La argumentación, “Los románticos y el futuro” en William Ospina

Andrés-Felipe Peralta-Sánchez

Pensacola State College

 

William Ospina se ha convertido en un referente de la opinión pública colombiana y latinoamericana gracias a su éxito literario y a su compromiso político. Ospina ganó el Premio nacional de literatura en 2006 con su novela histórica Ursúa de 2005 y el premio Rómulo Gallegos en 2009 con El país de la canela de 2008, a las que se sumará La serpiente sin ojos de 2012. En cuanto a sus ensayos políticos, podemos mencionar entre otros Es tarde para el hombre de 1994, El proyecto nacional y la franja amarilla de 1997, Los nuevos centros de la esfera de 2001 (Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de las Américas 2003) y Pa´que se acabe la vaina de 2013. En éstos se reflexiona sobre la Historia de Colombia, la identidad latinoamericana y el rumbo de la civilización occidental.(1) La originalidad de su pensamiento  ensayístico se debe a su crítica de inspiración romántica de los fundamentos y del destino de Occidente. Esta opción lo distancia de las alternativas socialistas, liberales, escépticas o postmodernas de otros escritores hispanoamericanos de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Pero su rehabilitación del romanticismo provoca reacciones apasionadas y radicalmente encontradas, en particular frente a los recursos retóricos y argumentativos usados por el colombiano para lograr la aceptación de su punto de vista. En el presente trabajo nos concentraremos en el análisis de la argumentación del ensayo “Los románticos y el futuro”, germen del libro Es tarde para el hombre y cuya perspectiva se prolonga en Los nuevos centros de la esfera. Este ensayo argumenta en favor de la tesis principal de Ospina según la cual la actitud vital del romanticismo, es decir, la capacidad de sus representantes de soñar, creer y sacrificar incluso la vida en pro de sus ideales, nos permitirá enfrentar los problemas de la sociedad moderna actual. Los demás textos que componen el libro aplican la crítica de inspiración romántica a la idea de progreso en “Las trampas del progreso”, a la publicidad en “El canto de las sirenas”, a la medicina en “La mirada de hielo” y a la ciudad en “El naufragio de metrópolis”.  El último ensayo, “Los deberes de América Latina”, vuelve su mirada sobre la región para afirmar que “América mestiza” es el continente que guarda las esperanzas de un mundo diferente y que por lo tanto debe asumir su responsabilidad histórica.(2)

El periodista colombiano Andrés Hoyos afirma en su reseña de Es tarde para el hombre que este hace parte del conjunto de reacciones provocadas por la caída del “socialismo real” en la intelectualidad latinoamericana. Según Hoyos, Ospina intenta construir una nueva utopía a partir del romanticismo pero su proyecto tiene defectos que lo hacen inviable. Ospina olvida los aspectos positivos de la modernidad y los aspectos negativos del romanticismo construyendo una imagen empobrecida de la racionalidad y de su papel en la crisis de las utopías al final del siglo XX.(3) Debido a lo anterior, le niega cualquier posibilidad a la Ilustración huyendo hacia posiciones irracionales y dejándole las puertas abiertas al fundamentalismo. Por la misma razón desconoce que la racionalidad sigue siendo el criterio imperante en “la teoría económica, la administración de negocios y las ciencias naturales y aplicadas”. Su evocación del romanticismo y su exaltación de lo irracional esconden “…el discurso típico del entusiasmo cripto-religioso”. (4) Finalmente, afirma que es en definitiva un “planteamiento derrotista” y “exasperantemente genérico” al que se necesita oponer un humanismo optimista y valiente (Hoyos).

El Nóbel peruano Mario Vargas Llosa elogia el estilo de Es tarde para el hombre debido a su capacidad de atraparnos con su retórica. Afirma que sus tesis pasan a primera vista como verdaderas porque se trata de un escritor con un estilo poderoso y persuasivo al que compara con un encantamiento y con el canto de las sirenas de la mitología griega. (5) Pero al igual que Hoyos cree que este encantamiento nos distrae de la contradicción entre sus tesis y argumentos ya que su utopía romántica y su crítica de Occidente se fundan en las tradiciones literarias y filosóficas occidentales a las que ataca. Y aunque lo califica como un gran escritor, dice que se trata de un abanderado de la “utopía arcaica indigenista”. (6)

La argumentación de “Los románticos y el futuro” ocupa la segunda mitad del ensayo. La excusa para iniciarla es la respuesta anticipada del autor colombiano a la objeción según la cual el romanticismo no se asemeja al futuro debido a su nostalgia por el pasado y a la oscuridad de sus temas y autores. La objeción es introducida mediante preguntas retóricas que ponen en tela de juicio su valor al describirlo como “…una edad encorvada por la nostalgia, ebria de visiones antiguas (…) insomne e hiperestésica, llena de jóvenes sombríos, de fiebres y de pesadillas…”. Ospina se pregunta: “¿Qué puede prometer para el porvenir algo tan ensombrecido de Edad Media, tan afligido de ruinas, tan confundido de fantasmagorías?” (Es tarde para el hombre 28). Y finalmente cuestiona si el romanticismo no se asemeja más a “la enfermedad” y al “pesimismo” que a “la salud” y “la esperanza” (28-29).

