El cosmopolitismo y la aporía de la hospitalidad

en la escritura de Janette Becerra

 

Juan Pablo Rivera

Clark University


Becoming a citizen of the world is often a lonely business.
Martha Nussbaum, "Patriotism and Cosmopolitanism"

 

 

En el panorama literario del Puerto Rico actual, Janette Becerra se cuenta como una de las autoras más galardonadas, a la vez que se perfila entre las más sobresalientes, no por los muchos laudos, que no necesariamente garantizan calidad, sino por ciertos atributos de su obra. Ésta, aparte de estar bien trabada, se asoma como un objeto raro, ajeno al panorama desde el cual se escribe, tan dado al intento de apalabrar lo local, o tan ocupado con la exploración de cuestiones identitarias. (1) Tanto Luis Felipe Díaz --crítico que ha ahondado en la obsesión local por narrativizar lo nacional-- como Elidio LaTorre Lagares --poeta, narrador y editor él mismo--, han declarado en sus reseñas del libro de cuentos Doce versiones de soledad que a Becerra debería incluírsele "desde ya" en las antologías de la gran literatura latinoamericana actual, o más humildemente, como modelo del arte del cuento en el Puerto Rico contemporáneo. La hechura de sus relatos, al igual que muchos de los personajes que aparecen en ellos, los hacen parecer pequeños prodigios o "joyas," como los llama el poeta Javier Ávila en la contraportada de Doce versiones.

Acaso porque se trata de una autora ultra-contemporánea, y porque sus obras se publican en casas editoras locales, o sueltas en revistas y antologías, y porque, como escribe La Torre Lagares, no se trata de una autora dada a la auto-promoción, los relatos y poemas de Becerra no han recibido la atención crítica que merecen. Este ensayo propone, por un lado, servir como introducción a su obra, mientras desarrolla el argumento sobre el cosmopolitismo de la misma, que se esboza en las próximas páginas. 

Los epígrafes de los trece cuentos que componen Doce versiones de soledad, o el de Pedro Salinas en el poemario Elusiones, sugieren que la obra de Becerra busca entablar un diálogo con el canon de la literatura universal, insertándose en ella sin pedirle permiso, pero también sin hacerse ilusiones de originalidad, como se colige del prólogo de Doce versiones, donde la autora declara que sus cuentos son: "doce variaciones o estudios de la obsesión, doce borradores referidos (derivados, desvirtuados) por una docena de voces alternas. He leído a Platón: no pretendo que ninguna deje de ser sombra" (5). La mención de Platón, al igual que los versos del epígrafe de Elusiones ("Creo en ti como en el agua: / que estaba aquí y no está..."), que convocan de soslayo la filosofía pre-socrática y el más famoso poema medieval en castellano (las Coplas de Jorge Manrique), desvelan una estrategia de retorno a los presuntos orígenes de la tradición literaria hispánica y de la filosofía, "orígenes" a los que se alude sin ninguna ironía. La insistencia en esta estrategia—en la cita—sugiere que leemos una obra muy consciente de sí misma en tanto obra literaria, en tanto lenguaje propio e independiente que pertenece a un sistema cerrado de signos, y que obedece a una visión de la literatura según varios preceptos de la New Criticism, como implica el hecho de que Becerra declare, en la entrevista incluida en la sección bibliográfica de este ensayo, que su propósito como escritora es el de crear en el lector no una emoción afectiva, sino una emoción estética. Siendo también profesora, la escritora remite, con ese guiño a la teoría de la falacia afectiva, no sólo a un supuesto origen de la tradición filosófica occidental (Heráclito en el epígrafe de Salinas), del canon literario (Manrique; los epígrafes de Doce versiones), sino también a uno de los supuestos orígenes de la crítica contemporánea como institución, la mayoría de cuyos preceptos, como la misma noción de origen, ya se dan por superados. (2) Becerra logra innovar volviendo a la tradición, como implican su insistencia en la cita y el título jocoso de su "Nueva versión del prólogo" en Doce versiones, una "nueva versión" basada en otra inexistente, que convierte su libro de cuentos en una especie de collage, el género de la modernidad según autores como Ezra Pound y T. S. Eliot.      

Este ensayo no propone unirse al coro de voces críticas que aclaman la obra de Becerra, o sólo propone unirse a él tácitamente. Interesa más bien seguirle la pista al "dejo de cosmopolitismo" que Díaz (Weblog) nota en Doce versiones, y que no es atributo del libro de cuentos solamente, pues el epíteto de "cosmopolita" bien podría aplicarse a Elusiones y a la novela corta para jóvenes, Antrópolis. Propongo, junto a Robert Spencer, que el cosmopolitismo es, fundamentalmente, una disposición que se expresa en el terreno de lo literario tanto en términos de forma como de contenido, y de la cual puede destilarse una postura ética y una filosofía pedagógica que insisten en el buen trato del otro, en la solidaridad, en la curiosidad intelectual, en el respeto de lo desconocido, y en el que el individuo bienvenga, es decir, se abra, a los nuevos entornos y a las experiencias inusuales. Aún en textos donde lo literario parece cernirse sobre sí mismo, y donde el tema de la soledad sirve de hilvanador, se puede encontrar una propuesta de solidaridad para con el otro. El deseo de provocar una emoción estética no impide que haya también un planteamiento ético, incluso en textos donde parecería no haber ninguno, o que podrían parecer meros ejercicios formales.

