “El hombre de la multitud” (1840) y por Baudelaire en El pintor de la vida moderna (1863), quien justamente hace de la calle y la muchedumbre elementos fundacionales del escritor de su época: “his passion and his profession are to become one flesh with the crowd,” dice Baudelaire  (9).

En cierto modo, tanto el flâneur precisado por Baudelaire como el representado por el personaje central de “El hombre de la multitud” son parte de un mismo proceso de experimentar la ciudad, un proceso que, sin embargo, adquiere un nuevo matiz en el siglo XX al dejar de lado la  “ciencia de las aceras” para cambiarla por una subjetividad distanciada (la del modernismo) y luego por un observador deshumanizado e impersonal (vanguardista), semejante al ojo cinemático propuesto por los kinokis.

A partir de 1919, Vertov y sus colegas empezaron a publicar una serie de manifiestos cinematográficos que en esencia abogaban por un cine nuevo que tuviese dos objetivos insustituibles: (1) reproducir la realidad de la manera más fidedigna, como si la cámara fuese un ojo mecánicamente perfecto, y (2) utilizar sistemáticamente el montaje cinematográfico para elaborar filmes persuasivos y visualmente chocantes (Cook 134).

Los experimentos fílmicos de Lev Kuleshov y Sergei Eisenstein, junto con los de Vertov, contribuyeron significativamente a la estética del montaje de la escuela rusa. Ahora bien, son las series documentales de Vertov, conocidas como kino-pravda (o verdad cinemática, precursora del cinéma verité francés de los años 60), las que ponen en práctica de manera definitiva la doctrina del kino-glaz. De acuerdo con David A. Cook:


The twenty-three Kino-pravda films Vertov made between 1922 and 1925 employed a wide variety of experimental techniques, but none was a startling as his first independently shot nonarchival feature Kino-glaz (1924), which used trick photography, animation, microphotography, multiple exposure, and “candid camera” techniques to create what one critic has called “an epic vision of actuality”. (134)

 

Esta visión “épica” de la realidad, destacando que la palabra épica puede desestabilizar un tanto el significado real del cine de Vertov, más cercano a la “representación actual” que a una “representación épica,” llegará a su apogeo años después en El hombre de la cámara (1929), filme en el que Vertov retrata un día típico de la vida moscovita moderna, y en el que ensaya con habilidad la abismación del cine autorreferencial y las técnicas de montaje experimental del cine mudo. (6)

De acuerdo con Cook, en este filme “Vertov had progressed from documentarist to ciné-poet” (134); sin embargo, más que avanzar hacia los terrenos de la poesía, queda claro que Vertov construye una nueva obra profesando ante todo la exploración sensorial del mundo por medio de técnicas mecánicas, deshumanizando el punto de vista. Nosotros [los partidarios del kino-glaz], dice en un manifiesto de 1923:

 

take as the point of departure the use of the camera as a kino-eye, more perfect than the human eye, for the exploration of the chaos of visual phenomena that fills space. The kino-eye lives and moves in time and space; it gathers and records impressions in a manner wholly different from that of the human eye. The position of our bodies while observing or our perception of a certain number of features of a visual phenomenon in a given instant are by no means obligatory limitations for the camera which, since it is perfected, perceives more and better. (14-15)

 

En el contexto vertoviano, el hombre de la multitud de Poe y el flâneur de Baudelaire se transforman por medio de la tecnología mecánica en un kino-glaz versátil. “Yo soy un kino-ojo,” recalca Vertov:

 

Now and forever, I free myself from human immobility, I am in constant motion, I draw near, then away from objects, I crawl under, I climb onto them. I move apace with the muzzle of a galloping horse, I plunge full speed into a crowd, I outstrip running soldiers, I fall on my back, I ascend with an airplane, I plunge and soar together with plunging and soaring bodies. Now I, a camera, fling myself along their resultant, maneuvering in the chaos of movement, recording movement, starting with movements composed of the most complex combinations. (17)

 

La mecanización de la mirada y del movimiento como base del discurso del kino-glaz (presente también en los filmes de Charles Chaplin, en las apologías poéticas de los futuristas y en el arte deshumanizado distinguido por Ortega y Gasset) es un elemento esencial de la crisis del hombre moderno a principios del siglo XX y del subsiguiente discurso de las vanguardias históricas. Como señala Calinescu respecto de esta misma época:

 

Today we can say that the antihumanistic urge of writers and artists during the first decades of the twentieth century was not only a “reaction” (against romanticism or naturalism) but a strangely accurate prophecy. Distorting and often eliminating man’s image from their work, disrupting his normal vision, dislocating his syntax, the cubists and the futurists were certainly among the first artists to have the consciousness that Man had become an obsolete concept and that the rhetoric of humanism had to be discarded. (125)

 

Para Vertov, al igual que para otros artistas de la vanguardia, la vida moderna provoca una pérdida y una ganancia que se ve reflejada en la crisis del arte nuevo, modificando sin duda su percepción del mundo. Walter Benjamin, por su parte, advierte en “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” que la auto-alienación practicada por el ser humano “has reached such a degree that it can experience its own destruction as an aesthetic pleasure of the first order” (1249). Este placer estético, localizado ya en el contexto hispanoamericano de los años 20 y derivado del resquebrajamiento de las tradiciones de la burguesía decimonónica y de la “obsolescencia” del humanismo, se presenta en “El joven” de Salvador Novo por medio de un monólogo interior que alude a la misma angustia y a la misma velocidad urbana guiada por las transformaciones culturales y espaciales en la capital de México.

El narrador de “El joven” se presenta como un flâneur en movimiento  y como un ojo cinemático que registra y construye un relato “visual” acerca de la urbe que la vida moderna trae consigo. Nos presenta una ciudad de México cambiante (que venía alterándose con fuerza ya desde el Porfiriato y la llegada de los primeros tranvías eléctricos), integrada al proceso transformativo de principios del siglo XX, cuyos ciudadanos, individuos ambulantes, familias que manan de las salas de cine, viven una inquietud constante a causa del vértigo moderno; (7) se trata en definitiva de una falta de predictibilidad respecto al entorno y la experiencia citadina de antaño, un cambio que para el flâneur-cámara de Salvador Novo es sin duda apabullador, pero a la vez excitante, y que involucra una parodia de la historia nacional a partir de un tipo de visión que contrasta lo “viejo” con lo “nuevo.” Este contraste, asimismo, distingue tanto el aliento “modernizador” propuesto por el grupo de Los Contemporáneos, muy presente en la prosa de Novo, como las novedades culturales y tecnológicas basadas en la influencia norteamericana, así como ciertos juicios de valor y criterios morales opuestos a la burguesía local:

 

Hay dos grandes muestras de la fuerza que crea dividiendo en nuestra moderna sociedad. El aviso oportuno, en lo moral, y la casta de los choferes, en lo material […] Anteriormente a la Revolución, podía leerse entero el periódico, y se podían atravesar las calles. Hoy los diarios dan demasiado papel y los hijos de Ford existen demasiado. Hay solicitudes, ofertas, enseñanzas, y aquella fecunda sección de “Diversos” en El País se ha ramificado clasificando sus cien pies. ¡Si antes no se ofrecían tantas cosas o no se buscaban en la prensa! Realmente hay poco pundonor en párrafos como este: “Señora atractiva con capital solicita relaciones con joven fuerte y sin capital. Entrega inmediata. Altisidora”. O bien: “Modelo masculino, buenas formas, envía retrato a quien desee ocuparlo. Fedro de Rubempré.” Y más abajo: “Adorada: Te espero donde ya sabes. Lleva un pañuelo. Tu mocoso.” ¡Esto ya no lo pueden leer las familias! (Novo 538-539)

 

La visión del joven, integrada a los cambios de la sociedad mexicana posrevolucionaria, adquiere importancia porque con ella se diluye el yo modernista y se anula el privilegio que la estética anterior daba a los sentimientos del yo. Así, el narrador híbrido del texto funciona como una suerte de lente cinematográfico cambiante, intersectando un “yo” que habla sobre sí mismo con un “yo” que cuenta sobre otro, lo que la teoría narratológica de Mieke Bal denomina narrador externo y narrador vinculado a un personaje (128). La reunión de ambas técnicas narrativas vehiculiza la eliminación del sentimiento y permite un nuevo imaginario a partir de la sustitución de valores y mediaciones sociales y estéticas burguesas. En este sentido, la estructura narratológica del relato de Novo alcanza una experimentación similar a la sugerida por los kinokis, quienes a pesar de la distancia geográfica y lingüística mantienen al menos una relación histórico-temporal e histórico-cultural con los vanguardistas mexicanos.