El escritor colombiano conoce por anticipado la respuesta a dichos ataques, la cual nos presentará enseguida bajo la forma de una analogía que identifica a la infancia con el romanticismo y a la edad adulta con la tradición que llega hasta el presente. En principio, las preguntas retóricas, sus descripciones y repeticiones parecieran darle más peso a la objeción al otorgarle mayor presencia en el texto, pero se trata en realidad de una concesión momentánea al adversario que tiene únicamente como finalidad reforzar el valor del propio argumento, capaz incluso de absolver las más fuertes críticas:


Es tal vez allí donde se encuentra el principal secreto del romanticismo. No hay edad de la vida donde haya más llanto y más fiebres que en la infancia, no hay edad más agitada de terrores, más impresionable y más crédula. Y sin embargo, no hay vitalidad mayor que la suya. Esa credulidad, que es una forma de la inocencia, puede ser más saludable que el escepticismo y la suspicacia que caracterizan nuestro tiempo. (29)

 

El propósito de este pasaje es invertir la jerarquía de valores otorgándole la superioridad a las actitudes infantiles sobre aquellas de la edad adulta. Ospina sustituye en su discurso al romanticismo con la infancia, dando la apariencia de que la Historia es similar al desarrollo de la vida humana y hace énfasis, extendiendo esta personificación, en dos cualidades principales: la vitalidad y credulidad de esta edad, por oposición al escepticismo y la suspicacia adultos. Se repite así un esquema tradicional en el que el romanticismo argumentativo opone al clasicismo una serie de valores y lugares o tópicos comunes: la infancia, con su vitalidad e inocencia, frente a la edad adulta, sensata y escéptica -recordemos aquí la imagen kantiana de la ilustración como una llegada a la edad madura mediante el uso de la razón- (Perelman, Rhétoriques 221-224). (7)

El fragmento que contiene la personificación, incluye además una serie de comparaciones. Las comparaciones son procedimientos que instauran relaciones entre dos términos empíricos (más grande, fuerte, bello, etc.) aunque pueden provocar el rechazo del auditorio incluso cuando son usadas a favor de premisas que éste acepta (Reboul 187). Las comparaciones tienen carácter argumentativo cuando justifican el valor de un objeto a partir de su comparación con otros del mismo género que pueden someterse a los mismos criterios de evaluación (187).

A partir de la relación de similitud establecida entre el desarrollo humano y el de la Historia del pensamiento, las comparaciones en el fragmento confirman las concesiones de las preguntas retóricas al adversario implícito de Ospina, pero le sirven también para proponer que se trata de la edad más vital de todas y en todo caso de una edad más saludable que la edad actual. La comparación debe ser obvia para el auditorio y los elementos comparados deben someterse a los mismos estándares de evaluación. ¿Pero cómo se determina el criterio? ¿Quién lo define? La fortaleza de la comparación, su poder persuasivo, proviene de la suposición de un término de comparación más o menos claro y neutral (Perelman, L’Empire rhétorique 103). Este es el caso de las comparaciones matemáticas, pero en la argumentación, dicho criterio está sujeto a la interpretación: el término de la comparación no se impone a todos (104). En el fragmento de Ospina, los términos comparados pueden ser sometidos al análisis haciendo desaparecer su homogeneidad y la existencia de un posible criterio común de evaluación. La comparación por sí sola no es persuasiva y requiere de argumentos subsidiarios para lograr la convicción porque tiende a reducir los objetos y sus relaciones a un plano cuantitativo y formal (108).

Ospina se vale entonces de analogías con el fin de caracterizar la actitud romántica como un augurio primero y enseguida como sana ingenuidad. La analogía propone una similitud de relaciones entre los términos que la componen, no la igualdad, como sucede con las proporciones matemáticas (145-146). La relación más familiar, el foro, permite explicar y justificar otra relación menos familiar, el tema, al asimilarla a la primera (146). Los términos del tema y del foro provienen de dominios homogéneos, pero el establecimiento de una analogía permite su interacción (148). Dicha interacción se puede extender, lo que favorece la argumentación, pero nunca ad infinitum: toda analogía destaca ciertas relaciones ocultando otras (150). Una de las expresiones de la extensión de la analogía es la metáfora, especie de analogía condensada en la que el dominio del tema termina siendo asimilado por el del foro haciéndolos indisociables (152-153). (8) La admisión de una analogía implica entonces una escogencia de aquello que cabe resaltar en el fenómeno descrito, ilustrado o justificado. Por la misma razón, la refutación de una analogía se lleva a cabo mediante una nueva analogía más apropiada a las concepciones del adversario o más adecuada al objeto y a las similitudes que se quieren destacar (151).