Como ha argumentado Jacques Derrida, la cuestión del cosmopolitismo remite a las de la hermandad, la igualdad y la hospitalidad, preocupaciones urgentes en las sociedades democráticas de hoy, donde el modelo del estado nacional ha demostrado ser ineficaz a la hora de sustentar lo que es en principio una aporía: "this demand for equality with the demand for singularity, with respect for the Other as singular" ("Politics" 6). Relatos como "Un pasajero ejemplar" y "La reconciliación" exploran desde un espacio muy reducido (una casa, un avión, que no son aquí sinécdoques de la nación) el gran costo personal que conlleva el intento de resolver esa aporía.

Es cierto que, como indica el título del libro, los protagonistas de Doce versiones de soledad son criaturas solitarias. Pero también es cierto que varios cuentos proponen lazos de solidaridad, por frágiles y efímeros que sean: un sastre jorobado usa su propio cabello para zurcirle a la mujer que ama (y que lo desdeña) el más bello vestido de novias; varios maestros y psicoterapeutas intentan ayudar a una niña prodigio insatisfecha con el mundo; un hijo acoge al padre que lo abandonó de chamaco; una madre le lega a su hijo la esperanza como única herencia. (3) Tal como ocurre con la novela a la cual el título del libro de Becerra inevitablemente alude, Cien años de soledad, Doce versiones admite una lectura moderadamente optimista, donde la mayoría de los personajes dan el paso de la soledad a la solidaridad, aunque acaso sea la primera condición, la existencial—la del creador, la del prodigio—en la cual estos personajes se vuelven a encaracolar. (4)

Antecedentes, temas y atributos formales

En Cosmopolitan Criticism and Postcolonial Literature (4-6), Robert Spencer, aprovechándose de la distinción de Walter Mignolo entre "cosmopolitismo" y "globalización," señala que una crítica del cosmopolitismo debe tener en cuenta no sólo la disposición individual, sino el ensamblaje de estructuras económicas e instituciones políticas que apoyan tal disposición y el sentido de comunidad que la caracteriza. El cosmopolita habla desde un espacio de privilegio, con frecuencia hasta elitista, y hace falta pensar, como lo hacen Mignolo y Bruce Robbins, en formas de cosmopolitismo creadas y promovidas por inmigrantes y refugiados, no por turistas burgueses ni intelectuales que impongan su visión de qué constituye ser un ciudadano del mundo.

Una discusión de la posibilidad de que un texto puertorriqueño pueda dejar a un lado más o menos el contexto local, adjudicándose una visión cosmopolita del mundo, debe considerar que, históricamente, el coloniaje y el limitado y frágil (aunque, en los últimos años, efervescente) panorama editorial puertorriqueño, han hecho difícil que el libro impreso de autores boricuas que escriben en español circule más allá de los confines de la isla, excepto en casos excepcionales. Si bien algunos textos de Becerra han sido galardonados en certámenes internacionales, se publican en editoriales "del patio," como las de la Universidad de Puerto Rico y Ediciones Callejón. Teniendo en cuenta este circuito de publicación y distribución, cabe preguntarse: ¿Cómo logran apelar estos libros, desde su constreñido espacio de distribución local/nacional, a una sensibilidad global? ¿Qué tienen de cosmopolita estos textos?

Pese a tratarse de un relato destinado a niños y adolescentes, Antrópolis, el tercer libro de Becerra, alude a una disposición cosmopolita desde el título. La palabra "Antrópolis," ciudad del hombre o ciudad de los humanos, conjura imágenes de la antigua Grecia, de las civilizaciones clásicas, de los orígenes de la democracia y, como recuerda Mignolo (162), descartándolo, un imaginario hegemónico que considera a Grecia la "cuna" de la civilización occidental. "Antrópolis," mediante su calidad de palabra compuesta que proviene, como "cosmopolitismo," de dos raíces griegas, apela a una cosmovisión centrada en una idea expansiva, acogedora de la ciudad y del ser humano, o sea, a una visión de la ciudadanía. El libro menciona a Minos y Poseidón y la trama, que protagoniza un muchacho llamado Teo, absorbido fantásticamente por su videojuego, transcurre en un lugar "geográficamente indeterminado" (Becerra, comunicación personal), tal como tantos otros videojuegos que, según la lectura de Jason W. Ellis sobre World of Warcraft, no sólo presentan virtualmente un mundo repleto de sujetos cosmopolitas, sino que defienden en el mundo físico o posible el cosmopolitismo como una postura que fortalece los ideales democráticos.

