Lucía Miranda de Rosa Guerra: un pacto para la utopía de un entre-espacio

 

Francisca Aguiló Mora
University of Miami

Lucía, hermana mía, no abandones a tu pobre hermano (Guerra 1954, 20)

 Homi Bhabha señala la existente interdependencia entre el sujeto colonizador y el “otro” colonizado. El teórico en estudios poscoloniales argumenta que todo sistema de diferencia cultural se construye a partir de lo que él denomina un entre-espacio, un lugar enunciativo de naturaleza ambivalente, en el cual la idea de una identidad cultural pura, original y fija deviene insostenible. Bhabha exhorta al público lector a ocupar y explorar este espacio con el objetivo de abrir paso a la aceptación y creación de un nuevo Tercer Espacio de carácter inter-nacional e inter-cultural que no sólo subvierte las categorías dualistas del pensamiento binario y oposicional colonial, sino que ofrece una nueva política espacial that initiate[s] new signs of identity, and innovative sites of collaboration and contestation […] not based on exoticism or multiculturalism of the diversity of cultures, but on the inscription and articulation of culture's hybridity” (Bhabha 1-2). (1) El sujeto o el discurso del entre-espacio participa y toma de los dos espacios a los que (no) pertenece. Es desde este espacio simbólico que se construyen los diversos discursos desestabilizadores por medio de la interacción de las dos categorías que se hallaban previamente opuestas. Es precisamente en este tipo de entre-espacio que Silviano Santiago, una década antes que Bhabha, posiciona a gran parte de la producción literaria latinoamericana. (2)
Lucía Miranda (1860), de Rosa Guerra, puede considerarse un texto paradigmático de cómo algunas escritoras y escritores del XIX latinoamericano imaginaban posibles entre-espacios. Guerra reescribe una leyenda histórica basada en la fundación en 1527 de la colonia de Sancti Spiritu por Sebastián Gaboto. (3) La leyenda narra la tragedia del matrimonio de colonizadores españoles formado por Lucía Miranda y Sebastián Hurtado, que mueren víctimas del levantamiento de los indios timbúes como última consecuencia del enamoramiento que siente el cacique Mangora por Lucía. Ideológicamente, la leyenda sublimiza el amor entre los esposos. Ahora bien, sin alterar la narrativa de amor conyugal, Guerra centra el desarrollo de la acción en la relación que Lucía y Mangora establecen. (4)
La escasa crítica que ha analizado esta novela se centra en el personaje de Lucía. Por un lado, Remedios Mataix la inscribe dentro de un imaginario feminista donde Guerra experimenta con las posibilidades de ampliar las feminidades prescriptivas de la época y la conceptualiza como el sujeto capaz de crear puentes entre visiones de mundo binarias:

[L]a identidad femenina que personifica esa Lucía Miranda […] relativiza la oposición entre los dos términos de aquella dualidad literario-ideológica, pues los deriva hacia la línea fronteriza entre lo europeo y lo indígena, o lo civilizado y lo bárbaro, que Lucía, intermediaria, simboliza. Los límites de la dicotomía se vuelven difusos hasta el punto de que resulta difícil determinar quién es el ‘otro’ [de Lucía Miranda], por mucho que los relatos se estructuren sobre las dualidades inevitables europeo-indígena, hombre-mujer, colonizador-colonizado, y hasta verdugo-víctima […]. (219) (5)