De las observaciones anteriores podemos deducir al menos dos debilidades de las analogías de Ospina: en primer lugar, el enlace entre el tema y el foro de una analogía, dado que se trata de objetos que pertenecen a dos planos de la realidad diferentes, puede denunciarse señalando precisamente esta diferencia que reduce su carácter explicativo y argumentativo a un mero giro de estilo, a una mera similitud que no tiene el valor de prueba (Gross y Dearin 77). De otro lado, la extensión de una analogía que fusiona tema y foro puede lograr efectos persuasivos pero también se expone a la crítica. Así sucede precisamente con la relación que se pretende establecer entre la infancia y la edad adulta con el romanticismo y la ilustración: el colombiano habla de la infancia como si se tratase del romanticismo, sin que medie ninguna transición en el párrafo entre una y otro, remplazando al segundo como término equivalente del primero sin aportar ninguna justificación que se lo permita. En cuanto a la analogía entre el romanticismo, la primavera, la tradición y el invierno, donde no hay fusión del tema y del foro, se podría objetar que el romanticismo no es un brote de primavera ni la tradición un invierno y que lo que se aplica al clima y a las estaciones es irrelevante en términos de los movimientos artísticos y la Historia de las ideas, a menos de que dicha opinión haya sido justificada previamente. Pero Ospina no ha demostrado en ningún lugar de su ensayo la identidad entre la Historia y el mundo natural a partir de la cual pueda inferirse la reciprocidad en su tratamiento. La analogía en este caso es una amplificación de la tesis propuesta por el colombiano, pero no un argumento que la haga más convincente. Al no haber una justificación que permita trascender del mundo histórico al natural, la analogía queda reducida a una interpretación del autor quien selecciona y describe los términos objeto del debate para sus propósitos. Lo mismo sucede con la personificación del romanticismo que tiende a identificarlo con un niño, enfatizando, es decir, extendiendo en una dirección particular e intencional, los atributos infantiles de la credulidad y la inocencia. De un lado, el comportamiento de un niño y el de los románticos no es idéntico, sólo es similar y, del otro, el primero es únicamente explicativo del segundo si se ignoran las diferencias esenciales entre las dos realidades y la analogía se concentra solamente en los atributos seleccionados, lo que no es el caso, teniendo en cuenta la identificación casi total que Ospina propone entre infancia y romanticismo. Esta extensión de la analogía, la fusión de los términos del tema y el foro, y su interpretación en una dirección específica pueden servir al propósito de Ospina, pero también hacen su refutación más fácil ya que el contraste entre los niveles de realidad de los objetos comparados se pierde y puede llevar al ridículo o la ironía. 

La credulidad, asegura Ospina, “es una forma de la inocencia” (Ospina, Es tarde para el hombre 29). Dicha credulidad, convertida en inocencia infantil, ha sido remplazada por el escepticismo radical que desemboca en la imposibilidad contemporánea de asombrarse frente a la realidad y sus misterios: “Algo nos ha sido quitado y ese algo es el asombro ante lo inexplicable de la realidad” (29). La inocencia crédula y la vitalidad infantil son saludables y preferibles al exagerado escepticismo y sensatez de hoy porque estos nos han llevado a creer solamente en la evidencia y han anulado nuestra capacidad de asombro ante la realidad. La realidad ha perdido su misterio, ocultada por la explicación de la ciencia que no es más que una ilusión, una apariencia (29). La evaluación negativa de la sensatez y del escepticismo radicales se justifica en su efecto principal: la pérdida de nuestra capacidad de asombro frente a la realidad. Razonando de este modo, las analogías desembocan en un argumento pragmático. En este tipo de argumentos un enlace generalmente admitido por el auditorio, el nexo causal, permite transferir el valor de lo admitido por el auditorio a la nueva opinión o tesis introducida por el orador (Perelman, L’Empire rhétorique 109). La relación causal entre dos realidades establece las causas de un fenómeno, determina sus consecuencias o valora un hecho a partir de sus consecuencias (110). La eficacia de este tipo de razonamientos depende del acuerdo previo del orador y de su interlocutor sobre los motivos de una acción, su pertinencia y probabilidad en contextos específicos (110). El argumento pragmático permite valorar un hecho a partir de sus consecuencias. Se trata en principio de un argumento muy poderoso ya que al parecer no requiere ser justificado: las consecuencias de un hecho son observables o previsibles, ciertas o presumibles, si se admite la existencia de correlaciones o leyes que aseguran la producción de determinados efectos a partir de las mismas causas en contextos estables (111).

A pesar de estas fortalezas, este tipo de argumento es reduccionista: el valor de una causa es aquel de sus consecuencias. Las jerarquías de valores desaparecen y la verdad es reducida a la utilidad: “…la vérité d’une idée peut, comme dans le pragmatisme, n’être jugée que par ses effets, l’échec d’une entreprise ou d’une existence pouvant de même servir de critère de son irrationalité ou de son inauthenticité” (111). Pero la objeción más seria contra el argumento pragmático tiene que ver con su aplicación puesto que es difícil establecer de modo tajante las consecuencias de un acto en una cadena de causas y consecuencias, del mismo modo que resulta complicado atribuir ciertas consecuencias a un solo acto cuando estas pueden resultar de una combinación de varias causas (112). El argumento pragmático es sin embargo eficaz, aunque no definitivo en la resolución de una controversia y criticable si, como lo querían Bentham y los filósofos utilitaristas, las consecuencias de un acto se reducen a un cálculo cuantitativo positivo o negativo y se pretende eliminar el recurso a argumentos de otro tipo aduciendo la objetividad del enlace pragmático como enlace fuera de cualquier interpretación posible por parte del interlocutor (112-113).