Antrópolis es un relato de formación contado y estructurado ("Nivel 1," "Nivel 2," etc.) como si fuera un videojuego, género frecuentemente desdeñado por críticos literarios, profesores y políticos, porque, como resume Ian Bogost en How to Do Things with Videogames, se lo considera inconsecuente y hasta dañino. Becerra, sin embargo, parece saber, como Ellis, que estos juegos son cosa seria, pues, en ciertos casos, los videojuegos "...constitute new constructions of nation while encouraging, and even necessitating, a cosmopolitan attitude on the parts of the role-players..." (Raja et al 13). El tema y la ambientación de Antrópolis, así como su división en catorce capítulos que equivalen, por un lado, a los niveles de un videojuego y, por el otro, a las semanas de un semestre académico típico, hacen patentes una estrategia pedagógica (y de mercadeo) que intenta hacer que la literatura le resulte atractiva a la juventud de un país donde, según la queja, "la gente lee muy poco." Se trata de una ingeniosa estrategia de aproximación por parte de la autora y profesora, quien parece decir: "en vez de quejarnos de que los jóvenes no leen, pongámonos a escribir sobre temas que acaso logren captar su interés." Antrópolis es un texto que persigue la identificación entre el protagonista y el lector desde un espacio cosmopolita que podría liberar a sus jóvenes lectores de los espacios disciplinarios (la urbanización, la escuela, la adolescencia) que la novella retrata y que, borgeanamente, encuentran un eco en el mundo virtual del videojuego, donde Teo/Teseo irrumpe en el laberinto de Minos. El propósito no es meramente escapista, sino didáctico: leyendo/jugando un videojuego el lector/jugador aprende a valorar su propia pequeñez en el mundo y a respetar la del otro.  

Esta disposición cosmopolita que sugieren el título, la trama y la estructura de Antrópolis se encuentra ya en la obra de Becerra desde Elusiones, donde aparecen poemas inspirados en Orfeo e Ícaro, avatares no sólo del artista, sino de una juventud idealista e insatisfecha: "Porque eres sol de piel amaneces en mi casa," reza, por ejemplo, un verso del poema "Ícara"; otras alusiones provienen de la Biblia, de las artes plásticas y de las liberales. Si en el poemario esta disposición se intima con el característico recato de la poesía, en el libro de cuentos subsiguiente, Doce versiones, se hace aún más explícita de las siguientes maneras:

1. mediante epígrafes sacados de autores como Shakespeare, Aristóteles, Flaubert y D'Annunzio, varones afiliados todos al canon europeo occidental, pero identificados con las tradiciones literarias de distintas lenguas;

2. mediante referencias directas o alusiones a textos de autores como Borges, Cortázar, Quiroga, Pirandello y Beckett, que responden a la formación de la autora como comparatista más que como hispanista;

3. mediante la insistencia en el carácter ficticio de la existencia de algunos protagonistas, que a veces no hacen sino descubrir que son ellos mismos sujetos de la ficción;

4. mediante el recurso borgeano de las notas al calce, refiriendo a textos históricos, con frecuencia apócrifos;

5. mediante la ambientación de los cuentos, que sólo en pocas ocasiones transcurren en Puerto Rico y el Caribe, y que pocas veces involucran a personajes puertorriqueños;

6. mediante la aparición de judíos, catalanes, mexicanos y personajes de otras religiones, etnias y nacionalidades en contextos internacionales, urbanos, suburbanos y rurales;

7. mediante la representación de distintos modos de transporte, como el avión y los coches de marcas europeas;

8. mediante el léxico, que evita los puertorriqueñismos, prefiriendo, por ejemplo, "emparedado" en vez de "sangüich" y "aficionado" en vez de "fan," así como otros muchos cultismos y arcaísmos.

Estos atributos, entre otros, le otorgan a Doce versiones de soledad el "dejo de cosmopolitismo" que Luis Felipe Díaz nota en su reseña. Pero, ¿cómo pasa el cosmopolitismo a convertirse de un tópico o lugar común en un programa estético y a la vez pedagógico?

Cosmopolitismo: De lugar común a proyecto estético con potencial político

Según el Diccionario de la Real Academia Española, es "cosmopolita" aquél que "considera todos los lugares del mundo como patria suya," definición incorporada al castellano desde el siglo XIX, mas que remite al conocido origen del término en una anécdota sobre el filósofo cínico Diógenes de Sínope (404-323 ANE) quien, aparte de ser un hombre extraño que vivía en un tonel en medio del ágora, se identificaba no como ciudadano de Sínope (de donde había sido exiliado), sino como un ciudadano del mundo, kosmopolites.

En Cultivating Humanity: A Classical Defense of Reform in Liberal Education, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum traza el desarrollo del concepto desde sus orígenes en el ágora hasta nuestros días, proponiendo a partir de su esquema un programa pedagógico que tendría como fin formar ciudadanos más a tono con los valores de la democracia. (5) Nussbaum arguye que, tras la chocante rareza de Diógenes—quien, "como los perros" (Humanity 57), comía y se masturbaba en público—yacía la idea de que el filósofo debía desarticular las convenciones de su entorno, favoreciendo a su vez "more general human needs and aspirations " (57), ateniéndose a un concepto de la ciudadanía, claro está, según los limitados parámetros de la Grecia antigua. Esta postura de Diógenes—que, como Nussbaum aclara, es realmente un tipo de auto-exilio, equivalente a la soledad que encaran los personajes de Becerra—será mejor desarrollada por los filósofos del estoicismo, para quienes, en palabras de la filósofa, la educación debía tener como finalidad que el ciudadano se diera cuenta de que pertenecía tanto a su comunidad local como a la de la humanidad entera, sin distinguir entre posición social, etnia, nacionalidad, ni género sexual: "We should recognize humanity—and its fundamental ingredients, reason and moral capacity—wherever it occurs, and give that community of humanity our first allegiance " (Humanity 58-59). Los estoicos fueron, entonces, los primeros en derivar del cosmopolitismo una postura ética, ya que conminaban al ciudadano a que considerara que todo humano, incluso el más lejano y más desconocido, aspiraba a ser bueno y justo, es decir, a ser razonable.