Ampliando las propuestas de Mataix, Elena Grau-Lleveria analiza qué aspectos de la novela hacen verosímil una feminidad como la de Lucía. Para esta crítica literaria, es el espacio del asentamiento español el que posibilita que Guerra presente “a una mujer como fundadora y generadora de un discurso de un proyecto de configuración nacional” (92) porque “el fuerte Santo Espíritu es una frontera social donde los imaginarios culturales a los que se pertenece por tradición se disuelven […]” (92). En mi propuesta analítica, el asentamiento colonial como frontera donde las identidades culturales establecidas se diluyen y reconfiguran es una modalidad del entre-espacio que propone Homi Bhabha como lugar donde surgen propuestas sociales integradoras. En mi análisis, tanto Lucía como Mangora forman parte de la genealogía de sujetos híbridos que conceptualiza el teórico en estudios poscoloniales puesto que son estos personajes los que enseñan a ver y a imaginar potenciales entre-espacios.
Siguiendo el concepto de traducción cultural de Bhabha, con el que explica el proceso de objetivación de la significación cultural en los denominados encuentros culturales, diríamos que ambos Lucía y Mangora participan en un discurso paradójico puesto que actúan como sujetos y objetos de este proceso cultural de traducción, que nunca es estático sino que se halla en continuo movimiento. En cualquier proceso de traducción, existen siempre dos elementos, un texto o discurso “original” en un lenguaje y otra producción secundaria en otro lenguaje. En la relación entre Lucía y Mangora, el proceso de traducción se lleva a cabo de dos maneras: por un lado, Lucía traduce para Mangora su mundo “europeo” para que este lo entienda y aprecie y, por otro, Mangora traduce su etnicidad y masculinidad frente a Lucía de tal forma que deja vislumbrar un tipo de rol étnico-sexual que no tiene normalmente cabida en el entorno de la protagonista. Ambos personajes se hallan en el espacio que existe entre el traductor y el traducido, y es aquí donde se pueden crear nuevos espacios de significación. Además, a través del pacto de hermandad que llevarán a cabo, ambos trasladan el arquetipo de feminidad y masculinidad predefinido que la sociedad tiene de ellos como mujer y como sujeto indígena hacia una individualidad como “sujeta” (Valcárcel 106), y como un sujeto “otro” que abre las puertas a formas de masculinidad más deseables desde el imaginario feminista que presenta esta novela. (6) Mangora y Lucía demuestran que el supuesto espacio cultural “original” no tiene características esenciales ya que siempre está abierto a la traducción y a la adaptación; puesto que puede ser “simulated, copied, transferred, transformed, made into a simulacrum and so on: the original […] is always open to translation so it can never be said to have a totalized prior moment of being or meaning –an essence” (Bhabha 210). De esta forma, cualquier cultura, hasta la colonizadora, se constituye siempre en relación a este sujeto “otro.” Es decir, Lucía, a pesar de ser la colonizadora, es también la sujeta que descentraliza las estructuras culturales que pretende imponer a Mangora, metonimia del grupo colonizado. Es por ello que Lucía y Mangora, en su posición liminal de traductores, abren la posibilidad de una articulación cultural diferente y nueva y crean “a pastiche, a parody or a digression rather than a literal translation [… positing a new meaning]” (Santiago 34) de la cultura hegemónica que los articula y objetiviza.
En otras palabras, tanto Lucía como Mangora imaginan una configuración cultural híbrida. Ambos ocupan el espacio que socialmente les pertenece como sujetos oprimidos y conquistados ya sea en términos de género, de cultura y/o de raza, pero al mismo tiempo los dos saben adquirir posiciones de poder desde los mismos factores que los inferiorizan. Así, tanto en Lucía como en Mangora, hallamos paradojas que ponen al descubierto el entramado ideológico de los sistemas de poder que los han inferiorizado. Al revelar los condicionantes implícitos que los han infantilizado, logran desnaturalizar el sistema hegemónico que los predefine y los esencializa en categorías cerradas. En el personaje de Lucía, la paradoja se crea a partir del doble papel que esta detenta, pues es tanto conquistador y letrado, como encarnación de una feminidad ideal de mujer casada, asediada por el deseo sexual del “otro,” Mangora. Ahora bien, la paradoja es que Lucía, que podría considerar a Mangora como el “otro,” se solidariza y pacta con él, con su acosador sexual, por quererlo, en un futuro, un “igual” con el que consolidar su proyecto comunitario utópico. La capacidad de Lucía de crear pactos con los “otros” para hacer posible la comunidad deseada la inscribe como una variante de sujeto híbrido de Bhabha, ya que en ella y en Mangora se articula el carácter ambivalente que los sujetos híbridos deben poseer para ser capaces de generar un entre-espacio. En el caso de Mangora, es paradójico cómo este sustenta su superioridad sociosexual mientras que cede a las enseñanzas culturales de Lucía pactando con ella, una mujer, como con una igual y cediendo a su subversivo uso de la razón y de la tarea educadora y evangelizadora. Mangora es quien reconoce en Lucía otra forma de ser letrado. Una letrado que parte de una genealogía discursiva que altera el binario civilización y barbarie al combinarlo con las narrativas europeístas del buen salvaje y con las narrativas que se emparentan con las espiritualidades que intentaba recuperar el cristianismo primitivo.
Si la aceptación de la paradoja en que viven Lucía y Mangora posibilita que imaginen un entre-espacio comunitario, al mismo tiempo Rosa Guerra, al vehiculizar la voz narrativa, la leyenda histórica, los protagonistas y el pacto de hermandad que establecen Lucía y Mangora, hace posible otra forma de entre-espacio, la novela, que desestabiliza y desnaturaliza los discursos dominantes sobre la formación y consolidación de los proyectos nacionales propios del periodo y de las convenciones sociosexuales y socioétnicas propias del XIX latinoamericano. (7) 