En su ensayo fundacional acerca de las vanguardias históricas, Ortega y Gasset apunta que “la gente nueva ha declarado tabú toda injerencia de lo humano en el arte” (67). De la misma manera, la estética del kino-glaz, “since it is perfected,” propone una representación distinta del mundo porque rechaza toda subordinación ligada a lo tradicionalmente “humano,” apartándose de lo que sería un “sentido burgués” de la vista por medio del rechazo a una sentimentalidad anterior. El flâneur-cámara  de Salvador Novo, complejizado a su vez para el contexto del México posrevolucionario, describe y contrasta lo que bajo este nuevo sentido de la vista puede reconocer: los vertiginosos e imprudentes “hijos de Ford,” aquellos acelerados choferes que desjerarquizan la locomoción con tracción de sangre, como también la premura y la automatización de las muchedumbres y la explosión de la vida cosmopolita:

 

Tampoco existía antes de 1900 este tipo ágil que constituyen los choferes. Más lejos, en las diligencias y los coches genéricamente de caballos, los aurigas eran serios, un poco viejos, o gordos o secos, pero siempre con algo de daguerrotipo y de incómoda silla real. Deben de haber olido a la paja que estornudaban sus caballos […] Por eso nació Henry Ford y anegó de hormigas las calles del universo […] Con la Revolución, por fin, hubo tantos autos –ya rápidos y yanquis– como generales. (Novo 539-540)

 

El espacio donde transita el joven, no precisamente pensado desde la nostalgia sino con la sorpresa que provoca el cambio modernizador, es un trazado urbano en el que la domesticidad tanto de los animales de tiro como del tiempo ha dejado de existir, y donde la tecnología y las máquinas, con nuevos e incomparables atributos, han tomado posesión de aquellos roles que anteriormente eran identificados como actividades puramente humanas. El flâneur-cámara se convierte de este modo en el observador de las transformaciones mecánicas y de la desarticulación de la ciudad decimonónica, que pasa vertiginosamente del paseo a caballo al tránsito en vehículos motorizados ligeros.

Al igual que en el caso de los kinokis, el narrador de Novo plantea una percepción renovada del espacio de la ciudad: “Siguió caminando. Todo lo conocía. Sólo que su ciudad le era un libro abierto por segunda vez, en el que reparaba hoy más, en el que no se había fijado mucho antes” (Novo 537). Novo nos propone así un ojo que indistintamente absorbe el espacio y el tiempo de cambio que le ha tocado vivir a partir de la experiencia de la ruptura con el pasado inmediato. Se trata, como señala Mary K. Long, de un:

 

experiment in forging authentic, individual experience, a search for independent conclusions in the arena of experience most readily at hand, Mexico City. For its time, the work stands as an example and an invitation to reject tradition-bound erudition that promotes the unthinking superimposition of foreign philosophies and instead, to borrow the tools offered by foreign texts in order to forge a new philosophy. In the search for both true self-expression and authentic Mexican expression, Novo suggests a pathway that leads away from the past into the direct interaction with the immediate experience of the tumultuous present. (190)

 

El presente tumultuoso, esa vida moderna que para Octavio Paz implica “una suerte de autodestrucción creadora” (18), induce de algún modo a Salvador Novo a revelar, a través del narrador de su cuento, una representación espacial discordante, antagonista de la pasada y protagonista del allanamiento de las instituciones artísticas en hegemonía hasta antes de la aparición de las vanguardias históricas. “Lo que distingue a nuestra modernidad de las otras épocas,” señala, “no es la celebración de lo nuevo y sorprendente, aunque también eso cuente, sino el ser una ruptura: crítica del pasado inmediato, interrupción de la continuidad. El arte moderno no sólo es el hijo de la edad crítica sino también el crítico de sí mismo” (18).