Esta postura, a la que Nussbaum parece plegarse sin cuestionarla, peca de idealista y es una razón por la cual, como señalan los editores de Cosmopolitanism, la teoría cosmopolita ha tenido poca acogida entre los y las feministas: ¿cómo reconciliar la politización del espacio doméstico (una de las metas del feminismo) con la abolición del mismo, presunta meta del cosmopolitismo? ¿Cómo instaurar un espacio privilegiado—el del individuo que, compasivo, flota por encima del mundo—sin que ese espacio sea necesariamente elitista? Éstas son algunas de las interrogantes que aseguran la continuidad del debate entre cosmopolitismo, globalización y feminismo; el menester de resolverlas es de críticos y teóricos, no de "creadores," palabra que Becerra usa en una entrevista para referirse al artista, quien, en su caso, parece configurarse según una visión similar a la de Nussbaum y los estoicos, pues la autora declara:

 

Me formé con la literatura universal. He viajado mucho, y escribo desde ese espacio meta-artístico. No escribo literatura femenina, blanca, puertorriqueña, caribeña o hispanoamericana, aunque todas esas etiquetas (¿comerciales, editoriales?) sean aplicables a posteriori y aunque mi visión de mundo emerja de esas categorías. Si fuera gay no escribiría literatura gay, si fuera judía no escribiría literatura judía. Escribo y punto (comunicación personal).

 

El "espacio meta-artístico" en la declaración de Becerra equivale al del ciudadano cosmopolita en la visión de Nussbaum, que no deja de ser un espacio problemático, pese a que Nussbaum quiera convencernos de que, en la configuración estoica, para considerarse kosmou polites, el ciudadano no necesita dejar a un lado sus filiaciones locales. Este modelo presupone la posibilidad de un ciudadano anterior a las muchas "categorías" que enumeran Becerra y Nussbaum, sin tomar en cuenta, como sí lo hacen Mignolo y Spencer, el hecho de que esas categorías no sólo determinan el sujeto a posteriori, sino que lo constituyen. Cuentos como "El regalo" de Doce versiones de soledad (sobre una madre que no quiere ser madre), y poemas como "El otro," donde los muchos regalos de un amante no compran la felicidad de la voz lírica, demuestran que "esas etiquetas" no sólo son editoriales y comerciales, sino que ya incumben en el lugar desde el que Becerra escribe; un espacio "meta-artístico" presuntamente apolítico es otra ficción creada por autores y críticos y es, por tanto, una ficción política. (6) Uno de los atributos de los cuentos de Becerra que, como han dicho Díaz y La Torre Lagares, los convierte en buenos especímenes literarios es que, pese a escribirse desde un espacio "meta-artístico" que podría resultarle antagónico a lecturas con sesgo político, muchos de ellos invitan lecturas de su relación no sólo con la tradición literaria (i.e., el espacio meta-artístico), sino con la teoría psicoanalítica (e.g., "Un pasajero ejemplar"), el feminismo ("El regalo"; "La reconciliación") y la deconstrucción ("Soledad perfecta"; "Bloqueo").   

A pesar de que sus posturas son muy distintas y hasta conflictivas, los tres teóricos mencionados hasta ahora (Nussbaum, Mignolo, Spencer) tienen que vérselas con la aporía más insistente de la filosofía cosmopolita, que aparece también en los textos de Kwame Anthony Appiah: ¿cómo ensalzar el cosmopolitismo y destilar de él un programa político y pedagógico cuando aún se quiere mantener cierta fidelidad a lo local? Tanto Nussbaum como Mignolo, pese a sus posiciones antagónicas, recurren a una misma imagen como modo de solventar la aporía. Nussbaum concibe al sujeto como los estoicos, "rodeado de una serie de círculos concéntricos" (Humanity 60) que incluyen, primero, a sus parientes cercanos, luego a sus vecinos, después a los habitantes de su ciudad, luego a los de su nación, y así sucesivamente, hasta acoger a la humanidad entera. Mignolo, a diferencia de Nussbaum, rehuye del modelo hegemónico de Grecia como cuna de Occidente, y aboga por un énfasis en lo local. Mas sin embargo, al final de su ensayo, Mignolo evoca una imagen parecida a la de Nussbaum y la moderniza, transformando los círculos concéntricos en una serie de pequeños satélites que se intersecan cada uno entre sí y con uno más grande, componiendo "a pluricentric world built on the ruins of ancient, non-Western cultures and civilizations with the debris of Western civilization... " (183). En la imagen se divisa su intento por distinguir entre la "globalización" (i.e., la presión homogeneizadora venida de encima, que erradica las culturas locales) y su envés, el cosmopolitismo, "a series of projects toward planetary conviviality" (Mignolo 15), el cual Spencer también adopta cuando, citando a Mignolo, aclara que "nineteenth-century imperialism and contemporary neo-liberalism are examples of globalisation. The protests that preceded the war in Iraq are an example of cosmopolitanism" (5). El individuo cosmopolita reconoce su responsabilidad moral para con los ciudadanos de otros países, y la convierte en un acto político (en este caso, la protesta). Aquél que aboga por el neo-liberalismo, por otro lado, al ceñirse a un modelo empresarial (managerial, lo llama Mignolo), busca aplanar toda diferencia política, económica y socio-cultural, a veces incluso en aras de la justicia, la democracia, el progreso y las "buenas intenciones."