El argumento usado por Ospina acusa estos problemas puesto que el enlace entre las supuestas causas y su consecuencia depende enteramente de la interpretación del colombiano. El texto no aporta ninguna prueba adicional que legitime el vínculo que pretende establecer, reduciendo el valor del escepticismo y de la sensatez a una única consecuencia negativa que no es más que una suposición del autor. La apreciación que este argumento impone excluye la posibilidad de otras consecuencias positivas del escepticismo y la sensatez. En lugar de argumentos subsidiarios, la argumentación se apoya exclusivamente en recursos de estilo como la repetición y la exageración con los que se pretende comparar la actualidad con aquello que sería preferible y razonable: “Nuestro problema es que somos demasiado sensatos, demasiado cuerdos, demasiado precisos” (Ospina, Es tarde para el hombre 29). De otro lado se afirma categóricamente que la ciencia no revela nada fundamental sobre la realidad, sino que más bien la oculta. Ospina presupone tanto el carácter intrínsecamente misterioso de la realidad como el carácter aparente de la evidencia científica y del lenguaje matemático: “Nos parece que una cosa deja de ser misteriosa por el hecho de que se la enmascare en fórmulas matemáticas” (29). (9)

La argumentación suma una nueva estrategia cuyo propósito es reforzar la tesis de nuestra supuesta incapacidad de asombrarnos hoy frente a la realidad debido a la ceguera producida por la ciencia y el escepticismo. Se trata de un argumento a partir de ejemplos que se vale de casos particulares en los que se presentan oposiciones entre hechos explicados científicamente como la forma infinita del universo y excepcionales como podría serlo que una habitación no tuviese fin (29). Los ejemplos se enlazan mediante anáforas y concluyen en una cita de autoridad de Chesterton según la cual la explicación evolutiva del universo no es incompatible con el carácter milagroso de su creación si admitimos que se trata de un milagro diferido en el tiempo:


Nos asombraría ver flotar un peñasco, pero no nos asombra ver flotar al planeta. Nos inquietaría que una casa no terminara nunca, pero no parece inquietarnos que el universo se prolongue sin fin. Nos parece que una cosa deja de ser misteriosa por el hecho de que se la enmascare en fórmulas matemáticas. Y esto me recuerda una reflexión de Chesterton: “Contra quienes afirman que el universo fue milagrosamente creado de la nada, se levanta la teoría científica moderna, que demuestra que no se trató de un hecho súbito sino de un proceso lento y gradual de evolución y complejización de la materia”. Y entonces añade: “¿Y a quién se le ocurre que un milagro deja de ser milagro por el hecho de que se lo difiera en el tiempo?”. (29-30).

 

La referencia a Chesterton sugiere que todos los fenómenos de la realidad e incluso el universo entero pueden continuar maravillándonos a pesar de que la ciencia nos ofrezca una explicación sobre ellos, regla que se induce implícitamente de los ejemplos proporcionados por Ospina. En cuanto a los ejemplos mismos, estos también implican otra conclusión de acuerdo con la cual deberíamos estar en capacidad de asombrarnos por lo cotidiano puesto que somos capaces de hacerlo con lo maravilloso o excepcional. Esta estructura argumentativa corresponde con un caso especial del argumento de doble jerarquía: el argumento a fortiori (Perelman, L’Empire rhétorique 131-132). El argumento de doble jerarquía pretende que se admita una escala de valores mediante el enlace de cada uno de sus elementos a los de otra escala de valores admitida por el auditorio: …si l’on veut savoir l’importance respective qu’un journal accorde aux diverses nouvelles, on comparera la grandeur respective des titres qu’obtient chacune d’elles. (Reboul 183). El ejemplo citado pertenece a una doble jerarquía cuantitativa, pero existen también jerarquías cualitativas sobre las que se fundan los argumentos a fortiori como el siguiente que expresa la regla según la cual quien puede lo más puede, aún con mayor razón, lo menos a partir de la superioridad de los hombres sobre los pájaros: “Dieu ayant pris soin de passereaux, ne négligera pas les créatures raisonnables qui lui son infiniment plus chères” (Perelman, L’Empire rhétorique 131). 

Las dobles jerarquías y el a fortiori suponen el acuerdo previo sobre la jerarquía de valores que se utiliza como punto de partida (132). Sin este acuerdo, la jerarquía puede incluso revertirse. Es así como la máxima que Reboul atribuye a Cicerón “Si l’on a le droit de tuer le voleur, à plus forte raison l’assassin”, puede revertirse hoy en día afirmando que en casos como el de legítima defensa que: “si l’on n’a pas le droit de tuer l’assassin, à plus forte raison le voleur…” (Reboul 184). La refutación de la doble jerarquía procede, en primer lugar, poniendo en tela de juicio el enlace entre las dos jerarquías o cuestionando la jerarquía supuestamente admitida por el auditorio (184-185).

El argumento a fortiori de Ospina propone la superioridad de los fenómenos de la fantasía sobre aquellos de la realidad y la preponderancia del asombro sobre la explicación científica: si nos asombramos con la ficción, con mayor razón aún deberíamos asombrarnos con lo real y cotidiano. La jerarquía de valores implícita supone la pertenencia de los fenómenos comparados a una misma categoría esencial y su separación por una diferencia de grado y no de cualidad. En otras palabras, la jerarquía supuestamente usada como punto de partida supone una continuidad entre realidad y ficción, continuidad que carece de respaldo en el ensayo y que puede ser cuestionada a partir de la definición misma de estos dos términos, definición que tradicionalmente los opone y permite definirlos uno respecto del otro. Entonces, tanto la doble jerarquía de este argumento, como la anécdota de Chesterton que la extiende hasta recubrir la totalidad del universo, sólo se sostienen si admitimos como puntos de partida de la argumentación los prejuicios de Ospina mencionados líneas antes sobre el carácter intrínsecamente misterioso de la realidad y su escepticismo frente a la ciencia a la que califica de obstáculo del auténtico conocimiento de la realidad.  