Al criticar lo inmediatamente anterior y lo presente en sí, la mirada en el relato de Salvador Novo, representante de una nueva visión y articulación del mundo, admite no sólo la “autodestrucción creadora” y la deshumanización de la sociedad sino también la intrascendencia de las acciones, de ahí, justamente, aquella divagación y aquel desconcierto que provoca el texto. Se podría decir, en todo caso, que Novo va un paso más allá que los kinokis porque no sólo cuestiona los puntos de vista y la percepción de la ciudad, o la autoridad intelectual de los eruditos de antaño, sino también las posibilidades del joven dentro de una vida moderna que tiende a cambiarlo todo, pero que en la realidad mexicana tiende también a anquilosarlo:

 

Lo que haga hoy –dijo el joven soltando sus zapatos– no tendrá ya objeto mañana. Hay cosas invariables, que gustan siempre. Tengo sueño. Siempre me gustará dormir. Pero mañana se habrá muerto alguien. Hay estadísticas como leyes –no leyes mexicanas– que se cumplen siempre. Yo puedo ser alguien y morirme. ¿Qué es un siglo para San Pedro? Sería divertido que yo resultara objeto de investigaciones. Se me acusa de ser muy alto. ¿Y por qué no habrían de equivocarse los eruditos? (Novo 553)

 

Esta visión del mundo inmediato, sin embargo, no es precisamente un registro objetivo e imparcial, sino, como menciona Rosa María Acero, “una apreciación subjetiva, ya que [el joven] se va enfocando en las cosas que le interesan y le afectan directamente” (116). Asimismo:

 

En esta narración que comprende un día en la vida del joven, tiempo y espacio se combinan para detener la acción en el hoy, como en una instantánea fotográfica, para resaltar ante nuestros ojos los signos, imperceptibles a primera vista, de una ciudad en evolución. Se hace un paralelo entre el inicio del día y el principio del siglo XX. La oscuridad al comenzar “El joven” representa las costumbres del siglo pasado; al transcurrir el día/siglo, se avanza hacia la modernidad. (116)

 

Para el protagonista de Novo, como menciona Acero, existe un antes y un después en el espacio urbano y cultural de la ciudad de México, una transformación que marca la diferencia entre un mundo en caducidad (el México pre-revolucionario) y un mundo en gestación (no precisamente el de la modernidad de Haussmann, sino el de la modernidad en crisis, ya en pleno auge de las vanguardias históricas), que en la narración de Salvador Novo solamente puede observarse a través de los ojos del flâneur-cámara que registra (como una suerte de conciencia distanciada) las transformaciones de la ciudad debido a su “nueva visión” y su cercanía con dicha crisis, los nuevos estímulos estéticos de la literatura sin fronteras y la experiencia de la dislocación. (8) Para Vertov, de manera similar, el imperfecto ojo humano, ahora desplazado por el ojo cinemático y la revolución tecnológica, se convierte en el punto de partida para hallar una nueva representación de la realidad urbana:

 

Until now, we have violated the movie camera and forced it to copy the work of our eye. And the better the copy, the better the shooting was thought to be. Starting today we are liberating the camera and making it work in the opposite direction –away from copying. The weakness of the human eye is manifest. We affirm the kino-eye, discovering within the chaos of movement the result of the kino-eye’s own movement; we affirm the kino-eye with its own dimensions of time and space, growing in strength and potential to the point of self-affirmation. (16)  

 

Renato Poggioli, respecto del cambio en el punto de vista que trae consigo el arte nuevo, ha apuntado que uno de los planteamientos de la obra vanguardista es oponerse a la opinión pública, “against traditional and academic culture, against the bourgeois intelligentsia” (123). “Alienation from society,” añade Poggioli, “also becomes alienation from tradition” (127). En este sentido, “El joven” de Novo se reafirma como un texto de ruptura y alienación en el momento en que el protagonista fija los ojos en su ciudad por primera vez cuando lo hace por “segunda vez” (desde un punto de vista análogo al del kino-ojo); se trata de un sujeto que se siente desplazado ética y estéticamente, y que se convierte en observador y participante de la nueva ciudad a partir de la transformación de su trazado urbano y de la mecanización de las actividades humanas en dicho espacio. A esto habría que añadir, como observa Yanna Hadatty Mora que “en su especificidad literaria, la autonomía de las obras vanguardistas responde no sólo a una postura de rechazo al cumplimiento con una función social [la burguesa], sino a una voluntad de escisión más o menos radical, con un modo de representación de la realidad” (50) Hadatty Mora identifica de esta manera un modo peculiar de la vanguardia de aludir a lo cotidiano, esos imaginarios y técnicas vanguardistas que incitan, como ha señalado Peter Bürger, no sólo a crear en oposición sino también a tener una recepción distinta de la obra de arte basada en las posibilidades estéticas del ensamblaje:

 