Aunque esta discusión sobre el modelo del ciudadano cosmopolita y su relación con lo local pueda parecer irrelevante para un análisis de la obra de Becerra, resulta central a la hora de discutir una obra que se produce y publica en un contexto como el puertorriqueño, donde la ciudadanía es siempre la ciudadanía del otro, donde el paso a considerarse ciudadano de otra parte no es difícil, porque se es toujours déjà ciudadano de un país que no es el propio. Como ha señalado Eduardo Lalo, el reciente ganador del Premio Rómulo Gallegos, la invisibilidad del escritor puertorriqueño hace posible el juego: si nadie te está mirando, es posible innovar. Tiene sentido, de modo similar, que una escritora de un "país invisible," como ha llamado Lalo a Puerto Rico, se instaure en un espacio meta-artístico; que decida poner de lado la marginación política y tome la palabra desde el no-lugar de la cosmovisión.

Cuentos como "Un pasajero ejemplar" y "La reconciliación" muestran personajes que son corteses u hospitalarios pese a sus propios deseos, porque, como aclara Derrida, tal es la aporía de la hospitalidad: "I have to—and that's an unconditional injunction—I have to welcome the Other whoever he or she is unconditionally... That is the very first opening of my relation to the Other: to open my space, my home—my house, my language, my culture, my nation, my state, and myself" (sin paginación). En “Un pasajero ejemplar”, el pasajero del título conversa con su vecina en el avión, una señora mayor, pese a la gran incomodidad física que la conversación le provoca. En "La reconciliación," una anciana, acaso sacada del cuento "Casa tomada" de Julio Cortázar, hace (tal vez; el final es ambiguo) las paces con una enemiga de infancia que ahora parece sufrir de demencia. En ambos textos, el deber se impone por sobre la voluntad personal, provocándole al anfitrión gran incomodidad, pues ése es el mandato incondicional de la hospitalidad, la aporía que hace de los cuentos de Becerra, más que cuentos, meditaciones sobre el trato ético del otro. La hospitalidad, en cuentos como éstos y "A comer," con frecuencia tiene consecuencias nefastas para el anfitrión, lo que, como Derrida argumenta, no hace que el ser hospitalario deje de ser un imperativo.  

La conexión entre la obra de Becerra y la teoría cosmopolita, sin embargo, no aparece sólo al nivel del argumento de los cuentos, sino también mediante la recurrencia de esa imagen de los círculos concéntricos que tanto Nussbaum como Mignolo, partiendo de fuentes clásicas como los escritos de Jerocles y Cicerón, toman como símbolo del ciudadano cosmopolita. En Doce versiones de soledad, este símbolo aparece explícitamente en el cuento "Afición por los terrarios" y se insinúa, modificado e impregnado de resonancias locales, en "Noche de ronda azul." Conviene rastrear la recurrencia de esta imagen a la vez que se ofrece una explicación textual más atenta a la inusual textura de la escritura de Becerra.

Círculos concéntricos o la vuelta a Borges

"Afición por los terrarios," finalista en 2011 del 22do Premio Internacional de Narración Breve de la UNED, en Madrid, puede considerarse una especie de aggiornamento de "Las ruinas circulares," uno de los más famosos cuentos de uno de los más cosmopolitas de los escritores latinoamericanos, Jorge Luis Borges. (7) En "Las ruinas circulares," un mago se da a la tarea de soñar un hombre. Tras varios fracasos, eleva una plegaria al dios del fuego, quien le permite finalmente crear al hombre deseado, a quien luego el padre envía a otras ruinas río abajo, presuntamente para que repita el mismo ritual. El mago solitario se aburre, mas también se agobia: ¿Y qué si su hijo llegara a descubrir que no es más que una criatura soñada? El cuento termina sorpresivamente con la descripción de una sequía que hace posible un "incendio concéntrico" en que el mago, sin quemarse, descubre "con alivio, con humillación, con terror... que él también era una apariencia, que otro también estaba soñándolo" (Borges 72). (8)

"Afición por los terrarios" se asemeja al cuento de Borges en cuanto a la caracterización del protagonista y la conclusión, que podría resultarle predecible a cualquiera que haya leído "Las ruinas circulares." El protagonista es un joven solitario, "carente de destrezas sociales" (Becerra, Doce 9), quien aprende de su padre a ensamblar terrarios, convirtiéndose así en artesano y estudioso a la vez, siendo ésta su única afición. A través del cuento, el joven funge de pequeño dios con respecto a sus inventos telúricos: provoca eclipses, tempestades, terremotos, y hace que algunas especies se extingan para que otras broten, hasta que el nivel de perfección de su obra llega a aburrirlo, y decide irse de vacaciones por el trópico. Cuando regresa, descubre en su terrario toda una civilización moderna, con rascacielos, bibliotecas y aviones, forjada por un hombre diminuto que lo mira con la insoportable pequeñez de un personaje de Clarice Lispector o Jonathan Swift ("liliputiense" es adjetivo que aparece en el cuento), quebrantando así la "sospechosa monotonía" (Becerra, Doce 19) no sólo de sus recientes vacaciones tropicales, sino de su existencia entera. Pese a que el narrador auto-consciente quiera, mediante su voz en primera persona, convencer a los lectores de que no podrá dar una descripción "infinitesimal e infinita," "inenarrable" (18) de lo que ve en el terrario, una lectora cautelosa logrará atar cabos si imita con su lógica lo circular de la trama, recordando:

— que el padre del hombre también era aficionado a los terrarios;

— que "el cristal" y las "ilustraciones básicas" (Becerra, Doce 9) legadas de padre a hijo, y de hijo a descendiente, son símbolos de primordialidad, pinturas rupestres de nuestra más remota humanidad;

— que el protagonista, padre y criatura y, por extensión, nosotros los lectores, vivimos atrapados en una "existencia concéntrica de una serie incontable de terrarios" (19);

— que, aunque el protagonista al final se larga de su casa, cerrando la puerta sin querer volver jamás, no podrá escapar de la infinitud del cosmos, el mismo que él se había dedicado, por ratos y sin más razones que el aburrimiento y la curiosidad, a destruir y reconstituir.

Tal como ocurre, según el argumento de Mercedes López-Baralt, en el caso de Cien años de soledad, esta contundencia del final (los cabos que se atan; la puerta de la casa que se cierra) no clausura la posibilidad de que se ofrezcan interpretaciones contradictorias del relato. Una lectura pesimista, por ejemplo, tomaría la narración como una meditación no sólo sobre "la soledad del creador" (Rosa Vélez y Becerra "entrevista"), sino sobre la insignificancia de la existencia humana en el cosmos. El "pavor" que el joven siente al final apoyaría esta lectura de la anagnórisis como desilusión, como momento revelador de una ambivalencia ("con alivio... con terror") similar a la del protagonista del cuento de Borges que sirve de intertexto al de Becerra.

Sin embargo, si se quisiera leer de un modo más optimista, y que avale la disposición cosmopolita del libro entero, el cuento podría interpretarse como un relato sobre la homeostasis, factor tan importante para los terrarios como para cualquier otro ecosistema. Traspuesto a un nivel alegórico, este concepto biológico convertiría al relato en uno sobre los múltiples niveles de dependencia entre los seres humanos y sobre el compromiso ético con el bienestar del otro, a pesar y como consecuencia de su pequeñez, así ese otro co-exista en un espacio con una temporalidad y un nivel de desarrollo distinto al propio, como razona el protagonista con respecto a su creación: "...los meses que habían trascurrido para mí se traducían a decenas de centurias para mis seres microscópicos" (Becerra, Doce 18).

Existe en "Afición por los terrarios," un subtexto que apoya este segundo modo de lectura, y que confirma la aptitud del mismo como llave (inicio, clave) de la colección entera. A mitad del cuento, cuando ya el terrario ha alcanzado cierto nivel de auto-suficiencia, el protagonista se da cuenta de que su creación no lo necesita y se va "a recorrer el mundo, que a fin de cuentas, apenas había explorado" (16). Su decisión es, por supuesto, irónica, pues el hombre que se había dedicado a construir y destruir pequeños ecosistemas, provocando eclipses y terremotos en un tarro de cristal, poco conocía del mundo. En este sentido, él es la antítesis del cosmopolita: desconoce el mundo en que vive y le interesa más crear otros. Irónico también resulta que "los parajes tropicales" (17) que visita, sinécdoques primero del Caribe y luego del mundo entero, no sólo le recuerdan a los de su propio terrario, sino que, en relación a éste, le resultan agobiantes por "la constante compañía de los excursionistas" (17), revelando que el joven huraño prefiere el artificio del terrario bajo su control a la naturaleza del afuera por donde se pasea.

La relación de la trama de "Afición por los terrarios" con ese subtexto "tropical," como la de un cosmos con otro que lo contienen, es una metáfora del libro entero, la metáfora rectora que hilvana estos relatos como libro, y no como mera colección, certificando así su buena trabazón. El subtexto "tropical" (léase "caribeño" o "natural") del cuento es desplazado a favor de un artificio, el terrario, que, como el Aleph de Borges, todo lo contiene. De igual manera, son pocos los cuentos de Doce versiones de soledad que transcurren en el trópico o que incorporan personajes puertorriqueños, como si quisiera desplazarse el contexto de producción y circulación de estos cuentos, como si en ellos la literatura puertorriqueña abandonara su gentilicio y lograra equipararse, sin pedir permiso, con la gran literatura occidental que le sirve de epígrafe a estos cuentos y los desborda de alusiones. La narradora de "El sastre" es puertorriqueña; el cuento, sin embargo, toma lugar en Barcelona, y el idioma catalán lo atraviesa en ocasiones. El cuento "Mano Santa," que aparenta ser una parodia, termina no siéndolo: la supuesta hija de una curandera viaja de Cabo Rojo a San Juan para que su madre, "Mano Santa," la cure de una falsa enfermedad, que resulta ser un muy real cáncer del páncreas, cuya sanación socava y valida al mismo tiempo "el próspero negocio de la fe" (Becerra, Doce 169) de una mujer revestida de los clisés de la santera, y quien había previsto hace veinte años la visita de la hija a quien supuestamente abandonó. Cuentos como este no atentan contra la disposición cosmopolita del libro, sino que la resaltan: hacen evidente, por un lado, que pese a la distribución local del libro la mayoría de los cuentos no tratan sobre el Caribe, y enfatizan, por otro lado, la simbiosis entre soledad y solidaridad que, como indica el epígrafe de Nussbaum al comienzo de este ensayo, caracteriza la experiencia del cosmopolita.