En la conclusión del ensayo, el autor colombiano regresa a su tesis inicial para recordarnos que “Lo fundamental de los Románticos no son sus temas sino su actitud” (Es tarde para el hombre 30). A partir de esta distinción elogia la capacidad de los románticos de soñar, creer y sacrificarse. Estos valores son ilustrados aludiendo nuevamente a Byron y su sacrificio por la libertad y añadiendo el caso de Keats y su entrega al ideal de la belleza:


El Romanticismo fue una actitud vital, una edad de sueños y de ideales, a sus hombres no les llenaba la vida el movimiento de los mercados o las noticias de la actualidad, tenían “Hambre de espacio y sed de cielo”, tenían ansia de eternidad, y eran infinitamente capaces de soñar, de creer, y de entregar su vida a esos sueños. Byron creyó en la libertad, y por ese sueño murió a los 36 años en los pantanos de Missolonghi. Keats creyó en la belleza, a ese sueño le dio su vida y de esa fe están llenos sus versos. (30)

 

Los casos particulares no cumplen aquí la función de ejemplos porque no son usados para respaldar la generalización sobre las características propias de la actitud romántica. Se trata de ilustraciones que refuerzan la presencia de dicha generalización en el discurso puesto que en este momento del ensayo, la tesis se da por admitida por parte del escritor (Perelman, L’Empire rhétorique 137). La ilustración no debe ser incontestable como el ejemplo sobre el que se funda una generalización, sino sugerente y atractiva. Su selección y descripción juega un papel muy importante para aumentar la presencia de la regla en la mente del lector. El paso del “Romanticismo” a los románticos “sus hombres” en el fragmento también tiene consecuencias en el papel que juegan los casos particulares de Byron y Keats: de entre los románticos, ellos son los mejores ejemplares, aquellos que mejor representan los valores del sacrificio y de la entrega propios de la actitud vital romántica. Estas son características de otro tipo de argumento: el modelo o caso particular digno de imitación (140-143). Pero Ospina se cuida de sugerir explícitamente la imitación de dichos modelos, aunque su discurso hace de los románticos modelos de conducta, ya que se trata de casos extremos del sacrificio y de la entrega. Keats entrega su vida a la belleza en sentido figurado, pero Byron lo hace en sentido literal. Y un modelo demasiado eminente o renombrado, un ser perfecto o idealizado, puede desanimar su imitación o permitir que contraejemplos o antimodelos refuten la línea de conducta que se quiere promover (Gross y Dearin 72).

El caso particular de Keats es también usado por Ospina para reafirmar la superioridad de la belleza y del arte a través de una definición del poeta cuyo resultado es la identidad total entre belleza y verdad:


Al final de la Oda a una urna griega, nos dice que la verdad es la belleza y que la belleza es la verdad, y que nada más necesita el hombre saber. Y en uno de sus sonetos fundamenta sabiamente esa suerte de religión de la belleza que ha propuesto:

A thing of beauty is a joy forever

(Una cosa bella es alegría para siempre.). (Es tarde para el hombre 30)  

 

Ospina combina en este caso dos técnicas argumentativas: el argumento de autoridad y la definición. El primero se vale del prestigio de la autoridad invocada y de la identificación entre la persona, sus actos y sus juicios (Perelman y Olbrechs-Tyteca 400-411). Para evitar objeciones o refutaciones, el reconocimiento por parte del lector de la autoridad invocada es indispensable (Perelman, L’Empire rhétorique 123). Pero el argumento de Ospina es circular al valerse de las opiniones de un autor romántico para defender al romanticismo.

La segunda técnica argumentativa, la definición, genera identidades argumentativas del mismo modo que lo hace el análisis (87). La identificación del término definido y del término que lo define elude el carácter aproximado de la definición y trata los términos identificados de manera intercambiable (87). La identificación entre la belleza y la verdad en el fragmento analizado funciona precisamente de este modo: favorece la posibilidad de sustituir un término por el otro sin detenerse en su análisis, lo que podría neutralizar el argumento al resaltar características que han sido pasadas por alto. Mientras que las definiciones lógicas son arbitrarias y el sentido de sus términos es convencional, los términos de las definiciones en lengua natural, a menos de que se trate de un vocabulario técnico o especializado, son ambiguos, están sometidos a la valoración y a la interpretación (88). Teniendo en cuenta estas circunstancias, el deseo de imponer una identificación por vía de autoridad, Ospina impone la suya a través de Keats, equivale a la arbitrariedad que ignora la controversia y la necesidad de una argumentación que justifique la escogencia de una u otra definición, sobre todo cuando ésta orienta el razonamiento del orador (88). 