En mi proyecto interpretativo, las teorías postcoloniales se hallan necesariamente combinadas con diversas teorías feministas puesto que es importante destacar las alteraciones que Lucía presenta a las feminidades prescriptivas del periodo. (8) De entre los dos sujetos híbridos, es la mujer blanca la que adquiere el poder de imaginar este entre-espacio, y lo hace aliándose con su “otro” igual. (9) Claramente, en Lucía Miranda se hace realidad el potencial de la mujer sujeta, el cual la voz narrativa reconoce aunque se muestre consciente de que la sociedad a la que pertenece no está preparada para aceptar ni la individualidad de Lucía ni su capacidad de imaginar proyectos de comunidad-nación. (10)
La voz narrativa describe a Lucía como a una mujer excepcional desde el inicio de la novela: “Era Miranda, no una de esas heroínas pertenecientes a todos los poetas y novelistas, herencia común de cuantos plagian la belleza, molde donde todo el que escribe novelas, o hace versos, vacía sus divinidades” (3-4). Lucía se presenta, pues, como una mujer que se ha separado de su genérico (Amorós 191-2). No obstante, tal como señala Celia Amorós, (11) la diferenciación de las feminidades hegemónicas es problemática porque para las mujeres del siglo XIX, “
la conquista de la individualidad […] es un verdadero ritual iniciático [que] implica así un arrancamiento de [sí] mismas, de [su] genérico de origen en tanto que genérico colonizado: emerger de él como individuas es en cierto modo afirmarse sobre y contra él y conlleva una desidentificación” (2005, 191-2). (12) De esta forma, Lucía “mira los pactos patriarcales y descubre sus trucos” (Amorós 190), que materializa creando uno de los nuevos e insólitos pactos al crear “una formación de un nosotros que facilite la buena acción social” (Valcárcel 109). Con ello la protagonista subvierte algunas de las oposiciones binarias más importantes naturalizadas por el discurso hegemónico: civilización/barbarie y hombre/mujer. Lucía Miranda imagina un “nosotras/nosotros sujeto” a través de su pacto de hermandad, (13) que no tiene lugar con el hombre blanco ni tampoco entre mujeres, porque Lucía no desarticula las reglas sociosexuales genéricas en su imaginario nacional. El pacto lo realiza con el que denominamos su “otro” igual: Mangora. Es decir, Lucía es, en términos de Amorós, una insolidaria con su genérico, que pone de manifiesto una “ falsa conciencia [y ] falta de lucidez” pues, “el poder de la mujer individual está […] condicionado al de las mujeres como genérico” (193). La protagonista, en su posición de conquistador-letrado, es la que pacta con Mangora a las otras mujeres españolas y a los otros timbúes, incluido Mangora, para hacer posible la comunidad-nación que imagina. Al pactar a las mujeres españolas y a los hombres timbúes, Lucía reproduce irremediablemente el sistema de opresión genérica y racial del sistema hegemónico del que ella pretende desmarcarse. Pero no es solo Lucía la que es insolidaria con su genérico, Mangora también deviene insolidario con su comunidad. La voz narrativa describe al cacique asimismo como un sujeto excepcional entre su genérico:

Mangora, cacique de los Timbúes, a pesar de ser bárbaro, reunía en su persona toda la arrogancia de su raza, las bellas prendas de un caballero, y su corazón educado … aunque de color cobrizo como lo son todos los indios, no tenía aplastada la nariz; sus ojos eran chispeantes, y en todo su continente se conocía era dominado por pasiones fuertes y tiernas a la vez. Mejor dicho, era Mangora uno de esos tipos especiales entre los indios. (4)

 

De hecho, el propio Mangora no titubea a la hora de renunciar a su religión y cultura indígena para pactar con Lucía y morir convertido en cristiano a manos de la mujer que no solo ama sino que además admira porque ha visto en el imaginario comunitario que esta le propone el ideal al que debe aspirar.
Es en esta insolidaridad con los grupos de pertenencia que irónicamente esta novela imagina un entre-espacio sociogenérico y socioétnico. Mangora y Lucía se han desplazado del lugar de pertenencia asignado, y gracias a sus (no)pertenencias a los dos mundos que les han sido impuestos externamente, los protagonistas logran cierta individualización. Lucía busca y potencia un pacto entre “iguales,”  que a pesar de ser un pacto patriarcal, como he analizado anteriormente, sorprende porque se establece entre dos sujetos a quienes en las ideologías hegemónicas del periodo se les negaba la capacidad de pacto, pues siempre eran los elementos pactados.
 Es decir, el contrato social que están irracionalizando es aquel que encubría un contrato sexual previo en el que las mujeres eran las pactadas, nunca las pactantes. No podían ser ni los sujetos, ni los ciudadanos. (14)
Lucía es consciente de estas reglas sociogenéricas y socioétnicas que la limitan tanto a ella como a Mangora. Esta conciencia se hace evidente en el momento en que Mangora, moribundo, le pide que sea ella quien lo bautice, a lo que ella responde: “Según mi religión, un niño que tenga uso de razón, en caso que falte un sacerdote puede bautizar una criatura; con ese mismo derecho, supliendo la misma falta y con la más ferviente fe, yo te bautizo” (21). Con estos razonamientos, Lucía adopta el discurso hegemónico del periodo y posiciona verbalmente a Mangora, el “otro” en términos étnicos, y a ella misma, la “otra” en términos genéricos, como criaturas, seres infantilizados frente al hombre blanco que personifica, por ejemplo, Sebastián Hurtado. Sin embargo, en este entre-espacio donde no hay “sacerdotes” es ella la que tiene la facultad de hacer lo que en otros espacios le estaría prohibido. Esta acción irracionaliza el sistema sociogenérico y socioétnico puesto que si una mujer logra obtener la potestad de bautizar a un hombre en una situación extrema, todo argumento basado en la razón que negara la posibilidad de esta acción queda invalidado. Dicho de otro modo, este episodio subvierte “la eterna infancia” de las mujeres ya que Lucía es capaz de articular un discurso de adquisición de poder donde moviliza de forma estratégica los derechos que se auto-otorga por ser blanca de clase alta, cristiana y colonizadora. Podemos afirmar en consecuencia que en la formación de la nación que Lucía imagina se hallan pinceladas de “autoethnographic expressions” (Pratt 7). Sin embargo, lo paradójico es que Lucía en su discurso, visiblemente asentado en los discursos coloniales y sociosexuales hegemónicos, instaura como pareja fundadora de ideólogos de la futura nación que desea a Mangora y a ella misma. Lucía utiliza el discurso colonial de europeización pero lo altera ya que se apropia del espacio público, prohibido para las mujeres de su la época, y emprende la tarea iluminadora que le compete a los hombres conquistadores-letrados, y convierte a Mangora en el futuro maestro y modelo de masculinidad que debe existir en esa sociedad que ella y, finalmente, él imaginan.
No obstante, Lucía no habla con el lenguaje propio del conquistador-letrado al dirigirse a Mangora porque Mangora no es, no puede ser, para Lucía ni conquistado ni bárbaro. Lucía quiere en Mangora un aliado y como aliado tiene que tener el potencial de convertirse él mismo en líder y letrado de la futura comunidad. La
posición de Lucía de no total pertenencia a los códigos hegemónicos hace posible que entienda la situación y el desarrollo de la subjetividad del “otro” y su potencial como líder-letrado del proyecto fundacional que ella ambiciona. Es la complejidad psicológica de Lucía y su sofisticada elaboración ideológica lo que hace posible que pueda perdonar y entender a Mangora cuando este ataca el asentamiento español. Ahora bien, esta aceptación no es cultural, mas sí deviene el reconocimiento de que para poder pactar se debe perdonar primero, porque Mangora es a los ojos de Lucía un hermano, un igual, aunque sea un “otro” igual:

[Mangora:] Mira…hermana…querida mía, tú lo sabes…yo amaba la virtud…
-[Lucía:] ¡Mangora…! ¡Hermano mío! Mi Dios, el Dios de los cristianos, es superior a todas las miserias humanas; […] Pídele con fe y te perdonará.
-[Mangora:] ¿Y tú… me perdonarás…Lucía…?
[…]
-[Lucía:] ¿Y puedes dudarlo un momento, Mangora…? Piensa…piensa, hermano mío, en nuestro Dios.
[…]
-[Mangora:] Gracias…ángel de los cielos…-dijo Mangora; muero contento, pues que…me perdonas…y me abres…las puertas…de la gloria.
[…]
-[Lucía:] Cálmate, cálmate hermano mío, piensa que dentro de un momento vas a estar en la presencia del Altísimo.
-[Mangora:] Otro… otro único… favor … ¿Es un delito…que una hermana…de…el ósculo de… paz…a un…hermano…en el momento…de una despedida…?
-[Lucía:] No –dijo la joven con enternecimiento. (22)

Lucía, aun comprendiendo que Mangora es el “otro” en términos de etnicidad, hace de él su igual y pacta con él: lo perdona, lo convierte a su religión y así lo civiliza y, de esta manera, ya ninguno de los dos se halla en un lugar superior al otro: Lucía es mujer, Mangora es indígena; Lucía es blanca, Mangora es hombre. Pero del mismo modo, Lucía desempeña roles típicamente masculinos y Mangora suplica el perdón de una mujer. A través de la realización de esta nueva forma de pacto de hermandad entre estos dos “otros,” Lucía Miranda y Mangora imaginan un entre-espacio donde los códigos hegemónicos llegan a cuestionarse.
El cuestionamiento de los códigos de comportamiento sociosexual es evidente en la actitud de Lucía frente a las demostraciones amorosas de Mangora. Así, los desmayos que sufre Lucía ante las declaraciones pasionales del indio, la confesión que le hace Lucía a Mangora antes de la muerte de este cuando le dice que él es el hombre a quien más ha amado después de a su marido, y el beso “aparentemente casto” que le propina en su lecho de muerte, nos dan a entender aquí que la postura de hermana mayor de la protagonista hacia Mangora es un ejemplo de lo que Spivak describe como esencialismo estratégico en la narrativa de Rosa Guerra. (15) Saporta defiende esta idea en la escritura de Guerra al afirmar que “
this essentialist notion was only the veneer for another, ultimately more important framing of the concept of woman” (47), el de una mujer capaz de posicionarse en una relación de iguales con su marido, el colonizador Hurtado, y de pactar en condiciones de otredad de igual nivel con su admirador y admirado Mangora.
La gran relevancia de esta novela reside en la idea de que Lucía y Mangora consiguen imaginar un entre-espacio al establecer su pacto de hermandad, si bien este queda en una hipótesis incumplida por la muerte de todos los que hubieran hecho posible que se realizara. Lo que sí supera el estado hipotético es la novela misma, con la que Guerra logra inscribir la posibilidad de un entre-espacio en la expresión literaria. (16) En
Lucía Miranda, Rosa Guerra presenta a una protagonista que es capaz de apropiarse del espacio público, (17) de la palabra, de la tarea colonizadora, del poder de elección, de su propio cuerpo, y de la posibilidad de ejercer y dar el sacramento del bautismo y de perdonar ofensas al honor. Pero, además, Lucía crea una narrativa fundacional nacional que desterritorializa las políticas de legitimación de los proyectos nacionales que se estaban proponiendo en la época. Asimismo, tal como afirma Saporta, en “Mejorar la condición de mi secso”, “in order to negotiate the reality of their culture (patriarchal […]) with the urgency of their female voice (feminist, in spite of the lack of the term), women essayists [como Rosa Guerra] often embedded within their concern a ‘double-voiced discourse’, which ‘embodies the social, literary, and cultural heritage of both the muted and the dominant’” (citado en Showalter 263),” este discurso doble se ve representado tanto en Lucía como en Mangora como también en el mismo proyecto novelesco de Guerra.
Santiago propone que los textos latinoamericanos son copias o apropiaciones de los “originales” europeos, los cuales devienen un texto nuevo en este proceso de copia o apropiación. Así ocurre con Lucía Miranda. Aunque aparentemente se trate de una novela romántica idealista arquetípica, incluso tintada de cierto matiz sentimental, constituye en verdad un entre-espacio de resignificación de los valores socioétnicos y sociogenéricos impuestos en el periodo.