No es casual que una de las primeras palabras en "Mano Santa" sea "estoicismo" (157), pues, como ha visto Nussbaum, fueron los estoicos quienes primero sostuvieron que la defensa de lo local también debía ser un componente programático de la filosofía cosmopolita. Es más, el cuento narra una instancia de sacrificio total, donde la solidaridad provoca la soledad de una madre que vive por veinte años sin ver a su hija, porque sabe que sólo así podrá salvarla de una futura enfermedad mortal. Una vez más, el bien del otro conlleva un gran costo personal; ésta es la aporía en el corazón de la ética cosmopolita, que, como argumenta Derrida, gracias al gran auge de refugiados, hoy es indistinguible de la ética de la hospitalidad, "not simply one ethic amongst others... ethics is hospitality" (Derrida, On Friendship, sin paginación).  

En estos cuentos de Becerra, ¿cómo logra situarse lo local con respecto a ese más allá que es, en realidad, interno? Si, como arguye Derrida, la identidad es necesaria y también violenta, ya que el reconocimiento del otro en uno mismo busca apropiar a ese otro, ¿cómo se explora esta paradoja identitaria en los cuentos de la autora? ¿Qué tensión existe en ellos entre lo local y lo que no por ser constitutivo deja de ser también ajeno? El cuento "Noche de ronda azul" ofrece senderos por donde aproximarse a estas preguntas.

De los círculos concéntricos a la lemniscata

 

"El Ocho de Blanco" es un bar de Río Piedras, Puerto Rico, muy cercano a la Universidad y popular entre estudiantes universitarios. También es el ambiente en que transcurre la mayor parte del ingenioso cuento "Noche de ronda azul," que empieza así:


Hace apenas diez minutos, en el cruce de la avenida Central y la calle César González, un Jaguar azul profundo que giraba en el aire con sus focos encendidos trazando espirales como en los cielos estrellados de Van Gogh cayó, finalmente doblegado por la gravedad, sobre un inadvertido Jetta blanco, y me mató a quien iba a ser protagonista de esta historia (Becerra, Doce 125).

 

El protagonista muere y la narradora, un doble de la autora, se da a la tarea de contar los sucesos que le acaecieron y culminaron con su muerte, componiendo en el transcurso un cuento con un final sorprendente.

Desde el comienzo llaman la atención la oscilación entre la precisión geo-espacial (el mapa de las calles de San Juan) y los detalles "importados" de un contexto que rebasa lo local: las espirales de Van Gogh, el Jetta blanco (coche de universitarios) y el Jaguar que aquí, irónicamente, fulmina a su presa como si fuera el animal que lo nombra y que los mayas adoraban. Sobresale también el recurso diegético tomado de la literatura moderna: la autora es un personaje no-fiable en el cuento, bebe con el protagonista en el bar y lo acompaña, husmea entre sus cosas, lo juzga y lo contempla. Al igual que ocurre en el conocido cuento de Alejo Carpentier, "Viaje a la semilla," a la trama podría representarla una serpiente que se muerde la cola, un uróboros o lemniscata, como ha sugerido Roberto González Echevarría sobre el cuento de Carpentier: se narra contra las manecillas del reloj hasta que se tropieza con la necesidad de contar en línea recta para que el relato avance. Esta necesidad lleva a la autora/narradora a explicar abruptamente su aparición en el relato, antes de poder continuar narrándolo: "Y por eso heme aquí, huésped sin invitación, espiando su cuerpo de adonis tibio que bucea en la bruma vaporosa de la ducha" (Becerra, Doce 128). Las leyes del tiempo y la física exigen este tipo de intromisión, un "yo" que ate las otras dos esferas infinitas del relato, que remiten la una a la otra.

La mención del ocho, la palabra "ronda," la luna que aparece en el epígrafe de Agustín Lara (al que se alude también al final del cuento), la autora que se desdobla, los dos coches alemanes cuyas marcas empiezan con jota, las espirales de De sterrennacht y el periplo por las calles de San Juan, entre otros, son imágenes y recursos que encuentran su correlato narrativo en la circularidad de la trama. Apelan, como el "8" y el "Blanco," y como la "serie concéntrica de terrarios" en "Afición," a nociones de lo infinito "e infinitesimal," mientras impregnan un significante local muy específico (el bar El Ocho de Blanco) de significados esotéricos, aludiendo de paso a cuentos como "El Aleph" y "Viaje a la semilla" y (gracias al título y a la representación de un accidente en un contexto urbano) a "La noche boca arriba," de Julio Cortázar, texto al que también alude Antrópolis, con su joven a medias en una realidad virtual.