One of the decisive changes in the development of art that the historical avant-garde movements brought about consists in this new type of reception that the avant-gardiste work of art provokes. The recipient’s attention no longer turns to a meaning of the work that might be grasped by a reading of its constituent elements, but to the principle of construction. (Bürger 81)

 

En “El joven,” tal como sucede en otras muestras de su prosa (véanse también los experimentos narrativos Ensayos, de 1925, y Continente vacío, 1935), Novo parece estar interesado en la forma y en el ensamblaje de nuevas estructuras textuales, intercalando paratextos poéticos que rompen con el movimiento típicamente lineal de la narración y creando un híbrido entre montaje fílmico y monólogo interior que Xavier Villaurrutia, citado por Rosa María Acero, catalogó en su momento de “cinta cinematográfica” (110), precisamente por su predisposición al corte y los saltos cronológicos. Todas estas características fílmicas son extrapoladas por Novo al texto literario en una época en que las obras cinematográficas implicaban una verdadera ruptura estética y la aparición de un arte que, a diferencia de la pintura o la literatura, dependía exclusivamente de innovaciones técnicas y científicas y del “ensamblaje” de fotogramas. Este tipo de obra, como advierte Peter Bürger, alude en realidad a otra clase de receptor-lector, uno que se acerca más al discurso orteguiano y que divide al público en dos castas antagónicas a causa de la impopularidad del arte nuevo: aquellos que lo entienden y aquellos que no (50), pero también, en el caso de “El joven,” entre quienes pueden “registrar” la nueva ciudad (como una suerte de kino-ojo) y quienes carecen de esta novedosa capacidad de observación.

Ciertamente,  la recepción de la obra vanguardista suele implicar la participación de un receptor distinto que, sin embargo, no es tan sólo antiburgués sino también una minoría en estado de crisis, cambiante, que entiende la novedad a través de lo que Bürger denomina un “calculated effect” (60), es decir, a través de gestos de extrañeza que representan simbólicamente la crisis de la modernidad. Esta idea puede conectarse al mismo tiempo con lo que ya ha mencionado Salvador Oropesa en referencia a la de intención de ruptura que predomina en el “El joven”:

 

[Novo’s] text breaks with the nineteenth-century idea that modern life represented a coherent whole, especially within the context of the invention of the Mexican nation by romanticism. The new Mexico, according to Novo, is not based on the cult of ethnic values, the fatherland, and epic battles of the Revolution but on breaking some of the taboos of the cultural tradition. (37)

 

Partiendo de esta lectura y de lo que Oropesa también llama el “nuevo vocabulario” (37), (9) el flâneur-cámara de Salvador Novo “alterna lo popular y lo culto, el uso de extranjerismos y mexicanismos… detalles nimios y asuntos trascendentales” (Acero 66) en pos de crear una “literatura sin fronteras” que aluda a los nuevos estímulos, la estética de la sorpresa y el extrañamiento:

 

Man Spricht Deutsch “Florsheim”, empuje usted. Menú: sopa moscovita. Shampoo. “Ya llegó Taita del Arrabal”, ejecute con los pies a los maestros, Au Bon Marché Facultad de México, vías urinarias, extracciones sin dolor, se hace trou-trou, examine su vista gratis, diga son-med, Mme. Acaba de llegar, estamos tirando todo, hoy, la reina de los caribes, The leading hatters, quien los prueba los recomienda, pronto aparecerá, ambos teléfonos, consígase la novia. Agencia de inhumaciones “Eveready”. “¿Tiene usted callos?” Tome Tanlac. Sin duda, a pasos lentos, pero su ciudad se clasificaba. Para cada actividad señalada, remedios o gentes especiales. Ya los helados no son solamente de limón, de chocolate, de fresa o de amantecado como solían. En aquel Lady Baltimore las listas eran largas e incomprensibles. ¿Quien no sepa pronunciar osará comerse un Marshmallow puff? (537)

 