A modo de estrategia narrativa, con el objetivo de llevar a cabo los desplazamientos indicados, Guerra parte de una ideología romántica idealista que le permite la creación de personajes subalternos provistos de individualidad y que, al no ser fieles al arquetipo que de ellos se espera en el imaginario decimonónico según su género y su etnicidad, desarticulan en parte el discurso colonial y sociogenérico con la imaginación de un entre-espacio comunitario. Por lo tanto, Lucía Miranda deviene el entre-espacio letrado creado por Rosa Guerra. Asimismo, el entre-espacio que Lucía y Mangora imaginan en la ficción desarticula tanto los discursos de género y raza como los discursos de consolidación de nación propios del periodo postrosista.
Por lo tanto, la respuesta a la pregunta que Nancy Fraser se plantea en Unruly Practices: Power, Discourse and Gender in Contemporary Social Theory, “could the language of domination, subjugation, struggle, and resistance be interpreted as the skeleton of some alternative framework?” (29), es que Lucía y Mangora y Lucía Miranda manejan los discursos de subyugación, dominación, lucha y resistencia en un conglomerado ideológico que hace posible que tanto la narrativa como los dos protagonistas se desmarquen y se distancien de los predicados del designador porque irracionalizan los discursos que los encierran en categorías carentes de agencia política e individual. Con ello, Guerra logra que tanto Lucía como Mangora se desidentifiquen como objetos oprimidos y deconstruyan la identidad genéricamente y étnicamente colonizada que les proyecta el mundo social exterior. Cierto es, sin embargo, que la aporía queda irresoluta en la ficción, pues Lucía debe conquistar su individualidad para poder pactar pero la busca a través del discurso que desea desarticular, a través de “un verdadero ritual iniciático” (191). Dicho de otro modo, la feminidad propuesta en la novela ciertamente no deja de reproducir normativas patriarcales. Pero esto ocurre porque Lucía solamente puede acceder a la sociedad a través de “la ceremonia legitimadora” (Amorós 192) que es este proceso iniciático donde debe aprender primerothe language of the metropolis in order to then combat it more effectively” (Santiago 33). De esta forma, afiliándose a los discursos hegemónicos sociosexuales, Lucía logrará adquirir su individuación.
A modo de conclusión, y considerando que
Subversion is negotiation, transgression is negotiation” (Bhabha 216), se ha argumentado en este ensayo que Lucía y Mangora, al transgredir los roles genéricos establecidos, al entablar una relación de pacto con el “otro” o la “otra,” al difuminar la línea divisoria entre el binario civilización y barbarie con su roles de traductores, están negociando la creación y consolidación de un entre-espacio donde estas identidades tradicionalmente estereotipadas y predeterminadas quedan desarticuladas. Lucía y Mangora llevan a cabo un proceso de traducción que obliga al público lector a aceptar no solo el “lenguaje” de ambos protagonistas sino el “lenguaje” de Guerra. Al igual que la traducción que realizan Lucía y Mangora se ejecuta adaptándose hacia el que la recibe, cuando cada uno de ellos adopta el rol receptivo del lector, lo hace con la disposición de entender al otro, que juega en este caso el papel del autor. Al mismo tiempo, Guerra se posiciona a sí misma y al público lector en esta doble ambivalencia. (18) En ningún momento se recrea un acto de violencia simbólica por parte de los distintos traductores, sino que el proceso de traducción lleva a los protagonistas, y a Guerra, a un pacto entre sujetos ambos traductores y traducidos y a crear formas alternativas de entre-espacios de transformación, donde “newness enters the world” (Bhabha 303). Es al tener en cuenta el papel de traductores y traducidos de los protagonistas que se hace evidente su condición de sujetos híbridos. Ahora bien, a pesar de lo que afirmara Bhabha, la condición de sujeto híbrido no los habilita automáticamente para habitar y consolidar un entre-espacio. Como conceptualizara Santiago, es el espacio literario el que se convierte en la puesta en escena de un  entre-espacio que se configura por medio de los juegos de traducción que se articulan en la novela. De este modo, en mi interpretación, el texto literario se presenta como un texto paradigmático de este concepto del entre-espacio; (19) un texto que subvierte, transgrede y desmonta los discursos socioétnicos y sociogenéricos fundacionales de nación hegemónicos en el periodo y que presenta a sus protagonistas como impulsores de dicha transgresión.