La argumentación se detiene en este momento para evocar el relato de la historia trágica del siglo XX. Ospina afirma que: “esta edad de razón es edad de desilusión” en la que el hombre vive sin propósitos y reducido a un consumidor perdido en su propio confort (Es tarde para el hombre 31). La razón, continúa, no puede producir el mismo entusiasmo de la fe por ninguna causa o ideal (31). Enseguida, un largo párrafo enumera, ligando de nuevo mediante una anáfora que enfatiza lo enumerado, todos los efectos negativos de la sociedad moderna. La dirección de la sociedad moderna conduce a efectos perversos cada vez peores, por lo que es necesario volver la mirada hacia el romanticismo que nos descubre la grandeza perdida del ser humano (31). Dicha grandeza ya habría sido reconocida por otros. Una anécdota en la que Napoleón afirma: “He ahí un hombre”, al ver entrar a Goethe, es usada por Ospina para construir un modelo a partir de la eminente figura histórica: nosotros debemos reconocer la grandeza y humanidad de los románticos del mismo modo que Napoleón lo hizo así con Goethe (31-32). La autoridad de Napoleón se erige como modelo quien a su vez reconoce la superioridad del autor romántico alemán.

El ataque constante a la razón y la declaración de superioridad de la religión y del arte podrían llevar a la refutación del romanticismo como una actitud irracional. Ospina anticipa este ataque y responde a él diciéndonos que para los románticos la razón tiene valor, pero no como fundamento sino como instrumento de nuestra relación con el mundo (32). La distinción se justifica en una cita que hace las veces de argumento de autoridad. Hölderlin afirma que “El hombre es un Dios cuando sueña y sólo un mendigo cuando piensa” reiterando así que a pesar de ser necesaria “…la razón no puede ser un criterio de valoración final del mundo” (32).

Las palabras y acciones de Hölderlin que manifiestan su interés por la filosofía y el pensamiento son otro medio para contrarrestar las posibles acusaciones en contra del romanticismo:


Y para que nadie creyera que él (Hölderlin), discípulo de Fichte en Jena, interlocutor apasionado de Hegel y Schelling en su cuarto de estudiantes en Tubinga, pensativo lector de Kant y de Platón, era un mero desdeñoso de la inteligencia o alguien que descuidaba la importancia del pensamiento, dejó escritos en un poema sobre Sócrates y Alcibíades estos versos:

             Quien ha pensado lo más hondo

Ama lo más vivo. (32)

 

El argumento expresado sobre estas líneas corresponde a la técnica de interacción entre el acto y la persona (Perelman, L’Empire rhétorique 118-123). Este argumento se apoya en el vínculo entre la persona y sus actos, el cual permite presumir aquellos a partir del reconocimiento del carácter de alguien o viceversa (Reboul 181). La presunción de la estabilidad de dicha identidad funda su responsabilidad, pero también puede destruirla puesto que la libertad y el tiempo permiten el cambio del carácter. De lo contrario, estamos en presencia de la fatalidad, en la que el agente actúa no libremente sino determinado por su esencia, aunque esta determinación pueda servir en ocasiones de excusa o excepción a ciertos comportamientos (182).

Gross y Dearin explican que la interacción entre acto y persona es el modelo de los demás enlaces de coexistencia. A partir de ella opera la distinción entre el ser y sus manifestaciones. La idea de acto implica toda manifestación: juicios, expresión, emoción y maneras. La identificación entre actos y persona genera interacción debido a la continuidad del vínculo. Esta continuidad permite interpretar los cambios como resultados del contexto o de las apariencias. A pesar de que las conexiones entre acto y persona son tenues si se las compara con aquellas entre un objeto y sus cualidades, es más difícil aislar una persona de sus actos sin que esto parezca parcial y genere inestabilidad. Lo anterior es posible sin embargo, si se establecen normas y reglas para los actos u otros criterios como el de responsabilidad, mérito y culpa para la persona (Gross y Dearin 58). La mayor fortaleza y también debilidad de este tipo de enlaces consiste en la interacción recíproca de las nociones de acto y persona debido a su inestabilidad: el acto puede ser evaluado de acuerdo con su agente y viceversa, especialmente los actos recientes en la idea de la continua construcción del carácter (59).

El ejemplo de Hölderlin propone, dentro de una nueva valoración de la razón desde una perspectiva meramente instrumental, su recuperación como elemento necesario para relacionarse con la realidad y también una reivindicación de los románticos mediante la transferencia de valor de los hechos y opiniones del poeta alemán a su carácter concebido de manera estable y unitaria. Para atacar dicha estabilidad e interacción entre el carácter del poeta y sus actos, sería necesario destruir la unidad de aquel mediante una crítica de su biografía, por ejemplo, o cuestionar sus acciones como excepcionales con respecto a dicho carácter o pertenecientes a un momento de su vida como su juventud en Jena. Finalmente, el ataque a la razón y el elogio de los románticos, dan paso a una exhortación al sueño y al idealismo que declara la incapacidad de la razón, del cristianismo y del positivismo para aportar las soluciones a la crisis de la actualidad. Esta exhortación se dirige a un “nosotros” indefinido, pero culmina con un llamado al protagonismo histórico de los latinoamericanos, mencionados por primera vez en el ensayo. El escritor colombiano afirma que “necesitamos sueños y propósitos” (Ospina Es tarde para el hombre 33) y que le corresponde a la generación del cambio de siglo y a los latinoamericanos, que siempre han visto la Historia como algo ajeno pero que ahora son también sus “protagonistas y víctimas” buscar las soluciones para los problemas de la humanidad (33).