Esta Ciudad de México –vertiginosa, colmada de publicidad invasiva, atractiva y alienante– es un espacio donde los individuos son desposeídos de su intuición anterior (tanto visual como léxica). Lo que el narrador de “El joven” ofrece, a cambio de una nueva sensibilidad representada a través de la estética de la sorpresa y la influencia de las nuevas tecnologías, es la descripción del eclecticismo arquitectónico presente en las nuevas urbes latinoamericanas, cuyo aire de cambio estuvo ligado hacia fines del siglo XIX y principios del XX a la alteración y destrucción de la ciudad colonial. (10) De este modo, el pastiche arquitectónico que abrumó a las ciudades latinoamericanas (y que de algún modo las abruma hasta el día de hoy) implica la perturbación de una estabilidad cultural que llega a su punto más álgido con la aparición de las vanguardias históricas, y que, de acuerdo con Matei Calinescu, pone de manifiesto la idea de que las vanguardias entienden el auge de la modernidad (y su inclinación por las grandes estructuras normativas) como una cultura en clara y evidente crisis:

 

The avant-gardist, far from being interested in novelty as such, or in novelty in general, actually tries to discover or invent new forms, aspects, or possibilities of crisis. Aesthetically, the avant-garde attitude implies the bluntest rejection of such traditional ideas as those of order, intelligibility, and even success (Artaud’s “no more masterpieces!” could be generalized): art is supposed to become an experience –deliberately conducted– of failure and crisis. (124)

 

“El joven” de Salvador Novo, como un producto artístico coetáneo del kino-glaz y, al mismo tiempo, como una reformulación del flâneur decimonónico, obedece al discurso anti-teleológico de la obra de vanguardia y a los principios de oposición al arte tradicional por medio de la estetización del cambio y la crisis: “Lo que haga hoy –dijo el joven soltando sus zapatos– no tendrá ya objeto mañana” (Novo 553). Esa falta de funcionalidad y de orden abarcador (desde el punto de vista de la modernidad decimonónica), en una ciudad sometida al vértigo y la velocidad de la remodelación y el cambio tecnológico, convierte al narrador de “El joven” en el observador y cronista de la crisis cultural de su época (un “kino-ojo mexicano” receptor de nuevos estímulos), deliberadamente en ruptura y abiertamente atento a la extrañeza y la transformación de su entorno nacional.

 

Notas

 

(1). Cabe resaltar que debido a la inestabilidad política vivida durante gran parte del siglo XIX, el proceso de modernización de las capitales latinoamericanas no alcanza la magnitud del proyecto de Haussmann hasta las primeras décadas del siglo XX (específicamente durante el período que cubre los años 1900 y 1930). En estas décadas los trazados urbanos coloniales de ciudades como Buenos Aires, Lima, México, Montevideo y Santiago de Chile, así como los de la antigua capital del Brasil, Río de Janeiro, fueron redefinidos para dar paso a las grandes avenidas que iban a albergar a los nuevos sistemas de locomoción y las expansiones eléctricas de las vías de rieles planos que se inauguraron con tracción de sangre hacia 1860.

 

(2). Junto con jóvenes intelectuales de la época como Gilberto Owen, Carlos Pellicer, Antonieta Rivas Mercado y Xavier Villaurrutia, entre otros, Novo forma parte del círculo agrupado en torno a la revista Contemporáneos, publicación que entre los años 1928 y 1932 se encargó de difundir, con el afán de modernizar la literatura mexicana, no sólo la obra de los ya mencionados autores sino también las innovaciones estéticas y culturales más significativas del momento, principalmente divulgando trabajos y préstamos tomados de las literaturas de los Estados Unidos y la Europa no-hispánica.

 

(3). En este sentido, es importante recordar que “para la generación de Novo, la experiencia fundamental es la Revolución mexicana. La acepten o se opongan a ella, es su horizonte imprescindible, lo que amolda o desintegra a las personas y las familias” (Monsiváis 22). Así, los planteamientos de Los Contemporáneos surgen enfáticamente de la manera en que dicho círculo intelectual se “comunica” e “interactúa” con las repercusiones sociales y las implicaciones culturales que se dan cita después del ciclo revolucionario.

 

(4). Beatriz González-Stephan ha apuntado que ya en la época de las guerras de independencia hispanoamericanas se había producido un cambio en la percepción y la representación del espacio a través de lo que denomina “modalidades culturales escópicas,” sobre todo a partir del consumo de dioramas y, más tarde, de postales y daguerrotipos (160). A su vez, Christopher Conway percibe una “tecnología de la mirada” mediada por las invenciones fotográficas de la segunda mitad del siglo XIX en la obra de Ignacio Manuel Altamirano (33).