Notas

(1). El concepto metafórico espacial de Tercer Espacio de Bhabha pretende superar la noción de “zonas de contacto” que Mary Louis Pratt analiza y que define como “social spaces where disparate cultures meet, clash, and grapple with each other, often in highly asymmetrical relations of domination and subordination—like colonialism, slavery, or their aftermaths as they are lived out across the globe today (4), en la cual el hombre blanco ocupa una posición de poder privilegiada.

 

(2). Estupiñán y Rodríguez Freire aseveran que Santiago definió el concepto del “entre-lugar del discurso latinoamericano” alrededor de 1970 y añaden que “poco después (1971) lo presentó en una mesa junto a Michel Foucault y René Girard” (2).

 

(3). Según recoge Ruy Díaz Guzmán en su crónica La Argentina manuscrita de 1612.

 

(4). El argumento se centra en la pasión desbordante que Mangora siente por Lucía, a quien esta ha educado en la fe cristiana cual si fuera su hermano. Al Mangora confesarle su amor a la joven protagonista y esta rechazarlo por fidelidad y devoción a su esposo, el indio resuelve asaltar el asentamiento de la colonia española y muere en el intento. No obstante, antes de su muerte, se produce el pacto de hermandad entre la española y el indio. Mangora, al aceptar finalmente que Lucía no le corresponde, pues se debe y ama a su esposo, vuelve a ver en ella a la hermana que lo educara e instruyera en la fe cristiana y en las costumbres europeas. Así, Mangora, a punto de morir, le pide a Lucía que lo bautice. Lucía Miranda se dirige a él como al hermano que siempre consideró que era y, cediendo a las súplicas del cacique, lo perdona y lo bautiza con el derecho que le otorga el tener uso de razón.

 

(5). Mataix añade que Rosa Guerra parece buscar en Lucía Miranda la afirmación de “un personaje más complejo que mostrara nuevas posibilidades de la feminidad, más allá del estereotipo femenino del folletín, e incluso más allá de la imagen ‘perfecta’ de las heroínas de ficción inventadas por los grandes escritores-estadistas románticos” (215), aunque en ocasiones le atribuya características típicas de una protagonista de la novela sentimental con el probable objetivo de hacerse un hueco en la ciudad letrada masculina que la rodeaba.

(6). Se utiliza aquí el vocablo “sujetas” en el sentido que le otorga Valcárcel al término: “en tanto que toda sujeta es sujeta precisamente por aquello que comparte el genérico, que puede ser usado desde el campo enemigo como arma arrojadiza (nada más que una mujer), se vuelve reivindicación primero de lo Común con cualquier otro sujeto, vindicación de la naturaleza humana, de las condiciones nuevas de la subjetividad que se nos niegan, vindicación solo más tarde de lo que solo como género nos es común, de una más o menos mitologizada condición genérica femenina, ya no defectiva, sino auto-valorada, re-generada, con los problemas sobre la asunción positiva que de lo defectivo cabe realizar” (106).

(7). En la Argentina post-rosista de la segunda mitad de siglo, se seguía apostando por el progreso y por el importante papel de la educación y de la instrucción en la imaginación de un proyecto de nación llevado a cabo por pactos patriarcales, los cuales imaginaban que la barbarie del mundo rural sería reemplazada por una civilización que sólo podía nacer y expandirse a partir de unas ciudades, imaginadas como verdaderos motores del cambio social. Mataix explica que textos como el de Lucía Miranda, de Rosa Guerra y el de Eduarda Mansilla, “intentaron renovar … el imaginario colectivo de la época, tanto en lo concerniente al concepto de feminidad establecido como a lo relacionado con esa dualidad fundamental, civilización vs. barbarie, que tanto determina política, cultural y literariamente el siglo XIX, en Argentina y, en general, en toda Hispanoamérica. De ahí que, aunque olvidadas por los manuales canónicos, nunca reeditadas y casi imposibles de encontrar hoy, esas dos Lucía Miranda, bien contextualizadas, puedan emerger como textos muy significativos desde el punto de vista histórico-literario, fundamentalmente porque, leídos en el marco del debate intelectual de su tiempo, los años inmediatamente posteriores a la caída de la dictadura de Juan Manuel de Rosas en 1852, funcionan como el ‘puente’ o la transición entre los textos antidictatoriales de la llamada Generación del 37: Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento, El matadero de Esteban Echeverría (escrito hacia 1839), Los misterios del Plata (1846) de Juana Manso o Amalia (1851-1855) de José Mármol—, muy determinados por la hostilidad hacia el régimen rosista, y los de la Generación del 80, el grupo responsable del surgimiento de la modernidad en Argentina.” (210)