“Los románticos y el futuro” se apoya de manera reiterada en el argumento de autoridad, la analogía, la jerarquía de valores, el modelo y la ilustración entre otros, así como en recursos de estilo que amplifican lo afirmado: la enumeración y la repetición. El ensayo parece deslizarse hacia el elogio y la diatriba abandonando su dimensión crítica mediante los repetidos halagos de Ospina a sus autores predilectos y sus ataques directos a sus adversarios (la modernidad, la razón, la ilustración, etc). A pesar de la novedad que representa Ospina en el campo del ensayo hispanoamericano al optar por un regreso al romanticismo con el fin de reactivar esta crítica de la modernidad en el cambio de siglo, su estilo argumentativo no es persuasivo porque sus argumentos no responden a las posibles objeciones y refutaciones identificadas y estudiadas hasta aquí con la ayuda de los teóricos de la argumentación Perelman, Reboul, Gross y Dearin. Nuestra evaluación confirma las críticas negativas de Hoyos y en particular de Vargas Llosa: el lenguaje poético del escritor colombiano complace a sus lectores, pero una lectura detallada de sus tesis y argumentos delata sus insuficiencias.

 

Notas

(1). La obra de William Ospina incluye traducciones, artículos periodísticos, poemas, ensayos, novelas, una obra de teatro, una biografía y una introducción a la poesía de

        la conquista de América. La siguiente es una lista de sus trabajos más importantes, así como de algunos en los que Ospina explica el propósito de su obra:

        Ospina, William. “Aurelio Arturo. La palabra del hombre.” Morada al Sur y otros poemas. Bogotá: Procultura, 1986. n.pag. Impreso.

---. América mestiza. El país del futuro. Bogotá: Aguilar, 2004. Impreso.

---. "Bitácora del proyecto Bolívar." Revista Número, ed. 65 junio-agosto 2010.

Web. 23 de julio de 2011.

---. "Conversación." Entrevista por Álvaro Bautista y Jean Paul Margot. 31de marzo de 1995. Los dones y los méritos, de William Ospina. Cali: Editorial Facultad de     

        Humanidades Universidad del Valle, 1995. 5-72. Impreso.

---. El país de la canela. Bogotá: Norma, 2008. Impreso.

---. El país del viento. Bogotá: Colcultura, 1992. Impreso.

---. “El proyecto nacional y la franja amarilla.” ¿Dónde está la franja amarilla? Bogotá:   Editorial Norma, 2006 (1997): 45-111.Impreso.

---. En busca de Bolívar. Bogotá: Norma, 2010. Impreso.

---. Es tarde para el hombre. Bogotá: Norma, 1994. Impreso.

---. Esos extraños prófugos de Occidente. Bogotá: Norma, 1994. Impreso.

---. La decadencia de los dragones. Bogotá: Alfaguara, 2002. Impreso.

 ---. La escuela de la noche. Bogotá: Editorial Norma, 2008. Impreso.
 ---. La herida en la piel de la diosa. Bogotá: Aguilar, 2003. Impreso.

---.La lámpara maravillosa. Bogotá: Random; Mondadori, 2012. Impreso.

---. "La puerta y el hombre." Revista Casa de las Américas 43.230 (Enero-Marzo 2003): 7-8. Web. 22 de septiembre de 2009.

---. La serpiente sin ojos. Barcelona: Mondadori, 2013. Impreso.

---. Las auroras de sangre: Juan de Castellanos y el descubrimiento poético de América. Bogotá: Norma, 1999. Impreso.

---. “Lo bello y lo terrible.” Hölderlin, sesquicentenario de su muerte. Bogotá: Fac. Humanidades Univ. Nacional, 1995. 17-37. Impreso. 

---. Lo que se gesta en Colombia. Medellín: Dann Regional, 2001. Impreso.

---. Los dones y los méritos. Cali: Universidad del Valle, Fac. de Humanidades, 1995. Impreso.

---. Los nuevos centros de la esfera. La Habana: Casa de las Américas, 2003 (2001). Impreso.

---.Pa´ que se acabe la vaina. Bogotá: Planeta, 2013. Impreso.

---. Poesía 1974-2004. Bogotá: Ediciones Arte Dos Gráfico; Revista Número Ediciones, 2004. Impreso.

  ---. Ospina, William et al. Historia de la poesía colombiana. Ed. María Mercedes Carranza.   Bogotá: Casa de Poesía Silva, 1991. Impreso.

 

(2). El elogio de América Latina y la responsabilidad histórica son también temas de América mestiza: el país del futuro. En especial del capítulo final “El país del futuro” cuya pregunta retórica final implica que la dignidad de los orígenes americanos le permite al continente ser tributario de todos los pueblos: “¿Qué otra cosa podemos pedirle al futuro, sino que nos haga dignos de la antigua y misteriosa condición humana, dignos del planeta que compartimos todos, dignos de su belleza y de sus dones?” (Ospina, América mestiza. El país del futuro 241).