La autora y su personaje en "Noche de ronda azul" se encuentran inequívocamente en San Juan, pero en una San Juan sin salsa y sin jíbaros ni ron, en una San Juan imaginaria que prefiere consumos más allá de los locales, porque muy poco producto local queda para consumir en la colapsada economía colonial. Beben Chardonnay y vodka con Red Bull, fuman hachís, piensan en Hitchcock y en Van Gogh, en Ortega y Gassett, en Unamuno y en Bagdad. ¿Serán acaso antipáticos? Quizás. ¿Expelen todavía un dejo de provincianismo? Sí. Mas no por eso dejan de ser cosmopolitas.

Los personajes en los trece cuentos de Becerra honran el título de la colección porque terminan todos solos. En algunos casos, como el de la madre renuente en "El regalo" o del hermano asesino en "Otro emparedado," la soledad equivale a una especie de liberación. En otros casos, sin embargo, la soledad es el precio que se paga por ser solidario; es la condición que resulta de un compromiso ético para con el otro. Aunque las propuestas de Nussbaum, Mignolo, Spencer y Derrida en cuanto al cosmopolitismo no dejan de ser conflictivas, ni de tener diferencias insalvables (particularmente en cuanto al futuro de una ética cosmopolita), los cuatro teóricos, como los personajes de Becerra, podrían estar de acuerdo con la aseveración de Nussbaum en el epígrafe que abre este ensayo: "Being a citizen of the world is often a lonely business." El cosmopolita es, por definición y pese a sus mejores deseos, un ser antipático; el atenerse a la ética de la hospitalidad multiplica la soledad del anfitrión, pero no es por eso un imperativo menos urgente.

       

Notas

(1) La biografía de la autora, su bibliografía y los detalles sobre los galardones recibidos pueden encontrarse en su página oficial: http://elpozodelapalabra.wordpress.com/

 

(2) Para una discusión de las propuestas de la "anquilosada" New Criticism que aún resultan válidas, ver el artículo de René Wellek, "The New Criticism: Pro and Contra," y el preámbulo e introducción de Praising It New: The Best of New Criticism, editado por Garrick Davis, con prólogo de William Logan.

 

(3) Estos ejemplos provienen, respectivamente, de los cuentos "El sastre," "Soledad perfecta," "A comer" y "La herencia," de Doce versiones de soledad.

 

(4) Aunque pueda parecer ingenua, la posibilidad de ofrecer una lectura "optimista" o "pesimista" de un texto tiene aún vigencia, como demuestra el reciente estudio de Mercedes López-Baralt sobre Cien años de soledad (capítulo10).

 

 (5) Las simientes de los argumentos de Nussbaum se encuentran en un texto disponible en la Red, "Patriotism and Cosmopolitanism." Cito, sin embargo, de la versión más extensa y académica, el segundo capítulo del libro Cultivating Humanity: A Classical Defense of Reform in Liberal Education. Nussbaum argumenta que el cosmopolitismo de la filosofía estoica dejó su impronta en el pensamiento de los fundadores de "la nación americana" y que por eso puede pensarse el cosmopolitismo como un proyecto político y pedagógico para un país aguerrido, tal como lo es hoy día los Estados Unidos, donde el mero hecho de que un individuo cuestione la intervención militar en el medio Oriente es causa para que se dude de su patriotismo. En teoría, el cosmopolitismo podría desembocar en una democracia más justa y un nacionalismo menos belicoso.

 

(6) El ingenioso poema "El otro" se encuentra en el número especial de la Revista Boreales Ejército de rosas: Antología de 57 poetas puertorriqueñas vivas, compilado por la poeta Mairym Cruz-Bernal.

 

(7) Beatriz Sarlo nos recuerda que el tildar a alguien de "cosmopolita" no fue siempre un cumplido: "el cosmopolita siempre era el otro" (106), el rival, escribe con respecto al panorama literario argentino durante las primeras dos décadas del siglo XX. Bruce Robbins, por su parte, aclara que incluso hasta a mediados del siglo XX, "cosmopolita" se usaba como un insulto contra los aristócratas, los homosexuales y los judíos. Aquí uso el epíteto, claro está, para referirme al impresionante conocimiento de la tradición literaria Occidental y argentina (nacional) que tenía Borges, y del que Sarlo da cuenta en su libro.

 

(8) Mac Williams ofrece un resumen más completo del cuento en su ensayo, que también incluye apuntes sobre la historia de su publicación. Aunque discute la figura del círculo, no lo hace en cuanto a su relación con el cosmopolitismo. Arnold M. Penuel arguye que el cuento de Borges "es una antropogonía que, paradójicamente, desmitifica la creatividad humana" (53), conclusión que sería todavía más aplicable al cuento de Becerra, donde el protagonista no es mago, sino artesano, un simple "aficionado." (9) Este cuento, como otros pocos de la colección (e.g., "Bloqueo") participa como el de Borges del género de lo fantástico, según lo definió Tzvetan Todorov en su Introducción a la literatura fantástica: existe en él un momento muy concreto en que tanto el protagonista como el lector dudan ante el descubrimiento de una civilización en el terrario, momento que el protagonista intenta explicar en términos lógicos.

 

 

Bibliografía

 

 

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