(8). Tal como argumenta Carrera Suárez, “[p]oscolonialismo y feminismo han utilizado conceptos comunes para el análisis y de/construcción de las metanarrativas dominantes. Comparten la posición de alteridad con respecto a estas, y por lo tanto la posición del Otro, colonizado o femenino. […] en ambas teorías la resistencia a la autoridad y el poder (imperial, patriarcal) se traduce artísticamente en la resistencia al canon estético establecido, manifestado en formas como las re/escrituras, ironía, parodia, subversión, hibridez o nuevas estéticas, todas ellas instrumentos de un arte con proyecto de futuro” (2).

(9). Se ha optado en este ensayo por describir a Mangora como el “otro” igual de Lucía puesto que, mientras que no es su igual en términos genéricos o de clase sí ocupa el mismo entre-espacio frente al espacio que ocupa el hombre blanco: Lucía ocuparía la posición hegemónica del binario racial y de clase, mientras que Mangora ocuparía dicha posición en la oposición binaria de género. Dicho de otra manera, ambos son y no son sujetos colonizadores y colonizados, aunque en diversos términos.

(10). La voz narrativa anticipa a lo largo de la novela el trágico desenlace que le espera a Lucía con exclamaciones como esta: “¡Oh verdadero corazón de mujer! ¡Tu abnegación es digna del hombre que has elegido, no serás tú, la sola víctima! Tu esposo te acompañará en tu desgracia, juntos seguiréis la misma suerte, un mismo golpe os derribará a ambos” (4).

(11). En su obra La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias…para las luchas de las mujeres (2005), Celia Amorós aboga por un feminismo heredero del proyecto ilustrado de la igualdad que parte de una vertiente nominalista del feminismo. Tal como afirma la también filósofa feminista Amelia Valcárcel, en Sexo y filosofía (1991), el feminismo nace de la Ilustración, aunque esta no sea feminista, y parte de los principios básicos de la filosofía de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Ambas teóricas proclaman la necesidad en la mujer que quiere ser “sujeta” de formar un pacto de género entre mujeres que deberá llevarse a cabo a través de una previa búsqueda “de la individualidad por parte de [estas, aunque esto devenga en] un verdadero ritual iniciático” (Amorós 191), pues tal como señala Valcárcel, “paradójicamente, la conquista de la individualidad no es una tarea individual” (139).

(12). Lucía, “sujeta” de su propia ambivalencia ideológica, muestra una temprana carencia de conciencia de grupo respecto a su género y no considera a las demás mujeres españolas como posibles pactantes al disponerse a pactar con Mangora. A pesar de la contradicción ideológica que esta negación de pertenencia al genérico “mujeres” aparenta ser, esta insolidaridad de Lucía para con las demás mujeres forma parte del camino hacia la individualización que recorre la protagonista pues, como bien explica Amorós, la “sujeta” necesita “tomar distancia, desplazarse, desmarcarse si procede de los predicados que el otro, el designador le adjudica. Desde este punto de vista, la reivindicación de la individualidad tout court es un momento irrenunciable e imposible de obviar para la deconstrucción de una identidad colonizada” (191).

(13). Este concepto de hermandad que Lucía personifica con su unión espiritual con Mangora tiene tanto connotaciones cristianas primitivas, características de un romanticismo idealista, como connotaciones feministas ya que las mujeres se organizaban en la época bajo el concepto de “hermanas” espirituales frente a unas sociedades que negaban su individualidad social y se unían como forma de compartir una subjetividad e intimidad individual que les era negada y silenciada por las distintas sociedades del periodo.

(14). Este es el inicio legal de la idea de “iguales pero diferentes.” Se empiezan a regular legalmente las exclusiones de las mujeres en los ámbitos públicos. El Código Napoleónico es un ejemplo paradigmático de ello. Se creyó entonces que solamente adquiriendo su individualidad, la mujer podía conseguir derechos y esta adquisición debía llevarse a cabo a través de la universalización del concepto de naturaleza y razón humana, pero no resultó en sí un concepto universal real pues sólo contemplaba al hombre y la mujer quedaba excluida del pacto social de igualdad. 

 

(15). La idea de que Lucía podría ser percibida como “hermana mayor” de Mangora se utiliza aquí en referencia al texto de Chinua Achebe cuando analiza la actitud orientalista de Heart of Darkness de Joseph Conrad, la cual define con la siguiente afirmación: “Africa is indeed my brother my junior brother” (1988). Entendemos en este artículo que el rol que parece adaptar Lucía como hermana mayor de Mangora se basa en la idea del “esencialismo estratégico” de Spivak, que reconoce que a veces es inevitable el uso de categorías identitarias esencialistas para tratar ciertas cuestiones sociales o políticas (205). Por ejemplo, a veces el esencialismo se hace necesario como estrategia para definir la identidad política de los grupos minoritarios, siempre que a la larga esta identidad no permanezca fijada como categoría esencialista por parte del grupo dominante.