 

(3) “Los grandes fracasos suelen requerir grandes culpables, y el que mencionamos ofrece candidatos en profusión, entre ellos la propia Ilustración, sobre la que se cimentó hace algo más de dos siglos el hoy disputado concepto de 'modernidad'; en favor de dicha condena aboga el hecho de que en los recientes derrumbamientos se vio implicada cierta razón servil, aquella que se ocupaba de articular la teología del Progreso que nos habría de llevar al edén del comunismo, si bien es por lo menos aventurado decir que la crisis actual es consecuencia de la Ilustración per se. Por el contrario, sucedió que por entre los inflexibles límites de un racionalismo débil y esquemático, cuyo narcisismo decimonónico se negaba a considerar todo lo que no cupiera dentro de sus fronteras, se colaron de regreso las religiones o, más exactamente, formas secularizadas de religión que se basaban en afirmaciones irracionales: Dios es la Nación, Dios es el Capital, Dios es el Proletariado, siendo ésta última la que naufragó a la manera de un gran Titanic, con miles de pasajeros "progresistas" a bordo.” (Hoyos, “Es tarde para la ingenuidad. Reseña de  Es tarde para el hombre, de William Ospina”). La “versión empobrecida” a la que se refiere Hoyos sería la del “racionalismo dogmático” habría dejado la puerta abierta a lo irracional en el proceso de secularización de la sociedad que  repetiría los mismos esquemas de aquello que combatía y reificaría nociones como la nación, el capital o el proletariado.

 

(4). Hoyos describe el discurso del entusiasmo cripto-religioso como sigue: “…se habla mucho del alma, de la fe, de la esperanza, de las grandes causas, de los sueños entendidos como un anhelo colectivo, del Hombre con mayúscula, y hasta de lo que "nos fue prometido" por quién sabe qué ignota e ingrata deidad prometedora”.

 

(5).  “Toda ficción –afirma Vargas Llosa- es un engaño y todo estilo lo es también. Por eso, hacen tan buenas migas el uno con la otra. El problema surge cuando un pensador, un ensayista (se refiere a Ospina), que escribe no para dar un semblante de realidad a unos fantasmas de la imaginación, sino con el propósito de describir un aspecto de lo vivido, averiguar una verdad o defender una tesis, posee ese temible instrumento encantatorio. Porque, entonces, es capaz, valiéndose de él, mareando y distrayendo a sus lectores con la gracia, elegancia, astucia y coquetería de su estilo hacerlo comulgar, como se dice, con ruedas de molino” (“El canto de las sirenas”).

 

(6). La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, de 1996, es un conocido ensayo de Vargas Llosa sobre Arguedas con el que le rinde homenaje pero a la vez cuestiona los fundamentos de su visión utópica e indigenista del continente americano y de la cultura del Perú.

 

(7). El análisis de la argumentación en diferentes campos del conocimiento conduce a Perelman a señalar el uso preferencial de algunos objetos de acuerdo y técnicas particulares por parte de ciertas escuelas de pensamiento. De acuerdo con sus observaciones, existirían dos tendencias opuestas en el hombre que se servirían de recursos igualmente antitéticos: la del espíritu clásico, caracterizada por el uso de lugares de la cantidad y de valores abstractos, y la del espíritu romántico que fundaría sus juicios en lugares de la calidad y valores concretos. Dichas tendencias o espíritus no corresponden exactamente con el romanticismo y clasicismo históricos sino que se trata de tipos ideales que dan cuenta de las selecciones argumentativas de un modo general en la Historia moderna y que permiten orientar el desarrollo del debate.

 

(8). “Pour nous, la métaphore n’est qu’une analogie condensée, grâce à la fusion du thème et du phore. À partir de l’analogie A est à B comme C est à D, la métaphore prendrait l’une des formes « A de D », « C de B », « A est C ». À partir de l’analogie « la vieillesse est à la vie ce que le soir au jour », on dérivera les métaphores « la vieillesse du jour », le « soir de la vie » ou « la vieillesse est un soir »” (Perelman, L’Empire rhétorique 152).

 

(9). El desencantamiento negativo de la realidad para Ospina tiene antecedentes en el mundo alemán del que se inspira su crítica. Al respecto, ver el libro de Despoix Éthiques du désenchantement. Essai sur la modernité allemande du début du 20ème siècle.

 


Bibliografía

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Hoyos, Andrés. “Es tarde para la ingenuidad.” Reseña de Es tarde para el hombre, de William Ospina. Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República

 32.38  (1995): n.pag.  Web. 20 de Febrero de 2008.

 

Ospina, William. América mestiza. El país del futuro. Bogotá: Aguilar, 2004. Impreso.

 

---. El país de la canela. Bogotá: Norma, 2008. Impreso.

 

---. “El proyecto nacional y la franja amarilla.” ¿Dónde está la franja amarilla? Bogotá: Editorial Norma, 2006 (1997): 45-111.Impreso.

 

---. Es tarde para el hombre. Bogotá: Norma, 1994. Impreso.

 

---. La serpiente sin ojos. Barcelona: Mondadori, 2013. Impreso.

 

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---.Pa´ que se acabe la vaina. Bogotá: Planeta, 2013. Impreso.

 

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Perelman, Chaïm. L’Empire rhétorique. Rhétorique et argumentation Paris: Vrin, 1977. Impreso.

 

---. Rhétoriques. Bruxelles : Éditions de l’Université de Bruxelles, 1989. Impreso.

 

Perelman, Chaïm et Lucie Olbrechs-Tyteca. Traité de l'argumentation. Bruxelles : Editions de l'Université de Bruxelles, 2000 (1958). Impreso.

 

Reboul, Olivier. Introduction à la rhétorique. Paris: PUF, 1998. Impreso.

 

Vargas Llosa, Mario. "El canto de las sirenas." Reseña de Es tarde para el hombre, de William Ospina. El país.com. El país, 14 de julio de 1996. Web. 16 de enero de             2008.

 

---. La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. México: Fondo de cultura económica, 1996.Impreso.