 

(5). Monsiváis también lo ha sugerido al decir que “El joven mantiene aún hoy y con solidez la multiplicidad de puntos de vista, el virtuosismo de la unidad en la dispersión, la exactitud definitoria, la vehemencia de la modernidad, el ritmo extenuante y divertido” (119).

 

(6). Aunque El hombre de la cámara es un filme posterior a la primera versión de “El joven,” es necesario tener en cuenta la notoriedad del trabajo de Vertov más allá de las fronteras de su país y la influencia que sus documentales tuvieron en otros cineastas y artistas por lo menos desde 1922. Asimismo, cabe recordar que durante los años de la revolución mexicana (1910-1917) la principal atracción cinematográfica en el país fue la vertiente documental-noticiosa y que en 1919 la película El automóvil gris, dirigida por Enrique Rosas, mostraba como gran final la escena real del fusilamiento en la ciudad de México de una banda de ladrones. Novo no sólo no pudo haber evitado estas manifestaciones cinematográficas presentes en el ambiente cultural de la época, sino que supo darle al cine un lugar preeminente en sus escritos (textos con “La decadencia del arte” o “La técnica”, entre otros) y en su vida profesional. Un artículo periodístico de Juan Solís es muy claro al respecto, enfatizando esta faceta poco estudiada de Novo, sobre todo durante la época en la que fue productor, dialoguista y guionista para la productora Cinematográfica Internacional S.A. (CISA), que financió en los años 30 varias películas clásicas de Mario Moreno “Cantinflas”. Solís también subraya la amistad entre Novo, la actriz Dolores del Río y el director Orson Wells (“Salvador Novo. Un poeta en el cine”).

 

(7). De acuerdo con François Tomas, en la ciudad de México, “todo el período que se extiende de principios de los años veinte hasta finales de los treinta, está marcado por la voluntad de expresar una identidad nacional nueva y al mismo tiempo de integrar las emergentes tecnologías, e incluso los nuevos estilos europeos y norteamericanos” (“México. La primera modernidad arquitectónica”). Asimismo, como señala Garza, el principio de la gran urbanización de México “se puso en marcha en un período verdaderamente turbulento, donde convergieron la Revolución de 1910 (que se extendió hasta el inicio de la década de los años 30); la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Gran Depresión de 1929” (8). Garza también resalta que el estancamiento del campo durante los años 20, con sus consecuentes movilizaciones, y el crecimiento de la industria de la construcción provocaron una expansión urbana sin precedentes que no solo creó nuevas colonias en la ciudad sino también, como subraya en otro texto Domínguez Chávez, ampliaciones de avenidas como la 20 de Noviembre y el gran proyecto de urbanización de las Lomas de Chapultepec (“Arquitectura y urbanismo de 1930 a 1970”).

 

(8). Esta nueva visión de mundo entre Los Contemporáneos, como apunta Monsiváis, resalta una revitalización de la cultura y la influencia, entre otras artes, del teatro y el cine: “en pos de la literatura sin fronteras, los jóvenes escritores escriben y traducen la nueva poesía que convoque el porvenir […] Los campos de la recuperación: la poesía, el periodismo, las artes plásticas, el teatro. En 1928, llevar a escena a Lenormand, Eugene O’Neill o Cocteau es acción teatral, cultural y política. En espacios sobredeterminados por el tradicionalismo, la vivificación de una cultura exige, por ejemplo, montar obras de teatro, creer en el cine como expresión artística y fundar cine clubes…” (62)

 

(9). Palabras como “camión, shampoo, teléfono, dentista, cine, drogas, checar, automóvil, semáforo, machetear, copyright, Sanborn’s, discos” (Oropesa 37).

 

(10). Como señala Gutiérrez Girardot, “la historia de las ciudades, especialmente de las grandes ciudades, fue efectivamente la de la destrucción y el desorden. Dentro de esta perspectiva, destrucción y desorden constituyeron el proceso y el resultado a la vez del crecimiento de las grandes ciudades, de sus ‘ensanches’, de sus remodelaciones, de la adaptación inmisericorde a las necesidades e intereses de la nueva sociedad burguesa. El siglo XIX francés tuvo dos grandes arquitectos, Haussman y Viollet-le-Duc, que hicieron ‘escuela’ y cuyos planes se imitaron en muchos países de lengua española […], con las ideas de estos dos grandes arquitectos se importó también en esos países el sentido para los ‘grandes pastiches’” (66-67).

 

Obras citadas

 
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