 

(16). Rosa Guerra pacta a las mujeres (blancas españolas) con los hombres (timbúes) y deja de lado a los hombres españoles, anulándolos así por no incluirlos en la comunidad que imagina, en el entre-espacio que crea.

 

(17). En su estudio sobre la situación de las mujeres sudamericanas en el siglo XIX, Sarmiento demuestra que “en Argentina, las mujeres de los sectores más acomodados no solían movilizarse sin la compañía de sus sirvientas o familiares, y cuando salían lo hacían en horarios diurnos y sólo para visitar a parientes cercanos” (Felitti 3).

 

(18). Tal como apunta Schleiermarcher, el proceso de traducción puede seguir dos caminos: el de acercar el autor al lenguaje del sujeto lector, o el de forzar al sujeto lector a que intente comprender el lenguaje del autor, siguiendo de esta forma la versión “original” fielmente. Tanto Lucía como Mangora recorren ambos caminos.

 

(19) La abstracción de conceptualizaciones culturales pertenecientes a teorías poscoloniales y feministas de la igualdad aplicadas a un texto decimonónico nos ha permitido leer esta novela como un texto paradigmático del concepto de entre-espacio.

 

 

Obras citadas

 

 

Achebe, Chinua. “An Image of Africa: Racism in Conrad’s The Heart of Darkness.” The Heart of Darkness, An Authoritative Text, Background and Sources Criticism. Ed. Robert Kimbrough. London: W. W Norton and Co, 1988. 251-261. Web. 5 May 2014. <http://kirbyk.net/hod/image.of.africa.html>.

 

Amorós, Celia. La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias…para la lucha de las mujeres. Madrid: Ediciones Cátedra, 2005. Print.

 

Bhabha, Homi. The Location of Culture. New York: Routledge, 2007. Print.

 

Carrera Suárez, Isabel. “Feminismo y postcolonialismo: estrategias de subversión.” WebIslam. Junta islámica (2009). Web. 10 January 2014. <http://www.webislam.com/articulos/36922-feminismo_y_postcolonialismo_estrategias_de_subversion.html>.

 

Estupiñán, Mary Luz y Raúl Rodríguez Freire. “Una literatura en los trópicos. Ensayos de Silviano Santiago.” Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe colombiano, 17 (2012): 1-4. Print.

 

Felitti, Karina. “Sarmiento y la situación de las mujeres de su época.” Cyber Humanitatis, 31 (2004): 1-9. Web. 27 December 2013. <http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/index.php/RCH/article/view/5754/5622>.

 

Fraser, Nancy. Unruly Practices: Power, Discourse and Gender in Contemporary Social Theory. Minnesota: Regents of University of Minnesota, 1989. Print.

 

Guerra, Rosa. Lucía Miranda. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Departamento Editorial, 1954.

 

Grau-Lleveria, Elena. “Novelando mujeres sujeto: El idealismo romántico en Lucía Miranda de Rosa Guerra.” Hispanófila 165 (2012): 87-100. Project MUSE. Web. 5 May 2014. <http://muse.jhu.edu/>

 

Mataix, Remedios. “Romanticismo, feminidad e imaginarios nacionales. Las Lucía Miranda de Rosa Guerra y Eduarda Mansilla.” Río de la Plata 29-30 (2006): 209-229. Print.

 

Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes. Travel Writing and Transculturation. London and New York: Routledge, 1992. Print.

 

Rutherford, Jonathan. “The Third Space. Interview with Homi Bhabha.” Identity: Community, Culture, Difference. London: Lawrence and Wishart, 1990. 207-221. Print.

 

Santiago, Silviano. The Space In-Between. Essays on Latin American Culture. Durham: Duke University Press, 2001. Print.

 

Saporta Sternbach, Nancy. “Mejorar la condición de mi secso: The essays of Rosa Guerra.” Reinterpreting the Spanish American Essay: Women Writers of the 19th and 20th centuries. Ed. Meyers. Austin: University of Texas Press, 1995. 47-54. Print.

 

Schleiermacher, Friedrich. “On the Different Methods of Translating. In Venutti, L. (Ed.) The Translation Studies Reader.” London and New York: Routledge, 2004. Print.

 

Showalter, Elaine. “Feminist Criticism in the Wilderness.” The New Feminist Criticism: Essays on Women, Literature and Theory. Ed. Showalter, E. New York: Pantheon, 1985. 243-70. Print.

 

Spivak, Gayatri. In Other Worlds: Essays in Cultural Politics. London and New York: Routledge, 1988. Print.

 

-----.  “Can the Subaltern Speak?” The Postcolonial Studies Reader. Eds. Ashcroft, Griffiths & Tiffin. London and New York: Routledge, 2006. Print.

 

Valcárcel, Amelia. Sexo y filosofía. Sobre “mujer” y “poder”. Barcelona: Anthropos, 1991. Print.